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Authors: James Matthew Barrie

Tags: #Infantil y Juvenil, Cuento

Peter Pan (9 page)

7
La casa subterránea

Una de las primeras cosas que hizo Peter al día siguiente fue tomar medidas a Wendy, John y Michael para unos árboles huecos. Recordaréis que Garfio se había burlado de los chicos por creer que necesitaban un árbol por persona, pero lo hizo por ignorancia, ya que a menos que el árbol se adecuase a las medidas de uno costaba subir y bajar y no había dos chicos que fueran exactamente del mismo tamaño. Una vez que se encajaba, uno tomaba aliento en la superficie y bajaba justo a la velocidad apropiada, mientras que para ascender se tomaba aliento y se soltaba alternativamente y de esta forma se subía serpenteando. Naturalmente, cuando uno domina el asunto se pueden hacer estas cosas sin pensarlas y entonces nada resulta más elegante.

Pero sencillamente hay que encajar y Peter le toma a uno medidas para el árbol con tanto cuidado como para un traje: la única diferencia es que las ropas se hacen para que le encajen a uno, mientras que uno tiene que estar hecho para encajar en el árbol. Por lo general es muy fácil hacerlo, por ejemplo poniéndose muchas ropas o muy pocas, pero si uno abulta en lugares poco apropiados o si el único árbol disponible tiene una forma extraña, Peter le hace a uno una serie de cosas y tras eso uno encaja. Una vez que se encaja, hay que tener mucho cuidado para seguir encajando y esto, según iba a descubrir Wendy encantada, mantiene a toda una familia en perfectas condiciones.

Wendy y Michael encajaron en sus árboles al primer intento, pero a John hubo que alterarlo un poco.

Tras unos cuantos días de práctica podían subir y bajar con la facilidad de unos cubos en un pozo. Y cómo se encariñaron con su casa subterránea, especialmente Wendy. Consistía en una estancia grande, como deberían tener todas las casas, con un suelo en el que se podía cavar si se quería pescar y en este suelo crecían gruesas setas de bonitos colores, que se empleaban como taburetes. Un árbol de Nunca jamás se esforzaba por crecer en el centro de la habitación, pero todas las mañanas serraban el tronco, a ras del suelo. Hacia la hora del té siempre tenía unos dos pies de alto y entonces colocaban una puerta sobre él, con lo cual aquello se convertía en una mesa; tan pronto como lo recogían todo, volvían a serrar el tronco y así tenían más espacio para jugar. Había un hogar enorme que se encontraba casi en cualquier lugar de la habitación donde se quisiera encenderlo y encima Wendy tendía unas cuerdas, hechas de fibra, donde colgaba la colada. De día la cama se dejaba apoyada contra la pared y se bajaba a las 6.30, momento en el que ocupaba casi media habitación y todos los chicos menos Michael dormían en ella, como sardinas en lata. Había una norma estricta que prohibía darse la vuelta hasta que uno no diera la señal y entonces todos se daban la vuelta al mismo tiempo. Michael también tendría que haberla usado, pero Wendy quería tener un bebé y él era el más pequeño y ya sabéis cómo son las mujeres y, en resumidas cuentas, el caso es que dormía colgado en una cesta.

Era un lugar tosco y sencillo, no muy distinto de lo que unos oseznos habrían hecho con una casa subterránea en las mismas circunstancias. Pero había un hueco en la pared, no más grande que una jaula de pájaro, que era el apartamento privado de Campanilla. Se podía aislar del resto de la casa mediante una cortinita, que Campanilla, que era muy quisquillosa, siempre tenía echada al vestirse o desvestirse. Ninguna mujer, por grande que fuera, podía haber tenido una combinación de tocador y dormitorio más primorosa. El canapé, como lo llamaba ella siempre, era un auténtico Reina Mab,
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de patas gruesas y cambiaba las colchas según las flores de temporada de los árboles frutales. Su espejo era un Gato con Botas, de los que, que sepan los tratantes del mundo de las hadas, sólo quedan tres, sin desperfectos; el lavabo era un Molde Pastelero reversible, la cómoda un auténtico Encantador VI y la alfombra y las esteras de la mejor época (la primera) de Margery y Robin. Había una araña de Tiddlywinks
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por cuestión de efecto, pero naturalmente, ella misma iluminaba la residencia. Campanilla menospreciaba mucho el resto de la casa, como realmente quizás fuera inevitable y su aposento, aunque bonito, tenía un aire bastante engreído, de permanente desprecio.

Supongo que todo aquello le resultaba especialmente cautivador a Wendy, porque esos alocados chicos suyos le daban muchísimo que hacer. Realmente había semanas enteras en las que, salvo quizás con un calcetín al atardecer, nunca subía a la superficie. Os aseguro que la cocina la mantenía atada a las cazuelas. Su comida principal era fruto del pan asado, batatas, cocos, cochinillo asado, frutos de mamey, rollos de tapa y plátanos, todo ello remojado con zumo de papaya, pero nunca se sabía exactamente si habría una comida real o simplemente una fantasía, dependía de lo que a Peter le apeteciera. Él podía comer de verdad, si eso era parte de un juego, pero no podía atiborrarse sólo por el placer de sentirse atiborrado, que es lo que más le gusta a la mayoría de los niños; detrás de eso lo que más les gusta es hablar de ello. La ficción le resultaba tan real que durante una comida de ese tipo se podía ver cómo se iba llenando. Naturalmente esto resultaba molesto, pero sencillamente había que hacer lo mismo que él y si uno le podía demostrar que se estaba quedando demasiado delgado para su árbol él permitía que se atiborrara.

El momento preferido de Wendy para coser y zurcir era cuando ya estaban todos en la cama. Entonces, según sus propias palabras, tenía un rato para respirar y lo empleaba en hacerles cosas nuevas y poner rodilleras, pues destrozaban muchísimo las rodillas.

Cuando se sentaba ante un cesto de calcetines, todos con un agujero en el talón, levantaba los brazos y exclamaba:

—Dios mío, estoy convencida de que a veces las solteras son de envidiar.

La cara le resplandecía al exclamar esto.

Recordaréis a su lobo mascota. Pues bien, éste no tardó en descubrir que había llegado a la isla y la encontró y ambos se lanzaron el uno en brazos del otro. Tras esto él la seguía por todas partes.

A medida que pasaba el tiempo, ¿se acordaba mucho ella de los amados padres a los que había abandonado? Ésta es una pregunta difícil, porque es imposible saber cómo pasa el tiempo en el País de Nunca jamás, donde se calcula por lunas y soles y siempre hay muchos más que en el mundo real. Pero me temo que Wendy no estaba realmente preocupada por su padre y su madre: estaba absolutamente convencida de que siempre tendrían la ventana abierta para que ella regresara volando y esto la tranquilizaba por completo. Lo que a veces la inquietaba era que John se acordaba de sus padres difusamente, como unas personas a las que hubiera conocido en otra época, mientras que Michael estaba bien dispuesto a creer que ella era su madre de verdad. Estas cosas la asustaban un poco y con el noble deseo de cumplir con su deber, intentaba grabarles su antigua vida en la cabeza poniéndoles exámenes sobre ello, que se parecían lo más posible a los que ella hacía en la escuela. A los demás chicos esto les parecía interesantísimo y se empeñaron en participar; se hicieron pizarrines y se sentaban alrededor de la mesa, escribiendo y pensando con ahínco en las preguntas que ella había escrito en otro pizarrín y les había ido pasando. Eran preguntas de lo más normal: «¿De qué color eran los ojos de mamá? ¿Quién era más alto, papá o mamá? ¿Mamá era rubia o morena? Contestar las tres preguntas si es posible». «(A) Escribir una redacción de no menos de 40 palabras sobre cómo pasé mis últimas vacaciones, o comparación del carácter de papá y mamá. Hacer sólo una de las dos». O «(1) Describir la risa de mamá; (2) Describir la risa de papá; (3) Describir el vestido de fiesta de mamá; (4) Describir la perrera y a su ocupante».

Eran simplemente preguntas corrientes como éstas y cuando uno no sabía contestarlas había que hacer una cruz y realmente era horrible la cantidad de cruces que hacía incluso John. Por supuesto, el único chico que contestaba todas las preguntas era Presuntuoso y nadie tenía mayores esperanzas de sacar la mejor nota, pero sus respuestas eran absolutamente ridículas y en realidad sacaba la peor; algo muy triste.

Peter no concursaba. Por un lado despreciaba a todas las madres excepto a Wendy y por otro era el único chico de la isla que no sabía ni leer ni escribir, ni la más mínima palabra. Él estaba por encima de ese tipo de cosas.

Por cierto, las preguntas estaban todas escritas en pasado. De qué color eran los ojos de mamá, etcétera. Es que a Wendy también se le había ido olvidando.

Las aventuras, claro está, como veremos, ocurrían todos los días, pero hacia esta época Peter se inventó, con ayuda de Wendy, un juego nuevo que lo tenía fascinadísimo, hasta que de pronto dejó de interesarse por él, cosa que, como ya se os ha dicho, era lo que siempre ocurría con sus juegos. Se trataba de fingir que no corrían aventuras, de hacer lo que John y Michael habían estado haciendo toda su vida: quedarse sentados en taburetes lanzando pelotas al aire, empujarse, salir a dar paseos y volver sin haber matado ni un oso gris. Ver a Peter sin hacer nada en un taburete era todo un espectáculo: no podía evitar tener aire de solemnidad en tales ocasiones, estar sentado sin moverse le parecía una cosa muy cómica. Se jactaba de haber ido a dar un paseo por el bien de su salud. Durante varios soles éstas fueron para él las aventuras más originales de todas y John y Michael tenían que fingir estar también encantados; si no, los habría tratado con mano dura.

Salía solo con frecuencia y cuando regresaba nunca se tenía la absoluta certeza de si había corrido una aventura o no. Podía haberla olvidado tan por completo que no decía nada sobre ella y luego cuando uno salía encontraba el cadáver y, por otra parte, podía decir muchas cosas sobre ella y, sin embargo, uno no encontraba el cadáver. A veces volvía a casa con la cabeza vendada y entonces Wendy le daba mimos y se la lavaba con agua tibia, mientras él contaba una historia deslumbrante. Pero la verdad es que ella nunca estaba convencida del todo. Sin embargo, había muchas aventuras que sabía que eran ciertas porque ella misma participaba en ellas y había aún más que eran verídicas por lo menos en parte, pues los demás chicos participaban en ellas y decían que eran totalmente ciertas. Para describir todas ellas haría falta un libro tan grande como un diccionario de inglés-latín, latín-inglés y lo más que podemos hacer es presentar una como ejemplo de un momento cualquiera en la isla. Lo difícil es cuál elegir. ¿Tomamos el enfrentamiento con los pieles rojas en el Barranco de Presuntuoso? Fue un asunto sanguinario y especialmente interesante por mostrar una de las peculiaridades de Peter, que era que en medio de la refriega de repente cambiaba de bando. En el Barranco, cuando la victoria todavía no estaba decidida, inclinándose a veces hacia un lado y a veces hacia el otro, gritó:

—Hoy soy indio. ¿Tú qué eres, Lelo?

Y Lelo contestó:

—Indio. ¿Tú qué eres, Avispado?

Y Avispado dijo:

—Indio. ¿Tú qué eres, Gemelo?

Y así sucesivamente, hasta que al final todos eran indios y, por supuesto, esto habría acabado con la pelea si no fuera porque los auténticos indios, fascinados por los métodos de Peter, aceptaron ser niños perdidos por esa vez y por ello todos se lanzaron al ataque de nuevo, con más fiereza que nunca.

El resultado extraordinario de esta aventura fue que… pero aún no hemos decidido si ésta es la aventura que vamos a contar. Quizás una mejor sería el ataque nocturno que los pieles rojas lanzaron sobre la casa subterránea, cuando varios de ellos se quedaron atascados en los árboles huecos y hubo que sacarlos como si fueran corchos. O podríamos contar cómo Peter le salvó la vida a Tigridia en la Laguna de las Sirenas y de esta forma la convirtió en su aliada.

O podríamos hablar de ese pastel que hicieron los piratas para que se lo comieran los chicos y perecieran y de cómo lo fueron colocando de lugar apropiado en lugar apropiado, pero Wendy siempre lo apartaba de las manos de los niños, de modo que acabó por perder su suculencia, se puso duro como un pedrusco, fue empleado como proyectil y Garfio tropezó con él en la oscuridad.

O pongamos que hablamos de los pájaros que eran amigos de Peter, especialmente del ave de Nunca Jamás que hizo su nido en un árbol que colgaba por encima de la laguna y de cómo el nido cayó al agua y el ave siguió sentada sobre los huevos y Peter dio órdenes para que no fuera molestada. Ésa es una historia bonita y el final muestra lo agradecido que puede ser un pájaro, pero si lo contamos también tenemos que contar toda la aventura de la laguna, cosa que realmente sería contar dos aventuras en vez de una. Una aventura más corta e igual de emocionante fue el intento de Campanilla, con ayuda de unas hadas callejeras, de trasladar a la durmiente Wendy al mundo real en una gran hoja flotante. Por suerte la hoja se venció y Wendy se despertó, creyendo que era la hora del baño y regresó a nado. O también podríamos escoger el desafío de Peter a los leones, cuando trazó un círculo alrededor de sí mismo en el suelo con una flecha y los desafió a que lo cruzaran y aunque esperó durante horas, mientras los demás chicos y Wendy observaban sin aliento desde los árboles, ninguno de ellos se atrevió a aceptar el reto.

¿Cuál de estas aventuras elegiremos? Lo mejor será echarlo a cara o cruz.

He lanzado la moneda y ha ganado la laguna. Esto casi le hace a uno desear que hubiera ganado el barranco o el pastel o la hoja de Campanilla. Claro que podría volver a hacerlo tres veces más y elegir la aventura que se repitiera; no obstante, quizás lo más justo sea quedarse con la laguna.

8
La laguna de las sirenas

Si uno cierra los ojos y tiene suerte, puede ver a veces un charco informe de preciosos colores pálidos flotando en la oscuridad; entonces, si se aprietan aún más los ojos, el charco empieza a cobrar forma y los colores se hacen tan vívidos que con otro apretón estallarán en llamas. Pero justo antes de que estallen en llamas se ve la laguna. Esto es lo más cerca que se puede llegar en el mundo real, un momento glorioso; si pudiera haber dos momentos se podría ver el oleaje y oír a las sirenas cantar.

Los niños solían pasar largos días de verano en esta laguna, nadando o flotando casi todo el rato, jugando a los juegos de las sirenas en el agua y cosas así. No debéis creer por esto que las sirenas tenían buena relación con ellos; por el contrario, uno de los pesares más duraderos de Wendy era que en todo el tiempo que estuvo en la isla jamás logró que alguna de ellas le dirigiera ni una sola palabra cortés. Cuando se acercaba sigilosamente hasta la orilla de la laguna podía llegar a verlas a montones, especialmente en la Roca de los Abandonados, donde les encantaba tomar el sol, peinándose con gestos lánguidos que la fastidiaban mucho; o incluso llegaba a nadar, de puntillas como si dijéramos, hasta ponerse a una yarda de ellas, pero entonces la veían y se zambullían, probablemente salpicándola con la cola, no por accidente, sino con toda intención.

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