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Authors: Anne Holt

Tags: #Intriga, policíaca

Noche cerrada en Bergen (53 page)

—Pero en este país uno no puede desheredar a los hijos legítimos —exclamó Knut Bork.

—Si la herencia es suficientemente grande, puede.

Inger Johanne hojeaba en el enorme libro rojo.

—La legítima para los hijos es de un millón de coronas —dijo mientras buscaba la ley de sucesiones—. ¿Cuántos hermanos tiene este Marcus?

—Dos —dijo Silje—. Una hermana y un hermano, si no recuerdo mal.

—Según este testamento... —dijo Inger Johanne—, a los tres les correspondería un millón, y a Niclas Winter el resto.

Silje soltó un silbido agudo y largo.

—Hablamos de mucho dinero —dijo—. Pero entonces debe...

Knut Bork se puso de pie bruscamente y cogió el documento.

—Aquí tiene que haber alguna especie de periodo límite —dijo irritado, como si fuera su propia fortuna la que estuviese en juego—. Niclas no podía simplemente aparecer después de tantos años y exigir...

Se interrumpió y quedó rígido en una postura que lo hacía parecer un orador fogoso.

—¿Por qué cuernos dejé que esa mujer se fuera? —dijo—. Ella mencionó algo sobre que en los últimos tiempos Niclas Winter la llamaba de vez en cuando. Decía que su madre acababa de morir y que al borde de la muerte le confió que había un documento que le esperaba en las oficinas de un abogado en Oslo. Algo que le aseguraría el futuro. Quizás él no...

Se miraron entre sí. Inger Johanne había encontrado la Ley de Sucesiones y estaba sentada con la mano entre las hojas del código.

—Está claro que aquí hay mucho que comprobar —dijo, como dudando—, pero por el momento me parece que él no tenía idea de la existencia del testamento en cuestión.

—¿Por qué le habría ocultado su madre que podía ser riquísimo, entonces? ¿No procuraría una madre velar para que...?

—Quizá no quería que él conociese la identidad de su padre antes de que ella muriese —dijo Silje—. Hay tantas cosas que no sabemos. No tiene mucho sentido que especulemos mucho más.

—Precisamente sobre eso sí sabemos algo —admitió Inger Johanne—. Aparecieron un par de anuncios acerca de Niclas Winter en el
Dagens Næringsliv,
después de su muerte. Sus instalaciones subieron mucho de precio, y eso en tiempos en que el arte nuevo casi no se vende. En el artículo decía que no dejó herederos. Decía que era... huérfano de padre. La madre era hija única y sus abuelos están muertos.

—Entonces podemos concluir que Niclas no tenía idea de quién era su padre ni de que era heredero legal —dijo Knut Bork, que se apoyó en el marco de la puerta y colocó un pie sobre la silla de Inger Johanne.

—En todo caso, por el momento —dijo ella—. Y de todos modos, el periodo de limitación no comienza a contarse antes de... —Las hojas delgadas crujieron mientras las pasaba—. Párrafo 70 —dijo distraída—. Seis meses, tiene. Desde que viera el testamento. Pero estoy de acuerdo contigo, Knut. Hasta donde yo sé, existe una fecha límite para... Quiero decir que hay...

El resto desapareció en un murmullo mientras seguía leyendo. Knut agitaba el pie con impaciencia y se inclinó sobre el libro para ver.

—Párrafo
75
—dijo Inger Johanne en voz alta y repentinamente, y dejó que su dedo siguiera el texto—. El derecho a reclamar la herencia caduca cuando el heredero no se presenta dentro de los diez años que siguen a la muerte del testador. Es tal como yo creía.

—El 15 de abril de este año —dijo Silje—. El plazo se cumple entonces.

La lámpara de la pantalla del ordenador se apagó de pronto en una silenciosa sesión de fuegos de artificio. Inger Johanne miró fijamente el círculo rojo magnético que marcaba el sábado 17 de enero. Le producía un efecto casi hipnótico. Dentro de dos días sería de nuevo el 19, y sintió que se le erizaba la piel de los brazos. Knut apoyó con decisión el pie en el suelo y se puso de pie.

—Pero ¿podría Niclas aparecer y demandar todo lo que sus hermanos han poseído durante casi diez años? —preguntó—. ¿No es jodidamente injusto?

Inger Johanne se había rendido.

—¿Por qué se peleó con los hijos? —dijo en voz baja mientras dejaba la vista vagar por el cuarto.

—¿Georg Koll?

—Sí.

—Como dije, era un mal tipo, en general. Además, seguro que no le gustaba que Marcus fuese homosexual. Los hermanos apoyaron a Marcus, que bien puede haber sido uno de los primeros que realmente... Bueno, fue uno de los primeros que yo sabía que era abiertamente homosexual. Se hablaba bastante del asunto. En los círculos. Ya me entendéis.

Knut sabía todavía bien poco de los círculos, e Inger Johanne parecía como si apenas hubiese escuchado lo que la policía había dicho.

—Niclas también era homosexual —dijo con simpleza.

—Eso Georg no pudo haberlo sabido.

—En el caso de los Estados Unidos había una relación entre... —La mirada, de pronto, pareció más clara—. Estos dos hombres son también hermanos —dijo tan bajito que Knut tuvo dificultad para oírla—. Medio hermanos. En un caso parecido, en los Estados Unidos, se descubrió que había una conexión extraña entre las víctimas. Puede... —Miró al uno y luego al otro—. ¿Podría ser que Marcus Koll fuese la próxima víctima? —Su mirada pasó de Knut al calendario—. Pasado mañana será 19. ¿Quizá...?

—¿Crees en tu propia teoría? —preguntó Knut, irritado—. ¿O ya la has abandonado? ¡Si de veras son The 25'ers quienes están detrás de estas muertes, ya hace tiempo que se llevaron a su gente fuera del país! El
VG
ha voceado prácticamente todo lo que sabemos, y los asesinos tendrían que ser idiotas si... ¡Demonios, Kripos ha estado continuamente en contacto con el FBI durante los últimos días! ¡Si bien los norteamericanos agradecen el que hayamos volcado todo el peso en la investigación y mañana mandarán a gente para apoyarnos, no ocultan su convicción de que los ejecutores ya están camino de casa!

Inger Johanne cerró el código con un ruido sordo.

—¡Si de veras creemos que tienen pensado seguir matando —dijo Knut irascible—, deberíamos seguir la invitación de esta hoja, aquí... —sacudió el
VG
—, y prevenir a todos los homosexuales y lesbianas sobre el próximo lunes! Y sobre el 24. Y sobre el 27. Sería totalmente...

—Enviar una patrulla no puede hacer daño —dijo Silje, corrigiéndolo—. Un automóvil civil. Con personal de paisano. Callados y tranquilos. Debiera orientar a Marcus Koll sobre...

—Se le debería orientar lo mínimo posible —la interrumpió Inger Johanne—. En todo caso no tendría que decírsele una palabra sobre este testamento. Creo que debería enfrentarse a él en otras circunstancias y a través de otras personas que no sean dos agentes de paisano. Ni siquiera sabemos si está al corriente de que tiene un hermano.

—De todos modos, mandaremos una patrulla —dijo Silje, decidida—. No digáis nada del testamento, porque por el momento sólo nosotros estamos al corriente. En su lugar podéis... dejar ver una preocupación general por los homosexuales que tengan un perfil destacado. Todos saben ya de este caso. Eso tendría que bastar.

Sonrió rápido y se puso de pie indicando que la reunión había terminado.

Inger Johanne se quedó sentada, sumida en sus propios pensamientos. Kurt salió del cuarto, pero Silje quedó parada con la mano sobre el picaporte.

—¿Se queda? —preguntó—. Si es así, estará bastante sola.

Marcus Koll junior estaba solo en la gran casa de Holmenkollen. Los perros dormían en su cesta al lado del hogar. Se había duchado y se había puesto ropa limpia. Como no sabía cuánto tiempo estaría Rolf fuera, se afeitó con maquinilla eléctrica en lugar de hacerlo con navaja. Cuando terminó, se quedó unos minutos en el estudio antes de ocupar uno de los mullidos sillones, frente a la ventana panorámica que se abría a la ciudad y el fiordo.

Y esperó.

Se sentía tranquilo. Aliviado, de alguna manera. Un leve hormigueo en el cuerpo le recordaba más al enamoramiento que la pena que sentía y aspiró profundamente por la nariz.

Esa vista era la que en su momento lo conquistó.

El jardín descendía suavemente hacia los dos pinos altos que crecían contra el muro del jardín, en la parte más baja del terreno. Los demás árboles que enmarcaban la cerca lo protegían de la vista de la casa vecina de más abajo, pero no reducían el maravilloso panorama. Vivir aquí arriba era como vivir muy lejos de la ciudad, y era esa sensación de soledad, junto con esa vista, las que lo habían hecho comprar el lugar.

—¿Estás sentado aquí a oscuras? —escuchó detrás de él.

Una después de otra, las luces de la sala se encendieron.

—¿Marcus?

Rolf se acercó y se quedó allí de pie, frente a él, con una expresión levemente confundida en los ojos.

—¿Ya estás listo? Son sólo las dos y media, y...

—Siéntate, por favor.

—No entiendo, Marcus. Espero que esto no lleve mucho tiempo, porque tenemos mucho que hacer. Tu hijo decidió quedarse a dormir en casa de Johan, o sea, que...

—Bien. Siéntate. Por favor.

Rolf se sentó en un sillón mellizo, a un metro de distancia. Estaban vueltos a medias, el uno hacia el otro.

—¿Qué sucede?

—¿Recuerdas el disco duro que encontraste? —preguntó Marcus, y tosió levemente.

—¿Qué?

—¿Recuerdas que encontraste un disco duro en el Maserati?

—Sí. Tú dijiste que... No recuerdo lo que dijiste, pero... ¿Qué pasa con eso?

—No estaba destruido. Yo lo saqué de mi ordenador para que nadie pudiese ver los sitios de Internet que había visitado esa noche. En caso de que alguien quisiera verificarlo, pensé.

Rolf estaba sentado al borde del sillón, con la boca entreabierta. Marcus estaba recostado, las piernas sobre un puf que hacía juego y los antebrazos apoyados en los costados suaves del sillón.

—Porno —sonrió Rolf, inseguro, en obvia adivinanza—. ¿Te... descargaste algo ilegal que...?

—No. Había leído un artículo en
Dagbladet.
Totalmente inocente, por supuesto, pero quería estar seguro. Seguro del todo. —Emitió un bufido que era más una risa o un sollozo, antes de mirar a Rolf y decir—: ¿Puedes ser tan amable de sentarte un poco más cómodamente?

—¡Me siento como mejor me place! ¿Qué te pasa, Marcus? Tu voz suena rara, y tú estás... ¡raro! Aquí sentado con chaqueta y corbata, temprano una tarde de sábado, y hablas de unas páginas ilegales en..., ¡en
Dagbladetl
¿Qué puede haber de ilegítimo en...?

Marcus se incorporó bruscamente. Rolf cerró la boca con un ligero ruido audible cuando los dientes chocaron entre sí.

—Te lo ruego —dijo Marcus, y se pasó ambas manos por encima de la cabeza en un gesto de impotencia—. Te ruego con toda el alma que escuches lo que tengo que decirte. Sin interrumpirme. Ya es muy difícil como es y, por lo menos, ahora he dado con un comienzo. Déjame continuar, ¿vale?

—Desde luego —dijo Rolf—. ¿Qué pasa con...? Por supuesto. Habla. Cuéntame.

Marcus miró fijamente el sillón durante unos segundos antes de sentarse de nuevo.

—Encontré una historia sobre un artista que se llamaba Niclas Winter. Había muerto. Por una sobredosis, se presumía.

—Niclas Winter —dijo Rolf, claramente confundido—. Fue una de las víctimas de...

—Sí. Es uno de los que asesinó ese grupo de odio estadounidense sobre el que el
VG
escribe en estos últimos días. Además era mi hermano. Medio hermano. Era hijo de mi padre.

Rolf se levantó lentamente de su asiento.

—Siéntate —dijo Marcus—. ¡Por favor, siéntate!

Rolf obedeció, pero se sentó al borde del sillón y con una mano sobre el apoyabrazos, como listo para saltar.

—Yo no sabía nada de él —dijo Marcus—. No hasta octubre. Él me buscó. Fue una sorpresa, por supuesto, pero bastante feliz. En especial al principio. Un hermano. Surgido absolutamente de la nada.

Fuera, el cielo se oscurecía. Hacia el oeste se veía una estrecha franja naranja que el sol había dejado tras de sí. Al cabo de media hora eso también habría desaparecido.

—No fue agradable por mucho tiempo. Me contó que era el heredero legal de todo. De todo.

Tomó aliento con fuerza. Todo quedó en silencio.

—¿Qué es todo? —se atrevió a susurrar Rolf.

—Esto —dijo Marcus, y abarcó el cuarto con los brazos—. Lo que es mío. Nuestro. Toda la herencia de nuestro padre.

Ahora Rolf comenzó a reírse. Una risa seca, extraña.

—Él no puede simplemente venir y sostener que es un hijo extraviado que...

—Un testamento —interrumpió Marcus—. Tenía un testamento. Es cierto que no lo tenía todavía, pero su madre le había dicho que ese documento debía de estar en alguna parte. Sólo tenía que encontrarlo. El tipo me pareció bastante desagradable y tampoco podía creer todo lo que me decía sin tener más datos, o sea, que lo eché. Se enojó muchísimo y prometió vengarse terriblemente en cuanto pusiera sus garras en el testamento. Casi parecía... —Marcus se cubrió los ojos con la mano derecha— traicionado. Parecía traicionado. Decidí olvidarlo, pero no tardé mucho tiempo en empezar a preocuparme. —Bajó la mano y miró a Rolf—. Niclas Winter no era del todo diferente a mi padre —dijo ronco—. Había algo en el tipo que me impulsó a averiguar que la historia que contaba era cierta. Por seguridad.

—¿Cómo?

Rolf estaba sentado todavía exactamente en la misma posición.

—Preguntándole a mamá.

—¿Elsa? ¿Cómo diablos podía ella...?

Marcus levantó la palma y sacudió la cabeza.

—En el momento en que le conté que me había buscado un tipo que no sólo sostenía que era mi hermano, sino que además pretendía tener derechos sobre toda la herencia de Georg, se derrumbó del todo. Cuando por fin logré hacerla hablar, me contó que ella había visto a mi padre cinco días antes de que muriese. Lo buscó para mendigarle..., para rogarle dinero para Anine. Mi hermana había roto con el hombre con quien convivía entonces y no quería desprenderse del pequeño apartamento que tenía en Grünerløkka. Trabajaba en una librería, y no tenía dinero, especialmente ahora que se había quedado sola.

—Creo que deberías terminar la historia —dijo Rolf, y tragó saliva—. Tienes el aspecto de un muerto viviente, Marcus. Deberías acostarte. Tendrías que...

—¡Tendría que continuar con mi historia! —Hundió el puño en el apoyabrazos. El golpe sordo hizo que Rolf regresase a su posición en el sillón—. ¡Y tú me vas a escuchar! —rugió.

Rolf asintió rápidamente.

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