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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Sombras de Plata (17 page)

BOOK: Sombras de Plata
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Arilyn se volvió para encararse con el bigotudo rostro del capitán.

—¡Oh, no! No será tu hijo, ¿verdad?

—Es su viaje inaugural —convino Macumail con una maliciosa sonrisa—, y perdóname la expresión. Pero no te preocupes..., el chico está bien aunque cuando se levante mañana sentirá que la diosa Umberlee está descargando una tormenta dentro de su cabeza. Dejemos que duerma, mientras hablamos de otras cosas. ¿En mi cabina?

Arilyn asintió y permitió que el capitán la condujese a una cabina inusualmente grande y lujosa, amueblada con una cama enorme de la talla y el grosor de Macumail, un arcón ribeteado de latón, una pequeña mesa para escribir y un par de sillas. Mientras Arilyn tomaba asiento, se dio cuenta de repente del reguero de agua que sus ropas empapadas dejaban sobre la alfombra del capitán Macumail Turmish.

—Tómate esto. Te quitará el frío —le ofreció amable el capitán mientras le tendía una copa de vino.

Lo aceptó y lo fue bebiendo a sorbos, para después dejar el vaso sobre el arcón de mar.

—He reconsiderado tu oferta.

—Esperaba que lo hicieras —le respondió con la misma franqueza, y luego sonrió —. Veo que mi pequeño amigo Suldusk te dijo dónde encontrarme, ¿no?

Arilyn se encogió de hombros ante la broma. El método que había utilizado había sido brusco, incluso para lo que ella solía hacer, pero lo que había en juego en aquella aventura eran demasiadas cosas, y demasiado personales, para permitirse disculpas o tiempo para la diplomacia.

—¿Transmitirás mi respuesta, y mis condiciones, a Amlaruil de Siempre Unidos? Además, necesito un duplicado de su nombramiento. Tengo prisa, pero tendrás que hacerme una falsificación lo más acertada posible.

—No será necesario. —Macumail cogió un pergamino de una pila que había sobre la mesa y se lo tendió. Arilyn examinó la escritura elfa; parecía un duplicado del documento que había destruido.

—Es un original —admitió el capitán—. Lady Laeral insistió en que llevara un par de copias. Y, en cuanto a los términos, la reina me ha autorizado a prometer en su nombre cualquier pago que puedas pedir.

—Cuánta sabiduría y previsión por su parte —murmuró Arilyn en tono seco, sin dejar de estudiar el pergamino que tenía en las manos—. Pocas veces me pagan con cheques en blanco, pero los beneficios de ganar tanto tiempo son evidentes para todos.

Cuando se sintió convencida de que el ofrecimiento de la reina era verdadero y de que todo estaba en orden, Arilyn puso el pergamino en la mesa y alzó la vista para contemplar a su anfitrión.

—¿Puedes llevarme de regreso a Espolón de Zazes? ¿Enseguida?

A modo de respuesta, Macumail se puso de pie y tiró de una campanilla que pendía de una de las pulidas paredes.

—Mi querida dama, estoy por completo a tu servicio, pero ya sabes que los muelles están cerrados hasta el amanecer.

—Al amanecer estará bien —aceptó Arilyn.

—Hay una cabina junto a la mía. Está vacía durante este viaje, así que puedes descansar en ella. Encontrarás ropa seca en el arcón para que descanses hasta el amanecer. Si necesitas algo más, sólo tienes que pedirlo.

El rostro de Arilyn se relajó para esbozar una sonrisa agradecida, una sonrisa que transformó su semblante y que provocó como respuesta un destello ya familiar en los ojos azules del capitán.

La semielfa reprimió un suspiro. Quizás el capitán estuviese actuando en nombre de la reina elfa, pero según todos los informes, su afición por las mujeres elfas no empezaba y acababa en Amlaruil. Arilyn no se sintió sorprendida de oír que la cabina de invitados incluía un completo guardarropa femenino, y no dudaba de que en él iba a encontrar gran cantidad de ropas que se adaptaran por completo a sus formas elfas. Decían que la druida elfa verde no era la única mujer elfa que había encontrado un rincón en el corazón de Macumail. Además, el brillo de sus ojos sugería que no tendría reparos en añadir una semielfa a su colección de recuerdos entrañables. Como no deseaba continuar por ese camino, Arilyn dio las gracias a su anfitrión y se apresuró a seguir al mozo que acudió a la llamada de Macumail.

El capitán la vio marchar y esperó hasta oír cómo se cerraba el pestillo de la puerta de su cabina. Luego, se sentó a la mesa y cogió el pergamino que Arilyn acababa de dejar para leer lenta y laboriosamente el texto elfo hasta llegar al punto en que se nombraba a la embajadora de la reina.

Macumail abrió un diminuto cajón de debajo de la mesa y extrajo un pequeño frasco de tinta. Era de fabricación elfa, de un raro tono púrpura oscuro, extraída de una mezcla de bayas y flores que crecían sólo en Siempre Unidos. Destapó con cuidado el tapón y mojó una pluma en el preciado líquido, para añadir con sumo cuidado una serie de trazos curvos y líneas al texto elfo.

«Es una suerte», pensó Macumail mientras espolvoreaba polvos secantes sobre el pergamino. Las palabras Hojaluna y Flor de Luna eran muy parecidas.

El capitán había oído en boca de Laeral la historia de la puerta elfa y el dolor hondo que había provocado en la reina Amlaruil. Tras haber vislumbrado tanta tristeza en los ojos de la reina y, enamorado como estaba de ella, Macumail estaba poco dispuesto a hacer algo que pudiese proporcionar un dolor adicional a aquella maravillosa monarca elfa.

No obstante, Macumail también sentía un gran respeto por la guerrera semielfa y comprendía la importancia de la tarea que le había sido encomendada. También sabía, como cualquier humano vivo, la dificultad con que se enfrentaría Arilyn en las sombras de Tethir.

Él mismo había estado enamorado de una mujer de los bosques, una druida elfa verde cuya forma de ser, extraña y sobrenatural, lo había mantenido desconcertado durante mucho tiempo. Sin embargo, de su amor elfo había aprendido muchas cosas sobre los
folk
del bosque, cosas que lo impulsaban a sospechar que el Pueblo de Tethir rechazaría a un embajador semielfo, y quizá llegaran incluso a asesinarla. Fingirse elfa de pura raza nunca era sencillo para una semielfa, ni siquiera una con tantos recursos como Arilyn, y por eso Macumail había planeado una estrategia que podría ayudarla a conseguir ese objetivo.

Las costumbres sobre los nombres elfos eran de una complejidad interminable. Aunque no era inusual que un elfo adoptara un apodo que nombrara alguna de sus destrezas o armas, como Corredordenieve, Baculoderroble o Proapálida, ese tipo de títulos descriptivos eran de uso común, nombres que se utilizaban durante los viajes o nombres para dar a conocidos y desconocidos, en especial enanos y humanos. Sin embargo, entre ellos, los elfos consideraban que el hecho de proporcionar a otro el nombre familiar o recitar el linaje propio era un paso muy importante en las formalidades del trato entre personas. El hecho de que Arilyn se identificara sólo por la espada que portaba ante una tribu elfa sería una falta de protocolo enorme, casi como si gritara a los cuatro vientos que su pretensión de ser considerada embajadora de Siempre Unidos era una farsa. En su caso esto era particularmente cierto porque de todos era conocido que las hojas de luna eran espadas hereditarias y rechazar identificarse a sí misma a través de su familia sería considerado por los elfos como una admisión arrogante y patente de que no era lo que pretendía ser. Y Macumail estaba seguro de que eso impactaría en la sociedad elfa tanto como una nuera con mal genio.

Teniendo todo eso en cuenta, el capitán había decidido
conceder
a Arilyn un nombre familiar y un linaje antiguo..., todo gracias a cuatro pinceladas con una pluma. En cierto modo, sentía la conciencia tranquila porque en su opinión eran honores que la semielfa se merecía de verdad, y no dudaba de que el encanto prestado de la familia real proporcionaría un manto protector sobre la mujer semielfa y silenciaría muchas preguntas antes de que fueran formuladas. Después de todo, era bien sabido que, de todas las razas de elfos, ¡los elfos de la luna eran casi como humanos!

Los elfos del bosque de Tethir eran insulares, pero sabían que no se permitía el acceso de semielfos a Siempre Unidos, y ni se les ocurriría que una semielfa pudiese portar el nombre de la familia real. Una misiva escrita de puño y letra por Amlaruil, en la cual declarara a Arilyn descendiente suya, pondría las cosas en su lugar. Pero era una estratagema que la orgullosa semielfa no estaría dispuesta a aceptar, ni habría estado de acuerdo con el capitán si éste le hubiese explicado sus intenciones.

En opinión de Macumail, la reina elfa y la espadachina de raza impura eran muy parecidas.

—Perdónenme, señoras —murmuró mientras enrollaba el pergamino y lo introducía en un tubo—. ¡Y quieran los dioses que nos separen anchos y tempestuosos mares el día que cualquiera de las dos averigüe lo que acabo de hacer!

Fiel a su palabra, el capitán Macumail depositó a Arilyn de regreso en Espolón de Zazes antes del amanecer. Su último día en la ciudad tethyriana transcurrió ajetreado, porque tenía que hacer muchas cosas antes de partir hacia el bosque. Se tenían que ultimar todo tipo de preparativos, enviar mensajes y reunir a todo el equipo.

No obstante, había un detalle personal que Arilyn intentó postergar tanto como le fue posible. No podía dejar Espolón de Zazes sin despedirse de su compañero Arpista, ni podía informarle de su partida a través de una nota o un mensajero. Y sin embargo, era reticente a enfrentarse al joven noble. Danilo descubriría enseguida los peligros que encerraba su misión, y no aceptaría a la ligera lo que parecía a todas luces una despedida. Peor aún, ¡aquel loco tozudo podía ingeniárselas para seguirla!

Pero cuando se aproximó la hora del crepúsculo, Arilyn se preparó para entrar en el mundo de Danilo. Se vistió con un vestido de tela fino, una túnica de seda azul marino con una sobrefalda de encaje que la envolvía y la ceñía de forma que ocultaba sus armas, pero que le permitía acceder con rapidez a la hoja de luna. Arilyn se arregló el pelo para cubrirse las puntiagudas orejas y se maquilló con un poco de ungüento rosado para añadir un tono más humano a su pálida piel. Como toque final, para concederse un aspecto de riqueza que le garantizase el acceso a las salas de fiesta y las tabernas que frecuentaba su compañero, se colocó anillos de oro y zafiros en los dedos y enhebró un broche de pedrería en el corpiño.

Danilo sentía pasión por las piedras preciosas y anhelaba siempre verla a ella cubierta de joyas. Después de casi tres años, Arilyn había atesorado una buena colección. En un principio, había declinado sus primeros ofrecimientos, pero Danilo había hecho un gran esfuerzo por aprenderse las festividades elfas y los días especiales en los que podía obsequiarla con regalos sin que le fuese fácil rehusarlos. Entre los rasgos molestos del carácter de Danilo, y tenía un montón, se encontraba su habilidad para burlar, si no prever, cualquier objeción femenina. Tampoco dejaba de observar Arilyn que ella poseía una resistencia mucho más firme a sus encantos que la mayoría de las mujeres de Espolón de Zazes, o de Aguas Profundas, o de Puerta de Baldur, o...

Con un suspiro, Arilyn descartó por inútil esa línea de razonamiento. Se subió a un carruaje de alquiler y se dispuso a pasar una larga velada. Danilo solía cenar en una de las muchas salas de fiesta y posadas, pero a insistencia de Arilyn, no seguía una ruta fija y por ese motivo le llevaría un rato encontrarlo.

La primera parada fue en El Jardín Colgante, una taberna decorada según los gustos y preferencias del dirigente actual de Espolón de
Zazes
. A Arilyn no le agradaba aquel lugar, era demasiado parecido a Calimport para su gusto, pero Danilo acudía allí a menudo para disfrutar de vino de calidad y buena música, porque tanto los juglares de paso como los músicos locales solían actuar allí todas las noches.

Cuando una camarera ataviada con una túnica de seda transparente condujo a la disfrazada Arpista a una mesa, resonaban de fondo las notas de un arpa mezcladas con el sonido de la conversación. Como era habitual, la intérprete tocó la melodía completa de una balada antes de cantar la letra. Algo le resultaba familiar en aquella tonada. Arilyn no solía prestar atención a los músicos de taberna, pero escuchó con atención mientras la cantante, una joven mujer de piel aceitunada y cabello negro típico de los nativos de Tethyr, desgranaba la balada.

La melodía era pegajosa pero conocida, los acordes envolventes del arpa resultaban agradables pero no especialmente difíciles, y la voz de la cantante era nítida aunque indudablemente soprano. A pesar de todo, la música no era más que un telón de fondo agradable para la conversación. No obstante, cuando la balada llegó a la tercera estrofa, la mujer tethyriana estaba cantando en el más completo y absoluto silencio.

Arilyn no era juglar, pero comprendía totalmente el impacto de la canción, que narraba una historia que conocía demasiado bien, aunque los hechos habían sido cambiados para ocultar ciertos secretos y para glorificar el supuesto héroe de la balada, un noble bardo que había hecho un gran servicio a los Arpistas al llevar ante la justicia, sin ayuda de nadie, según la balada, al elfo dorado asesino que había causado las muertes de más de veinte Arpistas. Mientras Arilyn contemplaba a los atentos clientes, no le cupo duda de que ¡las simpatías se decantaban de pleno del lado del elfo dorado asesino!

Los Arpistas no eran bien recibidos en el agitado ambiente de Espolón de Zazes, y no se aceptaba que fuesen héroes protagonistas de relatos de taberna. Un juglar que fuese de visita podía ser perdonado por un patinazo social de esa magnitud, pero a Arilyn sólo se le ocurría un motivo por el cual un cantante nacido en Tethyr se arriesgaría a cantar una balada así: como preludio dramático para dejar al descubierto a un Arpista entre ellos.

Arilyn puso una expresión de indiferencia y se levantó. Salió despacio de la taberna, obligándose a sí misma a caminar con paso lento, como si fuera una dama adinerada cuyo único propósito fuese apartarse de una actuación que no concordaba con sus gustos e inclinaciones políticas.

Mantuvo el paso cauteloso hasta llegar al callejón en penumbra donde la esperaba su carruaje de alquiler. Lanzó un par de monedas al conductor y desató las bridas que mantenían su propia yegua sujeta a la cabina. Se levantó la falda para sentarse a horcajadas sobre la montura y el animal pareció percibir la urgencia de su dueña porque salió disparada rumbo a la Cofradía de Asesinos.

En otras circunstancias, Arilyn se habría dirigido a una habitación segura para cambiarse de ropa y habría realizado varias paradas para despistar a todo aquel que pudiese establecer una conexión entre el enrarecido mundo de la alta sociedad y la Cofradía de Asesinos a sueldo, pero en esa ocasión no se atrevía a perder tiempo con precauciones. Al anochecer, los asesinos de Espolón de Zazes se reunirían para subastarse los servicios que habría publicados y, si esa balada se había cantado por toda la ciudad, a buen seguro que el nombre de Danilo aparecería entre las propuestas.

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