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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (2 page)

—Tu ajuste de camuflaje está cinco nanosegundos por debajo de lo óptimo, pero se ajusta a los estándares de la Marina —murmuró Tommy. La Marina rara vez estaba a la altura de sus expectativas de perfección.

—Tu sistema de refrigeración tampoco es como para presumir, que se diga.

—Me preocupa más mi calefactor. Nos dirigimos a una tundra helada, ¿no lo has oído? —Ella sonrió.

Él se negó a dejar de fruncir el ceño por el intento de su compañera de imitar el acento irlandés de Santa María.

—Y tienes una junta un poco suelta en alguna parte.

Ya había reparado en ello; uno de los cierres herméticos de gel del traje tenía una pequeña fuga, pero todos los uniformes a bordo tenían al menos un cierre defectuoso. Era una broma pesada entre las tropas: los cierres buenos iban al mercado civil; los flojos, a los contratos del Gobierno pagados por el peor postor.

—No trabajo en los asteroides, Tommy. No voy a vivir en este traje durante un mes. —Kris le proporcionó la misma respuesta estándar que los directores de avituallamiento daban a su padre. El primer ministro de Bastión siempre las aceptaba. Pero claro, él no participaba en misiones de desembarco. Aquel día, su hija sí—. Solo estaré una hora en el vacío, dos como mucho. La atmósfera de Sequim es buena.

—Estás demasiado acostumbrada al barro —contestó Tommy, indignado.

—¡Para vacío espacial, el de tu cabeza! —replicó Kris, lanzándole una de sus características sonrisas, para luego volverse hacia el vehículo ligero de asalto (VLA) que los conduciría a su escuadrón y a ella a su destino. Era el vehículo más pequeño capaz de trasladar a uno desde la órbita al puerto, compuesto por un escudo calorífico que hacía las veces de ala, una cubierta abatible que solo estaba ahí para proporcionar sigilo y poca cosa más. Pero bueno, Kris había pilotado cáscaras de nuez más pequeñas—. ¿Ya lo has examinado? —preguntó, recuperando la seriedad.

—¿No lo he comprobado ya cuatro veces? —dijo Tommy con una sonrisa—. ¿Y no ha pasado la prueba cuatro veces? Tu humilde servidor te llevará a tu destino. —Aquel comentario hizo que Kris tuviese que esforzarse por mantener la calma.

El cuerpo confiaba en que los marines estuviesen dispuestos a jugarse el culo, pero no estaba por la labor de confiarles el control del vehículo. Sería tarea de Tommy llevar volando los dos VLA desde la Tifón, en órbita, hasta el aterrizaje; excepto durante tres o cuatro minutos durante los cuales la ionización aislaría las naves de la señal de radio... y entonces tendrían que tener encendido el piloto automático. Mientras tanto, Kris y sus once marines deberían permanecer allí sentados, aburridos y sin hacer nada. Aquella era solo una parte del plan aprobado que le hubiese gustado cambiar. Pero una alférez novata no cambia los planes que su capitán y su sargento de artillería diseñan.

—Ayúdame con mi kit —le dijo a Tommy. Los miembros del pelotón se agruparon por parejas, comprobando sus trajes, cargándolos con armas y equipamiento de desembarco. El cabo Santo fue con el escuadrón del sargento de artillería, el cabo Li echó un vistazo al de Kris. El sargento de artillería pasaría revista dos veces a cada traje, tres al de Kris.

El equipo de Kris era un poco más ligero que el de sus compañeros, ya que Nelly pesaba la mitad que el ordenador personal estándar de la Marina, y era capaz de manejar todos los comandos, controles, comunicaciones e inteligencia (C3I, en jerga militar) que un oficial podía pedir. No obstante, llevaba granadas propulsadas por cohete colgando de su armadura y cuidadosamente guardadas en su mochila; seis cargadores para su M-6, la mitad de los cuales llevaban munición no letal, los otros con munición real; además de agua, un botiquín y comida. Los marines nunca salían de casa sin pertrecharse a conciencia. Una vez equipada, Kris giró los hombros, apretó los labios y comprobó su equipo una vez más para ajustárselo y asegurarse de que no se encontraría con problemas. Había llevado mochilas más pesadas durante sus vacaciones universitarias por las montañas Azules de Bastión. Aquellos despreocupados meses viviendo al aire libre eran uno de los motivos por los que se encontraba allí.

Tommy le echó un vistazo en cuanto se agachó, apoyándose sobre una rodilla, y se incorporó de nuevo.

—¿Te las arreglas?

—Todo está en su sitio. No pesa mucho.

—¿Estarás a la altura? Mira que hay que rescatar a una niña secuestrada. —Su sonrisa se había desvanecido; comprobó que el nativo de Santa María parecía serio.

—Valgo para esto, Tom. Soy la marine con mejores calificaciones en armas ligeras de esta nave. Y también tengo los mejores resultados en los entrenamientos físicos. El capitán tiene razón. Soy su mejor soldado. Y Tommy esto es lo que quiero hacer.

—Alférez Lien al puente. —La voz sonó desde el MC-1 de la nave, poniendo fin a cualquier futura pregunta. Tommy le dio una palmadita en la espalda.

—Que tengas la suerte de los novatos y a Dios a tu lado —le deseó mientras se dirigía a la escotilla.

—No hay sitio para él en el VLA —contestó Kris por encima del hombro, lanzando una pulla más a su prolongada disputa. Pero Kris ya iba tras los pasos del sargento de artillería, comprobando una vez más el equipo y repasando su armamento. Tardó un segundo menos que él.

Él comprobó su equipo; y ella, el de él. Tommy le ajustó una de las correas y gruñó.

—Todo bien, señora. —Ella no encontró nada que modificar; tampoco esperaba lo contrario. El sargento de artillería había practicado para aquel momento durante dieciséis años. Que aquella fuese su primera misión con fuego real en todo ese tiempo no parecía importarle al capitán Thorpe.

—¡A desembarcar, equipo! —gritó Kris al pelotón que le habían asignado.

Con un grito de «¡Hurra!», los dos escuadrones se volvieron al unísono para quedar orientados hacia salidas opuestas, comprobando las correas de sus arneses y la distribución de su equipo mientras tomaban posición en los bajos asientos del VLA. Todas las lecturas de salida lucían en color verde. No obstante, Kris apretó las correas de sujeción una vez más. Aquella maraña era lo único que mantendría a los soldados en su sitio. Satisfecha, apoyó su propio trasero sobre uno de aquellos asientos bajos en la pequeña nave y estiró las piernas, evitando tocar los pedales de control. Las piernas del técnico que iba sentado tras ella la rodearon. Kris había estado una vez en un tobogán: su madre se negó, horrorizada, a que Kris bajara por él. Aquel tobogán era espacioso comparado con un VLA.

Comprobó todo una vez más para asegurarse de que su arnés estaba firmemente anclado a la estrecha quilla del VLA, se aseguró una vez más de que llevaba todo el equipamiento en su sitio, tiró de la cuerda hacia abajo y escuchó que encajaba en su sitio con un clic. Como buena parte del VLA, la cuerda era tan fina como el papel; esto hacía que la nave fuese aún más sigilosa. Solo sus trajes de desembarco protegerían a Kris y a sus soldados del vacío del espacio y del calor de la reentrada en la atmósfera.

La palanca de control empezó a rotar entre las piernas de Kris.

Sin duda, se trataba de Tommy con sus pruebas. De todos modos, verla moverse le trajo recuerdos de las oportunidades en las que pudo manejar palancas como aquella. Rió en su asiento y sintió que el ligero vehículo respondía a sus movimientos. Sí, era poco más grande que un pequeño esquife, pero manejarlo era igual de divertido.

Kris dispersó aquellas distracciones rememorando el plan de desembarco mientras esperaba. Ocuparse de aquellos secuestradores hijos de perra sería coser y cantar. Habían capturado a la hija única del director general de Sequim durante una excursión escolar para después arrastrar a la pobre criatura a los bosques del norte antes de que nadie supiese qué había pasado. Ignoró el nombre de la niña... era demasiado familiar. Recordarlo solo le provocaría más dolor. Rápidamente, Kris devolvió su atención a la misión que tenía entre manos aquella noche. El camino hasta el escondrijo de los secuestradores iba a ser largo, difícil, peligroso ¡y lleno de trampas! Hasta entonces, los malos habían sido más listos (y habían causado más bajas) que los buenos.

Kris apretó los dientes; ¿cómo habrían conseguido unos patanes como aquellos algunas de las trampas y contramedidas más sofisticadas del espacio humano? Podía entender lo de las trampas; los humanos frecuentaban planetas con criaturas muy peligrosas. Y aunque ella misma nunca había sido una cazadora consumada, en aquel instante se dirigía a una cacería por la pieza más peligrosa. Lo que más le asustaba era el vacío legal del que sacaban provecho las tiendas especializadas para justificar la venta de medidas y contramedidas que solo iban a conseguir que su trabajo fuese más peligroso. La gente normal no necesita disruptores de electrocardiogramas. ¿Para qué iba a necesitar un ciudadano de bien un dispositivo de señuelo que simulase la temperatura del cuerpo humano? Caray, sí que proporcionaba calor el traje; el sudor ya estaba corriéndole por la espalda.

El día era tan cálido que el helado ya se derretía cuando Kris corría hacia el estanque de los patos. Se detuvo el tiempo estrictamente necesario para dar a ambos conos sendos rápidos lametazos, sintiéndose culpable por ello.

—¡Eddy, te he traído el helado! —le llamó sin dejar de correr. Se dio tanta prisa que abandonó la arboleda y ya estaba en el valle, a mitad de camino del estanque, cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Kris se detuvo lentamente.

¡Eddy no estaba allí!

El hombre del maíz estaba inconsciente, con medio cuerpo en el agua. Los patos se habían reunido a su alrededor para picotear el grano.

Dos montones de ropa decoraban el valle. En las pesadillas que tuvo aquella noche, Kris los reconocería como agentes que habían pasado años con ella. Pero en aquel instante, sus ojos estaban clavados en Nanna. Ella también estaba inconsciente. Sus brazos y piernas estaban flácidos y desgarbados como los de una muñeca de trapo. Incluso con solo diez años, Kris supo que aquella no era la postura normal de una persona.

Kris empezó a gritar. Dejó caer los cucuruchos de helado mientras intentaba meterse las manos en la boca, mordiéndose los nudillos con fuerza con la esperanza de que el dolor la despertase de aquel mal sueño. En algún lugar a sus espaldas, una voz gritó a través del comunicador:

—Agentes heridos. Agentes heridos. Dandelion no está por ninguna parte. Repito, no encontramos a Dandelion.

Una parpadeante luz roja llamó la atención de Kris.

—Lo has vuelto a hacer —se gruñó a sí misma mientras dejaba sus problemas a un lado y se centraba en el que tenía entre manos. A su alrededor, la sección de desembarco estaba en pleno proceso de descompresión. Una vez sin aire, Kris y sus soldados solo respirarían aquello que les proporcionasen sus trajes. Kris comprobó todos los indicadores. Su traje estaba en buenas condiciones, según los estándares de la Marina. Como el de todos los soldados—. Todo listo —informó.

Con un golpe en las posaderas de Kris, el VLA se adentró en el silencioso y oscuro espacio. Tommy mantuvo el vehículo a la deriva durante un breve instante en el que Kris echó un buen vistazo a la Tifón, con su elegante piel de metal inteligente estirada al máximo para proporcionar habitaciones individuales a la tripulación y crear gravedad artificial cuando se encontraba en órbita. Su proa y popa estaban pintadas de azul y verde, mostrando con orgullo los colores de la Sociedad de la Humanidad. Después, el VLA cobró vida; la palanca se movió mientras Tommy dirigía a ambos VLA hacia la reentrada en la atmósfera.

Bueno, si Tommy se estaba ocupando de su tarea, Kris podía pasar el rato comprobando la situación en tierra una vez más.

—Nelly, muéstrame la información actualizada en tiempo real del objetivo —le pidió Kris en voz baja. En la pantalla de Kris apareció la cabaña de los cazadores. Varias docenas de sombras humanas en el detector de infrarrojos. Seis u ocho se movían alrededor del edificio, siempre en parejas. Dada la garantía que proporcionaba cualquier detector de calor humano, Kris no tenía modo alguno de saber que solo había cinco humanos en movimiento. Gracias a Dios, los fabricantes se habían adscrito hasta entonces al código de silencio que el Gobierno les había impuesto.

Durante diez años, ninguno de los malos había caído en la cuenta de que la temperatura media de un cuerpo es de treinta y siete grados. Sin embargo, aquella fría noche la temperatura corporal de la gente había descendido unas décimas. En las seis habitaciones del piso superior de la cabaña, las señales caloríficas de seis niñas pequeñas se encontraban atadas a sendas camas. Dos hombres armados vigilaban los dos extremos de la estancia, listos a la primera señal de rescate para entrar en la habitación en la que se encontraba la niña secuestrada y acabar con ella. Gracias a los sensores situados en el soplón de cincuenta gramos que se cernía a mil metros por encima de la cabaña, Kris supo que solo había un hombre armado, y cuál era la habitación en la que se encontraba la aterrada chiquilla.

¡Aterrada! Kris apretó los dientes y miró hacia el exterior para descansar la vista observando el planeta que giraba lentamente bajo la nave. Intentó cualquier cosa con tal de no tocar el resorte que la haría retroceder hasta la tumba de su hermano. Al menos, aquellos secuestradores no habían enterrado a su víctima bajo toneladas de estiércol con una tubería de aire rota como única vía de salvamento para un niño de seis años.

En el colegio, Kris había escuchado a otros estudiantes hablar, asegurando que Eddy ya estaba muerto horas antes de que sus padres hubiesen pagado el rescate. Ella no sabía si aquello era cierto. No podía llegar a leer determinados informes ni escuchar según qué noticias.

Lo que nunca pudo ignorar, ni por un momento, fueron las posibilidades. ¿Y si Kris nunca hubiese ido a por helado? ¿Y si los malos hubiesen tenido que acabar con Nanna, con Eddy y con Kris? ¿Qué diferencia hubiese supuesto una niña de diez años en sus planes?

Kris negó con la cabeza, despejando su mente de imágenes. Si permanecía allí mucho tiempo, no tardaría en echarse a llorar. Pero en un traje espacial no había lugar para lágrimas.

Kris se centró en el planeta que se extendía bajo sus pies. El alterador meteorológico se desplegaba ante ellos, apagando el globo azul y verde cubierto de nubes, sumiéndolo en oscuridad y tormentas. Un desembarco sorpresa necesitaba la cobertura que proporcionaban los truenos para que no se escuchase el ruido de las naves, la oscuridad para ocultar su aproximación y la noche para que los guardias no estuviesen atentos.

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