Siempre es agradable saber lo que uno vale.
Como Ben es Ben, presenta otra opción.
(Ben cree firmemente en las situaciones en las que todos salen ganando.)
—Calculad lo que ganaríais en esos tres años, decid una cantidad y la pagaremos para que la soltéis de inmediato —propone.
—La oferta es interesante —dice Elena.
—No es ningún tontaina —comenta Jaime.
—Nos lo pensaremos —dice Elena.
A fin de cuentas, de eso se trata.
Cifras.
Cuadran o no cuadran.
Jaime se pone a trabajar.
La proyección es muy sencilla: partiendo de las ventas actuales, las previsiones del mercado, hay que tener en cuenta la inflación y añadir un margen por las variaciones de las divisas...
¿Alguien quiere jugar a
El precio justo
?
¡A jugar!
El precio de tres años de servidumbre forzosa más la vida de una jovencita de Laguna algo ida... sin pasarse... asciende a...
Veinte millones de dólares.
—Trato hecho.
—Quiero asegurarme de que nos entendemos: trabajáis para nosotros y tenemos a la joven como «huésped» durante tres años o hasta que abonéis una cantidad fija de veinte millones de dólares. ¿Correcto?
—Sí.
—¿Trato hecho?
—Trato hecho —dice Ben.
—¿Y qué dice don Jódete?
Chon asiente con la cabeza.
—Quiero oírtelo decir.
Lo tiene en la punta de la lengua.
Casi, casi.
Trata de controlarse, trata de contenerse, pero...
Chon dice...
—Trato hecho.
Por la cabeza de O. pasa otro videoclip.
Es un bucle continuo: no puede detenerlo, no puede cancelar la repetición automática, no puede cambiar la configuración.
Se repite, se repite y se repite.
En el videoclip se ve a sí misma.
Atada a una silla.
Con una sierra mecánica junto al cuello.
Siente el terror, el espanto.
Ve la hoja que se le acerca.
Ve su propia muerte.
Se oye gritar.
Se repite.
Con los ojos vendados es peor, porque sólo lo ve en su cabeza. No puede dar vueltas por el multicine hasta encontrar una película que le guste, sino que está clavada en aquélla. Siempre ha sido algo alocada, pero ahora empieza a temer en serio que esté a punto de volverse loca.
Un solo pensamiento la mantiene medio cuerda.
Sus hombres vendrán a buscarla.
Está segura.
Tiene que dominar su mala uva.
De todos modos, de pie en la terraza, Chon tiene una pistola en la mano mientras contempla el océano, aunque en realidad no lo ve.
Por el contrario, se ve a sí mismo matando gente.
Quisiera asesinar a Hernán Lauter.
Y al cabronazo que sostenía la sierra mecánica.
Y a Hernán Lauter otra vez.
Chon quisiera empezar todos los días matando a Hernán Lauter y en cierto modo lo hace, porque es lo primero que piensa al despertar, después de dormir lo poco que consigue conciliar el sueño. Cuesta un poco imaginárselo en detalle; además, jamás ha visto a Lauter, pero Chon continúa con su imagen mental.
Algunas veces, Lauter es obeso; otras, flacucho; joven, viejo, con papada, mejillas hundidas, de piel blanca o morena de distintos tonos; tiene el cabello negro azabache, canoso, plateado, escaso o abundante.
Sin embargo, lo que nunca cambia es la manera de matarlo.
¿Cómo no? En sus fantasías Chon siempre introduce una pistola en la boca de Lauter y aprieta el gatillo.
Dos disparos.
¡Bang, bang!
Después dispara en las tripas al cabronazo de la sierra mecánica y, cuando está encorvado, le corta el melón y lo arroja a los pies de O.
De puro galante...
Honesto como siempre, en realidad Chon no está seguro de si su furia se debe a lo que Hernán le ha hecho a él o a lo que le ha hecho a O. Sabe que debería ser por lo segundo, pero que, probablemente, tenga más que ver con lo primero, porque, al fin y al cabo, en realidad uno no siente el dolor ajeno: sólo puede imaginárselo.
Sin embargo, en cierto modo, tiene alguna idea de lo que ella siente, porque Lauter les ha mostrado a los dos sus muertes inminentes.
Su furia es impotente: elige la palabra a propósito.
Porque sabe que no puede actualizarla. ¡Qué palabra de mierda!
No puede actuar en consecuencia, no puede hacer nada con respecto a su furia.
Ninguna cantidad de Viagra ni de Cialis le permitirá matar realmente a Hernán Lauter o ni siquiera acercarse a él. Como no puede hacer nada, su furia es una tormenta interior que se va armando con violencia y se vuelve más intensa por ser contenida (una tormenta en un vaso de agua), lo cual, evidentemente, produce más furia.
Ben sale a la terraza.
—Es posible que tuvieras razón —dice.
—En el momento en que lanzaron la primera amenaza —dice Chon—, deberíamos habernos esfumado de inmediato o haber aniquilado a un porrón de gente. Así habríamos cortado por lo sano, pero no lo hicimos.
—Ahora es demasiado tarde —dice Ben.
Analiza la situación. Tienen tres opciones:
La primera opción queda descartada. O. jamás podría resistir tanto tiempo y, además, más tarde o más temprano, Rupa querrá saber dónde está su hijita y entonces se joderá el invento: si intervienen la Policía, el FBI y toda la pesca, lo único que conseguirán es que maten a O.
La segunda opción es poco probable. El cartel de Baja puede tener a O. en cualquier parte; literalmente, en cualquier lugar del mundo. Si está en México —lo más probable—, no hay forma de que la encuentren y mucho menos de que emprendan algún tipo de incursión al estilo israelí y la liberen. No hay forma de que salga viva, en todo caso.
Sin embargo, deciden que aún tienen que intentarlo. Un paso a la vez: tratar de localizarla y, mientras lo consiguen...
La siguiente opción: pagar el puto dinero.
Sí, claro, con mucho gusto. Lo que pasa es que no disponen de una cifra semejante, al menos no líquida.
Hay mercancía que tienen que vender al descubierto al cartel de Baja. Ben podría vender la casa, pero ¿quién puede comprar casas multimillonarias en esta época? Y los bancos, en lugar de prestar dinero, lo piden prestado. Además, ¿qué van a poner como garantía? ¿La droga? En realidad, como valor es más seguro que muchos otros, en este momento, pero no es algo que uno pueda mencionar al solicitar un préstamo.
(«¿Quieres ver cómo se descongela la congelación de los créditos? —pregunta Chon—. ¿Cómo se hace para que los cabronazos que se quedaron con nuestro dinero y ahora se niegan a prestárnoslo se saquen los puños del bolsillo? Con pelotones de fusilamiento: te vas con unos cuantos presidentes de bancos en el descanso del
Monday Night Football
, los ametrallas en la línea de mediocampo y verás cómo empieza a circular el crédito igual que el whisky en un velatorio irlandés.») Ben dispone de dinero: tiene cuentas en Suiza, las islas Caimán, las Cook... Tiene algunas inversiones que podría liquidar. El problema es que tiene muchas inversiones que no puede liquidar. Verde Que Te Quiero Verde.
En términos generales, el tío es un organismo internacional de ayuda compuesto por una sola persona y ha invertido mucho según sus convicciones: Darfur, el Congo, Myanmar...
Por eso, si liquida todo lo que puede liquidar, puede conseguir...
Quince millones de dólares.
Todavía le faltarán cinco millones para liberar a O.
—¿A quién conocemos que tenga esa cantidad de dinero? —pregunta Ben.
—El cartel de Baja.
Sin duda, el cartel de Baja maneja esa cantidad de dinero.
¿Por dónde empezar? ¿Por dónde empezar?
Ben, que siempre lo analiza todo, dice que deberían comenzar por revisar los errores cometidos.
—Autocrítica maoísta —sugiere Chon.
—Algo así —reconoce Ben y se confiesa culpable de los siguientes pecados:
Autocomplacencia.
Arrogancia.
Ignorancia.
Tres al precio de dos.
Sin embargo, su autocomplacencia está llegando a su fin y lo mismo ocurre con su arrogancia.
Les queda la ignorancia.
—Lauter lo sabe todo acerca de nosotros —dice Ben—, en cambio nosotros casi no sabemos nada de él.
Ése es el primer paso.
Llega el tren.
El Metrolink de cercanías se dirige al sur, hacia Oceanside.
Dennis se acerca al coche.
—Dos veces en una misma semana —dice—. ¿A qué debo el placer?
—Sube —dice Ben, mezcla de invitación y solicitud perentoria.
Dennis se sienta en el asiento del acompañante.
—Quiero toda la información que tengas sobre el cartel de Baja —dice Ben.
—Ya te la he dado.
—No me refiero a lo primero que averiguaste cuando eras novato —dice Ben—. Quiero todo lo que sepas: información confidencial, rumores, especulaciones, todo lo que sepas.
Dennis sonríe con suficiencia:
—No puedo decirte eso.
Ben le suelta un puñetazo en toda la cara... y fuerte.
—¡Por Dios, Ben! ¿Qué coño...?
«¿Éste es Ben?», Chon no lo puede creer.
¿El dulce Ben?
¿Ben, el pacifista?
Guay.
—Vamos, Dennis, claro que puedes —dice Ben—. Si no lo haces, voy a tu oficina, llamo a la puerta de tu jefe y me presento como la persona que te paga más que él.
Dennis ríe —Ben y él mantienen un acuerdo de destrucción mutua garantizada: si se denuncian el uno al otro, los dos acaban en la misma prisión— y le recuerda aquella dinámica perfectamente simétrica.
—Me importa un pimiento —brama Ben, furioso—. Yo iré a la cárcel, pero tú... Tu piso en Princeville va a la subasta, tu mujer tendrá que recibir prestaciones sociales y tus hijos, en lugar de ir a la universidad, acabarán en el Programa de Formación para Ayudantes de Dirección de Burger King.
A Dennis ya no le hace gracia, pero empieza a poner excusas.
—Son miles de páginas...
—Qué bien.
—Hay informantes confidenciales...
—Lo quiero todo.
—No forma parte de nuestro trato —dice Dennis.
—Ahora sí —dice Chon.
Dennis empieza a decir chorradas: que si piensan que se puede salir del edificio con cajas llenas de documentos, que la cosa no va así, que los vigilan como halcones, que es 1984, con circuitos cerrados de televisión, espionaje interno, las últimas tecnologías...
—Vuélcala electrónicamente —dice Ben—. Mis
geeks
informáticos te llamarán. Sigue sus instrucciones. Será rápido.
—Tardaré semanas en reunir todo el material —replica Dennis.
—Mira, cabrón hijoputa —dice Ben, pero después adopta la actitud de Hyman Roth—, te pagamos todos los meses, sin excusas. Un mes nos va bien y te pagamos. Un mes nos va mal y también te pagamos. Tú no preguntas y nosotros no te lo decimos, porque no tiene nada que ver. Año tras año, hemos pagado la educación de tus hijos, la ropa que usan, la comida que se llevan a la boca. Ahora necesitamos que nos eches una mano y tú vas a colaborar. Ponte delante del ordenador esta noche a las diez o a las diez y cinco...
Dice en voz alta el número del teléfono móvil del jefe de Dennis.
Dennis baja la vista al suelo del coche.
Está de mal humor.
—Pensaba que erais honestos.
—Pues no lo somos —dice Chon.
—Ya puedes empezar a hablar —dice Ben—. Dime algo que me pueda servir sobre Hernán Lauter.
Dennis se echa a reír.
¿Hernán Lauter?
—Hernán es incapaz de hacer funcionar una desbrozadora —dice Dennis—. Podría diseñarla, porque es ingeniero, pero... ¿Dirigir el cartel de Baja, sobre todo cuando está en guerra? Por favor...
—Entonces, si Hernán no...
—Elena
la Reina
—dice Dennis, de lo más contento.
Ben se encoge de hombros.
—Mamita —Dennis está encantado de poder sorprender a aquellos dos gorrones arrogantes y condescendientes—. Su madre es la que dirige el negocio: Elena Sánchez Lauter, hermana de los difuntos hermanos Lauter, de infausta memoria. Elena
la Reina
.
—¿Conque el cartel lo dirige una jefa? —pregunta Chon—. ¿En un país tan machista como México? No me lo puedo creer.
—Mira por dónde —dice Dennis—, yo creo que es el machista de Chon el que no se lo quiere creer. Me parece que no te imaginas lo que no te puedes imaginar.
«Puede que tenga razón», piensa Chon.
Sin embargo, cambia toda su fantasía de venganza.
Ya no se ve a sí mismo haciéndolo.
Aunque es probable que haya matado antes a algunas mujeres. Ha salido a explorar; ha marcado una casa afgana con terroristas en su interior para los aviones teledirigidos; es probable que hubiera mujeres dentro cuando la volaron.
Sin embargo, Chon no va a atacar a una mujer.
Tampoco se ve a sí mismo volándole la tapa de los sesos.
Es un cerdo machista.
Ben se ha quedado pasmado.
¿Que el jefe del cartel de Baja es una mujer?
¡Cómo se cabrearía Hillary!
A O. tampoco le hace mucha ilusión, precisamente, enterarse de que la que quería cortarle la puta cabeza era la Power Ranger Rosa. Ha oído la voz de una mujer en el teléfono, dándole órdenes al tío de la sierra mecánica.
Después hablan de la solidaridad entre mujeres.
A Oprah no le va a gustar nada.
¡Como se enteren las mujeres verbalmente agresivas del programa
The View
...!
Dennis baja del coche y se vuelve para mirarlos.
—Si os vais a enfrentar con Elena
la Reina
—dice—, habrá muertes.
Después se siente un poco mejor.
Pide la hamburguesa doble de beicon.
Con queso.
No le falta razón, de modo que Chon y Ben van al campo de tiro.
Chon acude con mucha frecuencia, pero no porque se prepare para la revolución ni para la reconquista, ni porque tenga poluciones nocturnas sobre proteger la casa y el hogar de ladrones o gente que entre mientras él está dentro. ¡Caramba con los que te entran en casa! Uno pensaba que serían mexicanos que quieren robar y acaban siendo las compañías hipotecarias.