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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (30 page)

El fusil de Kris agotó la munición. Extrajo el cargador viejo y puso uno nuevo.

—Cargad —gritó mientras se volvía a poner en pie—. A por ellos —aulló.

—¡Vamos! ¡A la carga! —Un rugido sin palabras, que solo irradiaba agresividad, reverberó a través de la red mientras obedecían su orden.

Aquí y allá, los supervivientes de la devastadora andanada se echaban a tierra, temblando, intentando levantar las manos. Un hombre se irguió, gritando al resto que lo siguiesen. Kris le apuntó, pero antes de que pudiese disparar sobre él, fue abatido desde tantas direcciones que no llegó a caer, sino que se quedó de pie bailando una danza macabra, muerto pero sin desplomarse. Los bandidos más alejados ya se estaban dispersando. La mayoría ya había tirado las armas. No todos. Kris activó su megáfono.

—Todo aquel que vaya armado será abatido. —Su voz resonó a través del bosque, sobre la lluvia y el viento—. Tirad las armas y no os haremos daño. Si seguís empuñándolas, moriréis.

La mayoría de los rebeldes armados que huían no tardó un instante en corregir su error. Unos cuantos no lo hicieron. Quizá estaban demasiado confusos como para caer en la cuenta de que aún llevaban las armas consigo. Quizá eran unos matones y no estaban dispuestos a enfrentarse al mundo desarmados. Pero no había tiempo para preguntas. Kris y otros tiradores los abatieron con rapidez. Un puñado de bandidos que no murieron tras la primera andanada gozó de una segunda oportunidad para corregir su error. Algunos no lo hicieron. Más muertos.

—Hemos recuperado el ojo vigía —anunció una voz sosegada, recordándole que era la comandante de la misión. Bajó el fusil a regañadientes, se tragó la furia del campo de batalla y se esforzó por mantener la calma que se espera de un líder en esas situaciones. Tomó aire un par de veces y extrajo el lector de su bolsillo. La lluvia y el barro lo salpicaron; Kris se situó bajo un árbol y permaneció cerca de su fino tronco para guarecerse.

Los bandidos estaban huyendo de sus tropas desde toda la línea de fuego, retrocediendo hacia las colinas que se extendían al este de la arboleda. Parecía como si estuviesen confluyendo hacia el resguardo de un arroyo protegido por árboles. Podría perseguirlos sin problema. Pero entonces recordó que el objetivo de aquella batalla no era causar bajas. Prácticamente todos los que huían, si no todos, eran inofensivos.

—Coronel, ¿puede conseguirme una imagen que muestre si quedan enemigos armados?

—¿Utilizan fusiles de caza metálicos, a la antigua?

Kris echó un vistazo alrededor y vio cinco o seis armas que habían dejado atrás.

—Eso parece.

—La masa magnética es muy baja —contestó el coronel—. Todo lo metálico que llevarán encima serán los ojales de las botas y las hebillas de los cinturones.

—Gracias, coronel, pero prefiero no perseguirlos. Informe de bajas. —Kris cambió de tema de inmediato.

—He contado a dos heridos, uno de ellos de gravedad —informó Courtney—. El médico ya está aquí.

—Recibido. ¿Alguien más?

—Un herido por aquí —informó Tom.

—Mierda, aquí el explorador 1. Han... han matado...

—¿Dónde está? —dijo Kris. La recluta que tenía a su derecha estaba haciendo señales en una dirección. Con creciente preocupación, Kris hizo acopio de su última reserva de energía para ir corriendo hasta donde le indicaba.

Llegó hasta el árbol que había abandonado para reforzar el flanco derecho, a sus pies se hallaba un cuerpo tendido. La mujer que había seguido a Kris se arrodilló a su lado, sus lágrimas se mezclaban con la lluvia. El marine que había sido el explorador 1 alzó la mirada cuando Kris se les unió.

—Estaba bien. Lo juro por Dios, estaba bien. Lo vi ponerse en pie cuando ordenó la carga. Pensaba que estaba con nosotros. De verdad.

Kris miró al recluta a quien solo conocía como el aspirante a héroe. La bala le había alcanzado en la frente. Había caído de espaldas, sus ojos azules permanecían abiertos contemplando la lluvia gris. No le quedaban cargadores; el que tenía en su fusil debía de ser el último. Había compensado de sobra haberse quedado paralizado aquella mañana.
¿Cómo voy a explicar a su madre y a su padre que ganamos este día, pero que él perdió?

Miles de sentimientos, preguntas y exigencias se agolparon en el cerebro de Kris. Pero no era el momento. Tenía que ocuparse de las consecuencias de la batalla.

—Tom, que los camiones vengan hasta aquí. Que recojan a los heridos de la carretera. Hay un montón de armas esparcidas: formad un piquete y limpiad este desastre. Quiero que todas las armas que dejemos sean inutilizables.

—Señora, tengo un herido que se está desangrando —comunicó Courtney.

—Lo sé, suboficial. Controlaremos la zona hasta que hayan subido a los heridos a los camiones. Arma que encontremos, arma que inutilizaremos. Dejaremos aquí las que no nos llevemos, para que se oxiden. Y listo.

—Perdón, señora —susurró Courtney.

—Vosotros tres —indicó Kris a los supervivientes del flanco derecho—, coged a... cogedlo. —Ni siquiera conocía su nombre.

—Willie, señora —dijo la mujer mientras miraba hacia arriba—. Willie Hunter.

Kris dejó que lo cubriesen con su poncho. Recorrió la arboleda con los demás, recogiendo los fusiles y retirando sus percutores. Golpeó una pistola contra un árbol con fuerza. El impacto hizo su efecto y la empuñadura salió disparada.

Kris golpeó varias armas más hasta que Tom la llamó desde la carretera.

—Longknife, ya hemos subido a todos los heridos. Tenemos que marcharnos.

—Muy bien chicos, buen trabajo, nos vamos. Todo el mundo a los camiones —gritó. A su alrededor, los cansados soldados concluyeron lo que estaban haciendo y regresaron a la carretera.

—Tom, en cuanto suban cinco personas a los próximos dos camiones, haz que estos y el camión de los heridos se pongan en marcha.

—¿Te vas a quedar atrás?

—No, quiero que todo el mundo os siga de cerca. Pero los heridos irán los primeros, y deprisa.

—Sí, señora.

Kris contempló la carretera mientras los tres primeros camiones se ponían en marcha. Si conocía bien a Tom, sería él quien condujera el camión de los heridos. Hubiese sido interesante ir en él para ver cómo manejaba la velocidad y las curvas para que el viaje fuese lo más cómodo posible para sus malheridos pasajeros. Pobre Tommy, estaba pasando un montón de tiempo dividido entre dos formas de hacer el bien.

Kris se puso en contacto con la última granja mientras esperaba que sus equipos de asalto regresasen de la arboleda. Sí, el dueño podía recoger a los prisioneros del primer combate. Kris se despidió cuando los exploradores salieron de entre los árboles con su pesada carga; los envió al último camión. Dejaron a Willie en la parte trasera y se negaron a subir a la cabina, prefiriendo compartir la húmeda y fría parte trasera con su compañero caído. Kris quiso unirse a ellos, y estaba a punto de hacerlo cuando cayó en la cuenta de que, si lo hacía, nadie acompañaría a Spens. Había sido un día muy largo; el trayecto de regreso tampoco sería fácil. Alguien tendría que ayudarlo a mantenerse despierto.

Kris subió a la cabina. Se quitó el poncho mientras Spens se aproximaba al final de la línea de camiones, que ya estaba poniéndose en marcha.

—¿Crees que el día de hoy ha merecido la pena? —preguntó su contable.

—¿Crees que te alegrarás de volver a tus ordenadores después de hoy? —replicó.

—No lo sé. Ha estado bien salir y ver los rostros de las madres de esos niños cuando llegamos con la primera comida que han probado en mucho, mucho tiempo.

—¿Y esto? —preguntó Kris, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la arboleda que habían dejado atrás.

—Hemos dado una lección a los malos, ¿no? No volverán a enfrentarse a la Marina la próxima vez, ¿verdad?

Kris reflexionó un momento. Habían llegado allí para dar de comer a los hambrientos... y lo habían hecho. Habían tenido una oportunidad para hacer algo bueno... y la habían aprovechado. Pero en aquel momento, el precio le pareció demasiado caro.

—Sí —sentenció finalmente—. No volverán a enfrentarse a la Marina.

13

El camión se adentró en el complejo a una velocidad apenas perceptible, como el coche fúnebre en el que se había convertido. Kris descendió del vehículo y se dispuso a ayudar a retirar el cuerpo de su única baja de la parte trasera del camión. El coronel Hancock, sin embargo, se interpuso en su camino.

—¿Cómo ha ido? —quiso saber.

—No del todo mal, supongo —respondió Kris, observando por encima del coronel para ver a tres reclutas de la base ayudando a trasladar el cuerpo cubierto por su poncho.

—Deje que ellos se ocupen de eso —le dijo el coronel.

—De él —lo corrigió Kris. Dado que el coronel no mostraba la menor intención de apartarse de su lado, ella optó por volverse hacia el cuartel general—. Será mejor que eche un vistazo a los heridos.

—Ya lo están haciendo ellos. Quiero hablar con usted en mi oficina.

—Estaré allí en un par de minutos.

—¿Como la última vez? —preguntó el coronel, arqueando las cejas.

Kris giró a la derecha y se dirigió al hospital. La oficina del coronel estaba a la izquierda; este la siguió. Tal y como esperaba, Tom estaba poniendo en práctica sus conocimientos de primeros auxilios, adquiridos durante su trabajo en las minas de asteroides, ayudando a un médico mientras un doctor civil y otro médico militar se esforzaban por mantener con vida al herido de Courtney. Kris se detuvo ante todos los afectados y trató de infundirles ánimo y esperanza. Uno de ellos escogió aquel instante para entrar en
shock.
Mientras Tom se apresuraba para comenzar el tratamiento, el coronel sacó a Kris del hospital presionando su codo como una tenaza.

Al cabo de un instante estaba sentada en su oficina, con un gran vaso en la mano. El coronel tomó una botella de whisky de malta y la descorchó. El aroma llenó la estancia antes de que empezase a llenar el vaso de Kris hasta el borde. Entonces hizo lo mismo con el suyo, alzó el vaso lleno de líquido ámbar para brindar y dijo:

—Ha hecho un buen trabajo ahí fuera.

Kris miró el vaso un instante. ¿En cuántas ocasiones había estado a punto de morir aquel día? ¿Importaba si lo concluía estando completamente sobria o no? Bebió un buen trago. Era un buen whisky, que fluyó suave hasta calentar su estómago, disolviendo las tensiones. Suspiró y se relajó sobre la silla.

—Supongo.

—No, alférez, lo ha hecho muy bien.

Kris bebió otro sorbo. Si lo había hecho bien, ¿por qué se sentía tan...? Ese era el problema: no sabía cómo se sentía. Quizá el bisabuelo Peligro sí lo supiese, pero ella no. Todo aquello le era demasiado nuevo, demasiado extraño, demasiado aterrador. Aunque sabía lo que diría el bisabuelo Peligro: «Mucha gente ha hecho un buen trabajo hoy. ¿Cómo puedo proponer que se les conceda una medalla? Todos los que estaban a bordo de esos camiones merecen algo».

El coronel dio un buen trago a su bebida.

—Y todos recibirán la medalla al Esfuerzo Humanitario.

Kris estuvo a punto de tirar su vaso.

—Joder, señor, esa medalla la conceden en Bastión por sentarse cómodamente y contar cajas de ayuda humanitaria. Mi gente estaba ahí fuera en el barro, recibiendo disparos, superados en una proporción de ocho a uno, a la altura de la tradición del servicio... señor. —Terminó su pequeña intervención con un trago más largo de lo que pretendía. Un fuego blanco prendió en su estómago. Por lo menos, anestesió su dolor. Después de todo lo que había sucedido aquel día, tendría que sentir dolor por alguna parte.

El coronel dio un sorbo.

—Lo sé, Kris, pero ¿fue una situación de combate?

—No sé qué otra jodida cosa fue, señor. Si aquella no era una situación de combate, alguien olvidó decírselo a las malditas balas.

Él asintió.

—Lo sé. Entonces, ¿está preparada para declarar que esos ciudadanos están armados en rebelión contra el Gobierno legítimo de Olimpia?

Kris reaccionó a aquella pregunta parpadeando con perplejidad, intentando asimilar su significado sin conseguirlo. Se retiró a un nuevo trago de su bebida.

—Aquí no he visto ningún Gobierno legítimo. —Sus palabras estaban cargadas de amargura—. ¿Dónde está?

—Por aquí, en alguna parte. —El coronel movió su vaso alrededor, apuntando a todo y a nada—. Solo lleva funcionando una legislatura. Su constitución establece que solo puede reunirse durante una sesión de seis semanas cada tres años. Tuvieron la última antes de que el volcán entrase en erupción. No habrá una nueva hasta dentro de año y medio, a menos que convoquen elecciones. ¿Quiere que se celebren elecciones en medio de este desastre?

—Tiene que haber alguna opción contemplada para desastres como este. —Kris recordó que su padre utilizaba las leyes de Bastión para conseguir lo que quería. Eso la hizo detenerse en seco. Miró al coronel.

—El Gobierno es mejor cuanto menos gobierna —clamó con el ceño fruncido—. Es el primer artículo de su Constitución. Solo tienen permiso para elaborar cien páginas de leyes. Con el tamaño de las páginas, los márgenes y el tamaño de fuente bien detallados, para que no se hagan trampas. Los fundadores de esta colonia estaban convencidos de que aquí no iba a haber un gran Gobierno. Sin presidente ni primer ministro; solo una legislación y sus leyes.

—Entonces, ¿quién pidió ayuda a la Sociedad?

—Por lo que sé, uno de los principales granjeros del norte conoce a alguien de Bastión que forma parte del Gobierno. Bastión amparó esta misión en el Senado. ¿Puede que sea uno de sus familiares?

—Por parte de madre. —Kris gruñó y llenó su boca de whisky—. Mi padre hubiese planteado esta situación mucho mejor. Entonces, dígame si lo he entendido bien: estamos aquí para ayudar a un Gobierno que a todos los efectos prácticos no existe, y estos tíos que nos disparan no pueden ser considerados rebeldes porque no hay suficiente Gobierno contra el que rebelarse.

—¿Comprende ahora por qué estaba quedándome dormido sobre el escritorio, intentando pensar en cómo manejar este caos?

Kris jamás había escuchado a un oficial superior admitir el fracaso con tanta franqueza. Para ocultar su vergüenza, dio un buen trago a la bebida y cambió de tema.

—Necesitaremos poner más convoyes en marcha, señor. Ahí fuera se mueren de hambre. Los adultos están comiendo hierba, pero los niños no pueden digerirla. —De aquello sí podía ocuparse.

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