Authors: John Twelve Hawks
En una sociedad futurista sometida a la dictadura de la tecnología, dos hermanos se enfrentarán a la muerte. Gabriel y Michael Corrigan acaban de saber que su padre, a quien creían muerto desde hacía años, está vivo. Ambos hermanos pueden viajar a través del tiempo y el espacio, y los dos buscan a su padre, pero se encuentran en bandos opuestos: Gabriel pretende conocer la verdad de su vida y protegerle de sus enemigos, está del lado de las fuerzas del bien; Michael se ha unido a los «tabulas», servidores de una tecnología todopoderosa que somete en secreto a los ciudadanos, y la razón de su búsqueda es que ve a su padre como una amenaza para su propio poder.
La carrera entre estos dos hermanos por encontrarlo será intensa y muy peligrosa. Viajarán desde los subsuelos de Nueva York y Londres y las ruinas que hay bajo las ciudades de Roma y Berlín hasta una región remota de África, donde se rumorea que se encuentra uno de los más grandes tesoros de toda la historia.
John Twelve Hawks
El Rio Oscuro
(La cuarta realidad - 2)
ePUB v1.0
Rov
27.07.11
Título: El Rio Oscuro
© 2007, John Twelve Hawks
Serie: La Cuarta Realidad 2
Traductor: Fernando Gari Puig
Fecha de edición: 13 de junio de 2008
ISBN: 978-84-01-33680-5
Editorial: Plaza & Janes
Versión en ePub: Rov, Julio 2011
El río oscuro
es una obra de ficción inspirada en el mundo real.
Cualquier lector aventurero puede tocar el reloj de sol oculto bajo las calles de Roma, viajar a Etiopía y plantarse ante el santuario sagrado de Axum o caminar por la estación Grand Central de Nueva York y contemplar el misterio del techo de su sala principal.
Los aspectos de la Gran Máquina descritos en esta novela son reales o se hallan en fase de desarrollo. En un futuro próximo, los sistemas de información, tanto gubernamentales como privados, controlarán todos los aspectos de nuestra vida. Un ordenador central memorizará dónde vamos y qué compramos, los correos electrónicos que mandamos y los libros que leemos.
Los ataques a nuestra vida privada se justifican por la cultura generalizada del miedo que parece rodearnos y hacerse más insidiosa cada día. Las últimas consecuencias de ese miedo quedan expresadas en mi visión del Primer Dominio. Su oscuridad existirá eternamente, y a ella se le enfrentarán —también eternamente— a compasión, el coraje y el amor.
John Twelve Hawks
En
El Viajero
, John Twelve Hawks introdujo a los lectores en el antiquísimo conflicto que se desarrolla bajo la superficie de nuestro mundo cotidiano. En dicho conflicto intervienen tres grupos de personas: la Hermandad, los Viajeros y los Arlequines.
Kennard Nash
es el líder de la Hermandad, un grupo de individuos poderosos que se oponen a cualquier cambio en la estructura social establecida.
Nathan Boone
es el jefe de seguridad de dicha organización secreta. La Hermandad también es llamada la Tabula por sus enemigos, pues sus miembros consideran que la humanidad y la conciencia humana son como una
tabula rasa
, una pizarra en blanco donde pueden dejar grabado su mensaje de miedo e intolerancia. En el siglo XVIII, el filósofo inglés Jeremy Bentham ideó el Panopticón, un modelo de prisión donde un observador podía controlar a cientos de reclusos sin ser visto. Tanto Nash como Boone creen que el sistema de vigilancia informatizada que se está imponiendo en el mundo industrializado les permitirá poner en funcionamiento un Panopticón virtual.
Durante siglos, la Hermandad ha intentado exterminar a los Viajeros, hombres y mujeres con el don de proyectar su energía hacia cualquiera de los Seis Dominios. Los dominios son universos paralelos que han sido descritos por místicos y visionarios de todas las religiones y creencias. Los Viajeros regresan a este mundo con nuevas revelaciones c ideas que desafían el orden establecido, y por esa razón la Hermandad los considera la principal fuente de inestabilidad social. Uno de los últimos Viajeros que sobrevivió fue
Matthew Corrigan
, pero desapareció la noche en que los mercenarios de la Hermandad atacaron su casa. Sus dos hijos supervivientes,
Michael
y
Gabriel Corrigan
, vivieron alejados de la Red hasta que descubrieron que también ellos tenían el don de convertirse en Viajeros.
Los Viajeros habrían sido exterminados hace siglos de no haber existido un pequeño grupo de luchadores totalmente entregados a protegerlos: los Arlequines. En su momento, Matthew Corrigan contó con la protección de un Arlequín de origen alemán llamado
Thorn
que murió en Praga a manos de Nathan Boone. Antes de morir, Thorn envió a su hija,
Maya
, a Estados Unidos con la misión de encontrar a los dos hermanos Corrigan. Maya recibe ayuda de un Arlequín francés llamado
Linden
y piensa a menudo en la legendaria Arlequín
Madre Bendita
, desaparecida. En Los Ángeles, Maya encontró dos aliados: un maestro de artes marciales llamado
Hollis Wilson
y la joven
Vicki Fraser.
Entretanto, la historia continúa, Michael Corrigan se ha unido a la Hermandad, mientras que su hermano menor, Gabriel, se ha ocultado con Maya, Hollis y Vicki. En New Harmony, la comunidad de Arizona fundada años atrás por Matthew Corrigan, nubes de tormenta se arremolinan en el cielo, y la nieve empieza a caer...
Los copos de nieve empezaron a caer del encapotado cielo mientras los miembros de New Harmony regresaban a casa para la cena. Los adultos que estaban trabajando en un muro de contención, cerca del centro de la comunidad, se soplaban las manos para calentarlas y charlaban sobre el frente de la tormenta; los niños echaban la cabeza hacia atrás, con la boca muy abierta, y daban vueltas en el intento de atrapar los cristales de hielo con la lengua.
Alice Chen era una muchacha menuda y seria; vestía vaqueros, botas con suela de goma y un chaquetón acolchado de nailon azul. Acababa de cumplir once años, pero sus mejores amigas, Helen y Melissa, estaban más cerca de los trece años que de los doce. Últimamente, ambas habían tenido largas conversaciones acerca de lo estúpidos e inmaduros que eran los chicos de New Harmony.
A pesar de que Alice quería saborear los copos de nieve, decidió que ponerse a dar vueltas con la lengua fuera, como una cría de primaria, sería una muestra de inmadurez, de modo que se encasquetó el gorro de lana y siguió a sus amigas por uno de los caminos que serpenteaban por el cañón. Comportarse como una adulta era difícil. Se sintió aliviada cuando Melissa dio un empellón a Helen y le gritó:
—¿A que no nos pillas?
Las tres amigas echaron a correr por el cañón, riendo y persiguiéndose. El aire nocturno era frío y olía a pino, a tierra húmeda y a la leña que ardía en los hogares. Cuando pasaron por un claro, los copos de nieve dejaron de caer durante un instante y se arremolinaron en el aire, como si una familia de fantasmas se hubiera entretenido a jugar fuera de la protección de los árboles.
Se oyó un distante retumbar, un ruido que iba en aumento, y las muchachas dejaron de correr. Segundos después, un helicóptero con los distintivos del Servicio Forestal de Arizona pasó rugiendo sobre ellas y siguió cañón arriba. Ya habían visto antes helicópteros como ese, pero siempre en verano. Era raro ver uno en febrero.
—Seguramente estarán buscando a alguien —dijo Melissa—. Apuesto a que algún turista se ha perdido buscando antiguas ruinas indias.
—Y está oscureciendo —intervino Alice; pensó que debía de ser terrible saberse solo, cansado y asustado, en la nieve.
Helen se le acercó y le dio un manotazo.
—¿A que no me pillas tú ahora? —exclamó.
Y las tres echaron a correr.
En la panza del helicóptero había un dispositivo de visión nocturna y un sensor térmico. El visor nocturno captaba la luz visible y también la franja más baja del espectro infrarrojo, mientras que el sensor térmico detectaba el calor que emitían los distintos objetos. Los dos aparatos enviaban sus datos a un ordenador, que los combinaba y creaba una única imagen de vídeo.
A veintisiete kilómetros de New Harmony, Nathan Boone se hallaba sentado en la parte de atrás de una furgoneta para el reparto de pan convertida en vehículo de vigilancia. Dio un sorbo a su café, sin leche ni azúcar, y observó la imagen en blanco y negro de New Harmony que aparecía en la pantalla.
El jefe de seguridad de la Hermandad era un hombre de pelo corto y gris, iba pulcramente vestido y llevaba gafas de montura de acero. Había algo severo, casi crítico en sus maneras. Los agentes de policía y de la frontera decían «Sí, señor» cuando lo veían por primera vez, y los civiles solían bajar la mirada cuando los interrogaba.
Boone había utilizado dispositivos de visión nocturna cuando estaba en el ejército, pero aquella nueva cámara combinada representaba un importante adelanto. Gracias a ella podía divisar objetivos que se hallaran dentro o fuera de una casa: a una persona que estuviera paseando por el bosque y a otra que estuviera lavando los platos en la cocina. Y aún de mayor ayuda era el ordenador, capaz de evaluar las distintas fuentes de luz y hacer estimaciones sobre si el objeto en cuestión era humano o una sartén puesta al fuego. Para Boone, aquellos dispositivos eran la prueba de que la tecnología —de hecho, el futuro en sí— staba de su parte.
George Cossette, la otra persona que estaba sentada en la furgoneta, era un experto en vigilancia que había llegado de Ginebra en avión. Era un joven pálido, alérgico a un montón de alimentos. Durante los ocho días que llevaban vigilando, había utilizado de vez en cuando la conexión a internet del ordenador para pujar por muñecos de plástico de sus héroes de cómic favoritos.
—Haz un recuento —ordenó Boone sin apartar la vista de las imágenes que llegaban en directo del helicóptero.
Concentrado en la pantalla, Cossette empezó a teclear una serie de instrucciones.
—¿Todas las fuentes de calor o solo las de los hermanos?
—Solo las de los hermanos.
Los dedos de Cossette se movieron por el teclado. Clic, clic, clic. Segundos más tarde, las sesenta y ocho personas que vivían en New Harmony aparecieron perfiladas en la pantalla.
—¿Cuál es el nivel de fiabilidad?
—De un noventa y ocho a un noventa y nueve por ciento. Cabe la posibilidad de que no hayamos captado a alguien que se encuentre en el límite de la zona de escaneo.
Boone se quitó las gafas, las limpió con una gamuza y observó el vídeo por segunda vez. A lo largo de los años, los Viajeros y sus maestros, los Rastreadores, habían predicado sobre una presunta Luz que, según ellos, existía en el interior de todas las personas. Pero había sido la luz real, no la espiritual, la que se había convertido en un nuevo método de detección. Era imposible ocultarse, incluso en la oscuridad.
Los copos de nieve cubrían el pelo de Alice cuando entró en la cocina, pero se derritieron antes de que tuviera tiempo de quitarse el chaquetón. La casa de su familia seguía el estilo del sudoeste: tejado plano, ventanas pequeñas y escasa decoración exterior. Al igual que los otros edificios que había en el cañón, estaba hecha de paja: balas de paja apiladas, atravesadas
con
varillas de acero y recubiertas con yeso impermeabilizante, formaban las paredes. La planta baja era un gran espacio que servía de cocina y sala de estar; una escalera conducía a los dormitorios de la planta superior. Una puerta lateral daba acceso a la habitación de Alice, a un despachito y al cuarto de baño. Como los muros eran tan anchos, todas las ventanas tenían alféizar. En el de la cocina había un cesto lleno de aguacates maduros y algunos huesos secos encontrados en el desierto.