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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (29 page)

—El ojo espía ha vuelto a funcionar —fue todo cuanto dijo el coronel.

—Gracias —fue la breve respuesta de Kris. Observó su lector bajo la lluvia y no le gustó nada la información que le proporcionó. Se había adentrado demasiado entre los nogales. Estaba a mitad de camino de la emboscada. Si atacaba desde su posición, había una alta probabilidad de que algunos de los bandidos se encontrasen de frente con las tropas de Tom. Eso, por supuesto, asumiendo que quien dirigiese al enemigo no estuviese dirigiendo a sus hombres hacia ella. Si lo hacía, Kris tendría la opción de atacar cualquiera de los dos flancos. ¿Debería retroceder un poco?

—Aquí el primer explorador.

—Sí —susurró Kris. El primer explorador estaba muy adelantado, próximo a la emboscada.

—Tengo a dos de los malos acercándose hacia mi posición, muy encariñados. Un hombre y una mujer.

—Agáchate —dijo Kris, aunque probablemente fuese innecesario que se lo indicase.

—Eso es lo que él le acaba de decir a ella.

Kris ordenó a todo el mundo que echase cuerpo a tierra y se agazapó tras un tronco que, maldita su suerte, era demasiado delgado. Comprobó su ojo vigía, encontró a su explorador, localizó dos pulsos acelerados y oteó en su dirección. Algo de movimiento llamó su atención.

Sí, había una pareja. Ese era el problema de aquella sección. Estaba cubierta de matorrales. Hasta entonces, todo cuanto obstaculizaba la visión eran unos cuantos árboles. Y la lluvia. Muchísima lluvia.

Kris se encogió en su posición, intentando volverse invisible. A su espalda, la columna hizo lo mismo, tanto como podían unos chicos de ciudad. Kris se concentró en la pareja que tenía ante ella. Había leído en alguna revista femenina el porcentaje de hombres que abrían los ojos mientras hacían el amor frente al porcentaje que los cerraba. Había olvidado cuáles de ellos eran los mejores amantes. Solo esperaba que aquel tipo fuese de los que cerraban los ojos.

Entonces el viento amainó y alguien estornudó a sus espaldas.

Con la lluvia y la humedad, los catarros se habían convertido en una epidemia en Olimpia. Y para cuando desarrollaban una vacuna contra la primera cepa del virus, Olimpia ya había producido la segunda. Los médicos se volvían locos a la hora de fabricar nuevas vacunas. Así que todo el mundo sufría un par de días de catarro al mes. Kris esperó que el tipo que estaba ante ella imaginase que quien había estornudado era uno de los suyos.

Efectivamente, perdió el interés, pero volvió la mirada hacia la emboscada. La chica dijo algo. Él le susurró que se callase. Todavía tumbado, apuntó con su arma, y en aquella ocasión en dirección a Kris. Esta quitó el seguro de su fusil, pero no se movió. Esperó.

El hombre gritó algo, se separó de la chica y disparó dos veces en una dirección donde no había un solo soldado.

—Tranquilo todo el mundo —susurró Kris a la red—. Está disparando contra fantasmas. No vayamos a darle algo real contra lo que disparar.

La chica no se levantó. Parecía estar animándole a concluir lo que había empezado. Pero el hombre se puso en pie, con los pantalones bajados hasta las botas y su arma desenfundada. Avanzó unos pasos cortos hacia Kris, inspeccionando la arboleda. Cuando dejó de mover la cabeza, sus ojos se clavaron en ella. Tenía el fusil listo; se lo llevó al hombro, apuntando a la joven alférez.

Durante un segundo, se miraron el uno al otro. Kris también lo apuntaba a él. Sabía que aquel sublevado dispararía primero, pero tenía que intentarlo.

Entonces su cabeza desapareció de la mira cuando un explorador lo abatió con una ráfaga de dardos.

En ese momento la chica se incorporó sobre sus rodillas, sujetándose los pantalones con una mano y llevándose la otra a la boca para ahogar un grito. Se revolvió donde estaba y se alejó en dirección a la emboscada, medio corriendo, medio gateando.

Kris cambió la munición de su fusil a dardos tranquilizantes y disparó una andanada sobre la chica. El viento los dispersó por todas partes, pero tres de ellos impactaron en las desnudas posaderas de su objetivo. Se desplomó sobre el barro y se deslizó hasta chocar contra un árbol.

—Grupo de flanqueo, avanzad conmigo, en oleadas. Equipo de asalto B, preparaos para proporcionar fuego de cobertura desde esta fila de árboles en cuanto dé la orden. Equipo de asalto A, avanzad conmigo. ¡Ya! —Kris se incorporó y echó a correr en cuanto concluyó la última palabra. Su equipo fue un poco más lento, pero no tardaron en levantarse.

—No disparéis, pedazo de idiotas —gritó una voz, intentando hacerse oír bajo el viento—. Los camiones todavía no han llegado. ¿Quién está disparando?

—Creo que es Kars. Él y su chorba abandonaron la línea hace un minuto —gritó otra voz.

—Bueno, pues dile que mueva el culo hasta aquí. —Kris aprovechó la confusión para que el equipo de asalto B avanzase a la tercera fila de árboles. Estaba dirigiendo al equipo de asalto A, a paso ligero, cuando un sorprendido bandido apareció en sus narices.

Y ella disparó.

—Fuego a discreción. Repito, aquí la alférez Longknife. Abrid fuego. —Por desgracia, no había muchos objetivos. Estaba a doce filas de la retaguardia de la emboscada, a más de trescientos metros. A esa distancia, perdía visibilidad. De su lado y ante ella brotaron esporádicas ráfagas, pero solo consiguieron impactar sobre los árboles. Mientras hacía avanzar al equipo de asalto A, Kris contribuyó con algunos disparos, más para que los soldados agachasen la cabeza que para alcanzar a sus objetivos.

—Están a nuestras espaldas, idiotas —gritó la primera voz a la derecha de Kris—. Volveos. Disparad.

—Exploradores, el que está gritando está cerca de vuestro frente. Abatidlo si podéis.

Cinco árboles a la derecha de Kris, dos figuras uniformadas avanzaron encogidas, apuntando con sus armas.

—Lo estamos buscando, señora.

Le tocaba avanzar a Kris. Hizo un gesto para que ellos se adelantasen.

—Spens, vigile nuestro flanco izquierdo, no vayan a rodearnos.

—Ya me he ocupado, señora, y deberíamos expandirnos en esa dirección. Formamos un frente demasiado estrecho. —El flanco izquierdo de Kris y su conexión con el centro de Tom informaron de sus movimientos.

Kris se echó a tierra al lado de un árbol, a unas ocho filas de la emboscada. Había gente dirigiéndose hacia ella, en el frente. Echó un vistazo a la línea, disparando ráfagas que alcanzaron a un árbol por aquí, al suelo por allá. Todos aquellos que se encontraban próximos a sus disparos se arrojaron a tierra mientras astillas y barro caían sobre ellos. Un hombre, tras el resto, les gritó mientras hacía gestos con su arma. Kris lo miró fijamente, apuntando. Tres disparos le alcanzaron en el pecho, proyectándolo hacia atrás.

Cinco personas se lo quedaron mirando y después echaron a correr. Otras se precipitaron a tierra e intentaron enterrarse en el barro. Kris disparó una prolongada ráfaga a los árboles que se extendían sobre ellos, y media docena a la tierra que dejaban atrás. Después los ignoró y comprobó el flanco derecho. Más movimiento.

—Equipo de asalto B, con nosotros. Vamos a ocuparnos de esta fila de árboles.

Hizo una señal para que la segunda oleada avanzase y ordenó a los dos reclutas más próximos que se dirigiesen a la derecha. Sus tropas estaban repartidas en un frente demasiado estrecho. Kris echó mano de su lector para comprobar la información del ojo espía. El enemigo parecía desorganizado; algunos avanzaban, otros retrocedían. Cambió de ubicación para comprobar cómo iban las cosas en el frente de Tom.

Entonces la imagen desapareció y todo lo que podía consultar en la pantalla era un fondo negro.

—¡Coronel! —chilló.

—Estamos reiniciando.

—Habremos terminado para cuando vuelva a funcionar —protestó Kris mientras introducía el lector en su bolsillo.

—Tengo mucha actividad y movimiento en mi frente —gritó Courtney a través de la red—. Hay mucha gente disparando y avanzando hacia nuestra posición. Creo que intentan rodearnos.

—Convéncelos de lo contrario —le ordenó Kris.

—He visto a un par intentando huir. Uno de los suyos les disparó. Me he ocupado de él, pero hay muchos y no estoy segura de poder mantener la línea. —Las palabras de Courtney iban acompañadas por el sonido de los disparos.

—Maldita sea, ¿por qué las cosas no salen según lo previsto? —lamentó Kris entre gritos. Miró rápidamente a su derecha. Los dos marines exploradores seguían conteniendo al enemigo, apoyados por dos reclutas. Sí, uno de ellos era el aspirante a héroe—. Reclutas y marines a mi derecha: mantened este flanco mientras avanzamos. ¿Entendido?

Recibió cuatro respuestas afirmativas. Nadie tartamudeó.

—Equipos de asalto A y B, tenemos que conducir a esos cabrones un poco más deprisa de lo esperado. Avanzaremos mientras disparamos en dirección a la carretera. Equipo A, preparado para avanzar. Avanzad en cuanto dé la orden, equipo A. ¡Ahora!

Kris se puso en pie, vociferando y disparando a todo aquello que se moviese. Tras ella, la mitad de su equipo disparó también. Los enemigos que avanzaban hacia ella se detuvieron en seco, aparentemente sorprendidos por la súbita aparición de tantos (o tan pocos) tiradores ante ellos. Kris echó cuerpo a tierra lejos de un tronco; quería tener un campo de visión despejado.

—Equipo B, preparado para avanzar. Avanzad. ¡Ahora!

Emergieron de sus posiciones, bramando, sin dar tregua a sus armas. Kris hizo un barrido por su frente. Una corta ráfaga puso a cuatro hombres en retirada, dejando sus fusiles atrás. Uno se giró para devolver los disparos. Kris lo abatió primero. Otro hombre estaba gritando, haciendo gestos con las manos mientras los demás huían a su alrededor. Kris apuntó hacia él, pero cayó cuando alguien se le adelantó a la hora de apretar el gatillo. Kris continuó buscando un objetivo.

Dos sujetos se apostaron tras un árbol; ambos disparaban tan rápido como podían. Kris dirigió una ráfaga hacia el tronco, rociándolos con fragmentos de corteza y astillas. Se agacharon. Uno de ellos se puso en pie en un instante y echó a correr abandonando su fusil. El otro liberó un alarido de su garganta y siguió disparando. Kris acertó entre sus ojos hasta vaciar su cargador. Tras recargar, gritó:

—Equipo A —dijo, mientras se arrodillaba—, preparado para avanzar. —La siguiente hilera de árboles estaba muy, pero que muy cerca del enemigo—. ¡Avanzad! ¡Ya!

La alférez descargó una prolongada ráfaga hacia el cielo mientras avanzaba, atravesando la fila de árboles ocupada por sus tropas hacia la siguiente sección de la arboleda. Un par de enemigos levantaron las manos y cayeron de rodillas. Kris les hubiese disparado dardos somníferos, pero no había tiempo para eso.

—¡Corred! ¡Corred, maldita sea! —gritó.

En vez de eso, se dejaron caer bocabajo, sobre el barro, mientras las balas impactaban en un árbol cercano. Kris detectó al tirador y lo abatió con una larga andanada.

La joven echó el cuerpo a tierra tras un árbol.

—Equipo B, listo para avanzar. Adelante. Tom, ¿cómo van las cosas en tu frente?

—No tengo ni idea. —Una respuesta poco habitual para un alférez—. Aquí hay gente por todas partes. Algunos están huyendo. Otros avanzan. Kris, no tengo ni idea de lo que está ocurriendo.

—Courtney, ¿puedes defenderte?

—He hecho que la mitad de la escuadra se retire para que tengan que recorrer un mayor trecho hasta nosotros. Creo que hay más huyendo que combatiendo. Puede. Dame un segundo. —Se escucharon varias ráfagas breves desde la transmisión de Courtney—. Sí, la mayoría huye.

—Exploradores, ¿cómo va el flanco derecho?

—Hay muchos objetivos, señora. Alguien los está empujando hacia nosotros y no podemos encontrar al muy cabrón. Nos vendría bien cualquier ayuda que pueda proporcionarnos.

Kris se irguió, intentando distinguir algo en aquel pavoroso fragor que los rodeaba.
¡Maldita sea!
Lo que hubiera dado por treinta segundos de información del ojo vigía. El viento racheaba y empujaba la lluvia sobre su rostro cuando lo volvió hacia el flanco derecho, trayendo consigo el sonido de los disparos. Estaría ayudando a unos a costa de otros si apoyaba a Courtney en el flanco izquierdo; parecía que el derecho estaba yéndose al traste.

—Spens, ocúpate de esta línea, mantén la comunicación con el alférez Lien y sigue empujando a esos bandidos hacia las colinas.

—Sí, señora.

—Yo voy a llevarme conmigo a tres reclutas —continuó Kris, señalando a los únicos tiradores que alcanzaba a ver; uno de ellos era una marine—. Estén donde estén los otros dos marines, que se separen y vengan a apoyarme a la derecha.

—Sí, señora —obedeció ella.

Kris retrocedió hacia la arboleda, reuniendo a un puñado de hombres consigo. El sonido de los disparos era cada vez más intenso. Mantuvo a sus tropas en movimiento sin devolver el fuego, aunque de vez en cuando escuchasen una andanada en su dirección. Aquella era su última reserva.

Quien estuviese atacando a su derecha podía envolver su flanco; el día aún no había concluido. Su única esperanza era golpear de forma tan sorpresiva que se desmoralizasen y echasen a correr antes de saber qué les había atacado. A través de las empapadas gafas, Kris intentó distinguir las formas que se extendían ante ella, las señales térmicas, el movimiento, el fuego. Su frente se convirtió en un caleidoscopio de luz y oscuridad en el que no se distinguía patrón alguno.

—Señora, aquí Petro, en cabeza. Creo que veo a uno de sus hombres ante mí.

—Explorador 1, ¿puede vernos?

La respuesta llegó al cabo de una pausa.

—Negativo, señora.

—A la siguiente fila —ordenó Kris.

—Aquí Petro, señora, estoy seguro de que se trata de un recluta. Está disparando a mi izquierda, llegan tiros desde allí.

—Ya les veo —anunció el explorador 1.

—Muy bien, que todo el mundo rellene un cargador —ordenó Kris—, y tened otro a mano. ¿A alguien se le ha acabado la munición?

No hubo respuesta.

—A mi señal, tiroteadlos, vaciad los cargadores. Después, recargad y cargad sobre ellos. ¿Alguna pregunta?

Ninguna.

Kris metió el cargador en su arma. Solo contaba ya con uno de doscientas balas y las que le quedasen en el que había extraído. Iba a ser una situación muy ajustada.

—A mi señal. Tres, dos, uno, ¡ya! —En torno a Kris, el bosque cobró vida con una explosión continuada. Como un coro de cañones, los fusiles dispararon al aire, a los árboles, a la carne, en un barrido ininterrumpido. Kris había leído acerca de los minutos locos.
[1]
El M-6 no necesitaba un minuto entero para vaciar su cargador de doscientos dardos. El fuego combinado de los diez soldados de Kris llevó el minuto loco a nuevas cotas, superando la marca por unos cuantos segundos.

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