a partir del martes en que mi dueño había ido a quejarse al papá Moundjoula, su vida se vio marcada por pequeñas desgracias, y ya el mismo día, a eso de la medianoche, oyó a un bebé llorar detrás de su taller, oyó también carcajadas de chiquillos, carreras desenfrenadas, zambullidas en el río, oyó el ruido de bichos voladores que venían a estrellarse contra el tejado, no pudo pegar ojo, se quedó al acecho hasta el alba, hasta la mañana del día siguiente no decidió que la comedia había durado demasiado, y por primera vez, para mi gran sorpresa, me llamó en pleno día, comprendí que había perdido la cabeza, jamás un iniciado habría llamado a su doble nocivo en pleno día para detallarle una misión, pero no podía desobedecerle, de modo que dejé mi lugar de retiro, ya no sentía el mismo ardor que gobernaba mis patas en la época en que las cosas se desarrollaban como las habíamos previsto, ahora se trataba de una urgencia, hasta ahora habíamos atacado a personas vivas, no nos habíamos enfrentado a las sombras de la noche, nunca un ser que habíamos comido regresó a pedirnos cuentas, y cuando llegué delante de la morada de Kibandi, empujé la puerta con una pata y me quedé plantado en la entrada, la sorpresa era grande, vi a un hombre desamparado, un hombre que se había pasado la noche entera bebiendo
mayamvumbi
, los rasgos tensos como si no hubiera dormido desde hacia dos o tres lunas, leía el temor que inmovilizaba su mirada, me pidió que entrara, me miró, murmuró unas palabras ininteligibles, yo me decía que íbamos a abandonar el pueblo de Sekepembe, que íbamos a seguir el destino de su familia, emprender un perpetuo éxodo, encontrar otro territorio, en cambio, me hablo más bien de los gemelos, para él eran una obsesión, dijo que esos dos chiquillos eran más poderosos de lo que imaginaba, que debíamos ocupamos de ellos como muy tarde el viernes, me repitió que debía quedarme cerca de él, sobre todo no quería que volviera yo al bosque antes de esa misión, tenía más empeño en ella que en las noventa y nueve precedentes, y entonces pasó el día en un rincón sombrío de su cabaña mientras él permanecía inerte en su estera, los gemelos no regresaron a perturbar a mi dueño en mi presencia aquella noche, de hecho no era más que una falsa tregua ya que el viernes, a eso de las diez de la noche, cuando estábamos listos para dirigirnos a las inmediaciones de la concesión de los Moundjoula, mi dueño y yo nos alarmamos al oír un ruido de aves nocturnas que se agitaban sobre la techumbre de la cabaña, un viento violento desencajó la puerta de la vivienda, el antiguo taller de mi dueño se hizo pedazos, nos deslumbró una claridad, como si el día naciera en medio de la noche, y en el patio vimos al bebé Youla a pesar de habérnoslo comido, parecía en plena forma, nos señalaba con el dedo, iba acompañado de sus dos especies de guardaespaldas, los gemelos Koty y Kote, éstos habían capturado al otro yo de mi dueño, y era espantoso asistir a esa escena era como si el otro yo de Kibandi ni siquiera tuviera ya e1 poder que se atribuye a los espantapájaros plantados en los maizales, estaba pasivo, semejante a un monigote, un polichinela, una marioneta rellena de algodón, de traposa de esponjas, y los dos bribonzuelos lo zarandeaban a su antojo, lo hacían revolcarse en el polvo, trataban de ponerlo de pie, las piernas del otro yo de mi dueño cedían, la cabeza le caía sobre el pecho mientras que los brazos le llegaban hasta las rodillas, los chiquillos se carcajeaban con sorna, Kibandi me espetó enseguida una orden, «arroja, arroja todos tus pinchos, mierda, arrojalos», ay, mis pinchos ya no se movían, la visión me dejaba petrificado, y entonces, los gemelos dejaron en el suelo al otro yo de mi dueño, se acercaron a nosotros, llegaron a la altura del bebé Youla, los encontré transformados, metamorfoseados como si no fueran ya los mismos pedazos de hombres que me habían acosado en el cementerio, Kibandi retrocedió, nos refugiamos rápidamente en la cabaña, los oíamos llegar como un rebaño de mil bueyes, sus pasos removían la tierra, sacudían las fachadas de la cabaña, entraron, yo me había acurrucado en un rincón, Kibandi había corrido a su cuarto, lo vi surgir con una azagaya en la mano, los gemelos y el bebé se retorcieron de risa señalando su arma, mi dueño tomo posiciones, intentó proyectar la azagaya, sus manos le pesaban, le pesaban tanto que el arma cayó a sus pies, entonces uno de los gemelos arremetió contra él, lo atrapó por el pie izquierdo, el otro gemelo le tomo el pie derecho, tiraron de él cada uno por su lado mientras el bebé Youla se carcajeaba frente a la entrada, y vi a Kibandi desplomarse al suelo como un viejo árbol derribado de un solo golpe, no sé qué le hicieron después esas pequeñas furias porque cerré los ojos muerto de miedo, oí como una descarga, un disparo, y eso que no había armas de fuego en la cabaña, y eso que los gemelos no llevaban ninguna entre sus manos, yo temblequeaba como un soldado novato, la claridad cegadora que había aparecido con la llegada de esos seres había desaparecido como por arte de magia, la noche nos cayó encima con un gesto del bebé Youla al levantar la mano derecha al cielo, y, con otro gesto de la mano izquierda, hizo reaparecer la claridad cegadora como si a partir de ahora pudiera gobernar los fenómenos de la naturaleza, yo veía desde mi escondrijo sus piernecitas enlodadas, y, como posaba ahora su mirada abrasadora en mi dirección, comprendí que acababa de reparar en mí, que no iba a eximirme, me penetraba cada vez más con la mirada, como para decirme que estaba acabado, como mi dueño que yacía cerca de la puerta, entonces empecé a agitarme cada vez más, y después, de improviso, el bebé apartó la mirada, me dije que no deseaba atacarme él mismo, que iba a dar la orden a los gemelos de reservarme el mismo castigo que a mi dueño, pero no, cuando miró de nuevo hacia mí, me hizo señas con la cabeza, me pedía que me fugara, no me lo creía, no me hice rogar, salí por patas sigilosamente, al pasar por el cuarto de mi dueño, lo oí soltar un largo estertor, e1 último suspiro, era su último minuto en esta tierra, y yo seguía corriendo en la noche como un fugitivo
se hace tarde, mi querido Baobab, la luna acaba de desaparecer, siento que me pesan los párpados, que los miembros no me aguantan, que la vista se me nubla, no sé si son los brazos de la muerte que se tienden hacia mí, ya no puedo resistir mucho tiempo, ya no puedo aguantar, flojeo, tengo sueño, sí, tengo sueño
el día acaba de nacer, me sorprende constatar la vida alrededor, los pájaros que regresan a posarse sobre las ramas de los árboles, el río que fluye con más turbulencia, una agitación que me reconforta, dicho sea de paso, así que es una vez más una pequeña victoria, debo tomarla tal cual, ayer me pasó el tiempo volando, me contenté con hablar contigo hasta que los párpados me pesaron, al final no me has interrumpido ni un solo instante, aun así no sé lo que piensas de esta historia, bueno, sea como sea, me siento aliviadísimo porque he podido desahogarme, quizá haya cosas que no te he dicho aquí, por ejemplo, mi apodo, el apodo que me atribuyó mi dueño, me llamaba Ngoumba, y en la lengua de aquí quiere decir «puercoespín», Kibandi también se hacía la idea de que yo no era más que un puercoespín, un puercoespín ordinario, es evidente, era un humano, y como a mi no me gustaba ese apodo de sonoridades desagradables, hacía como que no oía cuando me llamaba así, pero él erre que erre, supongo que comprendes ahora por qué desde el principio no quise que supieras ese nombre
hace un rato, al estirar las patas, descubrí provisiones detrás de tu pie, desde luego, me parece extraño, me pregunto si no hay otro ocupante aquí, y eso que no vi pasar a ningún animal desde ayer, y, seamos lógicos, esas provisiones me pertenecen ahora, no me atrevo a pensar que las haya depositado el otro yo de mi dueño, lo habría oído llegar como en la época en que se manifestaba, él, también desapareció el día en que esos monstruitos, esos chiquillos lo zarandeaban como una marioneta
lamento sólo una cosa, no oír tu voz, mi querido Baobab, y si pudieras hablar como yo, me sentiría mucho menos solo, pero lo que cuenta a estas alturas es tu presencia, me hace sentir menos angustiado, y si desde aquí veo venir el peligro, créeme, me bastará con escurrirme en uno de tus huecos, nunca podrás entregarme en manos de la muerte, verdad, me disculpo de antemano por hacer mis necesidades aquí, todavía tengo miedo de alejarme, cometer una tontería, lamentar tu protección, ignoro cuánto tiempo durará este estado de alerta, sé que no aprecias que defeque a tu pie, en cambio, los hombres dicen que los excrementos hacen crecer a los vegetales, por lo tanto, en cierto modo, contribuyo a tu longevidad, es todo lo que puedo ofrecerte a cambio de tu hospitalidad
de hecho, por mucho que me fuerce, no tengo apetito, aun así tengo que comer, todas esas nueces de palma ya no tienen el sabor de antes, las agito un poco, las escruto, las olisqueo, trato de embutirme algunas en la boca, están amargas, no tengo fuerzas para masticar, sé que sólo es debido al pánico y la aprensión que me marcaron estos últimos tiempos, ahora debo relajarme, sosegarme, no se come cuando el corazón late muy deprisa, tengo la impresión de que quisiera comer sólo para reconfortarme, y tal vez para no morir de hambre, y desde el viernes pasado creo que he adelgazado, tengo la lengua pastosa, la cola baja, los ojos rojos, los cuatro miembros abotargados, y cuando toso, porque me da por toser mucho estas últimas horas, tengo la impresión de vomitar los pulmones, todavía puedo aguantar mucho tiempo sin comer, me importa un comino puesto que no siento ningún gusanillo en el estómago, y si hay que morir, que al menos esa muerte venga por el hambre
este lunes soleado tengo ganas de tomar resoluciones a largo plazo, ver el porvenir con optimismo, burlarme del mañana, oigo una voz interior que me musita que no voy a morir hoy, y aún menos mañana, ni siquiera pasado mañana, eso tendría alguna explicación, no me incumbe ir a buscarla, el que creó el universo sin duda comprendió que no fui más que la víctima de las costumbres de la gente de este país, mi supervivencia sería entonces un palmo de narices a los que quisieran en el porvenir transmitir un doble nocivo a sus chiquillos, cuánto tiempo debería ahora vivir, eh, no tengo ni idea, mi querido Baobab, «
a cada día le basta su pena
», habría dicho nuestro viejo gobernador que, considerándolo bien, lo suyo influyó en mi conducta, en el fondo lo admiro, hay veces en que me digo que echo de menos a ese viejo rezongón, me habría gustado escucharlo una vez más hablarnos, darnos una de sus lecciones más brillantes como ese día en que nos hablaba de
la materia
, sus tres estados más corrientes y su cambio, hablaba entonces del estado
estado líquido
, el
estado gaseoso
y el
estada sólido
, bien se percataba de que nos quedábamos dubitativos y queríamos ejemplos concretos, y nos detalló a su manera la
fusión
, la
sublimación
, la
solidificación
, la
liquefacción
o la
evaporación
, pobre anciano, era un puercoespín digno de este nombre, llevará años muerto, al igual que los congéneres de mi generación, seguro
yo no pedí sobrevivir, como tampoco pediré morir, me contento con respirar, ver lo que podría hacer de útil en el futuro, para ello tengo dos pistas que me gustaría seguir, de entrada quisiera llevar una batalla sin tregua contra los dobles nocivos de esta comarca, sé que es un gran combate, pero quisiera acorralarlos uno tras otro, sería una manera de redimirme, de borrar mi parte de responsabilidad en cuanto a las desgracias que enlutaron este pueblo y muchos otros, la segunda pista que se me antoja es simple, mi querido Baobab, quisiera volver a nuestro territorio para vivir allí, porque frecuentar a los hombres creó en mí un sentimiento de nostalgia, un sentimiento que calificaría de
morriña por el territorio
, ellos hablarían de morriña por la tierra, me apego ahora a mis recuerdos como el elefante se apega a sus defensas, esas imágenes lejanas, esas sombras desaparecidas, esos ruidos alejados me impiden cometer lo irreparable, sí, lo irreparable, pienso en ello también, en darme muerte, pero es la peor de las cobardías, al igual que los seres humanos estiman que su existencia viene de un ser supremo, acabé creyéndolo a mi vez desde el viernes pasado, y si todavía existo, por los pinchos de un puercoespín, es porque una voluntad superior a mí lo decidió, luego, si lo decidió así, por fuerza debo tener una última misión que cumplir en este mundo
tengo otros proyectos que me pasan por la cabeza, mi querido Baobab, quisiera, por ejemplo, conocer a una buena hembra, no solamente para un simple acto de copulación con objeto de procrear como los demás animales, sino por el placer primero, el placer de mi pareja y el mío, después, por supuesto, para hacer pequeñuelos con ella si nos encontramos afinidades, y entonces, una vez padre, contaré a mi descendencia la vida y las costumbres de los hombres, prevendré a esa descendencia contra todo destino que se parezca al mío, y, mi querido Baobab, seguro que me encuentras insensato, ambicioso, sobre todo irrealista cuando piensas que tengo cuarenta y dos años en fecha de hoy, pero oye, por los pinchos de un puercoespín, la edad no me da miedo, leí en el libro gordo de Dios que antaño los humanos vivían durante siglos y siglos enteros, su patriarca al que llamaban Matusalén vivió hasta 969 años, para que veas que todavía no soy un puercoespín acabado, quisiera ser el Matusalén de la especie animal, todavía me queda empeño, agilidad, el quid es que pueda consagrar el tiempo que me queda en hacer el bien, nada más que el bien, en transformarme quizá en doble pacífico
sí, todavía tengo empeño, y estoy seguro de que mis poderes estén intactos, ah, veo que agitas las ramas en señal de incredulidad, no crees que me quede poder alguno, eh, quieres a toda costa tener la prueba aquí y ahora, pues, venga, deja que me incorpore, deja que me acurruque, deja que me concentre, y paf, y paf, y otro paf, por los pinchos de un puercoespín, viste cómo proyecté tres de mis pinchos, eh, encima fueron a morir a varios cientos de metros de aquí, más lejos todavía que cuando estaba al servicio de mi dueño, qué otra prueba quisieras para comprender que todavía no terminaron de oír hablar de mí, eh
Carta de El Caracol Tozudo acerca del origen
del manuscrito
Memorias de puercoespín
Señor El Caracol Tozudo
Ejecutor testamentario literario de Vaso Roto
Dueño del bar el
Crédito se fue de viaje
Édition du Seul
27, rue Jacob
75006 Paris-France
Objeto: Envío de del manuscrito
Memorias de un puercoespín
, texto póstumo de un amigo Vaso Roto
Señora Señor,
Le escribo en calidad de ejecutor testamentario literario de mi amigo de siempre, el difunto Vaso Roto, Deseo que esta carta sea publicada al final de su libro
Memorias de puercoespín
a fin de aportar algunas precisiones más a los lectores en cuanto al origen del texto.
Es cierto que el año pasado, justo después de su muerte, les hice llegar por correo certificado lo que tomaba entonces por su único manuscrito, puesto que se lo encargué yo mismo en vistas a inmortalizar mi bar el
Crédito se fue de viaje
. Ese primer texto, lo publicaron ustedes con el título de
Vaso Roto
, a pesar de que yo les hubiera expresado el deseo por escrito de que la novela se titulara
Crédito se fue de viaje
. Estimaron—parece ser en interés del libro—no tomarlo en cuenta
Sea como sea, no les escribo para alimentar una polémica al respecto. Tengo al contrario el placer de dirigirle este otro manuscrito que mis empleados, el camarero Mompero, encontró en un bosquecillo, cerca del río Tchinouka donde fue repescado el cuerpo del lamentable Vaso Roto. El documento original—un viejo clasificador escolar de hojas sueltas—estaba en un estado tan lamentable que nos hizo falta mucho esmero para reunir las páginas y ordenarlas antes de numerarlas. Para ello, cuando no había demasiados clientes en el bar, nos poníamos entre tres, mis camareros y yo, alrededor de la mesa que ocupaba normalmente el difunto Vaso Roto. Descifrábamos entonces los pasajes borrados por el polvo, la lluvia y el rocío. Confrontábamos cada vez nuestros puntos de vista a fin de no ceder a la tentación de imputar al difunto lo que no había escrito. Nuestros intercambios, se lo admito, eran de lo más virulentos, encendidos y eso horripilaba a ciertos dientes. Algunos de ellos, entre los cuales
el tío de los Pampers
y
Grifona
siguen negando ciertas escena que les atribuyeron en la novela
Vaso Roto
. De repente, se tomaron muy mal el anuncio del descubrimiento de un segundo cuaderno, puesto que creyeron sin razón que
¡Memorias de puercoespín
no era más que la continuación de
Vaso Roto!
De hecho, temían que los despellejara una vez más aquél al que continúan calificando de traidor de la peor especie y que les robó sus tramos de vida antes de ir a reunirse con su madre en las aguas grises de Tchinouka…
¡Pero regresemos a este nuevo manuscrito!
En cuanto finalizamos el arduo trabajo de reconstitución, confié personalmente la dactilografía de
Memorias de puercoespín
a un estudiante de la Escuela Politécnica Kengué-Pauline. Me facturó, agárrese bien, 2000 francos CFA por página, ¡es decir, el precio de una buena botella de vino tinto en mi bar! Para justificar tan elevada tarifa de la hoja dactilografiada, sostenía que la escritura del difunto Vaso Roto era indescifrable, y la pobre chica tenía que leer en ocasiones dos o tres veces la misma línea, todo eso por culpa de la obstinación del autor en emplear la coma como único signo de puntuación.
Por consiguiente, estas desventuras me impidieron, Estimada señora, Estimado señor, hacer llegar el manuscrito más temprano, y me siento por fin aliviado al sometérselo acompañado del documento original a fin de que puedan, en caso de duda, cotejar algunas de nuestras reconstituciones, sobre todo en las dos últimas partes tituladas respectivamente «cómo el viernes pasado resultó un viernes fatídico» y «cómo no soy todavía un puercoespín acabado». Estas partes eran las más estropeadas del documentos…
En este texto, Vaso Roto se esfuma y ya no es un narrador omnipresente, aún menos un personaje de la historia. En el fondo, está persuadido de que los libros que nos siguen largo tiempo son los que reinventan el mundo, vuelven a visitar nuestra infancia, interrogan el Origen, escrutan nuestras obsesiones y sacuden nuestras creencias. Por ello, al ofrecernos esta última crónica que tituló
Memorias de puercoespín
—y espero de todo corazón que no cambien esta vez el título del libro—, Vaso Roto establecía pues, de forma alegórica, sus últimas voluntades. Para él, el mundo no es más que una versión aproximativa de una fábula que jamás captaremos mientras continuemos considerando únicamente la representación material de las cosas.
No puedo contenerme, debo confiarle que me dejé llevar por el destino de este extraño puercoespín a la vez entrañable, parlanchín, agitado, buen conocedor de la naturaleza humana, que emplea a fondo la digresión como arma para pintarnos a los humanos y a veces censurarnos sin tregua. Y desde entonces, ya no miro a los animales con los mismos ojos. Además, cuál es verdaderamente un bicho, ¿el Hombre o el Animal? ¡Mayúscula pregunta!
Quedando a la espera de sus noticias y alegrándome de nuestra nueva colación, reciba, Señora, Señor, un cordial saludo.
El Caracol Tozudo
Ejecutor testamentario literario de Vaso Roto
Dueño del bar el
Crédito se fue de viaje