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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (9 page)

—De acuerdo —contesté con el tono de voz más neutral que fui capaz de emitir.

—Sookie, no te enfades conmigo, simplemente te digo lo que cualquier representante de la ley te diría —dijo.

Y yo pensé: "Cualquiera al que le pesara el trasero tanto como a ti". Pero no lo dije en voz alta. Bud era la máxima autoridad que teníamos, y debía mantenerme de su lado siempre que me fuera posible.

Murmuré algo que sonó vagamente educado y colgué el teléfono. Después de informar a Catfish, decidí que lo único que podía hacer era desplazarme hasta Shreveport. Iba a llamar a Arlene, pero recordé que debía de tener a los niños en casa porque aún estaban de vacaciones escolares. Pensé en llamar a Sam, pero me imaginé que se ofrecería a hacer cualquier cosa por mí cuando en realidad no había nada de lo que él pudiera encargarse. Simplemente deseaba compartir mi preocupación con alguien. Sabía que eso no estaba bien. Que nadie podía ayudarme, excepto yo misma. Una vez tomada la decisión de ser valiente e independiente, a punto estuve de llamar por teléfono a Alcide Herveaux, un chico pudiente y trabajador que vive en Shreveport. El padre de Alcide dirige una empresa de peritajes que trabaja para tres estados y Alcide se pasa el día viajando de una oficina a otra. La noche anterior se lo había mencionado a Eric; él había enviado a Alcide a Jackson conmigo. Pero Alcide y yo teníamos aún ciertos temas pendientes entre hombre y mujer y sería engañoso llamarle cuando lo que yo necesitaba era un tipo de ayuda que no podía darme. O, al menos, eso era lo que pensaba en aquel momento.

Me daba miedo salir de casa por si acaso había noticias de Jason, pero ya que el sheriff no se había puesto aún a buscarlo, pensé que seguiríamos un tiempo sin saber nada de él.

Antes de irme, arreglé el vestidor del dormitorio pequeño para que todo pareciera natural. A Eric le costaría un poco más salir cuando bajara el sol, pero no le resultaría extremadamente complicado. Dejarle una nota sería algo que podía suponerle la muerte si alguien entraba en la casa, y él era suficientemente inteligente como para responder al teléfono si yo le llamaba una vez hubiera anochecido. Pero estaba tan confundido con su amnesia, que tal vez tuviera miedo cuando se despertase solo y no encontrara una explicación a mi ausencia.

Tuve una idea luminosa. Arranqué una hoja del calendario de "La palabra del día" del año pasado ("encantamiento") y escribí: "Jason, si por casualidad pasas por aquí, ¡llámame! Estoy muy preocupada por ti. Nadie sabe dónde estás. Volveré por la tarde o por la noche. Voy a pasar por tu casa y después iré a Shreveport para ver si andas por allí. Luego regresaré a casa. Te quiero, Sookie". Pegué la nota con celo en la nevera, justo donde una hermana esperaría que su hermano fuera directamente si se pasaba por allí.

Eric era lo bastante listo como para leer entre líneas. Y la explicación de la nota era de lo más normal, de modo que si a alguien se le ocurría entrar en la casa para inspeccionar, pensaría que la nota era la precaución normal de una hermana.

De todos modos, seguía dándome reparo dejar a Eric durmiendo y tan vulnerable. ¿Y si se presentaban los brujos en casa?

¿Y por qué deberían hacerlo?

De haberle seguido la pista a Eric, ya habrían venido, ¿no? Al menos, mi lógica era ésa. Pensé en llamar a alguien, como Terry Bellefleur, un tipo bastante duro, para que viniese a quedarse en casa —podía utilizar como pretexto que estaba esperando una llamada de Jason—, pero no me pareció adecuado implicar a nadie más en la defensa de Eric.

Llamé a todos los hospitales de la zona, con la sensación constante de que debería ser el sheriff quien realizara esa pequeña tarea por mí. Los hospitales tenían la lista con los nombres de todos los ingresados y ninguno de ellos era Jason. Llamé a la patrulla que vigilaba la autopista para averiguar si se había producido algún accidente la noche anterior y la respuesta fue negativa. Llamé a unas cuantas mujeres que habían salido con Jason y recibí muchas respuestas negativas, algunas de ellas obscenas.

Había cubierto todas las posibilidades. Estaba lista para ir a casa de Jason, conduciendo en dirección norte por Hummingbird Road y desviándome a la izquierda para tomar la autopista, incluso recuerdo haberme sentido orgullosa de mí misma. Cuando seguí en dirección oeste para llegar a la casa donde había pasado los primeros siete años de mi vida, dejé el Merlotte's a mi derecha y luego llegué al cruce principal por el que se entraba a Bon Temps. Giré a la izquierda y divisé nuestra antigua casa, con la camioneta de Jason aparcada enfrente. Había otro vehículo, tan reluciente como el primero, aparcado a unos cinco metros de la de Jason.

Cuando salí del coche, vi que había un hombre de color examinando el terreno alrededor del vehículo. Y me sorprendió descubrir que la segunda camioneta pertenecía a Alcee Beck, el único detective afroamericano de la policía local. La presencia de Alcee me resultó tanto tranquilizadora como inquietante.

—Señorita Stackhouse —dijo muy serio. Alcee Beck iba vestido con chaqueta, pantalón y unas botas gastadas. Las botas no conjuntaban con el resto de su atuendo y estaba segura de que las guardaba en el coche para aquellos casos en que tenía que inspeccionar terrenos en mal estado. Alcee (cuyo nombre se pronunciaba ALSEI) era también un emisor potente y me resultaba fácil recibir sus pensamientos cuando bajaba mis escudos defensivos para escuchar.

Enseguida me enteré de que Alcee Beck no se alegraba de verme, que yo no le caía bien y que pensaba que a Jason le había ocurrido algo sospechoso. Jason le importaba un comino al detective Beck, pero me tenía miedo. Me consideraba una persona tremendamente rara y me evitaba siempre que podía.

Lo cual a mí no me importaba.

Sabía más sobre Alcee Beck que lo que me sentía cómoda sabiendo, y lo que sabía de Alcee no era muy agradable. Era brutal con los prisioneros que no colaboraban, aunque adoraba a su esposa y a su hija. Aprovechaba cualquier oportunidad que se le presentase para forrarse y se aseguraba de que dichas oportunidades se le presentaran con frecuencia. Alcee Beck limitaba esas prácticas a la comunidad afroamericana, operando sobre la teoría de que nunca le delatarían a otros policías blancos, y hasta el momento no se había equivocado.

¿Veis a qué me refiero cuando digo que a veces preferiría no saber nada sobre ciertas cosas que escucho? Enterarse de esto era muy distinto a descubrir que Arlene opinaba que el marido de Charlsie no era lo bastante bueno para Charlsie, o que Hoyt Fortenberry había abollado un coche en el aparcamiento y no se lo había comunicado al propietario del coche afectado.

Y antes de que me preguntéis qué hago cuando me entero de cosas así, os lo diré. No me meto. A las malas he aprendido que cuando intentas intervenir casi nunca sale bien. Nadie es más feliz por ello, todo el mundo se fija en mi tara y paso un mes entero sin que nadie se sienta cómodo en mi compañía. Guardo más secretos que dinero Fort Knox. Y los guardo tan encerrados a cal y canto como ellos sus lingotes.

Debo admitir que si bien la mayoría de los pequeños secretos que vengo acumulando no cambiarían el mundo, la mala conducta de Alcee sí provoca un daño. Hasta el momento, sin embargo, no había encontrado aún la manera de impedir que Alcee siguiera actuando como lo hacía. Era un tipo muy inteligente, que controlaba sus actividades y las mantenía escondidas a cualquiera con poder para intervenir. Pero no estaba del todo segura de que Bud Dearborn no estuviera al corriente.

—Detective Beck —dije—. ¿Está buscando a Jason?

—El sheriff me ha pedido que venga a ver si veo algo raro.

—¿Y ha encontrado algo?

—No, señorita. No he encontrado nada.

—¿Le comentó el jefe de Jason que la puerta de la camioneta estaba abierta?

—La he cerrado para que no se agote la batería. He ido con cuidado de no tocar nada, naturalmente. Pero estoy seguro de que su hermano aparecerá de un momento a otro y que no le gustará nada que le hayamos revuelto sus cosas sin motivo.

—Tengo una llave de su casa y me gustaría pedirle si puede entrar conmigo.

—¿Sospecha que pueda haberle pasado alguna cosa dentro de la casa? —Alcee Beck se andaba con tanto cuidado con sus palabras que empecé a preguntarme si tendría una grabadora en marcha escondida en el bolsillo.

—Podría ser. No suele faltar nunca al trabajo. De hecho, no ha faltado nunca. Y siempre sé dónde está. Siempre me tiene al corriente.

—¿Se lo diría si está con una mujer? Los hermanos no suelen contar esas cosas, señorita Stackhouse.

—Me lo diría, o se lo diría a Catfish.

Alcee Beck hizo lo posible para ocultar una expresión de escepticismo en su oscura cara, pero el intento no le salió muy logrado.

La casa seguía cerrada con llave. Elegí la llave correcta entre todas las que llevaba en el llavero y entramos. Cuando entré, no tuve esa sensación de estar en casa que tenía cuando era pequeña. Llevaba mucho más tiempo viviendo en casa de mi abuela que en aquélla. Jason se trasladó a vivir aquí tan pronto como cumplió los veinte y, aunque me acercaba de vez en cuando, seguramente no habría pasado en ella ni un total de veinticuatro horas en los últimos ocho años.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que mi hermano no había hecho grandes cambios durante todo aquel tiempo. Era una casita estilo rancho, con habitaciones pequeñas, pero mucho más nueva que la casa de la abuela —mi hogar— y mucho mejor acondicionada para soportar el frío y el calor. Mi padre se había ocupado personalmente de ella, y la había construido bien.

La pequeña sala de estar seguía amueblada con el mobiliario de madera de arce que mi madre había adquirido en una tienda de saldos y la tapicería (beis con flores azules y verdes, jamás vistas en la naturaleza) seguía estando en buen estado, lo cual era una pena. Había necesitado unos cuantos años para darme cuenta de que mi madre, aun siendo una mujer inteligente en muchos sentidos, no tenía buen gusto. Jason no había llegado a darse cuenta de ello. Había sustituido las cortinas cuando se habían gastado y descolorido, y había comprado una alfombra nueva para tapar los lugares donde la vieja moqueta azul estaba más maltrecha. Los electrodomésticos eran nuevos y se había esmerado en actualizar el baño. Pero mis padres, de haber podido entrar ahora en la que fue su casa, se habrían sentido a gusto en ella.

Me sentí conmocionada al pensar que llevaban ya muertos casi veinte años.

Mientras permanecía cerca de la puerta de entrada, rezando para no ver manchas de sangre, Alcee Beck inspeccionó la casa, que parecía estar en orden. Después de un segundo de indecisión, decidí seguirlo. No había mucho que ver; como ya he dicho, es pequeña. Tres dormitorios (dos de ellos bastante estrechos), el salón, la cocina, un baño, una sala de estar bastante grande y un pequeño comedor: una casa que podría encontrarse duplicada innumerables veces en cualquier ciudad de los Estados Unidos.

La casa estaba cuidada. Aunque a veces Jason se comportaba como un cerdo, nunca había vivido como tal. Incluso la cama de matrimonio que llenaba casi por completo el dormitorio de mayor tamaño estaba más o menos bien hecha, aunque vi que tenía sábanas de color negro y de un tejido brillante. Supuestamente tenían que parecer de seda, pero estaba segura de que eran de algún tejido artificial. Demasiado resbaladizas para mi gusto; prefería las de percal.

—No hay signos de pelea —observó el detective.

—Ya que estoy aquí, voy a coger una cosa —le dije, acercándome al armario de armas que había sido de mi padre. Estaba cerrado, de modo que busqué de nuevo mi llavero. Sí, también guardaba la llave de ese armario y recordé una larga historia que Jason me había explicado sobre la necesidad de tener yo también un arma; por si acaso él salía a cazar y necesitaba otro rifle, o algo por el estilo. ¡Como si yo fuera a dejarlo todo cuando él me lo pidiera para ir a llevarle un rifle!

Aunque, si no estaba trabajando, tal vez sí lo haría.

En el armario de las armas estaban los rifles de Jason, y los de mi padre, junto con toda la munición necesaria.

—¿Están todas? —El detective se volvió con impaciencia desde la puerta que daba acceso al comedor.

—Sí. Simplemente voy a llevarme una a casa.

—¿Acaso espera tener problemas? —Por primera vez, Beck parecía interesado en algo.

—Si Jason ha desaparecido, ¿quién sabe qué puede haber pasado? —dije, esperando que mi respuesta fuese lo bastante ambigua. A pesar de que me tuviera miedo, Beck tenía mi inteligencia en muy baja estima. Jason había dicho que me llevaría una escopeta a casa, y yo sabía que me sentiría mejor con ella. De modo que cogí la Benelli y busqué las correspondientes balas. Jason me había enseñado con todo detalle cómo cargar y disparar aquella escopeta, que era todo su orgullo. Había dos cajas distintas de balas.

—¿Cuáles cojo? —le pregunté al detective Beck.

—Caramba, una Benelli. —Decidió darse un respiro para dejarse impresionar con el arma—. De calibre doce, ¿no? Yo cogería las que se utilizan para cazar aves —me aconsejó—. Las que se utilizan para el tiro al blanco no tienen fuerza suficiente para detener a nadie.

Metí en el bolsillo la caja aconsejada.

Salí de la casa para guardar la escopeta en el coche, con Beck pisándome los talones.

—Tiene que llevar la escopeta en el maletero y las balas dentro del coche —me informó el detective. Hice exactamente lo que me dijo, guardé incluso las balas en la guantera, y me volví hacia él. Tenía ganas de perderme de vista y me dio la impresión de que no estaba en absoluto entusiasmado con la misión de encontrar a Jason.

—¿Ha mirado ya en la parte de atrás? —le pregunté.

—Acababa de llegar cuando apareció usted.

Incliné la cabeza en dirección al estanque que había detrás de la casa y nos dirigimos hacia allí. Un par de años atrás, mi hermano, ayudado por Hoyt Fortenberry, había montado una agradable terraza en la parte trasera de la casa. Había colocado en ella un mobiliario de exterior muy acertado que había comprado de rebajas en Wal-Mart. En la mesa de hierro forjado había colocado incluso un cenicero por si sus amigos salían fuera a fumar. Alguien lo había utilizado. Hoyt fumaba, recordé. En la terraza no había ningún otro detalle interesante.

Desde la terraza hasta el estanque, el terreno descendía cuesta abajo. Mientras Alcee Beck verificaba la puerta trasera, contemplé el embarcadero que había construido mi padre y creí ver una mancha en la madera. Me estremecí, no sé por qué, y debí de emitir algún ruido. Alcee se acercó a mi lado y le dije:

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