A la izquierda del cuerpo de guardia, un puñado de espadones defendían la escalera del parapeto contra un torrente de cadáveres que caía sobre ellos, mientras que sobre las murallas de lo alto un exhausto grupo de lanceros y arcabuceros corrían de un lado a otro a lo largo de las almenas, para intentar derribar las escaleras con que zombies y necrófagos subían por una docena de puntos.
Pero aunque todas eran batallas desesperadas, fue la lucha que se libraba en lo alto del cuerpo de guardia, silueteada contra las nubes iluminadas por la luna, la que hizo que a Félix se le formara un nudo en el estómago, y que Gotrek gruñera de cólera. Snorri Muerdenarices, cuya retumbante risa resonaba con fuerza por todo el patio de armas, luchaba cara a cara con Krell, el Señor de los No Muertos.
—¡Maldito seas, Muerdenarices! —gruñó Gotrek, y viró hacia la escalera, corriendo.
Félix estaba a punto de seguirlo, pero se acordó de los espadones, y se volvió a mirar a Leffler.
—Sargento —dijo—, perdonadme. No puedo comandaros. Un juramento me compromete con el Matador y debo seguirlo. Ahora sois vos el jefe.
Pero antes de que el sargento pudiera responder, Von Volgen se volvió hacia ambos.
—Llevaos a los espadones,
herr
Jaeger —dijo—. Pienso que los caballeros y yo podemos defender las puertas, pero no si los muertos no dejan de entrar en torrente por arriba. Contenedlos en las almenas hasta que podamos acabar con los esqueletos, y tal vez tendremos una posibilidad.
—Sí, mi señor —dijo Félix.
Pero mientras corría detrás de Gotrek con Kat y el sargento, y Von Volgen se apresuraba hacia la puerta, Félix se preguntó si de verdad tendrían una posibilidad. Los hombres estaban cansados y muertos de hambre, además de desesperadamente superados en número, e incluso en el caso de que pudieran contener a los esqueletos y mantener las puertas cerradas, Kemmler ya estaba dentro, en alguna parte. ¿Qué esperanza tenían contra él? El nigromante se había llevado al graf y la grafina, y había dicho que tenían trabajo que hacer. ¿Cuál sería el fruto de esa tarea? Félix se estremeció de terror ante lo que pudiera avecinarse.
—¡Dejad paso, muchachos! —gritó Leffler cuando Gotrek llegó corriendo por detrás de los espadones que defendían el pie de la escalera—. ¡Dejad pasar al Matador!
Los espadones se volvieron a mirar atrás, y luego se separaron mientras Gotrek avanzaba hasta la primera fila de la formación y se estrellaba contra el tapón de no muertos que obstruía el pie de la escalera.
Desde donde estaba Félix, pareció que los golpeaba una bomba con cresta anaranjada. Los recorrió una onda expansiva que derribó zombies y necrófagos que estaban más arriba de la escalera, y empezaron a volar en todas direcciones extremidades, cabezas y vísceras.
—¡Seguid al Matador! —gritó Félix—. ¡A las murallas!
Los espadones apartaron los ojos de la lucha para mirar atrás, precavidos, mientras él y Kat pasaban entre ellos detrás de Gotrek.
—¿Dónde está el capitán? —preguntó uno de ellos.
—Yo no volveré a ir contra él —añadió otro.
—El capitán cayó ante los esqueletos —gritó Leffler—. Le dijo a
herr
Jaeger que nos comandara.
—Yo no os daré órdenes —dijo Félix, al mismo tiempo que se volvía a mirarlos—. No me he ganado ese derecho. Pero os aceptaré en mi compañía si queréis venir.
Y dicho esto se volvió con Kat y corrió tras Gotrek, sin mirar atrás para ver si lo seguían.
—¡A las murallas! —rugió el sargento Leffler, y para sorpresa de Félix, el grito se repitió multiplicado por diez.
—¡A las murallas!
Gotrek estaba en mitad de la escalera, donde cadáveres y necrófagos caían ante él en una lluvia de carne destrozada y cuerpos descuartizados. Félix y Kat se situaron detrás del enano, para cortar la cabeza de aquellos a los que Gotrek sólo había herido, y Félix lanzó una fugaz mirada a la muralla.
Krell estaba haciendo retroceder a Snorri hacia el lado del castillo que daba al río, obligándolo a girar de un lado a otro como un oso que abofeteara a un perro de pelea. Cada vez, el viejo matador se levantaba y volvía a la carga, pero Krell simplemente lo derribaba de nuevo y avanzaba un paso más. Félix intentó ver si Snorri había sufrido algún corte del hacha de Krell, pero estaba cubierto de cortes de pies a cabeza, y no había manera de saber qué le había hecho cada uno.
—¡Humano! —tosió Gotrek mientras continuaban luchando—. ¡Te llevarás a Snorri Muerdenarices al túnel de escape!
—Sí, Gotrek —dijo Félix, que luego recorrió la batalla con una mirada de infelicidad—. Pero…
—El castillo caerá —dijo Gotrek—. Por mucho que nosotros luchemos. Cumple con tu promesa. Lleva a Muerde narices hasta Karak Kadrin.
—Sí, Gotrek.
El Matador derribó al cadáver de un hombre bestia del escalón superior, y él, Félix y Kat se lanzaron al parapeto mientras aquella cosa se precipitaba hacia el patio de armas de abajo. Los espadones los siguieron cuando comenzaron a avanzar hacia el lugar en que luchaba Snorri, y todos ellos se desplazaron a lo largo de la muralla como una máquina de matar parecida a un ciempiés. Gotrek, Félix y Kat iban al frente, abriendo una senda entre los muertos que trepaban por encima de las almenas; los espadones marchaban a los lados, segando con sus largas armas todo lo que a ellos se les escapaba.
Entre los acosados lanceros y arcabuceros se alzó una exclamación, y aprovecharon la limpieza que estaban haciendo los espadones para empujar y derribar una docena de escaleras, mientras las murallas estaban despejadas. Pero cuando Félix se volvió a mirar atrás vio que, si no llegaban refuerzos, aquello sólo sería un momentáneo aplazamiento del fin. Ya golpeaban contra la muralla escaleras nuevas, por las que trepaban nuevos zombies.
Félix se volvió hacia los espadones.
—Dejadme —dijo—. Dispersaos a lo largo de las murallas. Contened a los zombies.
Los espadones parecieron descontentos con eso, y permanecieron en formación.
—¡Malditos seáis! —gritó Félix—. ¡Ahora os lo estoy ordenando! ¡El Matador no necesita ninguna ayuda! ¡Defended las murallas!
—¡Ya lo habéis oído! —rugió Leffler—. ¡Girad a la izquierda! ¡Desplegaos! ¡Haced retroceder a esos bastardos! —Y mientras los hombres ralentizaban la marcha y giraban, él le dedicó a Félix una sonrisa y un brusco saludo—. Marchaos, capitán. Os harán sentir orgulloso, lo prometo.
Félix asintió con la cabeza, incómodo.
—Gracias, sargento —dijo, y casi añadió «adiós», pero decidió que era una despedida demasiado pesimista—. Que Sigmar os proteja.
Dio media vuelta y corrió tras Gotrek y Kat, que cargaban hacia la torre que dominaba el río, hasta donde Krell había hecho retroceder a Snorri.
—¡Atrás, Muerdenarices! ¡Es mío! —rugió Gotrek en el momento en que Snorri se levantaba y se lanzaba una vez más hacia Krell—. ¡Vuélvete carnicero! ¡Es conmigo con quien quieres luchar!
Krell se volvió en el momento en que Gotrek saltaba hacia el. Y el hacha del matador —cuya runa parecía llamear— le hendió el peto y abrió un agujero de bordes desiguales que dejaba ver el hueso de debajo. Krell bramo y reculó, al mismo tiempo que su hacha barría el aire con salvaje desesperación. Gotrek se agachó por debajo del arma y volvió a acometerlo con tajos dirigidos a las piernas del paladín, que tuvo que retroceder.
Snorri lanzó un grito de entusiasmo y también cargó, trazando en el aire un velocísimo arco con su martillo de guerra; pero Gotrek extendió un brazo para impedir que el viejo matador se acercara, y lo hizo retroceder con paso tambaleante.
—¡Basta, Muerdenarices! —gruñó Gotrek—. Tu peregrinación empieza ahora. —Empujó a Snorri hacia Félix y Kat—. Sacadlo de aquí. Marchaos.
—Sí, Gotrek —dijo Félix, conmocionado ante su brusquedad—. Entonces, supongo que esto es un…
Pero el Matador ya cargaba otra vez contra Krell, con el hacha rúnica alzada por encima de la cabeza. El rey de los no muertos rugió y corrió a recibirlo, y saltaron chispas y diminutas esquirlas cuando las hachas chocaron y volvieron a chocar en un huracán de resplandor rúnico y obsidiana.
Félix posó una mano sobre un hombro de Snorri.
—Vamos, Snorri —dijo—. Será mejor que nos marchemos.
El viejo matador apartó la mano de Félix con cortesía, sin dejar de mirar la lucha.
—No, gracias, joven Félix. Si Gotrek Gurnisson va a hallar su fin, Snorri tiene que vengarlo.
Félix apretó los dientes.
—Pero Gotrek no quiere eso, Snorri. Quiere que vayas a Karak Kadrin.
—Snorri lo sabe —replicó Snorri—. Irá después de esto.
Félix gimió, bajó la mirada hacia el patio de armas, y luego la devolvió otra vez hacia lo alto de la muralla: el camino que tendrían que recorrer para llegar al túnel de escape. Se le helaron las entrañas. La estrategia de Von Volgen estaba fracasando No quedaban los defensores suficientes como para lograr que funcionara. Ante la entrada, Von Volgen y los últimos caballeros luchaban con la espalda contra las puertas y los esqueletos, necrófagos y zombis los rodeaban en una masa de ocho de profundidad. Sobre las almenas los espadones, lanceros y arcabuceros comenzaban a verse abrumados a medida que aparecían más y más escaleras por las que subían más y más zombies y necrófagos que pasaban por encima de las almenas y los rodeaban. Si Félix no se llevaba a Snorri en ese mismo momento, ya no podrían marcharse.
—Snorri —dijo Kat tocándole un brazo—. Por favor. ¿Estás dispuesto a renunciar a ir a los Salones de Grimnir por vengar a Gotrek? ¿Quieres vagar para siempre en la vida ultraterrena?
Snorri continuaba observando, mientras Gotrek y Krell se acometían el uno al otro pero su mandíbula se contrajo y su cara adopto la expresión mas dura que Félix le hubiera visto jamás.
—Gotrek Gurnisson es mi amigo.
Kat se mordió el labio inferior, y a Félix se le hizo un nudo en la garganta. Ambos matadores estaban dispuestos a morir el uno por el otro; ¡más que a morir! Para salvar la vida ultraterrena de Snorri, Gotrek estaba dispuesto a despedir a Félix y permitir que su fin nunca fuera recordado, y para vengar la muerte de Gotrek, Snorri estaba dispuesto a renunciar a su vida ultraterrena. ¿Quién podía atreverse a interferir en un vínculo tan fuerte como ése? Y sin embargo un juramento era un juramento, así que Félix tenía que hacerlo.
Se preguntó si debería intentar dejar a Snorri inconsciente de un golpe, y llevárselo a rastras como había hecho Rodi en la batalla de la Corona de Tarnhalt, pero temía que pudiera no funcionar. Si un matador no podía golpear a Snorri con la fuerza suficiente como para hacerle perder el conocimiento, Félix dudaba de que el pudiera hacerlo.
Un escalofriante alarido de victoria atrajo la atención de Félix de vuelta al patio de armas, y entonces gimió. El último de los caballeros caía bajo la muchedumbre de no muertos, y los necrófagos y esqueletos entraban en masa por las puertas rotas del cuerpo de guardia. Félix vio a Von Volgen cortar el cráneo de un esqueleto antiguo acorazado antes de ser corneado y pisoteado por un hombre bestia no muerto con astas de toro.
Un segundo más tarde se oyó un estruendo de engranajes, y las pesadas puertas de la entrada interior empezaron a girar lentamente para abrirse y dejar entrar una masa de no muertos que arrastraban los pies. El patio de armas interior había sido tomado. El castillo Reikguard había caído de verdad.
Volvió la mirada hacia las murallas. También allí morían los defensores; lanceros, arcabuceros y espadones desaparecían bajo una ola de zombies y necrófagos que pasaba por encima de las murallas. El sargento Leffler era el último que permanecía aún en pie, oscilando y haciendo girar la larga arma en torno a su barba canosa; pero mientras Félix miraba, un necrófago le saltó sobre la espalda y lo derribó, y en ese momento, el resto cayó sobre él como una manada de ratas. Había resistido hasta el final.
El nudo de la garganta de Félix se volvió sólido y pesado como un ladrillo.
—Bueno —dijo Kat, retrocediendo con cautela cuando los zombies empezaron a avanzar hacia ellos con paso tambaleante y los necrófagos se movieron a saltos—. Ya no podemos marcharnos.
Félix se puso en guardia.
—Así parece.
Justo cuando los necrófagos avanzaron, Gotrek bramo con furia detrás de ellos, lo que hizo que Félix y Kat se y volvieran a mirarlo. Mientras habían estado observando cómo caía el castillo Reikguard, Krell le había sacado ventaja al Matador, y estaba haciéndolo retroceder hacia las almenas en medio de una tormenta de golpes.
Snorri soltó un gruñido profundo al observar cómo Gotrek se tambaleaba y oscilaba, y sus manos aferraron convulsivamente el martillo.
—¡Detrás de ti, Snorri! —dijo Félix—. ¡Vuélvete!
Snorri se volvió con rapidez, sin dejar de gruñir, pero sus ojos se desorbitaron al ver a los necrófagos que se acercaban a gran velocidad.
—¡Son de Snorri! —rugió.
Félix y Kat cargaron tras el viejo matador cuando chocó contra los malignos seres, y por un breve momento, dieron buena cuenta de los enemigos. Los destrales de Kat cercenaban dedos y destrozaban rótulas, mientras que la espada de Félix cortaba cabezas y brazos, y la pesada cabeza del martillo de Snorri estaba en todas partes al mismo tiempo, partiendo cráneos, rompiendo piernas y hundiendo pechos en un borroso torbellino, pero no podía negarse que se enfrentaban con demasiados oponentes, y el peso de los zombies que avanzaban con lentitud, imparables, detrás de los necrófagos, los obligó a retroceder a regañadientes, paso a paso, hasta que se encontraron luchando hombro con hombro con Gotrek, a quien Krell acometía por el otro lado.
Félix rió con amargura al ver que los enemigos se cerraban en torno a ellos. Cuando Gotrek lo había liberado del juramento de presenciar su muerte, le había dicho que lo único que tenía que hacer era llevar a Snorri a Karak-Kadrin, y su juramento quedaría cumplido. Félix había pensado que se zafaba con facilidad. Había tenido descabellados sueños de libertad, de futuro, de una vida de paz al lado de Kat. Bueno, pues esos sueños habían muerto ya. En realidad, allí todos perderían lo que más habían deseado. Snorri moriría sin memoria ni paz; Kat moriría lejos de los bosques que amaba; Félix moriría sin haber tenido la posibilidad de llevar una vida normal, y, con su muerte, la saga de Gotrek nunca sería escrita. El Matador moriría de forma anónima y no sería recordado.