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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (28 page)

—¿Qué te parecería pelear?

Tom exhaló un prolongado suspiro.

—Son doscientos. Nosotros solo somos treinta, y ya hemos demostrado nuestro ardor guerrero esta mañana. No obstante, mi padre me daría unos buenos azotes si no respondiera a la petición de auxilio de una mujer. Aunque a mi abuela le disgustaría aún más que no regresase a casa. Dime, alférez Longknife, ¿qué vamos a hacer?

—Lo único que podemos hacer. Encontrar a los que quieren pelear. Dejar que los demás escapen, si quieren.

—¿Incluso los violadores? ¿Incluso los que miraron a otra parte?

—Tenemos que ocuparnos de los malos. Y llegar a casa, sanos y salvos. No podemos permitir que nada más nos distraiga.

—Si lo que queremos es llegar enteros a casa, podríamos dar un rodeo —observó Tom.

—Pero tenemos que darles una lección. —Kris no estaba dispuesta a ceder—. Y será más fácil ahora que están todos juntos.

Tom negó con la cabeza.

—Nos van a masacrar. La mitad de nosotros ni siquiera había quitado el seguro. La mayoría no tiene valor para disparar. Esta mañana eran treinta de los suyos contra veinte de los nuestros. ¡Y ahora nos vamos a enfrentar a doscientos!

—Eso fue esta mañana. Ya la hemos dejado atrás. Ahora somos veteranos.

Tom la miró como si estuviese loca.

—O quizá he aprendido un par de lecciones por las malas. Escucha, Tom, tenemos que hacerlo.

Tommy la miró durante un buen rato; después suspiró y dijo:

—Ya me lo advirtió mi padre: «Donde hay patrón, no manda marinero. Calla y obedece». —Tom se volvió y se dirigió a su lado del camión.

Kris también subió al vehículo, no sin sacudirse toda el agua posible del poncho antes de sentarse y lanzar una animosa sonrisa a los tres reclutas que estaban sentados tras ella. Se estaban quitando los ponchos, preparándose para el largo recorrido de regreso a la base. La mujer miró a Kris y comprobó que no se había quitado el poncho. Abrió los ojos de par en par. La amistosa charla que había empezado en el asiento trasero se convirtió en silencio cuando los hombres también volvieron sus miradas hacia Kris.

—Mierda —gruñó el aspirante a héroe.

—Marines, quiero que el camión número 6 se coloque detrás del mío. —Kris hablaba con calma a través del micrófono.

—¿Eso significa que nos va a dar algo a lo que disparar, señora?

—Nos detendremos pasados unos kilómetros para hablar de ello —continuó diciendo Kris a todos los que estaban conectados a la red. Después todos continuaron en silencio.

Cinco árboles se erguían solitarios a un lado de la carretera, sus copas ofrecían cierta protección contra la lluvia. Y los campos abiertos proporcionaban a Kris un buen rango de visión para detectar a cualquiera que se aproximase. La alférez reunió a su escuadrón a su alrededor, por equipos. Se aproximaron en silencio. Ella esperó a que llegasen y les pidió que tomasen asiento. Quería que estuviesen cómodos. Además, huir a la carrera es más difícil cuando se está sentado.

—Entre nosotros y el puerto hay unos doscientos bandidos —informó Kris llanamente. Silbidos y amargas maldiciones siguieron a aquellas palabras—. La buena noticia es que no todos están armados y la mayoría no están interesados en plantarnos cara. Treinta, puede que cuarenta de ellos quieran pelea. Los demás solo son una muchedumbre hambrienta que necesita llevarse algo a la boca. Ya habéis visto cómo pelearon hoy nuestros prisioneros cuando abatimos a sus líderes. —Aquel comentario hizo que varios de los presentes asintiesen con la cabeza. Kris describió a su equipo el enemigo al que iban a enfrentarse.

—Entonces, la mayoría de ellos no son más que trabajadores hambrientos a los que los granjeros despidieron cuando las cosas se pusieron difíciles —concluyó Courtney.

—La mayoría. No todos. Los tipos que vendieron las identificaciones, los que dirigen al resto, son gente a la que no podemos dejar suelta por ahí. Si les demostramos que podemos derrotarlos, si pierden, la civilización empezará a recuperar Olimpia. —Kris hizo una pausa y dejó que sus palabras hiciesen efecto. Después, tomo aliento.

»Esta mañana cometí un error. Os lancé de cabeza a un tiroteo sin prepararos para ello. Algunos de vosotros estaréis al corriente de la operación de rescate en la que participé hace unas semanas. —Asintieron—. Mi equipo y yo tuvimos cuatro días para prepararnos antes de aquello. —No era necesario mencionar que la mayoría de los marines eran veteranos con cinco o seis años de experiencia—. Debería haberos dado más tiempo para prepararos, para familiarizaros con vuestro armamento. Una cosa es que se os entregue un fusil y otra bien distinta estar cómodos con la idea de tener que utilizarlo. Por eso nos hemos detenido aquí. Voy a asignar un marine a cada camión con reclutas de la Marina. Quiero que el marine y el suboficial de cada vehículo se ocupen de explicaros todo lo que necesitáis saber acerca de vuestros fusiles. Sí, ya lo hicieron en el campo de adiestramiento, pero ¿cuántos de vosotros creíais que llegaría el momento de utilizar tecnología obsoleta como esta? —dijo mientras mostraba su fusil con una sonrisa—. No sé vosotros, pero yo repasé los apuntes cuando me salió la pajita más corta y me encontré desembarcando en una misión de rescate. —Aquel comentario despertó risas nerviosas.

»Por último, quiero que cada uno de vosotros dispare un cargador de dardos entero. No hay nada como la sensación del retroceso de un fusil golpeándote en el hombro, ver cómo los dardos alcanzan el objetivo. Es lo que te permite saber que puedes hacerlo. —Kris se desplazó hacia la izquierda, haciendo que tuviesen que seguirla con la cabeza.

»Una cosa más. Voy a asignar a los marines y a los suboficiales la responsabilidad de abatir a los líderes de los bandidos y a sus secuaces. El resto tendréis que disparar al aire, a tierra, a los árboles, para que acaben cubiertos de astillas; el objetivo es demostrar a todo aquel que quiera escapar que es un buen momento para ello. Haced que teman a la Marina. Dejad que los hambrientos huyan y que los marines y suboficiales se ocupen de quienes lo merecen.

—¿Podemos disparar también a los que no corran?

—Sí, ocupaos de esos también. Pero no disparéis a todo aquel que os dé la espalda.

—¿Adonde pueden escapar, señora?

—Creo que la primera granja con la que topen estará encantada de acogerlos.

Las tropas se miraron entre ellas. Algunos de los presentes sonreían con nerviosismo. Reinaba el silencio.

—Podemos hacerlo.

—Sí, no es muy difícil.

—Si escapan, les dejamos. Vale.

Kris dejó que asimilasen las instrucciones durante un rato y envió a cada equipo a su propia esquina de la pequeña arboleda. Tom parecía contento de ir en vanguardia con el primer camión. Kris se trasladó de un equipo a otro, observando, dando ánimos, poniendo firme a un marine que parecía convencido de que haber sobrevivido al entrenamiento básico del cuerpo le daba permiso para dar órdenes a los reclutas de la Marina. El siguiente marine se mostró mucho más didáctico con los novatos. Y es que la habilidad con el armamento es un bien para compartir, no un martillo con el que castigar al estudiante.

Kris se detuvo al lado de su aspirante a héroe mientras practicaba disparando a unos matorrales a doscientos metros de distancia.

—Buen tiro —dijo.

—No está mal para un cobarde —respondió bajo la lluvia.

—Yo no veo a ningún cobarde.

—Esta mañana me bloqueé. No hice nada.

—¿Cuánto duró aquel tiroteo, nueve, diez segundos?

—No lo sé. A mí se me hicieron eternos —dijo mientras contemplaba su fusil.

—Yo he comprobado el registro de mi fusil. Nueve con nueve segundos desde el primer disparo hasta el último. No es suficiente tiempo para reaccionar, seas un héroe o un cobarde. En esta ocasión, me ocuparé de que tengas más tiempo. Entonces me dirás cuál de las dos cosas eres.

—¿Eso cree?

—No te haría desperdiciar munición si no fuese así. ¿Cuántas veces disparaste en el campo de entrenamiento?

—Solo llevaba la mitad del tiempo cuando me trajeron aquí. No llegué a disparar.

¡Maldita sea! Kris tuvo que esforzarse por no gruñir.
Debería haber revisado los informes de esta tropa antes de traerlos conmigo a la carretera.

—Ahora ya has disparado un fusil. ¿Qué te parece?

—Me encanta.

—Pues entonces sigue disparando —lo animó Kris, y siguió caminando. Cuando todos los reclutas, incluso los marines, hubieron disparado, entre la lluvia circulaba un aire de confianza.

Cuando hubieron concluido las prácticas de tiro, llegó la primera cobertura de los bosques por parte del ojo espía. Revelaba un montón de señales térmicas y latidos de corazones. Por lo menos, aquel montón de ladrones no había optado por invertir en alta tecnología. Dio gracias a Dios porque el coronel hubiese desplegado el ojo espía. Mientras los reclutas disparaban sus últimos dardos, Kris y Tom estudiaron la ubicación del enemigo.

—Esperan que subamos por la carretera —dedujo Kris.

—Sí —convino Tom—. Pero este grupo parece más listo que el anterior. No han talado ningún árbol. Quieren que caigamos en su trampa antes de empezar a disparar.

Kris se encogió de hombros.

—Entonces haremos que sean ellos los que caigan en la nuestra. —Mientras se volvía hacia los camiones, observó por el rabillo del ojo a uno de los prisioneros, que estaba sacando medio cuerpo del camión intentando que cayesen gotas de agua sobre su lengua.

»Tom, vamos a combatir. No podemos perder prisioneros por el fuego enemigo. Atalos a esos árboles. Si las cosas salen bien, regresaremos a por ellos. De lo contrario, llamaré a la última granja en la que hemos estado y les diré que vengan a recogerlos. Si quieren darles un trabajo, estupendo. Si no, pasaré a por ellos la semana que viene.

Tom miró a los prisioneros durante un rato y después se llevó la mano a la frente para saludar.

—Sí, señora.

—Ahora vamos a darles una lección a esos cabrones —dijo Kris, devolviendo el saludo.

12

Kris detuvo el convoy cuando se aproximaron a los nogales. Desde su posición era evidente que los árboles habían sido plantados en orden, fila a fila. Cubiertos de hojas, ninguno había empezado a dar fruto. La carretera giraba sensiblemente al adentrarse en lo que había sido un pantano, formando un ángulo que ocultaba a los camiones.

Kris había planeado su batalla.

Los bandidos se encontraban a un kilómetro en el interior del bosque, desperdigados en dos filas a ambos lados de la carretera. Las dos hileras de árboles más próximas a la carretera estaban vacías pues la mayoría de los enemigos estaban apostados en la tercera, cuarta y quinta. Aquella sencilla formación había sido desarrollada por las tribus de aquel lugar hacía miles de años y recuperada una y otra vez por la sencilla razón de que funcionaba.

Siempre y cuando el objetivo no supiera que se le estaba esperando.

Y Kris lo sabía.

—Tom, coge a la mitad de tu equipo y avanza lentamente a ambos lados de la carretera. Yo llevaré a los marines y a otros dos equipos de los camiones a paso ligero hacia la derecha. Abriremos fuego, conduciéndolos a la izquierda y en retirada. No se distingue por la lluvia, pero a la izquierda hay unas colinas. Si somos capaces de llevarlos en esa dirección, no se detendrán hasta que los perdamos de vista.

—No hay problema —dijo Tom.

Las tropas, que ya habían bajado de los vehículos, se dispersaron mientras la lluvia y el viento castigaban sus ponchos. El equipo de Courtney y la mitad de otro se dirigieron al flanco izquierdo. Tom se dirigió al lado derecho de la carretera con siete soldados. Eso dejaba a Kris con catorce, ella incluida, para ejecutar la maniobra de flanqueo.

Después de agruparlos en dos equipos, les instruyó:

—Vosotros seréis el equipo de asalto A. Vosotros, el equipo de asalto B. Recordadlo y moveos solamente cuando yo os lo diga. —Le dio a su nervioso aspirante a héroe una palmada en la espalda, mientras se dirigía hacia la fila y ocupaba su lugar antes de que Kris les ordenase seguirla. Con suerte, Tom no tendría que ocuparse de todos los malos. Pero claro, eso era lo que pensaba Custer cuando dejó a Reno combatiendo en el frente y se fue a buscar un flanco que atacar, lo que lo condujo a su perdición.

Kris se sacudió de encima aquel pensamiento; disponía del ojo vigía. Le mostraba dónde estaban todos y cada uno de los malos y los no tan malos. No tendría que preocuparse por la posibilidad de caer en su trampa antes de lo que quería. Por suerte, tenía la tecnología de su lado.

El lector con la información proporcionada por el ojo vigía quedó en blanco cuando Kris atravesaba la vigésima columna de árboles y se preparaba para girar hacia los nogales. Se volvió, con trece soldados a sus espaldas, y llamó al cuartel general.

—Lo sé, lo sé, nosotros también hemos perdido la señal —contestó el coronel—. Es un
software
antiguo y hemos tenido que emular los componentes para que transmita información a nuestra red. Estamos reiniciándolo todo. Denos cinco minutos. Por cierto, me gusta su despliegue. Flanquearlos, ponerlos en fuga... bien pensado.

—Cuento con el ojo vigía para que me advierta de cualquier posible sorpresa.

—En cuanto compruebe que ha vuelto a funcionar, lo sabrá.

—Gracias, señor. Las cosas están empezando a complicarse por aquí. Avíseme en cuanto funcione de nuevo.

—Buena suerte, alférez.

Al haber perdido la información que le proporcionaban desde el aire, Kris optó por una alternativa a la antigua. Dos de sus marines parecían tener experiencia en campo abierto; los designó como exploradores e hizo que se adelantaran al resto. Les dio cinco árboles de ventaja y, al sexto, puso a su pequeña fuerza principal en marcha. Se suponía que los separaban quince árboles de la emboscada. No obstante, con que alguien estuviese buscando un lugar privado para hacer sus necesidades, la sorpresa de Kris se iría al traste.

La lluvia caía racheada. El viento hacía temblar las hojas de los árboles. La tierra apestaba a barro, a pantano. Kris apenas podía ver a sus exploradores; no hubiese alcanzado a ver una manda de elefantes que pasase ante ella, ni la hubiese llegado a oír. Sordas y ciegas, las tropas de Kris caminaban tras ella. No había tiempo que perder. Tarde o temprano, los malos iban a empezar a preguntarse por qué los camiones se retrasaban tanto.

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