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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (4 page)

—Nelly, extrae nuestras coordenadas actuales del GPS. Utiliza la cabaña como objetivo. Y ahora dame un plan de vuelo poco arriesgado. —Nelly lo hizo en apenas un segundo, podían aterrizar con seguridad, pero con la nave destrozada y a cincuenta kilómetros de la cabaña.

Kris ajustó el encendido de frenado a su trayectoria y gritó:

—¡Plan de vuelo alternativo! Creo que puedo desviar un veinte por ciento de mi energía aerodinámicamente. ¿Con cuánto combustible me dejaría eso? —Kris tenia que asegurarse un margen. En las competiciones, cada esquife se encontraba a dos minutos de distancia de los que tenía delante y detrás. En ese momento, el VAL del sargento se hallaba un poco a la derecha, más o menos a diez kilómetros puede que menos. Hubiera sido un margen aceptable si Tommy estuviera conduciéndolos a ambos al punto de desembarco, pero no en aquel momento, con Kris cayendo en barrena en órbita baja.

»Nelly, contempla la posibilidad de que necesite alejarme cien kilómetros hacia el norte del VAL del sargento. —En un santiamén, Nelly modificó el plan de vuelo pero el resultado emitió una luz roja. Incluso asumiendo que Kris apurase el encendido de desorbitación al máximo, de ninguna manera podría disipar suficiente energía aerodinámicamente. Tendría que desviarse unos cien kilómetros del objetivo.

»Parte de la premisa de un desvío de veinte kilómetros —ordenó Kris. Tendría que tomar su primera curva lejos del VAL del sargento. Nelly generó rápidamente el plan de vuelo propuesto; Kris podía conseguirlo. De todos modos, un botón amarillo apareció en la pantalla de información, lanzándole una advertencia. Su reserva de combustible se encontraba por debajo de los estándares de la competición; la iban a descalificar.

Ignorando las necesidades de la máquina, Kris insistió:

—Hazlo, Nelly. —Y se preparó para el viaje de su vida. Hacía mucho tiempo, Kris había aprendido que todos los rumbos generados por ordenador podían ser mejorados por un humano. Para conseguir todos esos trofeos distribuidos por su habitación había tenido que ahorrar un poco de combustible aquí, un poco allá, siempre por su cuenta.

—Señor, quiero decir, señora, creo que veo al sargento. —La voz del cabo Li era una sucesión de crujidos y chirridos.

Kris estaba firmemente aferrada a la máquina. Su mano se había fusionado con la palanca de control; sus posaderas eran parte del escudo térmico y la estructura del ala. Sus ojos bien podían ser el ángulo de ataque, el medidor de gravedad y los indicadores de velocidad. Si perdía la concentración, sería el fin.

—¿Dónde, cabo?

—A proa estribor a dos grados, no, dos grados y treinta minutos, señora, y un grado y treinta minutos por debajo. Creo que es él. Señora.

Kris se arriesgó a echar un vistazo. Sí, había un VAL ante ella y un poco por debajo, frenando al igual que ella.

—Intente contactar con el sargento —ordenó antes de seguir pilotando aquel milagro.

—No recibo más que estática e interferencias, señora.

—Vale. —Kris se reprochó no haberse dado cuenta antes—. La ionización de su motor está entre nosotros. —Un instante después fue el momento de dar por terminado el encendido. Hizo girar la nave, dirigiendo los escudos térmicos hacia la atmósfera, y se preparó para el descenso. Li llevó a cabo varios intentos más de contactar con el sargento, pero el VAL 2 aún estaba frenando, apuntando con sus iones de escape hacia ellos. Kris le aconsejó agarrarse cuando el morro de su VAL empezaba a bañarse en aquella intensa luz.

Entonces llegó lo difícil. En aquel momento, un buen piloto de esquife compensaba el combustible que había ahorrado (si lo hacía bien) y aterrizaba en el punto exacto. Kris zambulló su nave de cabeza, ardiendo, a toda velocidad, en la atmósfera. Después hizo que su VAL tomase suaves, o quizá no tan suaves, curvas para despojarse de la energía sobrante. Kris las medía con los ojos entrecerrados.

Tenía que mantener los escudos térmicos entre la abrasadora corriente de aire ionizado y su propio cuerpo, que ardería como una tea en contacto con esta. Si tomaba la curva demasiado cerrada, los gases calientes acabarían con ella y sus marines. Si la tomaba demasiado abierta, se desviaría varios kilómetros del objetivo. Kris había aprendido aquellas maniobras cuando pilotar no era más que un juego a los mandos de los mejores esquifes de Bastión. En aquel instante, Kris maniobraba una nave de la que no sabía nada, dando bandazos de un lado a otro.

Kris había llevado a cabo una meticulosa revisión del equipo antes del vuelo. Ningún piloto entrenado pondría su culo en un vehículo aéreo que no hubiese inspeccionado a fondo previamente. ¡Pero jamás lo había pilotado! Identificó el nombre del fabricante estampado en la cabina. Tenía una buena reputación como fabricante de naves, pero su control de calidad tenía ciertas lagunas. Kris sintió que se le encogía el estómago, asfixiado por nudos tan tensos como el agarre que ejercía sobre la palanca de mando. ¿Sería su VAL uno de los buenos o tendría secciones defectuosas, como la quilla o el soporte del ala? Si Kris se exponía a demasiada presión o calor, ¿destrozaría el vehículo, condenando a la tripulación a una muerte en llamas?

Kris se obligó a mantener la calma para así escuchar mejor cada quejido, cada gruñido de la torturada estructura de aquella nave a la que estaba llevando al límite. Tras ella, un marine rezó una oración desconocida para ella, agradeciendo a su creador por la comida que estaba a punto de recibir.

—Algún día nos reiremos de todo esto —murmuró Kris a través del micrófono, de modo que todos pudiesen oírlo.
Si sobrevivimos,
pensó para sí.

Hacía calor en el VAL. Pese a los escudos, Kris podía sentir la temperatura a través de su traje, aumentando hasta quemarle el trasero. El medidor lo confirmó; había rebasado la alerta roja del fabricante. Kris comprobó, por el rabillo del ojo, la curvatura del ala, la velocidad a la que vibraba y la intensa fricción que refulgía en sus bordes. El vuelo del VAL se había convertido en un errático vaivén a través de la desafiante atmósfera, en una travesía peor que cualquier recorrido en esquife.

Sin embargo, Kris exigió más a la nave. Se encontraba por encima de su ruta. Kris apuntó hacia abajo, ganando velocidad (y calor) mientras caía como una piedra. La dirección era la correcta, pero iba demasiado deprisa, maniobrando por las malas y, pese a la resistencia en pronunciadas curvas, sacrificando energía, de un modo en el que jamás se había atrevido a pilotar un esquife. Kris se revolvió en su asiento mientras su piel se cocía. El medidor de temperatura, confirmando las protestas de su propia carne, se adentró en la sección roja. Pero no demasiado, así que quizá, después de todo, la estructura de la nave le guardase alguna que otra sorpresa.

—Esto... señora —le susurró el cabo Li a Kris a través del auricular—, mis indicadores señalan que su traje está al rojo vivo. ¿Quiere aumentar la potencia del ventilador y el refrigerador, señora?

Kris desvió su atención el tiempo suficiente para llevar a cabo los ajustes. Maldita sea, el traje al que estaba acostumbrada lo hubiese hecho inmediatamente. Pero los trajes de servicio eran estúpidos a propósito, como se ocupaba de recordarles el sargento de artillería en la EAO: «No os interesa que hagan algo sin vuestro permiso cuando los malos no hacen más que disparar y a vuestro alrededor todo es un caos».

—¿Todavía puede ver al sargento? —le preguntó Kris a Li.

—Creo que sigue ahí fuera, señora, pero es difícil ver con todos estos fuegos artificiales.

—Si alguien ve al sargento, que avise —dijo Kris, concentrándose en los controles.

—Sí, señora —respondió un coro de voces.

Transcurrió una eternidad hasta que el termómetro empezó a descender. Kris intentó ubicar su posición en el GPS, pero estaba rodeada de demasiada ionización. El sistema de guía inercial del VAL insistía en que se encontraban allí, donde ella quería, y Nelly estaba de acuerdo. Kris tomó aire, se reclinó en el asiento, intentó relajar todos los músculos de su cuerpo y descubrió que pilotar aquel cacharro era toda una experiencia.

—Lo veo. Allí está —dijeron varias voces tras ella—. Allí está el sargento, señora —confirmó el cabo.

Con un rápido vistazo, vio una estrella fugaz a su derecha, a unos treinta kilómetros si Kris había calculado bien. Con el VAL 2 a la vista, Kris dejó escapar un suspiro de alivio y devolvió la palanca a su posición original de forma pausada. Tal y como había planeado, la nave se desplazaba a velocidad subsónica y aterrizaría en unos tres minutos.

Tenía suficiente combustible como para volar unos segundos a velocidad de crucero, si lo necesitaba, pero sabía que no le haría falta y esa certeza le hizo esbozar una sonrisa de satisfacción. Un instante después, Kris pudo desviar su atención de los controles de vuelo hacia su casco, para alinear su antena de línea de visión con la nave del sargento.

—Sargento, por favor, informe a la Tifón de que el VAL 1 ha llevado a cabo la reentrada con éxito. —Kris contó hasta cinco a la espera de una respuesta, entonces empezó a repetir su mensaje.

—Recibido, VAL 1. Lo veo. Informe de su situación —contestó el sargento.

—He perdido mi enlace con la Tifón. ¿Puede ponerme en contacto con el capitán Thorpe?

—Será lo mejor. No ha dejado de llamarla a voces.

Kris apretó los dientes y se preparó para otra amigable charla con el militar que menos apreciaba. No tuvo que esperar mucho.

—Me alegro de que haya tenido un hueco para nosotros en su apretada agenda social. —La voz del capitán Thorpe era fría como un carámbano—. Informe de su situación.

—Perdí mi enlace, señor. No sería de muy buena calidad, supongo. —La calidad del equipo, así como los recortes en el presupuesto, traían de cabeza al capitán—. He conseguido ponerme en contacto con usted gracias al sargento. Está en posición para ejecutar el rescate, señor.

Hubo una larga pausa. Kris podía imaginarse al capitán Thorpe revisando los informes que le llegaban al puente, valorándolos cuidadosamente para comprobar si podría utilizarlos para hacer que la vida de la alférez Longknife fuese un poco más desgraciada.

—Eso veo, alférez. —Hubo una nueva pausa, más corta—. Alférez Lien, ¿puede tomar el control del VAL 1?

—Negativo, señor —respondió con rapidez—. Nuestro enlace con el VAL 1 está frito. No puedo pilotar ese vehículo.

—Entonces pasamos al plan B —dijo el capitán, tenso.

Y Kris sonrió.

Kris había aparecido en la reunión previa para planificar el asalto mientras el capitán y el sargento barajaban numerosas opciones; el primero sonreía de oreja a oreja.

—Sabía que esos civiles llamarían a los perros suplicando ayuda, por muy tacaños que fuesen. Moví todos los hilos para que asignasen la misión a nuestra nave. Ahora les enseñaremos cómo se hacen las cosas.

—No hay problema, señor, les mostraremos al resto de la flota y a esos terroristas que la Tifón es la mejor —dijo el sargento entre risas.

Kris no hacía distinción entre secuestradores. Había asistido a parte del juicio por el asesinato de su hermano. Si alguien sumase el cociente intelectual de los tres implicados, la cifra resultante seguiría siendo negativa.

En cualquier caso...

—Señor, esos terroristas cuentan con instrumental especializado —observó Kris—. Se han ventilado a tres equipos de rescate.

—Esos eran civiles. Ahora se enfrentan a los marines —afirmó el sargento con extrema frialdad.

—Un puñado de terroristas mal afeitados no puede plantar cara a lo que la Tifón le va a echar encima —espetó el capitán Thorpe con confianza antes de explicar su plan. Los marines se aprovecharían del sigilo de la noche para aterrizar en el patio delantero de los secuestradores. Caerían sobre ellos en paracaídas y se pondrían manos a la obra. Kris tragó saliva y observó que aquella estrategia se parecía mucho a la que se había empleado en el anterior rescate.

—¿Vamos a intentar la misma maniobra para enfrentarnos a tíos con semejante tecnología? —Dejó la pregunta en el aire pero, de haber cerrado la boca, hubiese dado lo mismo.

—La última vez funcionó, ¿no es así? —respondió el sargento, molesto—. Apuesto cinco dólares a que terminamos la misión, desde el desembarco al último disparo, en menos tiempo del que tardó el pelotón de los cardenales en solucionar aquel incidente con rehenes en Payallup el año pasado.

—Yo ya he apostado una botella de whisky con el capitán de los cardenales a que lo conseguimos —dijo Thorpe con una sonrisa. Al enfrentarse a aquella exultante confianza, Kris optó por tragarse sus reservas.

Los tres revisaron meticulosamente toda la información que habían recibido sobre el terreno. Nada impedía un desembarco tan próximo al objetivo, de modo que el capitán aprobó el plan del sargento. Y Kris dijo:

«Señor, sí, señor», como una buena alférez novata... y se fue a buscar a Tommy.

Pero si Kris saltaba en aquel momento, su pájaro haría un montón de ruido en aquella tundra, despertando a todas las bellas durmientes del lugar. Kris esperaba recibir órdenes de continuar pilotando el VAL mientras el sargento dirigía al pelotón. Aparentemente, a la Marina no le gustaba la idea de enviar a marines armados hasta los dientes sin un oficial al mando.

—Plan B entonces, capitán —respondió el sargento a la red de comunicaciones. Kris repitió sus palabras, con un falso tono de alegría.

El capitán Thorpe se aclaró la garganta.

—Una última cosa antes de que cortemos este enlace. Estoy obligado a recordarles a todos los marines que esto no es una misión de búsqueda y destrucción. Sequim nos ha invitado a ayudar a las fuerzas de policía locales. Por lo tanto, llevarán a cabo la operación bajo sus procedimientos legales. Espero que tomen prisioneros, no que regresen con un montón de cadáveres.

Kris apagó el micrófono.

—Ya han oído al capitán. Esos cabrones tienen derecho a comparecer ante un jurado. Después, los habitantes de Sequim podrán colgarlos. —Los soldados lanzaron vítores al recibir aquella información. Kris había estado investigando; Sequim todavía no había ratificado la cláusula referente a la pena capital en la Declaración de Derechos Humanos de la Sociedad de la Humanidad. El padre de Kris casi había perdido la oportunidad de convertirse en primer ministro, dadas las tácticas que empleó para retrasar la firma de dicha cláusula por parte de Bastión el tiempo suficiente para que los asesinos de Eddy fuesen ahorcados. Era extraño, Kris no era capaz de imaginar al pequeño Eddy ahogándose, pero no tenía el menor problema con que sus asesinos acabasen bailando al final de una cuerda.

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