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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (17 page)

—Sólo estás de mal humor porque estás obsesionado con el sexo —dijo Cole—. ¿Qué opinas de nuestras oportunidades de librar al amigo de David de su vil cautividad?

—Lo conseguiremos —dijo el molario—. Después de todo, la Frontera necesita desesperadamente otro traficante.

—¿Qué te inquieta, Cuatro Ojos?

—¿En serio?

—¿Acaso estoy sonriendo?

—Somos demasiado buenos para esto, Wilson —dijo Forrice—. Lo sé, lo sé, es mejor que la piratería, pero no deberíamos estar limpiando la Frontera de villanos, de uno en uno. Y esta vez ni siquiera estamos haciendo eso; estamos rescatando a un traficante, para que pueda vender más armas ilegales a más proscritos con los que en última instancia nos tendremos que enfrentar. ¿No te parece que es al menos un poco idiota?

—No más que la vida —respondió Cole—. La Armada te degradó porque te negaste a cumplir la orden de matar a un prisionero indefenso de quien sabías que era un agente doble. A mí me encarcelaron por salvar cinco millones de vidas. ¿De verdad que la vida tenía más sentido en la República?

—Si lo planteas así, no —admitió el molario—. Pero cuando estábamos en la Armada, al menos teníamos la ilusión de que estábamos haciendo algo que tenía sentido, algo que marcaba una diferencia.

—Tómate un minuto y considera nuestra situación —dijo Cole—. La Federación Teroni intentó matarnos. La República intentó humillarnos y encarcelarnos. Ahí fuera, la tripulación del capitán pirata Windsail intentó matarnos. El Tiburón Martillo intentó aniquilarnos. Genghis Khan nos habría matado si hubiera podido. En lo que a mí respecta, nuestra responsabilidad primera es con la tripulación que abandonó sus hogares, sus familias y sus carreras por nosotros.

—Me lo digo a mí mismo cada día —dijo Forrice—. Y a veces hasta me lo creo. Pero nunca mucho rato. Tú y yo éramos lo mejor que tenía la Armada, Wilson. ¿Qué estamos haciendo aquí, luchando contra caudillos de pacotilla por dinero?

—¿Realmente quieres formar parte de una Armada que trata a lo mejor que tiene del modo en que nos trataron a ti y a mí? —preguntó Cole.

—No —dijo Forrice.

—¿Entonces?

—¡Quiero formar parte de una Armada mejor!

—Y yo quiero tener veintitrés años, todo el futuro ante mí y alguien como Rachel esperándome en mi cabina —dijo Cole—. Creo que ambos estamos condenados a la decepción, así que lo haremos lo mejor que podamos con lo que tenemos.

—¿Esperas que hagamos esto durante cinco años?

Cole se encogió de hombros.

—¿Y quién demonios lo sabe? Hace dos años no esperaba ser un pirata. El año pasado, no esperaba ser un mercenario. He dejado de suponer lo que me depara el futuro. Me limito a vivir día a día.

—Lo sé —dijo Forrice—. Pero a veces me deprimo.

—Eso es porque no hay diferencia entre hombres y molarios —dijo Cole—. Al menos, en las cosas que cuentan. Sois la única otra raza con sentido del humor. Y quizás también os deprimís.

—Probablemente —aceptó Forrice.

—Has sido mi mejor amigo durante una docena de años —dijo Cole—. Quiero que te sientas con la libertad de hablar conmigo siempre que te sientas así.

—Gracias.

—Hay un corolario.

—Lo sé —dijo el molario, con su boca curvada—. No hables a la tripulación de ello.

—Claro.

Hubo una breve pausa.

—¿Tenemos algún asunto que discutir?

—Nada que no tuviéramos pendiente ayer —dijo Forrice—. Aún necesitamos a un tercer oficial ahora que Val tiene su propia nave.

—Cuando se presente el candidato adecuado, lo sabremos —dijo Cole—. Qué mala pata que se quede con Pérez. El tipo tiene cualidades.

—A ti sólo te gustan los prófugos de la Armada —dijo Forrice.

—¿Se te ocurre una cualificación mejor? —replicó Cole.

Forrice iba a contestar cuando la imagen de Jaxtaboxl apareció.

—Todo ha ido como la seda, señor. El transbordador ha aterrizado, los cañones han sido descargados y los tenientes Sokolov y Domak están de regreso a la nave,

—Bien —dijo Cole—. Cuando tengamos la localización que necesitamos, hágamelo saber. Llegará en las próximas cuatro horas.

—¿Y si no lo hace?

—Lo hará —dijo Cole.

Tenía razón. A los thugs sólo les costó algo más de tres horas estándar probar los cañones láser. Después, Rashid envió al ordenador de la
Teddy R
. la localización de la prisión en la que retenían a Quinta.

—Está en un continente llamado Jaipur —anunció Jaxtaboxl—. He mostrado los datos a Val, quien ha seleccionado la
Edith
para transportar al grupo de asalto.

—Vale. Mire si puede conectarse a algún ordenador local y descubra lo que pueda sobre Jaipur. Cuatro Ojos, asegúrate de que todos los miembros del grupo de asalto cogen una pistola láser, una sónica y un arma de plasma de la armería. ¿Es de día o de noche donde van a aterrizar?

—El crepúsculo, señor —dijo Jaxtaboxl.

—Lentes de visión nocturna para todos —ordenó Cole.

—No tenemos ninguna para pepons —dijo Forrice.

—Está bien, Bujandi se las tendrá que apañar. ¿Dónde está David?

—En la sala de descanso de los oficiales.

—Pásame con él. —Cole levantó la voz—: David, preséntate en el hangar.

—¿Por qué? —preguntó David, sentado en una silla en la pequeña habitación.

—Porque no sabemos qué aspecto tiene Quinta y tú sí.

—Es un thrale.

—¿Y qué pasa si hay tres thrales en esa condenada prisión? —dijo Cole.

—Pues pregunta quién es Quinta.

—David, deja de marearme y arrastra tu trasero al hangar.

—¡No puedo, Steerforth!

—Yo también conozco bien tu libro —dijo Cole—. ¿Estás intentando decirme que David Copperfield era un cobarde?

—¡Era un superviviente! —dijo Copperfield.

—Sobrevivirás. Ve ahí abajo.

—Tu equipo son sólo mercenarios que están haciendo un trabajo —dijo Copperfield desesperado—. Los thugs lo saben. Pero yo soy un traficante, o al menos lo era. Y estamos aquí por lo que les hacen a los traficantes.

—Limítate a decirles que ya no eres un traficante.

—¿Y por qué deberían creerme? Yo seré el que identifique a Quinta.

La imagen de Val apareció a la derecha de la de Copperfield.

—He estado escuchando —dijo—. Deja que se quede. No quiero conmigo a ningún cobarde.

—¡Yo no soy un cobarde! —gritó Copperfield—. ¡Soy un hombre de negocios y un caballero victoriano!

—Quédatelo —dijo Val.

—¿Estás segura? —preguntó Cole.

—Los pantalones manchados podrían delatarnos.

—¡Eso me ha ofendido! —dijo Copperfield.

—Vale, pues recupérate —dijo ella.

—He dicho que me ha ofendido —dijo Copperfield lentamente—. No he negado el hecho.

—Estaremos en marcha en menos de un minuto —anunció Val.

—Una vez que aterricéis en el planeta, deja a un miembro de tu grupo a bordo de la
Edith
—dijo Cole.

—¿Por qué?

—Para asegurarnos de que aún sigue ahí cuando regreséis.

—Está bien —aceptó ella—. Tiene sentido.

Su imagen se desvaneció y Cole decidió que no tenía nada más que decir a David, así que cortó la conexión.

Observó el transbordador por la pantalla a través de la holocámara que Sokolov llevaba en el hombro. Val había decidido no aproximarse directamente a la ciudad con la
Edith
, sino volar hacia el océano que separaba Jaipur de sus continentes hermanos. «Es curioso —reflexionó— que todas sus naciones y continentes tengan los nombres de ciudades indias.»

La lanzadera se situó a unos sesenta metros de la superficie del océano, después se estabilizó y puso rumbo al oeste, hacia Jaipur. Una vez allí, aún descendió más, evitando cualquier radar convencional, y finalmente, unos veinte minutos después, aterrizó a unos tres kilómetros de la ciudad donde Quinta estaba prisionero. El equipo desembarcó en silencio de la lanzadera y empezó a moverse furtivamente hacia las afueras de la ciudad.

«Maldita sea —pensó Cole mientras miraba a través de la cámara de Sokolov—. Val es demasiado grande! Destaca.»

El grupo se abrió camino hasta el mismo corazón de la ciudad a través de calles enrevesadas y entre edificios de formas extrañas mientras Val revisaba constantemente su ordenador de muñeca. Después, finalmente, dio la señal de alto y, haciendo más gestos con la mano, empezó a dividir su grupo y dispersarlos alrededor de un imponente edificio de piedra. Cole supo que habían llegado a su destino. Uno a uno, desaparecieron dentro del edificio…

Y entonces, de repente, Cole oyó una alarma que destrozaba los tímpanos. La escena en la holocámara de Sokolov se hizo demasiado borrosa para seguirla mientras él giraba, corría, esquivaba un disparo láser, incapacitaba a un thug que tenía encima y se tiraba de cabeza para buscar cobertura entre más destellos de luz. Cole oyó a Val berreando maldiciones por encima del susurro de los láseres, el zumbido de las pistolas sónicas y los estallidos de proyectiles.


No sé si puede oírme, señor
—dijo Sokolov—
pero tenemos algunos problemas aquí. Creo que estamos…

Y entonces la transmisión se cortó cuando una anticuada bala atravesó la holocámara.

—¡Vladimir! —gritó Cole—. ¿Puedes oírme?

Al otro lado, sólo hubo silencio.

Capítulo 20

—¡Mierda! —murmuró Cole—. ¿Quién está en la
Edith
?

—La teniente Mueller.

—Páseme con ella —dijo Cole—. Idena, soy Cole. Despegue ahora mismo.


Pero, señor
—dijo la voz de Idena—,
estoy esperando a…

—¡No discuta! ¡Hágalo!


Sí, señor
.

—Tenemos que ayudarles, Wilson —dijo Forrice.

—Lo sé. Piloto, bájenos a un kilómetro de la superficie y manténganos estables justo encima de la cárcel.

Forrice se dirigió al aeroascensor.

—Voy a bajar a la sección de Artillería —dijo—. Dame un minuto para llegar y luego dime lo que quieres y dónde quieres que apunte.

—De acuerdo. ¡Que alguien me traiga a Christine aquí arriba! —ordenó Cole.

—Está durmiendo señor —dijo Jaxtaboxl.

—Entonces que la despierten. La quiero aquí arriba.

—Pero…

—No quiero herir sus sentimientos —dijo Cole— pero nuestra gente está en peligro allá abajo, y quiero lo mejor que tengo. —Se volvió hacia Wxakgini—. Piloto, ¿qué tal va?

—Faltan veinte segundos —respondió Wxakgini.

—¿Dónde está Briggs?

—No estoy seguro, señor —dijo Jaxtaboxl.

—Encuéntralo y que venga aquí ¡a paso ligero!

—Lo he llamado.

—Cuando esté aquí —dijo Cole—, que se encargue del sistema de defensa.

—Pensé que el comandante Forrice estaba a cargo del armamento, señor —dijo Jaxtaboxl.

—Él está a cargo del ataque —dijo Cole—. Si empiezan a devolvernos los disparos, necesito que alguien se encargue exclusivamente de nuestras defensas. Y ese alguien es Briggs.

—Hemos llegado a la posición que ha pedido —anunció Wxakgini.

—Bien. Cuatro Ojos ¿puedes oírme?



—respondió el molario.

—Apunta al edificio que quieras en un radio de una manzana de la cárcel, y vuélalo por los aires. Si puedes encontrar uno con todas las luces apagadas, uno que parezca vacío, mejor que mejor, pero no pierdas tiempo.


¿Con qué arma
?

—Un láser de nivel 3. Dejemos que piensen que no estamos mejor armados que ellos, así se concentrarán en derribarnos. Si les damos tiempo para considerar su situación, se les ocurrirá retener a nuestra gente como rehenes.


Hecho
—anunció Forrice—.
Acabo de destruir un edificio a treinta metros al noroeste de la prisión
.

—¿Hay algún vehículo en la calle?


Creo que sí
—respondió el molario—.
No se parecen a nada que haya visto antes, pero está claro que no son viviendas. ¡Espera! Uno se está moviendo. Sí, definitivamente son vehículos
.

—Dispara a media docena de esos vehículos.


Cuatro… cinco… hecho, seis
.

—Eso debería convencerles de que hay cosas más importantes de las que preocuparse que la cárcel.

Christine llegó al puente y se dirigió de inmediato a su puesto.

—Siento haberla despertado —dijo Cole—. Monitorice cualquier transmisión que venga de la cárcel o la ciudad e infórmeme de lo que está pasando. ¿Dónde demonios está Briggs?

Como si respondiera a su pregunta, Malcolm Briggs llegó al puente.

—¿Qué está pasando, señor? —preguntó.

—El grupo de desembarco tiene problemas y estamos haciendo lo que podemos para desviar la atención de los thugs. Si tenemos éxito, van a empezar a dispararnos. Su tarea es asegurarse de que no nos pase nada.

—Sí, señor —dijo, corriendo hacia su puesto—. ¿Quiere que me encargue del arsenal ofensivo, también?

—No, Forrice está en ello —respondió Cole—. Sólo asegúrese de que no nos dan.

—Sí, señor.

—¿Y yo qué hago, señor? —dijo Jaxtaboxl.

—Reúna a otro grupo —dijo Cole—. Ocho miembros, todos armados, y baje al hangar.

—Sí, señor. Podemos estar listos para atacar en cinco minutos.

—No van a atacar. Podemos hacerlo perfectamente desde aquí arriba. Pero si va a haber supervivientes, nos vamos a encontrar con que habrá algunos que se valdrán por sí mismos y otros que no estarán heridos. No podrán volver fácilmente a la
Edith…
, y además, ya no está allí. Una vez que hayamos debilitado su resistencia, aterricen con la lanzadera justo en la cárcel para evacuarlos.

—Sí, señor —dijo Jaxtaboxl, apresurándose a reunir a su grupo de desembarco.

—Están disparándonos, señor —anunció Briggs—. Cañones de energía de nivel 2 y cañones láser. Nada que no podamos manejar.

—Cuatro Ojos —dijo Cole—, localiza dónde están los cañones de energía y los láseres y vuélalos.

Hubo un breve silencio.


Ya son historia
—anunció Forrice.

—Christine —dijo Cole— ¿sabemos algo de Sokolov o los otros?

—Nada, señor.

—¿Qué hay de los comandantes del enemigo? ¿Qué dicen?

—Saben que están bajo un ataque, pero no saben quién lo está ejecutando ni por qué —respondió Christine.

—Alguien tuvo que dar la orden de dispararnos —dijo Cole—. ¿Puede localizarle y pasarme con él?

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