—Gracias —dijo—. No lo lamentarás.
—Ya lo estoy lamentando.
La imagen de Christine apareció súbitamente sobre la mesa.
—Señor —dijo—. Acabo de recibir su respuesta.
—Han sido muy rápidos —señaló Cole—. Deben de estar realmente preocupados por lo que Quinta ha estado proporcionando a las otras naciones thugs. Bueno, a una de las otras naciones. Pásamelo, Christine.
El holograma de un alienígena alto e increíblemente esbelto, cubierto de refulgentes escamas brillantes, apareció. Tenía forma humanoide, con dos brazos, dos piernas y una cabeza bulbosa con grandes ojos ovalados, dos ranuras como fosas nasales, sin oídos discernibles y una amplia boca. Tenía tres dedos y un par de pulgares prensiles en cada mano, y estaba desnudo excepto por una banda que cruzaba por encima del hombro y en la que se exhibían una colección de símbolos que podían ser medallas o insignias militares.
—Mi nombre es Rashid —dijo en un terrestre con fuerte acento—, y estoy autorizado a hablar en nombre de Punjab. Sabemos que el alienígena Quinta ha estado proporcionando armas a nuestros enemigos, y sabemos que en la actualidad está retenido en vil cautiverio. Lo que aún no sabemos es por qué deberíamos tratar con ustedes. —Les ofreció una fugaz sonrisa alienígena como adelanto—. Quizás nos pueden iluminar.
—Es esto, señor —dijo Christine mientras el alienígena se desvanecía—. No hay nada más.
—¿«En vil cautiverio»? —repitió Cole—. Debe de estar leyendo los mismos libros que lee David. —Hizo una pausa—. Bien. Christine, transmita mi imagen al puente. —Esperó hasta que lo hubo hecho—. David, quiero que les contestes. Diles que sabemos que Quinta ha estado proporcionando cañones a sus enemigos, déjales claro que son armas que disparan plasma, quizás no conozcan el argot, y láseres de nivel 3, y que estamos preparados para intercambiar dos cañones láser de nivel 4 por la información que queremos.
—¿Y qué pasa si quieren más de dos cañones, Steerforth? —preguntó Copperfield.
—Les explicaremos que éstos son un símbolo de buena voluntad, y que si su información resulta cierta, estamos dispuestos a intercambiar muchos más.
—¿Y si pregunta…?
—No te preocupes más —lo interrumpió Cole—. Vamos a grabar esto y enviárselo, justo igual que hemos hecho con el primero. No lo recibirán en tiempo real, y no tendrás que mantener un diálogo con él. —Se detuvo—. ¿Señor Briggs?
—¿Sí, señor?
—Sabemos que responden con cierta rapidez, así que estén atentos. Quiero la localización de esas transmisiones, y sólo vamos a recibir dos o tres más.
—Sí, señor —dijo Briggs—. ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?
—Adelante.
—¿Por qué nos interesa de dónde vienen esas transmisiones? —preguntó Briggs—. Pensé que partimos de la base de que Quinta no es prisionero de Punjab.
—Porque si mienten e intentan tendernos una trampa, vamos a tener que abrir un buen boquete en el suelo allá donde estén —respondió Cole.
Hizo una señal a la imagen de Christine y ella cortó la transmisión.
—No van a tendernos una trampa —dijo Val— si creen que los dos cañones son sólo una paga y señal y que vendrán más.
—Probablemente no —aceptó Cole—. Pero son alienígenas y piensan como alienígenas, que es como decir que no tengo ni idea de cómo piensan. Podrían creer que dos láseres de nivel 4 garantizarán su dominio durante una década o más, y que no quieren que les molesten más visitantes.
—Eso no va a pasar —respondió Val.
—Estoy de acuerdo —dijo Cole—. Pero aún así he de considerar la posibilidad.
—Forrice tiene razón —dijo Val—. Eres un retorcido hijo de puta. Por eso decidí quedarme en la
Teddy R
. ¡Tengo que empezar a pensar de esa manera!
—Tómatelo con calma al principio —dijo Cole secamente—. Te dolerá la cabeza.
—Gracias —dijo desabridamente—. Te hago un cumplido, y tú me insultas.
—No era un insulto —explicó Cole—. Hablaba en serio. Me uní al servicio para cargarme a los malos. Aunque de hecho, no hace tantos años que me enteré de quiénes eran los malos. Y ahora, la vida de los tripulantes de seis naves depende de mis decisiones. ¿No crees que todo eso provoca dolores de cabeza?
—No sé por qué debería —dijo Val—. Nunca me ha importado un comino lo que le sucediera a mi tripulación.
—Ésa es probablemente la razón por la que tus hombres te vendieron y se unieron al Tiburón Martillo.
—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo la pelirroja con exasperación—. ¡Tú ganas!
—A mí no me importa un comino ganarte —dijo Cole mientras se ponía de pie—. Mi trabajo ahora mismo es ganar a los thug. Y ya que necesito estar lo más despierto posible, voy a echar una siesta.
Cuando llegó a su cabina, fue directamente a su catre, se tumbó y se durmió al minuto. La voz de Sharon lo despertó una hora después.
—¿Sí? —dijo, mientras ponía los pies en el suelo—. ¿Qué pasa?
—Hay una transmisión del planeta —dijo—. Imaginé que querrías estar bien despierto cuando Domak te la pase.
—¿Domak? ¿Qué le ha pasado a Christine?
—El turno blanco se ha acabado. Hace cuarenta minutos que estamos en el turno azul.
—Bien —dijo Cole—. No te preocupes. Mi cerebro estará en marcha en unos segundos.
—Aún no sé cómo puedes dormir o comer en momentos como éste.
—Aprendí hace mucho tiempo que no tienes mucha ocasión de hacerlo una vez que empiezan los tiros, así que es mejor aprovechar para comer y dormir cuando uno puede.
—Aquí va —dijo Sharon—. Hablaremos más tarde.
Su imagen desapareció y fue reemplazada por la de Domak.
—¿Está despierto, señor? —dijo la oficial polonoi.
—Sí, pásemelo.
La imagen del alienígena Rashid apareció frente a él.
—Tenemos la información que quieren, y encontramos que su oferta tiene cierto interés. ¿Cómo podemos estar seguros de que es sincera y que los cañones láser son funcionales?
La imagen se desvaneció.
—¿Eso es todo? —preguntó Cole.
—Sí, señor.
—¿Ha localizado el señor Briggs la fuente de la transmisión?
—El turno del señor Briggs ha acabado —respondió Domak—, pero el alférez Jacillios está trabajando ahora en su puesto y me dice que tiene las coordenadas exactas.
—Regístrelas y que Forrice las programe en uno de los cañones de nivel 6, por si acaso. Y dígale a David que su trabajo ha acabado. Yo me encargo de hablar con ellos ahora.
—Sí, señor —dijo Domak, y cerró la transmisión.
—No tiene sentido molestarte ahora —dijo Sharon mientras su holograma volvía a aparecer—. No estás en el puente.
—En el infierno es donde estoy.
—Acabo de oír que has dicho…
—No tengo que estar en el puente para trasmitir un mensaje —dijo Cole—. Además, sólo porque no parezcan ansiosos no quiere decir que tengamos que correr nosotros. Dejemos que esperen cuatro o cinco horas.
—Bueno, ya que estás en la cama, ¿quieres un poco de compañía femenina?
—Claro —respondió Cole—. Envíame a Rachel Marcos.
—Ocho mil doscientos seis —dijo Sharon.
—¿Qué es eso?
—El número de noches que vas a dormir solo por ese comentario.
—Últimamente te repites mucho —dijo Cole—. Pero si cumples tu promesa, envíame a una mujer que sea muy sabia y que tenga una enorme capacidad de persuasión.
—Ni lo sueñes —dijo Sharon.
—¿Y qué hay de esos ocho mil días?
—Puedo empezar a contar dentro otro siglo. Estaré ahí en cinco minutos. Quédate dormido antes y eres hombre muerto.
Tres horas más tarde, Cole salió de su cama y se puso su uniforme. Sharon estaba dormida, pero el roce de su ropa la despertó.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—Voy a hablar con el rey de los thugs o lo que demonios sea —respondió Cole—. He decidido que parecerá más oficial desde el puente.
—Diviértete —dijo, y se dio la vuelta para seguir durmiendo.
—Ha sido fantástico —dijo—. Ahora, tengo cosas importantes que hacer.
—Caramba, tú sí que sabes cómo halagar a una chica.
Luego, Cole cruzó la puerta y se dirigió al aeroascensor. Un momento después llegó al puente.
—Creo que les hemos hecho sudar bastante ¿no? —preguntó mientras se aproximaba a Forrice.
—No sé. Podríamos echar una partida rápida de bilsang antes.
—No hay nada parecido a una partida rápida de bilsang —respondió Cole—. ¿Cuánto ha pasado desde que recibimos su último mensaje?
—Tres horas estándar —dijo el molario.
—Sí, supongo que ya es la hora —dijo Cole. Echó un vistazo para ver quién estaba operando en las consolas de comunicaciones. —¿Señor Briggs?
Briggs levantó la vista de sus terminales.
—¿Señor?
—Quiero enviar una comunicación a nuestro amigo Rashid —dijo Cole.
—¿En diferido o en directo, señor?
—En directo.
—Cuando esté usted listo, señor.
—Ahora es tan buen momento como otro —respondió Cole. Esperó unos segundos de más hasta que Jaxtaboxl asintió con su enorme cabeza—. Rashid, aquí Wilson Cole, capitán de la
Theodore Roosevelt
. Estamos listos para entregarles dos cañones láser. Esto es una transmisión en directo, así que por favor responda. Tengo que saber dónde enviarlos.
La imagen del thug apareció de repente a pocos pasos de distancia de Cole y Forrice.
—Así que estaba hablándome a través de subalternos… —dijo Rashid.
—Ahórreme su petulancia —dijo Cole—. Nueva Calcuta es un planeta menor y las guerras planetarias que ocurren aquí no son de mi interés. Quiero a mi amigo, pero no voy a gastar un montón de tiempo negociando por él. Tiene la información que quiero. Tengo las armas que quiere. Así pues, ¿vamos a negociar o tengo que buscar un plan B?
El thug parpadeó rápidamente, como si intentara comprender.
—¿Qué es un plan B?
—Confíe en mí: no le gustará —aventuró Cole—. ¿Hacemos un trato?
—Sí —dijo el thug tras un momento de vacilación.
—Haré que una lanzadera descienda al planeta para entregar los cañones láser. Ustedes proporcionarán las coordinadas de aterrizaje al ordenador de mi nave. Les daré cuatro horas estándar para que se aseguren de que son funcionales. Luego nos dirán exactamente dónde está encarcelado el trale llamado Quinta. —Hizo una pausa—. Consideraré cualquier incumplimiento de nuestro acuerdo como un acto de guerra. Voy a poner fin a la transmisión. Dale las coordenadas a nuestro ordenador y corte la conexión, Briggs.
El oficial hizo una señal a Cole indicándole que ya no estaba enviando palabras ni imágenes.
—Bueno, no está mal para jugar a hacer de matones —dijo Cole—. Señor Sokolov, en cuanto sepamos dónde quieren los cañones, póngalos en una lanzadera y bájelos a la superficie. Que la teniente Domak vaya con usted. Probablemente es la tripulante de aspecto más imponente.
—Sí, señor.
—Y ¿Vladimir?
—¿Señor? —dijo Sokolov
—Bajo ninguna circunstancia ni usted ni Domak pongan un pie en el planeta.
—Eso significa que los thugs verán el interior de la lanzadera cuando recojan los cañones —dijo Sokolov—. Tenemos un montón de equipo avanzado en ella… avanzado para ellos. ¿Está seguro de que quiere que lo vean?
—Si las cosas salen según lo previsto, nunca lo volverán a ver —dijo Cole—. Pero la única espada que puedo colocar sobre sus cabezas para hacer que nos revelen la localización de Quinta es el hecho de que puedo aniquilarles. Perderé esa baza si los toman a usted y Domak como rehenes.
—Eso no detendría a muchos comandantes, señor.
—Tampoco me detendría a mí si fuera cuestión de salvar la nave y la tripulación, pero no es el caso y ellos lo saben. Usted asegúrese de que no salen de la lanzadera. Quiero que se coloque una micro-holocámara en el hombro. Una vez que se aproximen a la lanzadera, empiece a transmitir a la nave. No mencione que lo está haciendo. Sus transmisores holográficos no tienen el mismo aspecto que los nuestros y no hay razón para que sepan que están siendo monitorizados. Oh, y una cosa más: no se sitúen a menos de cinco metros del otro. ¿Lo tienes?
—Sí, señor —dijo Sokolov.
—¿Señor? —dijo Jaxtaboxl—. Tenemos las coordenadas.
—Está bien, señor Sokolov —dijo Cole—, vaya a trabajar. Y antes de que se vaya, que el señor Odom los revise y se asegure de que se han cargado los cañones correctos.
—Sí, señor —Sokolov saludó y se dirigió con brío al aeroascensor.
—Jack —dijo Cole— ¿qué distancia hay entre el punto de aterrizaje y el lugar desde el que transmiten?
—Unos ciento treinta kilómetros —respondió Jaxtaboxl.
Cole sonrió con satisfacción.
—Supongo que hemos causado toda una impresión.
—¿Señor?
—Díselo, Cuatro Ojos.
—No saben que hemos localizado su centro de trasmisiones —explicó Forrice—. Tampoco saben que no vamos a destruir toda una ciudad si no nos dicen dónde está retenido Quinta. Así que quieren que la única localización que conocemos —el lugar donde entregamos los cañones—, esté a una distancia segura del lugar desde el que nos están enviando la transmisión.
—¡Ah! —dijo Jaxtaboxl feliz—. Ahora ya lo entiendo.
—¿Cómo lo ha sabido, señor? —preguntó el braxite.
—Quince años con el capitán corromperían a cualquiera —respondió el molario.
—Sólo estás enfadado porque te hice salir de tu casa de putas —dijo Cole.
Forrice se encogió de hombros.
—La última de ellas estaba saliendo del celo, de todos modos.
La imagen de Sokolov apareció.
—Ya han cargado los cañones, señor y el señor Odom ha confirmado que son los correctos.
—Entonces, vamos a poner este espectáculo en marcha.
—Sí, señor.
La imagen se desvaneció.
—Jack, rastréelos hasta el planeta. Cuatro Ojos, vamos a ir a tomar un café.
—No bebo café.
—Estupendo. Tú me miras mientras yo bebo, y yo intentaré no mirarte mientras bebes esa cosa nauseabunda que tanto te gusta.
—¿Señor? —dijo Jaxtaboxl.
—¿Sí?
—Es el turno azul y aún no tenemos tercer oficial. Si hay un problema, ¿a quién informo?
—Informe al oficial Briggs —dijo Cole.
Cole y Forrice bajaron al comedor y se sentaron a la mesa habitual de Cole.
—Bien —dijo Cole—. ¿Qué crees?
—Creo que es muy distinto a luchar contra la Federación Teroni —respondió el molario.