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Authors: Alain Mabanckou

Tags: #Humor

Memorías de puercoespín (12 page)

por los pinchos de un puercoespín, mira qué rápido pasa el tiempo, tengo la voz afónica, la noche ya cayo sobre Sekepembe, ahora me da por llorar sin saber por qué, la soledad me pesa por primera vez, me siento culpable por no haber movido un pincho para salvar a mi dueño, acaso era capaz frente a esos dos chiquillos que no lo dejaron ni a sol ni a sombra varias semanas antes de su muerte, eh, qué sé yo, quería de entrada salvar mi propio pellejo aunque estuviera persuadido de que la muerte de Kibandi supondría la mía, y, en estas condiciones, los hombres tienen razón cuando afirman que más vale cobarde vivo que héroe muerto, digamos que no estoy atenazado por la pena que me causó la ausencia de Kibandi, tampoco me reconcome la suerte que tengo de vivir hasta ahora, de tomarte por mi confidente, me da vergüenza lo que te he contado desde esta mañana, no quisiera que me juzgaras sin tener en cuenta el hecho de que sólo era un subalterno, una sombra en la vida de Kibandi, jamás aprendí a desobedecer, todo pasaba como si se apoderara de mí la misma ira, la misma frustración, el mismo rencor, la misma envidia que a mi dueño, y no me gusta mi actual estado de ánimo porque los rostros de nuestras víctimas no cesan de atosigarme, esos desaparecidos están más o menos ahí frente a mi, me rodean, me acechan, me señalan con el dedo, puedo leer en su frente los móviles que nos condujeron a acabar con sus días, podría consagrar un año entero en hablarte de ello, comimos por ejemplo al joven Abeba porque se había burlado de la delgadez de mi dueño, al que había sorprendido medio desnudo a la orilla del río, era imperdonable, créeme, comimos a Asalaka porque había profanado la tumba de la mamá Kibandi después de haber tratado a mi dueño de brujo, era irrespetuoso, los muertos tienen derecho al reposo, comimos a Ikonongo porque se había atrevido a defender la actitud del profanador de la tumba de la mamá Kibandi, luego él también era solidario de las maniobras de ese profanador, comimos a Loumouamou porque había dado calabazas a mi dueño en público en la tasca
La Marisma
cuando éste le tiro los tejos, para colmo, fue ella la que le calentó la bragueta a Kibandi, y después pretendió que mi dueño había ido demasiado lejos, que para ella no era más que un juego, dijo también que Kibandi debería mirarse al espejo antes de hablar a una mujer como ella, ya ves tú que tales palabras eran intolerables, comimos al viejo Mabele porque propagaba embustes acerca de mi dueño, le imputaba el robo de un gallo rojo del jefe del pueblo, lo cual no era cierto puesto que los chiquillos del pueblo son los que se dedican a este tipo de robos, comimos a Moufoundiri porque era de los que querían que un hechicero viniera a purificar el pueblo, que lo librara de todos los detentadores de dobles nocivos, pero por quién se tomaba, eh, sobre todo mi dueño que no quería terminar como su padre, se acordaba del hechicero Tembe-Essouka que había originado la muerte del papá Kibandi, comimos a Louvounou porque admitía haber divisado un animal raro que se parecía a un puercoespín detrás de la cabaña de mi dueño, decía cosas del tipo «por un lado era como un puercoespín, en serio, pero por el otro, es algo raro, no era ni siquiera como un puercoespín, quiero decir, era un animal extraño, me miró como un hombre podría mirar a otro hombre y me mostró su trasero antes de desaparecer en el taller del carpintero, les juró que no soñé, créanme», ese tío tenía razón, pero había cometido el error de ir a relatar la escena al jefe del pueblo que vino a hablarlo con Kibandi, señalándolo con el dedo, comimos a Ekonda Sakadé porque había visto a mi dueño hablar conmigo en un matorral cerca de la tumba de la mamá Kibandi, él también fue a relatar la escena al jefe del pueblo, comimos al viejo y sabio Ochombe porque se había opuesto a la candidatura de Kibandi para el consejo del pueblo porque, según él, mi dueño era y seria siempre un forastero, algo que lo ofendió, él que se mataba en mostrar al pueblo que era un habitante corriente, comimos al tendero Komayayn Batobartanga porque se había negado a vendernos al fiado un guardabrisa y dos latas de sardinas de Marruecos, era una injusticia por su parte ya que todo el pueblo compraba al fiado donde su rienda de ultramarinos, comimos a la vieja Dikamona porque todas las noches hacía idas y venidas sospechosas frente a la cabaña de mi dueño, de hecho, esa mujer quería sorprendernos a los dos, a mi dueño y a mi, desde que corría el rumor de que éste tenía un
algo
, y, en realidad, por los pinchos de un puercoespín, empezamos a comer a la gente por un quítame allá esas pajas, porque había que dar de comer al otro yo de mi dueño, y cuando esa criatura sin boca, sin orejas y sin nariz estaba saciada, ya no se movía de la última estera trenzada por la mamá Kibandi, se rascaba, se tiraba pedos, nunca un ser normal había tenido tanta hambre como él, y al mirarlo tendido en la estera, podía adivinar cuándo tenía hambre, porque se daba la vuelta de repente, perneaba durante media hora y se quedaba inmóvil como un cadáver

si algunas de nuestras víctimas ya no se rezagan en mi memoria, es porque, mi querido Baobab, las misiones que llevaba a cabo por aquel entonces correspondían a mi largo periodo de aprendizaje, las considero tan idénticas que tal vez las mezclé un poco en el curso de la narración que ya te hice de los actos, en mi opinión, más importantes de mi carrera de doble a fin de llegar a la misión peligrosísima de] pasado viernes

veo a esa familia recién desembarcada en Sekepembe, veo a los dos chiquillos que corren, gritan, están en todas partes a la vez, me tomaba ya esas escenas como una advertencia, quise alertar a mi dueño, él había forjado su idea, tenía ya su plan establecido, no podía aceptar la impertinencia de esos pequeños, y murmuraba lindezas respecto a ellos, de hecho buscaba la coartada, el móvil que lo empujaría a habérselas con ellos de una vez por todas, pero las cosas ocurrieron de otra manera

mi dueño estaba poseído por la sed del
mayamvumbi
y el apetito insaciable de su otro yo, de golpe empezó a pasar por alto ciertos entredichos elementales que observan los detentadores de dobles nocivos, por ejemplo, sobre todo no atacar nunca a gemelos, a partir de ahora actuaba con una ligereza que me dejaba atónito, yo era más propenso a la prudencia, él, en cambio, estaba convencido de que arrostrar esos entredichos lo izaría a la cumbre, como si quisiera superar el récord de su padre, por eso ya andaba desquiciado desde que la familia Moundjoula se había instalado en Sekepembe, y, además, en la época de la llegada de los Moundjoula, el padre de familia no disimulaba su orgullo, paseaba a los hijos por la calle pavoneándose de ellos como para mostrar a los aldeanos la suerte que tenía de ser un padre de gemelos, se burlaba entonces de las quejas de ciertos habitantes que imputaban a los dos chiquillos los estragos de todo tipo que sufrían sus campos, Kibandi apenas conocía a esa familia, el jefe del pueblo se había dado el gusto de presentar a los nuevos habitantes a la población, había recorrido la calle principal, se había detenido frente a cada cabaña y había repetido «el papá Moundjoula es escultor, su mujer es ama de casa y se ocupa de los gemelos, unos niños encantadores», vivían al otro extremo del pueblo y se fueron integrando en el resto de la población día a día, hasta que se tuvo la impresión de que siempre habían vivido aquí

conocí a esos dos niños terribles en unas circunstancias de lo más desafortunadas, son unos gemelos que en realidad no poseen ningún signo que permitiese al observador más meticuloso diferenciarlos, sus padres los llaman indistintamente Koty o Kote puesto que basta con llamar a uno de ellos para que los dos se vuelvan simultáneamente, pero en el fondo el papá y la mamá Moundjoula siempre tomaron gusto en sembrar la confusión en la mente de los aldeanos cuando, a escondidas, tienen su pequeño truco para distinguirlos, pues sí, el papá y la mamá Moundjoula decidieron circuncidar sólo a uno de los hijos, cuentan en el pueblo que el mayor está circuncidado mientras que el menor no lo está, y, el papá y la mamá Moundjoula, cada vez que se sienten confusos, desvisten a su progenitura para saber cuál de los dos vino al mundo primero, te aseguro que son dos pedazos de humanos de apenas diez u once años, dos seres inseparables que pestañean, se rascan, tosen, se tiran pedos, se lastiman, lloran o caen enfermos en el mismo momento, dos entidades idénticas que duermen abrazados hasta la madrugada, se sientan de la misma manera, con las piernas cruzadas, y, como si sus padres desearan sembrar todavía más la confusión, los visten con ropa idéntica, unos pantalones cortos azules de tirantes y unas camisas beige de algodón, tienen una cabeza tan grande como un ladrillo de barro cocido, e1 papá y la mamá Moundjoula les afeitan el cráneo, para decirte que no son nada guapos, con sus ojos plantados en la cabeza, apenas se relacionan con los demás chiquillos, corren por todo el pueblo, les gusta jugar cerca del cementerio, en un vasto campo de lantanas donde desplazan las cruces de las tumbas, las invierten, juegan al escondite, persiguen sin tregua a las mariposas, espantan a los cuervos, hacen la vida imposible a los gorriones mediante sus temibles tirachinas, no se los puede controlar, siempre están donde menos se los espera, así que la primera vez que me crucé con Koty y Kote, se me erizaron los pinchos en señal de alerta, los gemelos, en cuanto me divisaron agitándome en el campo de lantanas, quisieron tomarme por su juguete, de hecho regresaba de mi escondrijo y estaba descansando sobre la tumba de la mamá Kibandi, me disponía después a ir a errar detrás del antiguo taller de mi dueño y tal vez darle un poco a la lectura sin alejarme demasiado de la cabaña de Kibandi, por si acaso éste me necesitaba, y los dos chiquillos me oyeron remover el follaje, se volvieron, uno de ellos me señalo con el dedo «un puercoespín, un puercoespín, vamos a atraparlo», el otro chiquillo empezó a armar su tirachinas, y yo, por los pinchos de un puercoespín, di atropelladamente media vuelta mientras sus proyectiles iban a parar a unos metros de mi, me pregunté de dónde salían esos dos pillastres que gastaban unos cabezones tan rectangulares, en un momento dado me dije que se trataba de dos pequeños fantasmas a los que los padres, desde el fondo de su tumba, habían dado permiso para salir a jugar y regresar antes de ponerse el sol, pero los dos gamberros se pusieron a perseguirme, los oí apartar las lantanas, soltar gritos de jubilo, troncharse como enanos de feria, uno de ellos ordenó al otro que fuera por la derecha mientras él se quedaba a la izquierda para sorprenderme unos cientos de metros más lejos, pero claro, ignoraban que yo comprendía el lenguaje de los humanos, de modo que desbaraté su plan, me hice enseguida un ovillo, rodé a una velocidad vertiginosa, aterricé sobre una mata de helechos muertos, vi ante mí una maraña de espinas, la atravesé sin volverme para salir por fin a un claro que daba sobre el río, y entonces, sin reflexionar, me zambullí en las aguas no muy profundas de ese tramo, respiré como un desaforado, alcancé pronto la otra orilla, me sacudí los pinchos, pero titiritaba más de miedo que de frío, el pueblo estaba ahora a la vista, ya no oía ruido detrás de mi, llegué a la conclusión de que los chiquillos habían vuelto sobre sus pasos, no estaba seguro de que vivieran en Sekepembe, pero al cabo de unos días del episodio, cuando los vi cruzar la calle principal con su padre, reconocí sus cabezones rectangulares, su ropa idéntica

el martes pasado, a primera hora de la tarde, Koty y Kote escaparon de nuevo del control de sus padres, pasaron por delante de la cabaña de mi dueño que, sentado delante de la puerta, estaba devorando un libro esotérico, los gemelos no habían dejado de aparecer por allí desde hacia cierto tiempo, se quedaban frente al domicilio, justo en el lugar en que mi dueño había visto anteriormente el extraño rebaño de carneros el día de la muerte de la mamá Kibandi, y los dos pequeños parecían espiarlo, imitaban el gemido de un viejo carnero al que estuvieran degollando, se carcajeaban con sorna y luego desaparecían, ese comportamiento a la larga acababa fastidiando a mi dueño, convencido de que a los dos niños los habían mandado sus padres para importunarnos, y cuando trataba de abordarlos para hablar con ellos, decirles que le debían respeto, los chiquillos ponían pies en polvorosa, pero regresaban al día siguiente para plantarse en el mismo lugar e imitar el viejo carnero, vi a mi dueño perder el sosiego, hacerse mil preguntas, esos niños querían notificarle algo, sabían algo respecto a nosotros, total que ese martes a primera hora de la tarde Koty y Kote se plantaron como de costumbre frente al domicilio de mi dueño, éste esbozó una sonrisa, los golfillos no se la devolvieron, «qué queréis de mí, eh», acabó diciendo Kibandi, uno de los dos pequeños Moundjoula contestó «usted es malo, por eso no le gustan los niños», y mi dueño, desarmado, respondió «pobres golfillos, no tenéis educación, por qué me tratéis de malo, eh, acaso no sabéis que puedo decírselo a vuestro padre», y el otro chiquillo agregó «es malo porque se come a los niños, sabemos que se comió a un bebé, nos lo dijo ayer cuando jugábamos en el cementerio, además, nos lo va a decir otra vez esta tarde», mi dueño cerró el libro con un ademán nervioso, no pudo contener la ira, se levantó soltando tacos «pandilla de sabandijas, pájaros de mal agüero, criajos de mierda, os voy a enseñar yo a respetar a las personas mayores», quiso correr tras los gemelos cuando uno de ellos soltó «y otra cosa del bebé que usted se comió, nos dijo que le dijéramos que lo está mirando, que vendrá a verlo, por su culpa ya no crece», y los dos mocosos huyeron, Kibandi los vio desaparecer por el horizonte, entonces se dijo que debía ir a ver a toda costa a los padres de esos pequeños seres

mi dueño se presentó en casa de la familia Moundjoula hacia media tarde de ese martes, el padre esculpía una máscara con cara de muy pocos amigos, la madre preparaba un plato de hojas de mandioca con plátanos verdes, la pareja se sorprendió al verlo llegar ya que nunca lo habían visto franquear el umbral de esa concesión, el padre interrumpió enseguida su trabajo, se apresuró a indicar una silla de bejuco al visitante, la madre lo saludo de lejos, preguntaron a Kibandi si quería beber vino de palma, dijo que no aunque fuera mwengue, la madre le trajo agua fresca en una calabaza antes de retirarse y dejar a los dos hombres entrevistarse, mi dueño miraba hacia el interior de la cabaña con la esperanza de divisar a los dos chiquillos, no estaban, andarían todavía haciendo de las suyas por el pueblo, quizá cerca del cementerio, en el campo de lantanas, Kibandi reveló el objeto de su visita tras varias banalidades sobre la armadura de los Moundjoula que, según mi dueño, estaba mal erigida, luego fue directo al grano, «desde hace más de dos semanas, sus gemelos vienen a molestarme, hoy a primera hora de la tarde, vinieron otra vez a provocarme», el papá Moundjoula, tras mantener un breve silencio, contestó «ya lo sé, ya lo sé, son unos revoltosillos, hablaré con ellos, siempre andan de acá para allá, no es usted el único que se queja, pero ya sabe, a su edad, no miden las consecuencias de sus actos», y entonces mi dueño explicó que los dos chiquillos lo habían tratado de malo, que ni siquiera le daban los buenos días, que dijeron cosas que prefería callar por respeto a sus padres, el papá Moundjoula miraba de hito en hito a Kibandi, se podía leer la conmiseración en la mirada de ese padre de familia, sin duda se diría que sus chiquillos se habían burlado de la flacura de mi dueño, que esa flacura les había parecido tan extraña que no habían disimulado lo que pensaban en su fuero interno, y, en el mismo momento, mientras el papá Moundjoula preguntaba a Kibandi que habían dicho exactamente sus hijos contra él, llegaron Koty y Kote, con la ropa cubierta de polvo, sólo lanzaron una mirada expeditiva hacia el padre y el visitante, se precipitaron más bien hacia su madre para gritar que tenían hambre, la marmita estaba todavía sobre el fuego, la mamá dijo «que os sirva de lección para no corretear por el pueblo todo el santo día, la comida no está lista», el papá Moundoula los llamó en tono autoritario «Koty, Kote, venid a presentar disculpas al tío Kibandi ahora mismo, no es malo, no me gusta que se falte al respetó a las personas mayores», a regañadientes, los dos chiquillos se acercaron, y el padre dijo al primero «dale la mano, es tu tío, todas las personas mayores de este pueblo son tus tíos, debes respetar al tío Kibandi como me respetas a mí, tiene derecho a pegarte una zurra si le faltas al respeto la próxima vez», Kibandi tendió la mano seca y esquelética que Koty, o quizá Kore, observó con desconfianza y repulsión antes de tender al fin la suya, el chiquillo miró a Kibandi directo a los ojos, hubo como un silencio, el niño tenía la mirada dura y, de pronto, la cara se le metamorfoseó, se volvió más lisa, más joven, el cabezón pelado se le cubrió de cabellos suaves, se volvió más redondo, mi dueño sintió como si una descarga eléctrica le atravesara el cuerpo, veía la cabeza del bebé Youla en vez de la del gemelo que le estrechaba la mano, «no mires así a las personas mayores», dijo el papá Moundjoula, y, al estrechar después la mano al otro gemelo, mi dueño tuvo la misma visión, otra vez esa cabeza del bebé que habíamos comido, se apresuró a bajar la mirada, el papá Moundjoula no había visto nada de esa escena, los chiquillos presentaron disculpas a mi dueño, no sin murmurar con un retintín irónico «hasta muy prontito tío Kibandi, pasaremos a verle el viernes», y, todavía con el mismo retintín, dijeron al coro «buenas noches, tío Kibandi», entonces el papá Moundjoula resopló, satisfecho y orgulloso de la conducta de sus gemelos, «ya verá, son unos chiquillos extraordinarios, son tan cariñosos que en cuanto pase el mal tiempo entre ustedes, vendrán a jugar todos los días a su patio», pero Kibandi estaba lejos en sus pensamientos, se le había quedado clavada en la mente la cabeza del bebé Youla, ya no se atrevía a mirar a los gemelos, sabía que ahora debía ocuparse de estos dos seres que, aparentemente, eran los únicos en saberlo todo de nuestras actividades nocturnas, y así fue cómo declinó la cena que le ofrecía la familia Moundjoula, puso como pretexto un trabajo urgente que debía realizar antes de que cayera la noche, se despidió y se fue sin mirar atrás, hablaba solo mientras andaba, casi se cayó de bruces al tropezar con una piedra, se puso a beber
mayamvumbi
durante toda la noche, lo oí carcajearse de forma inhabitual y pronunciar en varias ocasiones el nombre de ese bebé que habíamos comido, la risa no era más que fachada, descubrí por primera vez que mi dueño podía también estar atemorizado hasta el punto de perder la calma

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