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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (3 page)

Kris sonrió, recordando otros planetas que había observado desde su órbita en aquel esquife. Y su sonrisa se tornó en un gesto adusto a medida que los recuerdos de los que había intentado mantenerse alejada durante una semana regresaban en tromba.

Padre desapareció de la vida de Kris el día posterior al funeral de Eddy. Se marchaba a la oficina antes de que ella se despertase y rara vez llegaba a casa antes de que se acostase.

Madre era distinta.

—Ya has sido una pequeña salvaje el tiempo suficiente. Es hora de convertirte en una jovencita decente.

Aquellas palabras no consiguieron que Kris dejase de ganar partidos de fútbol para padre, o de asistir a sus mítines políticos. Pero Kris pronto descubrió que las «jovencitas decentes» no solo tomaban lecciones de
ballet,
sino que también acompañaban a madre a tomar el té. Al ser la más joven en aquellas reuniones, con solo doce años, Kris se aburría como una ostra. Entonces se percató de que los tés de algunas de las mujeres olían raro. No pasó mucho tiempo hasta que Kris tuvo la oportunidad de probarlos. También tenían un extraño sabor... pero hacían que Kris se sintiese mejor y que las reuniones transcurriesen más deprisa. Al poco tiempo, Kris cayó en la cuenta de lo que le añadían al té... y descubrió cómo echar mano del mueble-bar de su padre o del armario en el que su madre guardaba el vino.

De algún modo, la bebida hacía que los días fuesen más soportables.

A Kris ni siquiera le importó que sus notas cayesen en picado. No le importaba; madre y padre se limitaban a poner mala cara.

Sus compañeros de colegio se divertían viajando en esquife desde la órbita del planeta; Kris tenía su botella. Por supuesto, la botella y las pastillas que el doctor le recetaba a madre para que Kris se comportase como una señorita no la ayudaron a jugar mejor al fútbol. El entrenador negaba con la cabeza y la dejaba en el banquillo todo el tiempo que podía. Harvey, el chófer que la llevaba a todos los partidos, parecía triste.

Pero Harvey sonrió aquella tarde que recogió a Kris al salir de clase.

—Tu padre ha invitado a tu bisabuelo Peligro a cenar esta noche. El general Tordon se encuentra en Bastión para reunirse con él —añadió Harvey antes de que ella abriese la boca. Kris se pasó el viaje a casa preguntándose qué podría decirle a alguien tan mencionado en sus libros de historia.

Madre estaba muy nerviosa, supervisando los preparativos de la cena personalmente y murmurando que las leyendas deberían quedarse en los libros, donde les correspondía. Kris subió las escaleras para ir a hacer los deberes, pero no dejó de mirar por el balcón, leyendo con un ojo y vigilando la puerta de entrada a su casa con el otro.

No estaba segura de qué esperar. Seguramente a alguien muy anciano, como el viejo señor Bracket, su profesor de historia, tan enjuto y arrugado que parecía haber vivido los acontecimientos que enseñaba. ¡Todos!

Entonces, el bisabuelo Peligro cruzó la puerta de entrada. Alto y esbelto, vestido con lisos tonos verdes, parecía capaz de destruir a una flota entera de los iteeche solo con lanzarle una mirada de desprecio. Solo que su mirada no era de desprecio. La sonrisa que se dibujaba en su rostro era contagiosa; madre tenía razón, no encajaba en absoluto con la imagen de una «leyenda decente». Como las historias que contó durante el almuerzo.

Después de los aperitivos, Kris ya no recordaba ninguna de ellas; no del todo, al menos. Pero durante la cena las encontró muy divertidas, incluso aquellas que deberían haberle parecido horribles. De algún modo, independientemente de lo mal que pintasen las cosas o de lo imposible que pareciese una situación, el bisabuelo Peligro hacía que sonasen la mar de divertidas. Hasta madre se rió, pese a sus esfuerzos por contenerse.

Cuando terminó la cena, Kris se las arregló para dar esquinazo a madre y se excusó por no poder participar en su club de cartas.

Kris quería quedarse con aquella fascinante aparición para siempre. Cuando estuvieron solos y él volvió toda su atención hacia Kris, supo por qué los gatitos se hacen un ovillo cuando están al sol.

—Tu padre me ha dicho que te gusta el fútbol —dijo él mientras se acomodaba en una silla.

—Sí, más o menos —contestó Kris mientras se sentaba como una señorita ante su bisabuelo, sintiéndose muy adulta.

—Tu mamá dice que se te da muy bien el
ballet.

—Sí, más o menos. —Aunque solo tuviese doce años, Kris supo que no estaba contribuyendo a la conversación. Pero ¿qué podía decirle a alguien como su bisabuelo?

—A mí me gustan los viajes orbitales. ¿Has participado alguna vez en uno?

—No. Pero mis compañeros de colegio sí. —Kris saboreó la emoción. Después recordó quién era—. Madre dice que es demasiado peligroso y que no es apropiado para una jovencita decente.

—Interesante —dijo el bisabuelo Peligro, reclinándose en la silla y estirando las manos hacia arriba—. Una chica ganó el campeonato juvenil para Sabana el año pasado. No era mucho mayor que tú.

—¿Cómo que no? —Kris le miró con los ojos como platos. No podía creer aquello, aun viniendo de su bisabuelo.

—He alquilado un esquife para mañana. ¿Quieres dar una vuelta conmigo?

Kris se revolvió en su silla.

—Madre no me lo permitiría.

El bisabuelo apoyó las manos sobre la mesa, a pocos centímetros de las de Kris.

—Harvey me ha dicho que tu madre se pasa la mañana del sábado durmiendo. Podría recogerte a las seis.

—¿Podrías? —chilló Kris. No recordaba la última vez que se había despertado tan temprano. Como tampoco recordaba la última vez que había hecho algo que no estuviese en la lista de tareas de madre y padre. No podía recordarlo porque para ello tendría que recordar cómo era la vida con Eddy—. Me encantaría —aceptó.

—Ten en cuenta una cosa —dijo el bisabuelo Peligro, extendiendo los brazos sobre la mesa hasta sujetar sus pequeñas y suaves manos con las suyas, morenas y callosas. Su tacto le resultó tan novedoso que le parecía sentir electricidad. Sus ojos se clavaron en los suyos, quitándole el disfraz de niña pequeña que había llevado durante tanto tiempo. Kris se sentó allí, despojada de todo aquello que no fuese ella misma—. Tu madre tiene razón. Montar en esquife puede ser peligroso. Solo llevo conmigo a aquellos que están más sobrios que una piedra. Eso no te supondrá un problema, ¿verdad?

Kris tragó saliva. Se lo había pasado tan bien durante la cena, riendo al escuchar las historias del bisabuelo Peligro, que no había afanado ni una sola bebida. Tampoco había probado ni una gota desde que comió en el colegio. ¿Podría aguantar durante toda la noche?

—En absoluto —le aseguró Kris.

Y de algún modo, lo consiguió. No fue fácil; se despertó en dos ocasiones, llorando por Eddy. Pero pensó en el bisabuelo y en todas las historias que había escuchado a sus compañeros de colegio sobre lo divertido que era ver las estrellas sobre ti mientras conduces una estrella fugaz rumbo a la Tierra, e hizo acopio de voluntad para no bajar a hurtadillas al mueble-bar de su padre.

Kris consiguió dejar aquella noche atrás y se alzó al final de la escalera para mirar a su bisabuelo Peligro, que aguardaba abajo con su magnífico uniforme verde, esperándola pacientemente sobre las baldosas blancas y negras del vestíbulo. Manteniendo el equilibrio con tanto cuidado como en clase de
ballet,
Kris bajó las escaleras, mostrándole al bisabuelo lo sobria que estaba. Su sonrisa era una cosita pequeña y apretada, no abierta y radiante como la que padre lanzaba a sus amigos políticos. Pero aquella pequeña y apretada sonrisa significó más para Kris que todas las que había recibido de su padre y su madre.

Tres horas más tarde, Kris estaba preparada en el asiento delantero de un esquife. El bisabuelo Peligro pulsó el botón y desembarcaron de la estación espacial. ¡Oh, qué viaje! Kris vio las estrellas tan cerca que casi podía tocarlas. Se sintió tentada de quitarse el cinturón, adentrarse en la oscuridad, caer como una estrella fugaz y reparar cualquier daño que hubiese sufrido el pequeño Eddy. Pero no podía hacerle eso al bisabuelo Peligro después de todo lo que le había costado llevarla allí. Y la belleza de las imperturbables estrellas capturó a Kris, la envolvió con su frío y silencioso abrazo. Las inmaculadas y perfectas curvas del esquife al realizar la reentrada en la atmósfera eran matemáticas en movimiento. Perdió el interés por todo lo demás... y quizá parte del desprecio hacia sí misma que sentía por haber sobrevivido.

Madre estaba dando vueltas por el vestíbulo cuando regresaron a última hora de la tarde.

—¿Dónde habéis estado? —Más que una pregunta, era una acusación.

—Montando en esquife —dijo el bisabuelo Peligro con la misma naturalidad con la que contaba chistes.

—¡Montando en esquife! —chilló su madre.

—Cariño —le dijo el bisabuelo Peligro a Kris con calma—, creo que será mejor que te vayas a tu dormitorio.

—¿Abuelo...? —empezó Kris, pero Harvey la tomó del hombro y se la llevó.

—Y no salgas hasta que mande a alguien a buscarte —añadió madre, para poner el broche a la propuesta del bisabuelo—. ¿Y qué cree que estaba haciendo con mi hija, general Tordon? —espetó madre con frialdad, volviéndose hacia el bisabuelo.

Pero el bisabuelo Peligro ya se estaba dirigiendo hacia la gran biblioteca.

—Será mejor que concluyamos esta conversación lejos de ciertas personitas con las orejas muy grandes —sugirió él con toda la calma de la que carecía madre.

—Harvey, no quiero ir a mi dormitorio —protestó Kris mientras ella y el chófer subían por las escaleras.

—Será mejor que lo hagas, amiguita —le advirtió él—. Tu madre tiene un día de perros. No ganarás nada provocándola todavía más. —Kris no volvió a ver al bisabuelo Peligro.

Pero una semana después Judith, una mujer a la que al bisabuelo Peligro no le hubiese gustado conocer, apareció en su vida. Judith era psicóloga.

—No necesito a una loquera —le espetó Kris a la mujer.

—¿Por qué no fuiste al partido de fútbol del mes pasado? —le contestó Judith.

—Sí que fui —murmuró Kris.

—Tu entrenador opina lo contrario. Y tu padre también.

—¿Y cómo ha podido enterarse mi padre? —preguntó Kris con todo el sarcasmo que podía reunir una niña de doce años.

—Harvey grabó el partido entero.

—Oh.

Así que hablaron y Kris descubrió que Judith podía ser su amiga. Como cuando Kris compartió con ella que quería volver a montar en esquife, pero que madre se pondría hecha una furia con solo pensar en ello.

En vez de estar de acuerdo con madre, Judith le preguntó a Kris por qué madre no se compraba un gatito o dos. Kris se echó a reír a carcajadas al pensar en madre con un gatito, explicó el motivo de su risa y, antes de que hubiesen terminado con la sesión, Kris se dio cuenta de que lo que madre quería no siempre era lo mejor, y que la madre de una niña de doce años quizá debería comprarse un gatito después de todo. Con el tiempo, Kris ganó el campeonato juvenil de Bastión, para satisfacción del primer ministro y el horror de madre.

—Deja de soñar y espabila —gruñó Kris para sí con la voz del capitán Thorpe mientras tiraba con fuerza del arnés para ajustárselo un poco más, un acto de supervivencia que había convertido en hábito.

Entonces su estómago proyectó cuanto contenía hacia su garganta cuando el vehículo empezó a girar, virando hacia la derecha mientras el morro apuntaba hacia abajo y los propulsores, aún encendidos, se orientaban hacia arriba.

—Pero ¿qué demonios...? ¿Quién está conduciendo este autobús? —escuchó Kris mientras sujetaba la palanca de control, que no hacía más que girar a lo loco. Después, el cabo Li restauró la disciplina con un «¡Silencio!».

La palanca forcejeó con Kris, negándose a obedecer. Ella se puso en contacto con la Tifón a través de su comunicador:

—Tommy, ¿se puede saber qué está ocurriendo? —Sus palabras resonaron en el interior de su casco; su comunicador estaba tan muerto como lo estarían ella y su tripulación si no hacía algo... y rápido.

Kris activó el control manual para poder manejar la nave. Sin pensárselo dos veces, sus manos llevaron a cabo la maniobra necesaria para aminorar la caída en barrena. El VAL era más pesado y respondía con más lentitud que un esquife. Pero Kris peleó... y lo hizo obedecer.

—Eso está mejor —dijo uno de los agradecidos marines a su espalda. A menos que Kris dedujese dónde se encontraban y adonde se dirigían, ese temporal «mejor» solo significaba que estarían menos nerviosos cuando ardiesen durante la reentrada.

—Nelly, necesito los patrones de navegación de un esquife y los necesito ahora. —En un parpadeo, los familiares mandos de dicha nave aparecieron en su pantalla de información—. Nelly, interroga al sistema de GPS. ¿Dónde estoy? —El VAL se convirtió en un punto en la pantalla desde el que se extendieron líneas de vector. ¡Estaba acelerando en lugar de frenar!

—Cabo, fije un enlace de campo visual con el VAL del sargento.

—Lo intento, señora, pero no sé dónde está.

El ordenador de Kris quizá pudiese decirle dónde debería encontrarse el sargento con respecto a ellos, pero Nelly estaba esforzándose al máximo para trazar un rumbo que le permitiese a Kris ganar otro campeonato.

No otorgaban los trofeos de esquife solo por acertar en aquella birria de objetivo en tierra. Se esperaba que los ganadores lo hiciesen con estilo, ya fuese aterrizando en el centro exacto, empleando menos combustible o haciéndolo en menos tiempo. Kris tragó saliva y su pantalla de información le mostró el duro desafío al que debía enfrentarse. El VAL se encontraba fuera de posición y con menos combustible que cualquiera de los esquifes que jamás hubiese pilotado en una competición. Kris tendría que hacer uso de toda su habilidad para que sus marines aterrizasen a menos de cien kilómetros de aquella niña aterrada.

Kris ya había competido por trofeos antes. Aferrándose a la palanca, compitió por la vida de una niña pequeña.

2

Kris actuó más movida por sus entrenados instintos que por el pensamiento racional. Lo primero que hizo fue estabilizar la nave, asiendo la palanca con su mano derecha. Una vez hecho eso, esperó un instante a que Nelly concluyese su búsqueda para que Kris y sus marines aterrizasen sanos y salvos. Gracias a Dios se había quedado con Nelly, negándose a llevar consigo el ordenador estándar, con todas Ias limitaciones propias de la Marina.

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