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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Salvajes (17 page)

A Chon le encanta disparar.

Le gusta sentir el metal en las manos, el culatazo, el retroceso, la precisión de la química, la física y la ingeniería combinadas con la coordinación visomotora. Por no hablar del poder: disparar un arma proyecta tu voluntad personal a través del tiempo y el espacio en un santiamén. Quiero darle a una cosa y le doy. Va directo de la mente al mundo físico. Como esas presentaciones en Power Point.

Te puedes pasar cincuenta mil años practicando meditación o puedes comprar un arma.

En el campo de tiro, haces un agujerito impecable en un trocito de papel —una entrada nítida, sin el descuidado orificio de salida— y resulta de lo más satisfactorio.

Vamos, que a Chon le encantan las armas de fuego: son sus herramientas de trabajo.

(En términos antropológicos, la diferencia entre una «herramienta» y un «arma» es que aquélla se usa en objetos inanimados y ésta, en objetos animados, si estás de acuerdo con el concepto de «objetos» animados.) No es el caso de Ben, a quien le han enseñado a aborrecer las armas de fuego.

Y a sus propietarios.

En su hogar, tan humanista, los despreciaban; los consideraban panolis atávicos y fachas chalados. Sus padres solían sacudir la cabeza y reír entre dientes con tristeza cuando veían las viejas pegatinas: «Tendrás mi arma cuando me la quites de las manos frías, después de muerto».

¡Qué pena! ¡Qué pena! ¡Qué atraso! No son las armas las que matan, sino las personas.

(«Las armas sí que matan —dice Chon—. Para eso están.»)

«Bueno, sí, las personas que tienen armas», terciaría el padre de Ben.

De todos modos, Ben es no violento por naturaleza.

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—Eso es imposible —le discutió Chon en una ocasión—. Somos violentos por naturaleza y no violentos por formación.

—Todo lo contrario —replicó Ben—. La sociedad nos condiciona para ser violentos.

—Mira los chimpancés.

—¿Qué les pasa?

—El 97% de nuestro ADN es similar al de los chimpancés —dijo Chon—, que son unos cabritos violentos que se matan entre sí. No me dirás que la sociedad los condiciona.

—¿Me estás diciendo que somos chimpancés?

—¿Me estás diciendo que no lo somos?

Por supuesto que somos chimpancés.

Somos chimpancés con armas.

Chon recuerda un viejo dicho, según el cual, si dejas suficientes chimpancés en una habitación con suficientes máquinas de escribir, acabarán escribiendo
Romeo y Julieta
, y se pregunta si lo mismo se aplicará a las armas. Si dejaras suficientes chimpancés en una habitación con suficientes subfusiles MAC-10, ¿acabarían matándose entre ellos?

En realidad, lo único que hace falta es un solo chimpancé innovador, una sola mona Chita sociópata con suficiente curiosidad, cabeza y furia interior para apuntar el arma y apretar el gatillo, y ya la has liado, tío. ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. Rebotarían contra las paredes el plomo y los trocitos de Bonzo, hasta que el último chimpancé que quedara en pie (por así decirlo) resultara herido de muerte.

«¿Alguna vez habrá pensado Dios —se pregunta Chon, suponiendo un hecho que no está demostrado—: "Ajá, si ponemos en un planeta suficiente cantidad de seres humanos con el átomo, serían capaces de...?". Claro que sí, carajo —Chon no tiene ninguna duda—, claro que sí. Si somos capaces de lanzar un avión contra un edificio, a propósito, en el nombre de Dios... Bueno, no fue exactamente en el nombre de "Dios", pero...»

Da igual, da igual. Sea como fuere...

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Chon lleva a Ben al campo de tiro.

Hoy —como siempre— está lleno de gente con aspecto de policía, gente con aspecto de militares y mujeres, algunas de las cuales tienen aspecto de policías o de militares.

A las mujeres del Condado de Orange les encanta disparar, tío. Puede que Freud tuviera razón —no lo sé—, pero allí están con sus pendientes —se los quitan para ponerse los cascos—, sus joyas, su maquillaje y su perfume, acribillando a potenciales ladrones, violadores y auténticos (bueno, auténticos no) maridos, ex maridos, novios, amantes, padres, padrastros, jefes y empleados del sexo masculino que les hacen la puñeta...

Según un chiste que tiene mucho de cierto, en el campo de tiro las mujeres no disparan a la cabeza, sino a la entrepierna, no apuntan a los ojos, sino a la cola, hasta que los instructores se dan por vencidos y les enseñan a apuntar a las rodillas, porque el tiro siempre sale un poco más arriba y así pillarán al novio, marido, papi, ex novio, ex marido justo en los genitales.

Es el caso de O., por ejemplo.

Un día, Chon la llevó al campo de tiro para reírse y pasar el rato.

¡Qué puntería!

Le salía naturalmente.

(Ya hemos dicho que a O. le gustan los instrumentos de poder, ¿verdad?) Disparó seis tiros —en tandas de dos, como le había dicho Chon— y los clavó todos en el blanco, en puntos que habrían resultado letales. Bajó la pistola y dijo:

—Creo que lo he hecho bastante bien.

Ahora Chon entrega una pistola a Ben.

—Tú sólo apunta y dispara —le dice—, sin pensar demasiado.

Es que Ben analiza todo demasiado. Chon se sorprende de que el chaval sea capaz de mear sin sucumbir a la parálisis mental. («¿Será mejor sacar el pajarito con la mano derecha o con la izquierda? Si lo saco con la mano izquierda, ¿se creará alguna conexión subconsciente con conceptos como "siniestro", mientras que, si uso la derecha, lo asociaré con "diestro", y por qué me chorreará la orina por la pierna?») Efectivamente, Ben mira la silueta del blanco y se pregunta si habrá campos de tiro afroamericanos en los que el blanco sea una figura blanca sobre fondo negro, un miembro amenazador del Ku Klux Klan que sale en Misisipi por la noche. Es probable que no, al menos no en el Condado de Orange (que protege con celo los derechos que le concede la segunda enmienda), donde les convendría limitarse a ponerles un
sombrero
a los blancos y ya está.

«Toma ésa, Pancho, y ésa y ésa y ésa.»

A Ben le desagrada aquello y se siente totalmente fuera de lugar en aquel arenero extraño y neofascista, contemplando la silueta de la figura negra, aunque sin raza, que lo mira fija y amenazadoramente, mientras Chon dice algo así como:

—Apunta y dispara dos veces.

—Dos veces.

Chon asiente con la cabeza:

—Tu coordinación visomotora se corrige automáticamente al segundo disparo.

—¿Adónde tengo que apuntar? —pregunta a Chon.

—Da igual. Basta con que le des —responde Chon.

A la distancia en la que están pensando, probablemente, no importa en absoluto, porque el choque hidrostático se encarga de todo: la bala penetra y crea una ola de sangre que choca contra el corazón como un tsunami.

Ben apunta y dispara...

Dos veces.

Bang, bang.

No le da a la silueta...

Ninguna de las dos veces.

Al diablo con la autocorrección.

—Vas a tener que mejorar un poco —le dijo Chon.

Recuerda lo que decían sus instructores en los SEAL:

«Cuanto más sudor en el campo de entrenamiento, menos sangre en el campo de batalla.»

134

«Bueno —piensa O.—, al final he conseguido mi propio
re-al-i-ty show.»
Alza la vista a la cámara de vídeo montada en lo alto de la pared que la vigila las veinticuatro horas del día los siete días de la semana.

Imagina las descripciones de los episodios en la página web del canal de televisión:

La doble penetración de O.

O. secuestrada.

Amenazan a O. con decapitarla (o, tal vez, O. conoce a Jasón).

O. en cautiverio.

O. como rehén.

Suficiente para la primera temporada.

Después se prepara la situación de suspense para acabar la temporada:

¿Sobrevivirá O. o será eliminada?

135

La chica despierta la curiosidad de Esteban.

¡Claro! No podía ser de otra manera.

Una chavala estadounidense,
güera, guapa
y con aquellos tatuajes que le bajan por el brazo, una sirena y chorraditas así. ¡Y aquellos ojos azules!

Es una
bruja
, una hechicera.

Vamos a ver, no nos equivoquemos: Esteban no está enamorado de ella. ¿Si a su polla le gustaría probarla? Claro que sí: las pollas piensan por sí mismas, pero él está enamorado de Lourdes y le es fiel a su barriga hinchada.

Lo malo es que no puede verla.

Puede llamarla por teléfono, pero ahora Lado lo tiene allí, ocupándose de la rehén
güera
: le lleva la comida, la custodia, se asegura de que no se escape.

Lado le iba a cortar la cabeza a la chica. Sin duda, Esteban está contento de que no haya ocurrido.

No sabe qué haría él al respecto: aún sigue tratando de sacarse de la cabeza lo ocurrido con aquel abogado que se retorcía en el suelo, suplicando y llorando. Todavía ve su propia mano apretando el gatillo y los sesos y el pelo del abogado volando hacia atrás. Cada vez que lo recuerda —le ocurre con frecuencia—, tiene ganas de llorar.

Por eso espera que a Lado no se le ocurra pedirle que le haga algo a aquella chica.

Parece agradable.

Loca
, pero agradable.

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Hasta la propia Elena siente un poco de curiosidad con respecto a O.

Algunas veces se sienta delante del ordenador, se conecta a la cámara y la observa.

No cabe duda de que tiene clase, aunque algo peculiar. Es muy personal y demasiado soberbia; el tatuaje resulta insólito, pero hay que reconocer que la chavala tiene valor, independencia.

Elena realmente espera no tener que matarla.

137

La primera opción es hacerles el juego, conque...

La primera entrevista de Ben con sus nuevos jefes tiene lugar en un salón del Surf & Sand, carito, aunque no tanto como el Montage.

Álex y Jaime llegan acompañados de napalm.

Es decir, el olor de la victoria.

Petulantes, empalagosos, asquerosos y repelentes.

Llegan acompañados de algo más: un mexicano de mediana edad, al que no presentan por su nombre, sino como «el Hombre»: el capo del cartel de Baja en el Condado de Orange.

Ben lamenta que Chon no esté allí, porque habría flipado.

El capo no abre la boca y se limita a observar a Ben mientras Álex y Jaime le explican que todo lo que le van a decir procede directamente de él; tiene los ojos más fríos que Ben haya visto jamás, salvo en un vídeo de rehenes y en particular aquel en el que aparecía O.

Con aquel individuo, al que Ben identifica como el tío de la sierra mecánica.

Explican a Ben lo siguiente:

Que deberá indicarles dónde están situadas sus casas de cultivo.

Que les informará, por medio de Álex, cuando una cosecha esté a punto.

Que el cartel de Baja enviará un equipo a recogerla con el pago acordado.

Que, mientras tanto, Ben empezará a ponerse en contacto con sus clientes para avisarles de los cambios y asegurarse de que respeten la nueva situación.

Que si Ben tiene algún problema, se pondrá en contacto con Álex o con Jaime, aunque, francamente, es de esperar que Ben no tenga ningún problema ni que el cartel de Baja tenga ningún problema con Ben, pero...

Que si el cartel tuviera algún problema con Ben, Jaime o Álex no tardarían en ponerse en contacto con él para resolverlo de inmediato o, de lo contrario, volvería a ver al tío de la sierra mecánica, que resolvería el problema matando a O.

¿Le ha quedado claro?

Le ha quedado muy claro. A Ben le van a dar por el culo muchas veces, durante tres años o hasta que pague veinte millones de dólares. Les indica dónde queda una casa de cultivo cuya cosecha estará lista al cabo de dos días.

Espera que eso le proporcione tiempo para planificar.

138

O. tiene por delante tres años de reclusión.

A menos que sus chicos vayan a rescatarla con el Monet.

(O. cateó dos veces Historia del Arte, en parte por ser incapaz de distinguir a Monet de Manet y en parte por no ser capaz de asistir a clase.) Sin embargo, reconoce la diferencia entre Monet y el moni y sabe que veinte millones de dólares es mucha lana y, si bien sus chicos no dudarían en desembolsarlos, si los tuviesen, no cree que dispongan de esa suma.

Aún.

Eso significa que va a estar un tiempo a la sombra.

Durante un período breve, pero interesante, de su corta vida, a O. le dio por ver películas de mujeres en la cárcel. Ash y ella se dedicaron a ver vídeos viejos:
Rejas ardientes, Calor a la sombra, Calor entre rejas ardientes
. En todas ellas siempre había una chavala joven que caía ahí dentro con un puñado de machorras duras, un director o directora avaricioso y una prisionera mayor y más amable, que hacía las veces de madre, y O. y Ash se corrían de gusto con el porno lesbiano blando. Lo que más les gustaba era bajar el volumen e inventarse los diálogos ellas mismas.

Por eso le parece que sabe un poco sobre estar a la sombra.

Al menos le han quitado la venda de los ojos. La han puesto en una habitación que tiene una cama y con un cuarto de baño al lado, con váter, lavabo y ducha. Tiene una ventana, pero está tapada con cinta adhesiva, para que no pueda ver hacia fuera y adivinar dónde coño está.

Evidentemente, la única puerta está cerrada por fuera.

Tres veces al día, aquel chavalillo mexicano tan mono y tímido entra con su comida en una bandeja. Aunque ella le ha preguntado, no ha querido decirle cómo se llama.

El desayuno siempre es un panecillo con mantequilla y mermelada de fresa.

Para comer, un bocadillo de crema de cacahuete y gelatina.

Para cenar, cualquier cosa calentada en el microondas.

No puede ser.

No durante tres largos años, llegado el caso.

En primer lugar, porque la repetición del vídeo la está volviendo majara.

En segundo lugar, porque, cuando no ve el vídeo, se aburre como una ostra.

De modo que...

Empieza a darle vueltas a la cabeza.

139

Más tarde, esa noche.

Ben y Chon han ido a la oficina de la calle Brooks a presenciar el vudú informático de Jeff y Craig.

Jeff, con bañador de surf y camiseta, se apoya en el respaldo de la silla con el portátil en las rodillas y los pies descalzos sobre el escritorio. Fuma un porro y observa el monitor, mientras Craig, con los cascos puestos, habla con Dennis.

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