—Sabes cuándo ir a la zaga.
Los ojos oscuros del jefe elfo se posaron en la niña guerrera, que había sido la primera en alcanzar a los humanos. Su frágil silueta era apenas visible entre la arremolinada humareda, porque estaba sentada a horcajadas sobre un hombre, pero el brazo se alzaba una y otra vez mientras el acero daba en el blanco.
Foxfire hizo un gesto de asentimiento, al percibir la verdad de las palabras de su amigo, aunque él mismo nunca había reflexionado demasiado sobre el tema. Korrigash tenía el don de decir mucho con pocas palabras.
—Mediodía y dos —murmuró Korrigash entre dientes, indicando una hora del día y una dirección.
Su amigo alzó el arco y disparó una flecha por encima de su cabeza y hacia la derecha. La humareda se abrió y por un instante se vio la imagen de un guerrero humano, con la flecha elfa clavada en el estómago y una expresión de sorpresa en el rostro. En la mano sostenía una cadena, que todavía giraba, y que había preparado para lanzar en forma de lazo sobre Foxfire. El impulso del arma hizo que se enredara alrededor del brazo humano y acto seguido resonó un golpe sordo y un crujir de huesos. Cuando el humano abrió la boca para gritar, todo lo que emergió de su boca fue un súbito borbotón de sangre.
Foxfire apartó la vista porque la muerte de sus enemigos no le producía ningún placer. Rozó el brazo de su amigo en silencio para darle las gracias y desenfundó la daga. De repente, se había acabado el tiempo para las palabras. El combate se cernía a su alrededor con un tumulto infernal: el crepitar de las llamas, los alaridos de rabia y dolor y el retumbar de los latidos de sus propios corazones en los oídos. Los dos elfos se dieron la vuelta para enfrentarse juntos, espalda contra espalda, a un horror que ambos habían temido desde hacia tiempo y que ninguno comprendía:
Una guerra contra los humanos.
La puerta de la taberna La Ballena Rota se abrió de par en par y el ímpetu hizo estremecer los paneles de las ventanas que daban al muelle. Una mujer elfa se precipitó en la estancia como si hubiese sido empujada a través de la puerta por una violenta tormenta de verano. Era inusualmente alta para ser elfa, de tez blanca y cabellos negros como el azabache..., un contraste de colores muy habitual entre elfos de la luna. Sus ojos, de un intenso tono azul, resplandecieron como fuego mágico cuando se introdujo en la sala, súbitamente silenciosa.
Sandusk Excavadordetrufas, el halfling que atendía el mostrador, observó cauteloso que la mujer elfa inclinaba la cabeza para posar la vista en él con la fuerza de una nube de tormenta.
—¿Dónde está Carreigh Macumail? —preguntó, y para dar énfasis a sus palabras golpeó con las palmas de ambas manos sobre el pulido mostrador de madera.
El halfling notó aliviado que su voz, melódica a pesar de su enojo, era sin lugar a dudas de una semielfa..., no tan monótona como el tono de los humanos pero también carente de la música y la magia propia de la voz elfa. Elfos y humanos eran siempre fuente de conflictos, pero en opinión de Sandusk, un híbrido entre elfo y humano era preferible a la versión pura de cualquiera de las dos razas. Los semielfos recibían un trato considerado en Espolón de Zazes, pero caminaban en la cuerda floja y muchos de ellos eran conscientes de ese hecho. Los conflictos raciales en Tethyr, siempre en boga, colocaban a los semielfos en una posición ambigua que los impulsaba a controlar sus modales y ocuparse de sus propios asuntos.
Sin embargo, aquélla parecía dispuesta a ser la excepción. Como el camarero no respondió con la rapidez que ella habría deseado, la semielfa cogió la túnica del halfling con ambas manos y lo subió hasta el mostrador para enfrentarse a él cara a cara.
—Conozco y aprecio la reputación que tiene La Ballena Rota por proteger a sus clientes, y os aseguro que no tengo la más mínima intención de hacer daño al capitán Macumail —murmuró con suavidad—. Pero con vos puedo cambiar de opinión. Hablad.
—¡Se marchó! —balbució el camarero—. ¡Se fue!
Arilyn le dio una fuerte sacudida.
—Eso ya lo sé. Y también sé que por lo general os informa de su siguiente destino. ¡Decídmelo u os ensartaré como un conejo asado!
—Pero yo soy halfling —protestó Suldusk con un chillido tan penetrante que resonó en todos los rincones de la taberna. Hacía tiempo que había aprendido que las personas de más talla que él podían sentirse avergonzadas con facilidad y como la mayoría de los halflings hacía que la gente se sintiera culpable—. Soy la mitad de alto que vos.
La semielfa sonrió con frialdad.
—Pues usaré una espada corta.
Suldusk meditó sobre la viabilidad de aquella solución.
—No habrá ido muy lejos —respondió en un tono de más discreción—. El
Caminante en la Niebla
alzó anclas esta misma mañana. El capitán Macumail comentó algo de que iba a encontrarse con unos cazadores de piratas. Quizá todavía podáis pillarlo.
Arilyn se quedó mirando al halfling durante un instante; luego, hizo un breve gesto de asentimiento y lo bajó al suelo, antes de dar media vuelta y salir a paso rápido de la taberna. Sin detenerse, caminó hasta el borde del muelle y se zambulló limpiamente en el agua.
Uno de los confusos clientes sacudió la cabeza.
—¡Por las heridas de Ilmater! —exclamó—. ¿Qué piensa hacer esa loca? ¿Llegar a nado hasta el barco de Macumail?
El halfling vio que había dado en el blanco. Se alisó la túnica y luego acabó de servirle al cliente una cerveza espumosa.
—Mi querido señor, eso no me sorprendería lo más mínimo. Y, si le gustan las apuestas, me juego lo que quiera a que conseguirá traerlo de vuelta antes de que amanezca.
Arilyn se sumergió en las profundidades y empezó a nadar sin pausa rumbo al oeste. Mientras avanzaba, bendijo a Perla Negra, una antigua amiga elfa marina, por haberle regalado el amuleto encantado que le permitía respirar bajo el agua y sumergirse en su mundo. La Arpista no era muy aficionada a la magia ni a los artilugios mágicos, pero había conservado el talismán durante muchos años en honor a su amiga. Y últimamente, lo había necesitado con tanta frecuencia que se había acostumbrado a llevarlo siempre encima.
Mientras nadaba, mantenía la mirada atenta a todos los peligros que acechaban en las aguas costeras de Espolón de Zazes. Abundaban las colonias de sahuagin; corrían incluso rumores de que aquellas criaturas habían conseguido capturar varios barcos, que luego utilizaban para dedicarse a la piratería, pero eran rumores sin confirmar. No era poco corriente que se perdieran barcos, pero que hubiese supervivientes a un ataque pirata era muy poco habitual, y hasta el momento no se había podido comprobar la existencia de aquellos extraños bucaneros. Sin embargo, Arilyn sabía lo que sabía. Donde había sahuagin, también había elfos, y durante años había mantenido mejores relaciones con el Pueblo que habitaba las profundidades marinas que con aquellos elfos que vivían en tierra bajo las estrellas. Probablemente conocía más cosas de los asuntos de los
folk
marinos que de los elfos insulares del bosque de Tethir.
El bosque de Tethir era extenso y centenario, y cubría desde las montañas Copo de Nieve, en su punto más oriental, hasta la península Espiral de las Estrellas, a orillas del mar, pero en su brazo occidental de bosque pantanoso vivían pocos elfos porque aquella parte de Tethyr había sido abandonada hacía ya tiempo a los humanos y a sus actividades clandestinas: los cazadores habían talado árboles centenarios para construir mástiles y los piratas se habían adueñado del entramado de cuevas que surcaban la costa. Hasta los sahuagin tenían bases en la Espiral de las Estrellas. Y lo mismo habían hecho los elfos, y no sólo el Pueblo del Mar. En una ocasión, las criaturas del mar se habían apoderado de los barcos y la nación elfa de Siempre Unidos había enviado elfos al agua para equilibrar la balanza.
En una cueva profunda situada en un extremo de la península, protegido de los intrusos por rocas dentadas tanto reales como ilusorias, había un puesto avanzado de la marina elfa, oculta tras un muro de magia protectora y dirigida por marineros elfos de la luna de la flota real. Macumail se lo había confesado a Arilyn un par de años atrás, justo después de que fuera nombrado amigo de los elfos y se le concediera permiso para atracar en Siempre Unidos. El capitán había regresado de la isla elfa contando las maravillas que allí había visto y cómo brillaban los elfos como lunas al amparo de la gloria de la reina Amlaruil. A pesar de que Arilyn tenía poca paciencia para ese tipo de relatos sobre la reina elfa, había escuchado y anotado todo lo que había podido. Como Macumail podía quedarse en Espolón de Zazes pocos días sin levantar sospechas sobre sus intenciones, Arilyn supuso que se dirigía rumbo al puerto elfo, pues no dudaba que permanecería en las cercanías hasta haber cumplido el encargo de Amlaruil.
Por el rabillo del ojo detectó Arilyn una silueta que le resultaba familiar en las negras aguas: una forma elfa, de talla más reducida que sus parientes de la superficie, y casi invisible tras unas vetas oscilantes de algas que utilizaba como cubierta. De no haber sido por su agudeza visual, Arilyn no la habría visto.
Sin duda el elfo formaba parte de una patrulla; llevaba atada a la cintura una red cuidadosamente enrollada, aparte de varias armas punzantes, y su expresión era cautelosa. No le cupo duda de que otro elfo, armado de esa misma guisa, le cortaría el paso por la derecha.
Dejó al descubierto ambas manos alzadas a los costados para demostrar que no iba armada y, despacio, se encaró con el primer elfo para, utilizando la expresión por gestos que había aprendido de Perla Negra, exponer con gran trabajo su necesidad de encontrar a Macumail. A regañadientes, añadió que había recibido un encargo de Amlaruil de Siempre Unidos.
Los ojos del elfo del mar mostraron reverencia ante la simple mención de la reina elfa, una expresión que Arilyn había visto demasiado a menudo en el rostro de Macumail, o de cualquier otra persona que hubiese conocido a la reina Amlaruil. Hasta Elaith Craulnober, un rufián elfo de la luna conocido de Arilyn que se había pasado un puñado de años lejos de Siempre Unidos, ganándose a pulso su reputación de personaje diestro en la batalla y muy cruel, se quedaba ensimismado ante la simple mención del nombre de la reina. La Arpista apretó los dientes y concentró su atención en los dedos del elfo del mar, que trazaba una red de gestos ante ella.
El amigo de los elfos Macumail nos ha hablado de ti, Arilyn Flor de Luna. Nos han encomendado que escoltemos tu llegada, aunque esperábamos que llegases en barco.
Alzó una mano para trazar un ademán que denotaba humor.
No obstante, Arilyn no estaba de humor. «Flor de Luna» era el nombre de la familia real de Siempre Unidos..., el nombre de su madre, un nombre que Arilyn no había pensado nunca en reclamar como propio. No cabía duda de que se trataba de un simple error, pero uno que le causaba un dolor punzante.
Hojaluna
, le corrigió, deletreando la palabra con deliberada lentitud, pero el elfo se había apartado ya de ella y conversaba presa de excitación con su compañero, una hembra que se distinguía por una corta mata de rizos verdosos y un reluciente tridente que portaba. Los dos se enfrascaron en una breve discusión, pero sus dedos se movían a tal velocidad que Arilyn era incapaz de seguir el hilo de la conversación. Luego, los dos elfos le indicaron por gestos que los siguiera.
La Arpista suspiró y, al hacerlo, subió hacia la superficie un remolino de burbujas; luego, nadó detrás de las criaturas marinas. Aunque era una nadadora resistente, era imposible que mantuviese el ritmo de los elfos, y una y otra vez, su escolta olvidaba sus limitaciones, la dejaban atrás y tenían que volver a por ella.
Por fortuna, el
Caminante en la Niebla
no se había alejado mucho de la bahía y, cuando salió la luna, el trío vislumbró el barco en la lejanía. Los elfos del mar se despidieron de su acompañante y desaparecieron en las negras aguas, dejando que Arilyn se aproximara al bajío humano a solas.
Para sorpresa de Arilyn, el barco había echado anclas, cosa que era arriesgada porque la piratería era práctica común incluso tan cerca de Espolón de Zazes. Trepó por la soga de la que pendía el ancla y, sigilosa, emergió a la superficie en un costado del barco. Al sacudirse el agua de las orejas, oyó a su espalda el siseo inconfundible de una espada cuando sale de su funda.
Su propia espada salió limpiamente de su vaina y, con la hoja de luna firmemente sujeta con ambas manos, Arilyn se dio la vuelta para enfrentarse a su atacante.
El espadachín era joven, nativo de las islas Moonshae a juzgar por sus cabellos rojizos y su rostro ancho de nariz prominente, e iba equipado con una hoja de doble filo y una daga a juego muy común en aquella zona. Arilyn apretó las manos y se preparó para un ataque cierto, que no se hizo esperar. El hombre hizo una finta hacia abajo, un gesto muy común que sin duda iba a proseguir con un movimiento de la daga para descargar la espada a la altura de la cabeza. Entre los humanos de Faerun había muchos estilos de esgrima, pero Arilyn estaba familiarizada con todos ellos.
Contraatacó la finta de la espada con una fuerte descarga hacia abajo que obligó al hombre a torcer la espada hasta apuntar al muelle. Antes de que él pudiese intervenir con la daga, giró la muñeca para lanzar una estocada con la hoja de luna a la derecha con tanto ímpetu que la diminuta arma salió volando por los aires. Al mismo tiempo, pisó con fuerza la espada del hombre, que todavía apuntaba hacia abajo, y se la arrebató de las manos. El ejercicio completo duró apenas diez segundos.
Durante un momento, el joven se limitó a quedarse allí, desarmado, demasiado sorprendido por el ritmo del combate para asimilar los resultados. Luego, un atisbo de certidumbre asomó a sus ojos y abrió la boca para dar la voz de alarma antes de morir.
Arilyn volvió a enfundar la hoja de luna y sumergió ambas manos en la brillante mata de pelo del joven. Lo atrajo hacia sí y, después de estampar la cabeza contra su frente, lo apartó y se colocó a la izquierda. Alzó la rodilla derecha y se la hundió en el estómago. Al oír la exclamación ahogada de sorpresa y dolor, Arilyn cambió de dirección y le hundió el codo en la nuca. El joven se desplomó, inconsciente, pero sin ningún daño de consideración.
—Una lástima —comentó una voz profunda, ligeramente risueña, a su espalda—. Yo que tenía tantas esperanzas con el chiquillo. Nunca ha tenido la suerte de su padre con las mujeres, eso es un hecho.