Read Muerto Para El Mundo Online
Authors: Charlaine Harris
—Siento haberte conocido en un día tan malo como hoy —dije—. Soy Sookie Stackhouse.
—Y yo soy Claudine —dijo, con una preciosa sonrisa. Tenía los dientes tan blancos como una actriz de Hollywood. Su piel era extraña; brillante y fina como la piel de una ciruela, daba la impresión de que si la mordías saldría de ella un jugo dulce—. He venido para ver toda la actividad.
—¿Qué? —dije, sorprendida.
—Sí. Aquí en Bon Temps tenéis vampiros, hombres lobo y muchas cosas más... Y eso por no mencionar varios cruces de carreteras importantes. Me sentí atraída por tantas posibilidades.
—Ya —dije con cierta inseguridad—. ¿Y piensas limitarte a observar o hacer algo más?
—Limitarme a observar no es mi estilo. —Rió—. Tú eres un poco como el comodín, ¿verdad?
—Holly está en casa —dijo Tara, cerrando el teléfono y sonriendo, pues era difícil no sonreír en presencia de Claudine. Me di cuenta de que yo misma lucía una sonrisa de oreja a oreja, no mi sonrisa tensa habitual, sino una expresión de radiante felicidad—. Dice que vayas.
—¿Vendrás conmigo? —No sabía qué pensar de la acompañante de Tara.
—Lo siento, pero Claudine viene a ayudarme hoy en la tienda —dijo Tara—. Vamos a rebajar todo el inventario con motivo de Año Nuevo y esperamos mucha clientela. ¿Quieres que te aparte alguna cosa? Me quedan unos cuantos vestidos de fiesta realmente fantásticos. ¿Verdad que el que llevaste a Jackson te quedó hecho un asco?
Sí, porque a un fanático le había dado por liarla con una estaca. El vestido había sufrido las consecuencias, definitivamente.
—Se manchó —dije empleando mucha moderación—. Muchas gracias por la oferta, pero no creo que tenga tiempo para ir a probármelos. Con Jason y todo este lío, tengo muchas cosas en qué pensar. —Y me sobra muy poco dinero, pensé para mis adentros.
—Lo entiendo —dijo Tara. Volvió a abrazarme—. Llámame si me necesitas, Sookie. Resulta gracioso que no recuerde mejor aquella velada en Jackson. A lo mejor es que yo también bebí demasiado. ¿Estuvimos bailando?
—Oh, sí, me convenciste para que practicáramos aquel numerito que bailamos en el concurso del instituto.
—¡No puede ser! —Me suplicaba que se lo negase, con una media sonrisa dibujada en su cara.
—Pues me temo que sí. —Sabía perfectamente bien que lo recordaba.
—Me gustaría haber estado presente —dijo Claudine—. Me encanta bailar.
—Pues créeme, a mí me habría encantado perderme aquella noche en el Club de los Muertos.
—Si es verdad que bailé aquello en público, creo que nunca jamás volveré a pisar Jackson —dijo Tara.
—Creo que lo mejor es que ninguna de las dos vuelva jamás a Jackson. —En Jackson dejé a más de un vampiro enfadado, pero creo que los hombres lobo se pusieron aún más furiosos que ellos. Tampoco es que hubiera muchos, pero aun así sería mejor no volver.
Tara se quedó dudando un momento, evidentemente tratando de pensar la mejor manera de decirme alguna otra cosa.
—Ya sabes que Bill es el propietario del edificio donde está mi tienda, Prendas Tara —empezó a decir con cautela—. Me dejó un número de teléfono y me dijo que verificaría de vez en cuando el contestador mientras estuviera fuera del país. De modo que si quieres decirle algo...
—Gracias —dije, aun sin estar segura de sentirme agradecida por ello—. También me dijo que dejaría un número apuntado en su casa, en una libreta junto al teléfono. —El hecho de que Bill se hubiera marchado al extranjero y estuviera inaccesible tenía una finalidad. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza contactar con él para explicarle el aprieto en el que me encontraba. Se me había ocurrido llamar a mucha gente, pero nunca a Bill.
—Me pareció que estaba un poco, no sé, como un poco bajo de moral. —Tara se quedó examinando las puntas de sus botas—. Melancólico —dijo, como si disfrutara pronunciando una palabra que pocas veces le venía a la boca. Claudine la miró con aprobación. Era una chica extraña. Sus enormes ojos brillaban de alegría cuando me dio unos golpecitos en la espalda.
Tragué saliva.
—La verdad es que no puede decirse que sea precisamente el Señor Sonrisas —dije—. Le echo de menos. Pero... —Negué con la cabeza para subrayar mis palabras—. Era demasiado complicado. Me daba... demasiadas preocupaciones. Te agradezco que me hayas dicho que puedo llamarlo si lo necesito y, de verdad, no sabes qué favor me haces al contarme lo de Holly.
Tara, sonrojada por la sensación de satisfacción de haber hecho la buena obra del día, entró de nuevo en su flamante Camaro. Después de acomodar su esbelta figura en el asiento del acompañante, Claudine se despidió de mí saludándome con la mano y Tara arrancó el coche. Entré en mi coche y me concentré un momento para tratar de recordar dónde vivía Holly Cleary. Recordé que había mencionado que su apartamento era minúsculo, y eso sólo podía significar que vivía en Kingfisher Arms.
Cuando llegué al edificio en forma de "U" en el extrarradio sur de Bon Temps, bajé del coche y examiné los buzones en busca del número de apartamento de Holly. Vivía en la planta baja del número cuatro. Holly tenía un hijo de cinco años de edad, Cody. Tanto Holly como su mejor amiga, Danielle Gray, se habían casado justo después de terminar sus estudios de secundaria y ambas se habían divorciado cinco años después. La madre de Danielle siempre solía echarle una mano, pero Holly no tenía esa suerte. Los padres de Holly estaban divorciados desde hacía mucho tiempo y vivían en otra ciudad, y su abuela había fallecido de Alzheimer en el asilo municipal. Holly había estado saliendo unos meses con el detective Andy Bellefleur, pero la cosa no había llegado a nada. Corría el rumor de que la anciana Caroline Bellefleur, la abuela de Andy, no consideraba a Holly lo bastante "buena" para él. Yo no opinaba al respecto. Ni Holly ni Andy estaban en mi lista de personas favoritas, aunque, definitivamente, sentía más frialdad hacia Andy que hacia Holly.
Cuando Holly me abrió la puerta, me di cuenta de repente de lo mucho que había cambiado en el transcurso de las últimas semanas. Desde hacía años llevaba el pelo teñido de un color amarillo diente de león. Ahora lo tenía negro, sin brillo y con las puntas abiertas. Tenía cuatro agujeros con pendientes en cada oreja. Y también advertí que los huesos de sus caderas presionaban contra el fino tejido de algodón de sus viejos vaqueros.
—Hola, Sookie —dijo, muy amable—. Tara me contó que querías hablar conmigo, pero no estaba segura de que fueras a venir. Siento lo de Jason. Pasa, por favor.
Era un apartamento pequeño, naturalmente, y aunque había sido pintado recientemente, se notaba que hacía años que estaba habitado. Había una única estancia que combinaba salón, comedor y cocina, con una barra para el desayuno que separaba la zona de la cocina del resto. En una esquina había una cesta con juguetes y en la maltrecha mesita de centro había un bote de abrillantador para muebles Pledge y un trapo. Holly estaba de limpieza.
—Siento interrumpir —dije.
—No importa. ¿Te apetece un refresco? ¿Un zumo?
—No, gracias. ¿Dónde está Cody?
—Está con su padre —respondió Holly, bajando la vista—. Lo llevé con él el día después de Navidad.
—¿Dónde vive su padre?
—David vive en Springhill. Acaba de casarse con una chica, Allie. Ella ya tenía dos hijos. La pequeña es de la edad de Cody y les encanta jugar juntos. Siempre está con "Shelley esto", "Shelley lo otro". —Holly parecía un poco triste.
David Cleary era miembro de un gran clan. Su primo Pharr había ido conmigo a clase. Por el bien genético de Cody, esperaba que David fuese más inteligente que Pharr, algo que era muy fácil.
—Tengo que hablar contigo de un tema muy personal, Holly.
Holly se quedó sorprendida.
—Bien, la verdad es que nuestra relación nunca había llegado a este extremo, ¿no? —dijo—. Tú pregunta, y yo decidiré qué responder.
Intenté pensar bien lo que iba a decir; tenía que mantener en secreto lo que quería que siguiese siendo secreto y preguntarle lo necesario sin ofenderla.
—¿Eres bruja? —dije, incómoda por tener que utilizar una palabra tan dramática.
—Soy más bien wiccana.
—¿Te importaría explicarme la diferencia? —La miré brevemente a los ojos, pero decidí enseguida centrarme en las flores secas que había en una cesta encima del televisor. Holly pensaba que sólo podría leer su mente si la miraba a los ojos. (Es verdad, al igual que sucede con el contacto físico, el contacto visual facilita la lectura, pero no es necesario en absoluto).
—Supongo que no. —Habló lentamente, como si estuviera pensando mientras hablaba—. No eres de esas a las que les gusta chismorrear.
—Sea lo que sea lo que me digas, no pienso compartirlo con nadie. —Volví a mirarla a los ojos por un instante.
—De acuerdo —dijo—. Veamos, las brujas practican rituales mágicos.
Hablaba en sentido general, pensé, pues hablar en primera persona sería quizá una confesión demasiado atrevida.
—Se basan en unos poderes que la mayoría de la gente nunca llega a explotar. Ser bruja no equivale a ser malvada o, al menos, no tendría por qué ser así. Los wiccanos seguimos una religión, una religión pagana. Seguimos los designios de la Madre, y tenemos nuestro propio calendario de días sagrados. Se puede ser simultáneamente wiccano y brujo; o tener más de lo uno o de lo otro. Cada caso es distinto. Yo practico un poco la brujería, pero me interesa más la vida wiccana. Consideramos que actuamos bien cuando no hacemos daño a los demás.
Curiosamente, cuando Holly me explicó que no era cristiana, mi primer sentimiento fue de turbación. Nunca había conocido a nadie que no fingiera ser cristiano, o que no alabara, aunque fuera de boquilla, los preceptos cristianos básicos. Estaba segura de que en Shreveport había una sinagoga, pero nunca había conocido a un judío. Aquello era una buena curva de aprendizaje.
—Comprendo. ¿Conoces a muchas brujas?
—Conozco a unas cuantas. —Holly movió afirmativamente la cabeza repetidas veces, evitando aún mi mirada.
Vi un ordenador viejo en la desvencijada mesa del rincón.
—¿Tenéis algo así como un chat, o un tablón de anuncios, o algo por el estilo?
—Oh, claro.
—¿Has oído hablar de un grupo de brujos que ha llegado últimamente a Shreveport?
El semblante de Holly se puso muy serio. Frunció el entrecejo.
—Dime que no tienes nada que ver con ellos —dijo.
—Directamente, no. Pero conozco a alguien a quien han hecho daño y temo que hayan podido apoderarse de Jason.
—Entonces se ha metido en un buen lío —dijo sin rodeos—. La mujer que lidera este grupo es redomadamente cruel. Su hermano es igual de malvado. La gente de ese grupo no se parece en nada a nosotros. No tratan de vivir una vida mejor, ni buscan un camino para entrar en contacto con el mundo natural, ni practican hechizos que les sirvan para mejorar su paz interior. Son wiccanos. Pero son malos.
—¿Podrías darme alguna pista sobre dónde poder encontrarlos? —Estaba esforzándome para no mostrarme alterada. Mi sexto sentido me decía que Holly estaba pensando que si el recién llegado aquelarre se había hecho con Jason era muy posible que mi hermano estuviese malherido, si no muerto.
Holly, aparentemente sumida en pensamientos profundos, miró al exterior a través de la ventana de su apartamento. Tenía miedo de que pudieran descubrir que era ella quien había proporcionado la información y de que la castigaran, a ella o incluso a Cody. No eran brujos que se abstuvieran de hacer el mal. Eran brujos cuya vida giraba en torno a acumular poder de todo tipo.
—¿Son sólo mujeres? —pregunté, intuyendo que estaba a punto de decidir no decirme nada más.
—Si piensas que Jason podría encandilarlas por ser tan bien parecido, mejor que te olvides de ello —me dijo Holly, con una expresión seria y franca. No intentaba impresionarme, sino que quería que comprendiese lo peligrosa que era esa gente—. Hay también algunos hombres. No son..., no son brujos normales. Me refiero a que ni siquiera eran gente normal.
Estaba dispuesta a creerla. Me había acostumbrado a creer cosas raras desde la noche en que Bill Compton entró en el Merlotte's.
Holly hablaba como si supiera muchas más cosas sobre aquel grupo de brujos de lo que yo me había imaginado... Sabía mucho más que la información general que esperaba obtener de ella. La animé a seguir.
—¿Y qué es lo que los hace distintos?
—Han bebido sangre de vampiro. —Holly miró hacia un lado, como si intuyera que alguien estaba escuchándola. El movimiento me llevó a ser cautelosa—. Los brujos..., los brujos que utilizan sus poderes con fines malignos son ya malos de por sí. Pero los brujos con ese poder que además han tomado sangre de vampiro son..., no tienes ni idea de lo peligrosos que son, Sookie. Algunos son licántropos, además. Mantente alejada de ellos, por favor.
¿Licántropos? ¿Que no eran sólo brujos, sino que además eran licántropos? ¿Y que bebían sangre de vampiro? Empecé a asustarme de verdad. Aquello era lo peor que podía imaginarme.
—¿Dónde están?
—Pero ¿no has entendido lo que te he dicho?
—¡Sí, pero tengo que saber dónde están!
—Se han instalado en una vieja fábrica, no muy lejos del centro comercial Pierre Bossier —dijo Holly, y vi la imagen en su cabeza. Había estado allí. Los había visto. Lo tenía todo en su cabeza y yo estaba captándolo.
—¿Por qué estuviste allí? —le pregunté, y se estremeció.
—Tenía miedo de hablar contigo —dijo Holly, enfadada—. Ni siquiera debería haberte dejado entrar. Pero he salido con Jason... Me van a matar por tu culpa, Sookie Stackhouse. A mí y a mi hijo.
—No, no te matarán.
—Estuve allí porque su líder hizo un llamamiento a todos los brujos de la zona para que acudiésemos a una reunión de alto nivel. Resultó que lo único que ella quería era imponer su voluntad sobre todos nosotros. Hubo quien se quedó muy impresionado ante su poder y su empeño, pero la mayoría no somos más que wiccanos de una pequeña ciudad y no nos gusta que consuma drogas —al fin y al cabo, beber sangre de vampiro equivale a eso—, ni su afición por el lado oscuro de la brujería. Y no quiero seguir hablando más sobre el tema.
—Gracias, Holly. —Intenté pensar en algo que decir que aplacara su miedo. Pero lo que más deseaba ella en aquel momento era perderme de vista y yo ya la había importunado demasiado. El simple hecho de que Holly, que creía en mis facultades telepáticas, me dejara cruzar el umbral de su puerta había sido ya una enorme concesión. Por muchos rumores que hubiesen oído, y por mucho que tuvieran pruebas de lo contrario, la gente quería creer que el contenido de su mente era privado.