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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (15 page)

—Creí que teníamos algunos candidatos, señor —dijo Briggs.

—Cuatro —respondió Cole—. Pero ninguno de ellos posee conocimientos sobre las tres principales razas que tenemos a bordo y no podemos transportar a tres médicos. —Se volvió hacia Copperfield—. ¿Con qué tipo de armamento estaba comerciando tu amigo?

—No lo sé —dijo Copperfield—. Sigo recordándote que nunca he hablado con él.

—¿Puedes averiguarlo?

—Sea lo que sea, probablemente no puede dañarnos —apuntó Forrice—. No parece que haya necesitado una docena de naves para entregar los componentes.

—No nos preocupa que nos derriben —respondió Cole—. Nos preocupa encontrar al amigo de David. Y como nadie nos va a decir dónde está, vamos a intentar comprar un poco de ayuda. Ahora bien, puesto que nunca abandonan su planeta y no pertenecen a ninguna federación de mundos de ideas afines, obviamente acuñan su propia moneda, asumiendo que usen alguna. Está bastante claro que ni los créditos, ni los dólares María Theresa ni las libras del Lejano Londres ni ninguna otra de las monedas corrientes les interesará. Como la única razón por la que dejan a los comerciantes poner el pie en Nueva Calcuta es para comprar o vender armas, tenemos que ofrecer algunas armas a cambio de información; y no podemos ofrecerles nada que sea más potente que lo que ya tienen.

—Sí podría ser alguna arma tremendamente potente —dijo Briggs.

—Humm. La manipularemos para que se estropee en una semana —respondió Cole—. Podrían pasar décadas reuniendo los trozos una vez que descubran qué es lo que va mal. —Se dirigió a Copperfield—. David ¿puedes contactar con alguien que trabaje para tu amigo y que averigüe qué tipo de armamento estaba vendiendo?

—Sí, Steerforth —dijo Copperfield—. Lo haré de inmediato. —Se dirigió a la radio subespacial y empezó a enviar un mensaje.

—Señor Briggs, teniente Domak, ¿alguno de los dos sabe cuál de las cinco naciones es la dominante en este momento?

—Punjab —dijo Domak al instante, señalando el continente en un mapa holográfico.

—¿Por qué demonios se hacen llamar con esos nombres? —murmuró Val.

—Ésa es una pregunta para un sociólogo alienígena —dijo Cole—. Somos mercenarios. La pregunta que nos hemos de hacer es: ¿cuál de las otras cuatro naciones retiene al amigo de David?

—¿Por qué no Punjab? —preguntó Val.

—Porque una nación que quiere ser hegemónica y aún no lo es querría tener esas armas.

—Mejor será que tengas razón —dijo Val con recelo.

—Si no, Cuatro Ojos puede organizar un comando de rescate para salvarme, a mí y al colega de David.

La imagen de Sharon apareció de repente.

—¡Tú no vas a ninguna parte! —dijo.

—Eso ya lo he oído antes —dijo Cole—. Aprecio tu preocupación, pero voy a bajar con el grupo de desembarco, que va a consistir en mí, Val, los tenientes Sokolov y Mueller y los tripulantes Nichols, Moyer, Braxite y Bujandi.

—Es territorio enemigo —insistió Sharon—. El capitán no abandona su nave en territorio enemigo.

—Además, ya has elegido un grupo de desembarco —hizo notar Forrice.

—Los he seleccionado para que vengan conmigo, no en mi lugar —respondió Cole.

—Casi todos los miembros de la
Teddy R
. abandonaron su carrera y se comprometieron a pasar sus vidas como criminales perseguidos en la Frontera Interior para continuar sirviendo contigo —dijo Forrice—. No tienes derecho a exponerte al peligro por un mercachifle del que sabemos poco menos que nada.

—Me gustaría ofrecerme voluntaria para ir en su lugar, señor —dijo Rachel Marcos.

—Alférez Marcos ¿ya tiene usted veinte años? —preguntó Cole.

—Tengo veintidós, señor.

—¿Ha entrado alguna vez en acción?

—Ciertamente, señor.

—¿Y que no fuera desde el puente?

Ella calló.

—La verdad —dijo Cole.

—No, señor.

Se volvió hacia la imagen de Sharon.

—¿Lo ves?

—Tengo informes de todos y cada uno de los miembros de la tripulación —dijo Sharon—. ¿Te gustaría saber cuántos de ellos han entrado en acción contra el enemigo?

—Sabes que tiene razón, Wilson —dijo Forrice—. Somos mercenarios, no héroes. Tu lugar está a bordo de la
Teddy R
., supervisando la operación, no arriesgando el cuello como cualquier soldado de a pie.

—Val también tiene su propia nave —dijo Cole, irritado—. Y veo que no estás pidiendo que ella se quede a bordo.

—Dime que no puedes ver ninguna diferencia entre tus habilidades físicas y las suyas, e insistiré en que ella también se quede atrás —dijo el molario.

—Cállate —dijo Cole. Observó al personal del puente—. Está bien, Rachel —dijo—. Vaya a su bautizo de sangre.

—Gracias, señor —respondió.

—Aún necesitamos saber dónde tenemos que aterrizar, señor —señaló Briggs.

—Vamos a empezar contactando con la parte que es probable que nos ayude.

—¿Y quiénes son ésos? —preguntó Briggs.

—Algún capitoste de Punjab —dijo Cole—. Es la nación que tiene menos probabilidades de haber comerciado con el amigo de David, pues ya tiene el poder dominante, y una vez que descubran que sus enemigos están comprando armas, estarán más que dispuestos a decirnos dónde está.

—También van a querer armas —dijo Forrice—. Puedo hacer que el Señor Odom empiece a estropear algo para que vaya mal en una semana.

Cole asintió, expresando su aprobación.

—Vale, pero primero vamos a intentarlo sin ofrecerles nada. Tenemos que dejarnos un poco de margen para negociar.

—Un minuto —dijo Sharon—. ¿Qué carajo le importará a Punjab si el traficante está encarcelado en otro continente? ¿No es eso mejor que dejarlo libre para que pueda comerciar de nuevo con ellos?

—No les importará —dijo Cole—, hasta que les doremos la píldora.

—¿Sólo ofreciéndoles armas?

Cole sonrió.

—Eso es sólo el primer paso, para que nos escuchen.

—¿Y cuál es el as en la manga? —preguntó Sharon.

—Una vez que localicemos la prisión en la que está encarcelado e irrumpamos en ella, no nos limitaremos a liberar al traficante —explicó Cole—. Vaciaremos toda la maldita prisión, les daremos armas y haremos que las dirijan contra sus captores. Eso debería causar suficiente alboroto como para que Punjab se embarque en el trato.

—¿Y si no creen que Val y los otros puedan liberarlo? —preguntó Forrice.

—Entonces, eso querrá decir que han aceptado algunas armas a cambio de nada, y que el tipo que está armando a sus enemigos está aún en la cárcel —respondió Cole—. Desde su perspectiva, no tienen nada que perder.

—¿Lo ves? —dijo Forrice, emitiendo una carcajada—. ¡Por eso es por lo que te necesitamos en la nave! Nadie más tiene una mente tan endiabladamente retorcida.

—Puede ser que yo sea el que diseñe el plan —dijo Cole—, pero Val y su equipo van a tener que llevarlo a cabo en una ciudad enemiga sin recibir apenas ayuda por nuestra parte. Este rescate aún no se ha llevado a cabo, ni de lejos.

—No te inquietes por nosotros —dijo Val con firmeza—. Preocúpate por quien intente detenernos. Y tú, rubita —señaló a Rachel—, asegúrate de que estás cerca de mí cuando empiece el combate.

David Copperfield regresó de la consola en la que estaba la radio subespacial

—Tengo la información que necesitas, Steerforth —anunció—. Quinta estaba vendiendo cañones de nivel 3.

—Está bien —dijo Cole—. No hay cañón de plasma de nivel 3 que vaya a atravesar las defensas de la
Teddy R
., así que la nave no está en peligro. Cuatro Ojos, que el señor Odom estropee un par de láseres de nivel 4 para que pierdan permanentemente la potencia una semana después de que activemos las baterías. Dile que no se limite a descargar las baterías, sino que se asegure de que nadie puede volver a cargarlas.

—Me encargaré de ello.

—¿Hay más preguntas antes de que Christine y yo empecemos a contactar con los thugs?

Silencio.

—Bien —dijo Cole—. Antes de que vuelvan a sus tareas, quiero decirles que no soy insensible a su deseo de proteger a su capitán de cualquier daño. Pasaré por alto el hecho de que mi primer oficial y mi directora de Seguridad han mostrado públicamente su desacuerdo con una orden. —Se detuvo y los miró a ambos sucesivamente—. Pero si alguien, jamás, discute o desobedece una orden una vez que se haya iniciado una acción militar, esa persona será historia.

Era público y notorio que Cole se sentía más próximo a Forrice y Sharon que a nadie más en la nave, probablemente más que a nadie en su vida, pero sólo Val y David Copperfield, que se habían unido a la
Teddy R
. después de que llegara a la Frontera Interior, parecieron sorprendidos por esta afirmación. Y Val la aprobó por completo.

Capítulo 18

—David, tú te encargarás de las conversaciones.

—¿Yo? —dijo Copperfield, sorprendido.

—Tienes la reputación de ser uno de los mayores traficantes de la Frontera —dijo Cole— y, dado que Nueva Calcuta no recibe bien a los visitantes, probablemente no han oído que tienes una nueva profesión como representante de la
Teddy R
. Es más probable que te escuchen a ti que al capitán de una nave de guerra.

—Está bien, Steerforth —dijo Copperfield—. Pero quiero que sepas que no haría esto por nadie más.

—Nadie más de la nave te lo pediría —dijo Cole—. Christine te dirá cuándo empezar. Si estás nervioso, haré que todos los demás dejen el puente.

—No estoy nervioso —respondió Copperfield—. Ya me has convencido de que no pueden dañar la nave. Sólo que no sé si me creerán.

—Y si no contactas con ellos ahora mismo, tampoco lo sabremos dentro de una hora —dijo Cole.

Copperfield se encogió de hombros con un gesto alienígena que empezaba en su cintura y simultáneamente se transmitía hasta sus hombros y bajaba por sus piernas.

—Vale, estoy listo —anunció. De repente levantó la mano—. Todos los demás pueden quedarse, pero Olivia Twist debe dejar el puente.

—Sigo diciéndote que ése no es mi nombre —dijo Val—. Y me quedo.

—Mi querida dama —dijo Copperfield—, probablemente no conocen el nombre de Wilson Cole y quizás no hayan oído hablar de la
Theodore Roosevelt
, pero todo el mundo en la Frontera Interior conoce a la hermosa pirata pelirroja, sin importar qué nombre esté usando en un momento dado. No conozco el alcance de su tecnología en materia de telecomunicaciones, pero si escanean el puente, creo que irá en detrimento de nuestra causa si te ven.

—Tiene razón —corroboró Cole—. Baja al comedor.

Val lanzó una mirada furiosa a Copperfield y se dirigió al aeroascensor.

—¿Hay alguna otra condición, David —preguntó Cole— o ya podemos poner en marcha este espectáculo?

—Estoy listo.

—Christine —dijo Cole—, tal vez lo mejor sería emitir esto en la frecuencia de onda más amplia posible, puesto que no sabemos muy bien con quién vamos a tratar. Señor Briggs ¿hay algún modo de asegurarse de que los otros cuatro continentes no pueden recibirlo?

—Probablemente, señor —dijo Briggs, dictando órdenes a su ordenador en lo que parecía ser un incomprensible lenguaje codificado que sonaba vagamente a atrio. Un momento después, Briggs asintió y Christine hizo una señal a Copperfield para que hablara.

—Mi nombre es David Copperfield —empezó— y tengo la información de que un buen amigo mío, un trale llamado Quinta, está retenido como prisionero en algún lugar de Nueva Calcuta. Quiero saber dónde está, y estoy dispuesto a pagar o hacer un buen trato por esa información.

Cole se pasó el dedo por la garganta, indicando a Christine que cortara la transmisión.

—Es todo lo que necesitan saber por ahora —dijo—. Envíelo cada dos minutos hasta que obtengamos una respuesta.

—¿Tengo que transmitirle la respuesta a usted o a David? —preguntó Christine.

—Localice la fuente, recoja el mensaje, corte la conexión y emítalo a toda la nave —respondió Cole—. Decidiremos quién responde y qué hacer una vez que oigamos lo que tienen que decir. —Dio media vuelta y se encaminó al aeroascensor.

—¿Adónde va, señor? —preguntó Briggs.

—Voy a comer algo —dijo Cole—. Estoy hambriento e imagino que tardarán unas horas elaborando una respuesta. Si me equivoco y contestan inmediatamente, pase la transmisión al comedor y también al resto de la nave.

Val estaba sentada sola en una mesa cuando él llegó, se unió a ella y pidió un sándwich y una cerveza.

—No te preocupes —dijo—. Mantendré viva a tu novia, la rubita.

—No es mi novia —replicó Cole.

—Quiere serlo.

Cole hizo una mueca.

—No sé qué decirle a una mujer de veintidós años.

—No es conversación lo que está buscando.

—Está condenada a llevarse una decepción —dijo Cole—. Ahora deja el tema y empecemos a pensar qué transbordador vas a coger para bajar al planeta. Cuando llegue el momento, reúne al grupo de desembarco en el hangar.

—Bien —dijo—. Y también quiero a Toro Salvaje.

—Ya he escogido el grupo de desembarco.

—Vamos, Wilson —continuó—. Después de mí, es el mejor luchador cuerpo a cuerpo que tenemos, y lo sabes.

—Déjame que lo piense.

—¡Demonios! ¿Cuál es el problema?

—También es uno de nuestros mejores expertos en armas —respondió Cole—. Espero que tu grupo avance sin problemas, pero si algo va mal, puedo reemplazar un buen luchador cuerpo a cuerpo con muchísima más facilidad con la que puedo reemplazar a un hombre que ha pasado los últimos cuatro años trabajando en los sistemas de armamento de la
Teddy R
.

—En primer lugar, nada va a ir mal si me encargo del grupo de desembarco —dijo firmemente—. ¿O es que te parezco carne de cañón?

—No, desde luego —dijo Cole—. Pero mi deber es considerar todas las posibilidades.

—Segundo —continuó ella—, ya no es un miembro de la
Teddy R
. Es el segundo oficial de la
Esfinge Roja
, por si no te acuerdas.

—Y los dos estáis a bordo de la
Teddy R
. —dijo Cole—. No es tu propiedad, Val. En cualquier momento en que lo necesite, por una semana o por un mes, volverá.

—¡Maldita sea, Wilson! —dijo furiosa—. ¡Confío en él para que me proteja las espaldas!

Cole la miró fijamente durante otro largo momento, después suspiró.

—Está bien. Puedes quedarte con él.

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