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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (34 page)

—Qué va, mi padre no hacía más que mezclarse con los malos, pero con los respetables, no como los que se enfrentaron ayer a nosotros... pero igual de peligrosos. Alférez, me alegro de volver a verla.

—Siento haberme perdido la diversión —dijo Kris, recriminándose haber invertido dos horas en comer.

—No, señora. Me alegro de que no estuviese. Si le parece que tengo mal aspecto, debería echar un vistazo a su escritorio: le alcanzó un cohete. Ahora que no tiene oficina, va a tener que dar vueltas por aquí.

—Empezaré ahora mismo —dijo Kris—. ¿Se va a poner bien? —le preguntó Kris al médico.

—Sí, si no me obliga a cortarle la garganta para que se calle —respondió.

—¿Y si te entretengo con algunos de mis chistes de contabilidad? —sugirió Spens.

—¿Dónde está el escalpelo cuando lo necesito?

Después de comprobar que las cosas estaban, dentro de lo posible, bajo control, Kris se dirigió a su oficina. Ester se unió a ella.

—No sabía que nuestros enemigos tuviesen cohetes —dijo Kris.

—El arsenal del Gobierno contenía algunos; no se consideraban propiedad personal.

—¿Y qué hay de ese arsenal?

—Ardió un mes después de que empezasen las lluvias.

—Deja que adivine: no hubo explosiones.

La mujer asintió.

—El fuego fue sorprendentemente escaso, teniendo en cuenta el contenido del edificio.

—¿Alguien había utilizado cohetes desde entonces?

—No.

—Eso significa que hay muchos más ahí fuera.

—Eso imagino, pero ¿se ha fijado en este ataque? Solo dispararon dos cohetes. Alcanzaron su oficina y su torre de vigilancia. Ninguno impactó en los almacenes donde se guarda la comida o en el patio donde trabaja la gente.

—Disparos selectos y muy precisos —concluyó Kris.

—Eso creo.

En su oficina, Tom estaba supervisando cómo un improvisado equipo de bomberos apagaba el fuego provocado por el cohete. Como dijo Spens, no quedaba nada de su escritorio; sin embargo, Kris había conseguido una ventana nueva. Si se hubiese encontrado allí, no hubiese quedado nada de ella.
Bueno, tía Tru, si no he estado aquí ha sido gracias a Hank Peterwald. ¿Te demuestra algo eso?

A Kris, desde luego, sí.

—¿Ha habido problemas en el complejo principal? —le preguntó a Tom.

—Ni el más mínimo. El comandante Owing sigue durmiendo la mona después de su almuerzo de cinco martinis. —Kris observó al equipo de la manguera, formado por más locales que miembros de la Marina. Jeb se separó del grupo.

—La mayoría de nosotros somos voluntarios del departamento de bomberos —le explicó—. Sabemos lo que hacemos.

—¿Y sabéis quién lo hizo?

—Sabe tanto como yo, señora.

—Bueno, gracias por contribuir. —Kris se volvió hacia Ester—. Si cualquiera de los trabajadores del almacén creéis que se ha vuelto demasiado peligroso, veré lo que puedo hacer para que trabajéis desde otra parte.

Ester se dirigió al bombero.

—Jeb, ¿qué os parece?

—Preguntaré, pero creo que si quisiesen irse ya lo habrían hecho. La mayoría de nosotros estamos contentos con lo que hizo ayer. —Echó un vistazo al fuego—. Obviamente, no todos.

—Podrían haberme matado —observó Kris.

—Lo sé, señora. Y si descubro quiénes, le daré sus nombres. Pero de momento no sé nada, así que nada puedo hacer.

—Con lo que hace de momento es suficiente —dijo Kris—. Espero un envío para esta tarde. Contendrá camiones y maquinaria pesada. ¿Conoce a conductores de fiar?

—Mandaré a uno de los muchachos al pueblo a por un par —contestó Jeb.

De modo que Kris pasó el resto del día como si el hecho de que su lugar de trabajo hubiese saltado en pedazos mientras ella almorzaba fuese pura rutina.

Tal y como había prometido, las dos naves de transporte de Peterwald depositaron treinta camiones en el patio de Kris. Una tercera le proporcionó una grúa y media docena de cajas cuyas instrucciones prometían que se abrirían hasta adquirir una serie de formas capaces de sortear el agua. Kris agradeció la ayuda a Hank con una llamada. Él parecía pletórico por su alegría, pero no se ofreció a aterrizar para compartirla en persona. Su nave había sufrido un cambio de horario; su padre estaba poniendo fin al viaje de Hank. Había algún problema con el proyecto.

Esa misma tarde, el coronel Hancock silbó sorprendido al descender de su camión, poco después de que el convoy de suministros cruzase la puerta del almacén.

—Mujer, insiste en quedarse con toda la diversión, ¿verdad?

—Siento este desastre, señor.

—¿Bajas?

—Tres heridos. Uno de ellos de la Marina: mi contable, Spens. Mi oficina ha quedado hecha añicos. Los sacos de arena de la torre parecen haber minimizado los daños. Un ingeniero local jura que no hay daños estructurales.

—Bueno. ¿Va a apostar guardias esta noche?

—Sí, señor. Vigilaré junto a un par de marines.

—Serán los marines los que vigilen, no usted.

—Señor.

—No me venga con «señor», jovencita. Puede que lo haya olvidado, pero yo no. Es una Longknife y no me apetece tener que rendir cuentas al primer ministro, su padre, después de que la maten.

—No van a matarme, señor.

—Pero si ocurre, habrá sucedido en mi turno. Y, por si no lo ha notado, en la Marina, si ocurren cosas en tu turno, la responsabilidad recae sobre ti. Lo sé de primera mano, alférez. Bueno, ¿qué tal le ha ido con ese tal como se llame?

—El señor Peterwald ha sido muy generoso entregándonos treinta camiones y seis barcos convertibles en puentes. También me invitó a un almuerzo de dos horas fuera de la base, que explica que no me encontrase en mi puesto cuando saltó en pedazos.

—Demos gracias a los dioses por estos milagritos. Así que él y usted se fueron por ahí.

—Mejor que haberme quedado con los lugareños, por lo que parece.

—Alférez, no tardará en descubrir que raro es el día en el que todo el mundo está contento. Si llega a disfrutar de algún día así, aprovéchelo.

Kris rió.

—Si algún día tengo esa suerte, tendré su consejo en cuenta.

El coronel Hancock se quedó con ella mientras inspeccionaba los convoyes. También echó un vistazo a los camiones nuevos. Los mecánicos locales ya los habían analizado y habían concluido que se encontraban en buen estado. Kris dobló el número de trabajadores durante el turno de guardia para que todos los camiones disponibles estuviesen cargados con los suministros del día siguiente. El coronel respondió ceñudo al reparar en la nueva flota de vehículos.

—Odio admitir que me avergüenzan los medios de los que dispongo. Hasta que lleguen los norteños, voy a tener más camiones que tropas para conducirlos.

—Los norteños llegarán mañana, ¿no es así? Ya tengo contratados cuatro autobuses —dijo Kris.

—Me han informado antes de marchar esta mañana de que su transporte ha perdido dos motores. Andan arrastrándose por el último sistema de camino a aquí a media potencia. Hazte a la idea de que llegarán con dos o tres días de retraso.

—Así que tendremos comida y transporte pero nadie para trasladarlos adonde hacen falta. —A Kris no le gustaba nada aquella idea. Había muchos niños hambrientos ahí fuera.

—Alférez, ¿qué hay de esa ONG que estás financiando?

—No dije que la estuviese financiando, señor.

—No, se ocupó de ocultar ese pequeño detalle cuando estaba explicándole los pormenores a un oficial superior. ¿No se le había ocurrido que puedo hacer una búsqueda por ordenador con la misma facilidad que usted?

—No, señor, quiero decir, sí señor. Quiero decir... ya sabe a lo que me refiero.

—Seguramente. En el pasado yo también fui un teniente segundo moderadamente insubordinado. Por fortuna, me libré de los cargos por amotinamiento como espero que lo haga usted. Entonces, ¿podría conseguirme a una docena de civiles que mantengan a los tiradores de la ONG a raya y sigan todas las órdenes que reciban de gente como Owing y Pearson?

—Ester y Jeb son bastante cabales. He conocido a un sacerdote, un predicador y un par de vendedores que creo que se han ganado el respeto de los locales y podrían llevarse bien con miembros decentes de la Marina.

—No he hablado de miembros decentes, he hablado de Owing y Pearson.

—Puede que Ester y Jeb puedan estar asignados a su cargo.

—Entonces tendrá la base a su disposición mañana y yo lo tendré todo listo en la carretera.

Una rápida conversación con Ester proporcionó a Kris una lista de personas con las que podía dirigir a un puñado de tiradores, siempre bajo la supervisión de un coordinador de la Marina. Jeb no podía participar; era cuáquero y su fe le impedía llevar un arma. Kris no estaba dispuesta a obligarle a portar una. En vez de eso, se ofreció voluntario para trabajar en el almacén durante toda la noche para cargar los camiones. Con el trabajo diario cumplido, Kris regresó a la base, acompañada por Ester y dos mujeres armadas.

—Puedo cuidarme sola —le dijo Kris a la mujer.

—Lo sé. Pero me apetece dar un paseo.

—Ester, no ha dejado de llover en todo el día.

—Así es. Puede que me esté acostumbrando. —Después de varios comentarios más por parte de Kris, esquivados con humor o replicados con comentarios absurdos por parte de Ester, las mujeres la dejaron en la puerta de la base. Kris llegó a tiempo para el último rancho, que gracias a Courtney era tan sabroso como reciente. El coronel apareció para tomar una taza de café mientras ella se sentaba a la mesa. Se colocó a su lado.

—Hemos trasladado su estancia.

—Señor, ¿no cree que eso es llevar las cosas demasiado lejos?

—Culpe a su amigo Lien. Quería alojar a los norteños en un bloque para que sus oficiales los mantuviesen alejados de los problemas. Ha hecho que Millie le acondicione un alojamiento nuevo.

—Pensaba que los norteños se iban a retrasar.

—Y así es, pero ese alférez novato no atendía a razones. —O se negaba a escuchar a cierto coronel.

—Entonces, ¿ya han vaciado mi viejo dormitorio?

—Y todos los que estaban a su alrededor. Quería asegurarse de que los de la limpieza supiesen que se trasladaba, pero no adonde.

Kris no iba a discutir la decisión si así impedía que alguien se viese alcanzado por un cohete dirigido a ella. Cuando llegó, Tommy la esperaba en el mostrador de recepción.

—El coronel me ha dicho lo que has hecho. Gracias.

—Yo no he hecho nada —mintió Tom mientras en su rostro pecoso se formaba una sonrisa—. Aquí tienes la llave. Estás en la segunda planta. Lo bastante lejos como para no ser un objetivo fácil y lo bastante bajo como para que no puedan escapar si intentan algo.

Así que, pese a cómo se encontraba, Kris durmió plácidamente.

15

Kris se sintió como una votante sin registrar el día de las elecciones cuando tragó su desayuno aquella fatídica mañana. Todos recibieron raciones para comer, incluso aquellos que no iban a salir. Descubrió que estos no superaban la docena, incluso contando a Spens y a los tres que seguían en la enfermería después del último viaje al campo. El coronel estaba detallando la organización del día.

Kris se dio prisa en llegar hasta el almacén para resolver algunos problemas de última hora, en realidad eran bastantes, y para despedirse de casi todos aquellos a quienes conocía en aquel planeta. Incluso Courtney tenía un convoy; Tommy, con unos cocineros locales, regresaría para cenar.

Con el patio vacío, Kris fue a buscar a Jeb. Su mano derecha le garantizó que él y sus civiles sacarían las naves de transporte de la playa, enviarían sus cargamentos al almacén y prepararían los envíos del día siguiente. Kris contempló la peor lluvia de cuantas había soportado desde que aterrizó y le pidió a Jeb que supervisase a sus trabajadores.

—Para eso cuento con mis tiradores. —Quizá fuese un cuáquero, pero no se oponía a que hombres y mujeres armados vigilasen el perímetro del almacén.

Mientras Kris regresaba al cuartel general, notó que alguien la seguía: eran las mismas dos mujeres que habían acompañado a Ester la noche anterior. No la siguieron hasta la puerta, custodiada por un único recluta de la Marina, pero se unieron a la media docena de civiles armados que recorría el perímetro de la valla que rodeaba el edificio.

Kris pasó por la enfermería; el doctor y uno de los médicos procuraban buenos cuidados a los heridos. Mientras deambulaba por los pasillos del cuartel general, Kris escuchó los ecos de sus pisadas; aquel lugar estaba totalmente cerrado. Al final del pasillo, las interferencias de una radio llamaron su atención. La sección de radio había sido trasladada a los convoyes de comida, pero su equipo aún monitorizaba la red. Uno de los equipos estaba conectado a la red principal, de modo que podía escuchar lo que ocurría en cualquiera de los convoyes. Eso solo hacía que se sintiese más abandonada. Hizo que Nelly lo apagase, para que se encendiera solo al recibir palabras de alerta como «auxilio», «fuego» o «emboscada».

La otra radio estaba monitorizando los canales civiles. Con un gesto de su muñeca, Kris la puso en modo de escaneo. Comprobó la banda de frecuencias hasta dar con una línea de interferencias y no se movió más. Kris volvió a activar el escaneo y el equipo llevó a cabo una larga búsqueda antes de dar con otra banda de interferencias. Entonces se sentó cómodamente en la silla, apoyó los pies sobre la mesa y golpeó el botón de escaneo en intervalos regulares hasta que la radio diese con algo. Pasaron un par de minutos hasta que se dio cuenta de que estaba cayendo en la misma frecuencia una y otra vez. Se incorporó, pulsó el botón de nuevo y observó que la búsqueda alcanzaba la sección superior de la banda hasta llegar al límite, para luego descender hasta llegar al mismo punto.

Lo hizo una vez más, con idénticos resultados.

—¿Te gustaría que aislase la señal de todo ese ruido? —le preguntó Nelly.

—¿Hay una señal entre todas esas interferencias?

—Sí.

—Hazlo.

Los altavoces permanecieron en silencio y entonces resonó una gran perturbación en la frecuencia.

—Lo siento —dijo Nelly cuando el estruendo cesó. Entonces regresaron las interferencias de antes, más bajas en aquella ocasión. A Kris le pareció escuchar palabras sueltas entre aquel crepitar: «Gripe», «inundaciones», «hambruna». Pero claro, ya había supuesto que se trataría de ese tipo de cosas. Finalmente, Nelly dio con el algoritmo adecuado y el mensaje pudo escucharse, débil pero con claridad:

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