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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matazombies (32 page)

Félix volvió a recorrer la viga con la segunda carga y la colocó junto a la primera; luego miró hacia abajo al oír que le chistaban.

—Humano. Aquí.

De uno en uno, Gotrek lanzó hacia lo alto los dos rollos de mecha lenta que partían de las cargas inferiores. Félix los atrapó, y pasó por ellos el antebrazo derecho, para luego volver junto a Volk.

—Bien hecho,
mein herr
—dijo Volk al recibir las mechas de manos de Félix—. Esos bastardos muertos no sabrán qué los ha golpeado.

Reunió los rollos de mecha de los matadores con los dos de las cargas superiores; después ayudó a Félix a volver al margen de piedra, y ambos retrocedieron con sigilo a lo largo de la orilla del río, Volk soltando poco a poco las cuatro líneas de mecha tras de sí.

Los matadores se encontraron con ellos un momento más tarde, y luego subieron gateando sobre manos y rodillas para mirar por encima del muro de contención. Detrás de ellos, Volk trenzó entre sí los extremos de las cuatro mechas para formar una única cuerda, y a continuación descolgó la lámpara de tormenta que llevaba al cinturón, y la colocó a su lado. La llama osciló con brillantez dentro de la chimenea de vidrio.

—Preparado, cuando vos lo estéis,
herr
Matador —anunció.

—Todavía no —replicó Gotrek.

Félix se acercó con cautela para detenerse junto a los matadores y miró hacia el campo. Las torres de asedio y el ariete estaban ya lo bastante cerca como para que los cañones del castillo les dispararan. Una bala atravesó la torre más cercana, y una explosión de tierra y zombies voladores hizo erupción cerca del ariete, pero no lo bastante cerca. Aquella cosa continuó avanzando con lentitud, y el disparo de un tercer cañón también erró.

—¡Malditos murciélagos! —gruñó Volk, que alzó la mirada hacia las bandadas que revoloteaban entre chillidos en torno a las posiciones de artillería—. Nos hacen errar.

—Deberían ahorrar balas —dijo Gotrek.

—¿Tan seguro estáis,
mein herr
? —preguntó Volk.

Gotrek no respondió, sino que se limitó a observar las torres de asedio con fija intensidad, mientras se acercaban al foso seco. Los zombies estaban haciendo lo mismo que habían hecho durante el ataque anterior, lanzándose en masa a llenar la zanja vacía, con el fin de que las torres y sus tiros de hombres bestia desollados pudieran usarlos como puente para salvarla. Otros hacían lo mismo en el caso del ariete.

—Preparaos —dijo Gotrek cuando el primero de los tiros de hombres bestia comenzó a cruzar uno de los puentes de cadáveres.

—Sí —dijo Volk, y volvió a bajar por la pendiente—. Preparado.

Félix contuvo la respiración. El ariete ya comenzaba a cruzar el puente de cadáveres, y la torre que había al otro lado de éste ya casi había llegado al foso, mientras que la central comenzaba a cruzarlo. Pero cuando Gotrek levantó un brazo, la torre más cercana ralentizó la marcha de modo repentino cuando su tiro tropezó y quedó atascado sobre el puente de cadáveres apilados.

Gotrek maldijo.

—Esperad —ordenó.

Se oyó un atronar procedente de las puertas. El ariete acababa de golpearlas. Había necrófagos que le quitaban las ruedas y clavaban largas estacas en el margen del foso para fijarlo en el sitio, mientras enormes bestias muertas balanceaban el ariete que pendía de cadenas hacia delante y hacia atrás, a un ritmo pesado. Buummm…, buummm…, buummm…

—Tirad, perezosos —gruñó Rodi, al ver que la torre cercana disminuía aún más la velocidad—. ¡Tirad!

—Matadores —dijo Volk—, ¿nos atrevemos a esperar? ¡Están derribando las puertas!

—Resistirán un poco —replicó Gotrek sin volverse—. Los quiero a todos.

—Gotrek —intervino Félix, rechinando los dientes—, no acabaremos con ninguno de ellos si esperamos demasiado…

Un murciélago gigante se estrelló de cabeza justo delante de él con una flecha clavada en la parte posterior del cuello roto.

16

Félix y Volk retrocedieron de un salto, y los matadores miraron hacia arriba. Otro murciélago se sacudió violentamente de lado, en el cielo, y cayó en barrena hacia el suelo, con una flecha clavada en un ojo, pero llegaban más, chillando y pasando en vuelo rasante, con las alas plegadas. Los habían descubierto.

—¡Ahora, arcabucero! —bramó Gotrek mientras sacaba el hacha, y Rodi y Félix lo imitaban—. ¡Ahora!

—Sí —replicó Volk.

Se volvió para retirar el tubo de vidrio de la lámpara, pero cuando se inclinaba, un murciélago se estrelló contra él y lo lanzó al río en medio de un remolino de brazos y piernas.

—¡Volk! —gritó Félix.

Se puso en pie de un salto, asestando tajos, pero otros dos murciélagos se estrellaron contra él y lo lanzaron por encima de la orilla, y también cayó entre las olas.

El frío del agua lo paralizó durante un segundo, pero luego la corriente lo aproximó a la orilla, y salió a la superficie, jadeando, mientras el agua lo arrastraba y se rascaba las rodillas contra las rocas que había entre el fango. Antes de que pudiera hacer pie, unas pesadas alas pasaron a toda velocidad por lo alto y se lanzaron hacia los matadores. En ese momento, Félix halló, por fin, apoyo para los pies.

—¡Krell! —chilló, e intentó salir, pero entonces algo lo sujetó por detrás y volvió a meterlo en el agua de un tirón.

Félix se volvió, pateó y alzó la espada, antes de darse cuenta de que era Volk, que se revolvía, presa del pánico. El capitán se le aferró a un brazo, y Félix lo atrajo hacia sí, a la vez que pataleaba para llegar a la orilla. Después de ser de nuevo arrastrado por el lecho fangoso, logró hacer pie y sacó a Volk consigo. Aunque habían estado unos pocos segundos dentro del agua, la fuerza de la corriente los había arrastrado casi hasta el lugar en que habían descendido desde el castillo.

Al ponerse de pie, Félix se volvió a mirar hacia el foso. Gotrek y Rodi estaban rodeados por una nube de murciélagos, y luchaban frente a frente contra Krell y su serpiente alada hecha de remiendos, que se encontraba entre ellos y las mechas, que continuaban apagadas, junto a la lámpara de tormenta. Félix se atragantó y comenzó a correr de vuelta hacia ellos. Aquello era mala cosa. ¡Las cargas tenían que estallar ya, mientras las torres de asedio aún estaban cruzando el foso!

Los murciélagos se volvieron hacia él, chillando e intentando golpearlo con las alas y las garras mientras corría hacia las mechas. El les asestaba tajos desesperados, pero, al echar una mirada al castillo, supo que iba a llegar demasiado tarde. La torre más lejana ya casi había acabado de cruzar el foso. La más cercana estaba a medio cruzar, y el ariete continuaba golpeando.

Gotrek descargó un golpe demoledor sobre el lomo de la serpiente alada de Krell, que levantó el vuelo con una pata colgando de un tendón. El Matador se agachó con Rodi para dejar que pasara por encima e intentar asestarle un tajo a Krell, pero el rey de los muertos los derribó a ambos de espaldas con un barrido de su hacha negra. Tampoco los matadores iban a llegar a tiempo a las mechas.

Un destello de llama descendió a toda velocidad desde lo alto y se clavó detrás de Krell. Por un segundo, Félix pensó que era un nuevo terror de Kemmler, pero luego vio que se trataba de una flecha que estaba clavada junto a la lámpara, y que una llamita situada justo detrás de la punta siseaba y se apagaba con rapidez en el fango.

Félix parpadeó al mismo tiempo que apartaba un murciélago hacia un lado de una patada y destripaba otro.

¿Quién les estaba disparando flechas encendidas? ¿Y por qué? Y de repente, lo supo, y su corazón se animó.

Cayó una segunda flecha, que se clavó en la tierra y quedó vibrando entre las mechas y la lámpara. ¡Muy cerca!

—¡Vamos, Kat! —rugió Félix, asestando tajos a los murciélagos, mientras Gotrek y Rodi intercambiaban golpes con Krell.

Entonces, los murciélagos que lo rodeaban desaparecieron, se alejaron volando y chillando. ¡Sigmar! ¡Iban tras las mechas!

Una tercera flecha cayó a través de la nube de alas, rompió la lámpara de vidrio, cuya reserva de aceite se derramó en todas direcciones, y prendió. Los murciélagos ascendieron, algunos de ellos en llamas, y el pequeño charco de fuego se extendió. Entonces, de repente, se produjo un chisporroteo y una pequeña detonación, y cuatro líneas de fuego comenzaron a reptar con rapidez hacia el dique. ¡Las mechas habían prendido!

—¡Matadores! —gritó Félix al mismo tiempo que reculaba—. ¡Fuego en el agujero!

Los matadores, sin embargo, no parecieron oírlo. Mientras los murciélagos se precipitaban en picado y lanzaban fútiles dentelladas a las mechas, como cuervos que intentaran atrapar ciempiés demasiado veloces, Gotrek y Rodi hacían retroceder a Krell hacia el dique con apasionada determinación, abriendo profundos tajos en su negra armadura y haciendo volar por el aire trozos de ella. Parecía que, al menos durante ese breve momento, ambos habían abandonado toda idea de gloria individual y trabajaban juntos para hacer pedazos al paladín.

Krell retrocedió un paso más ante la acometida de los matadores, y se tambaleó al llegar al borde. Rodi se agachó y estrelló su hacha contra una rodilla del rey de los muertos, en medio de una explosión de hierro partido y trozos de hueso. Krell cayó de lado, y Gotrek saltó hacia él y descargó un tajo dirigido al cuello con la relumbrante hacha rúnica. La hoja atravesó el guardapapo de Krell, pero antes de que pudiera cercenar el cuello, el paladín cayó de espaldas dentro del foso y desapareció de la vista de Félix.

Los dos matadores se acercaron al borde, y Félix tuvo la seguridad de que estaban a punto de saltar tras él, pero en el momento en que se tensaban, las cuatro mechas chisporroteantes pasaron entre sus pies y desaparecieron por el borde. Rodi rió y retrocedió, pero Gotrek permaneció donde estaba, jadeando como un fuelle y aún preparado para saltar.

—Eso no es morir en batalla, Gurnisson —dijo Rodi, a la vez que se volvía hacia él—. Es muerte y nada más.

Gotrek gruñó.

—Mi muerte no requiere tu aprobación, Balkisson.

—No —asintió Rodi—. Sólo la de Grimnir.

Y dicho eso, el joven matador dio media vuelta y corrió hacia la orilla del río. Félix contuvo el aliento, pues no se atrevía a parpadear y perderse el momento final del Matador, aunque pudiera significar verse él mismo atrapado en la explosión; pero pasado un segundo interminable, Gotrek maldijo y siguió a Rodi a la carrera.

Con un suspiro de alivio, Félix echó a correr hacia la esquina del castillo, más que contento de usar al máximo sus largas piernas humanas, pero aun con esa ventaja de mayor velocidad, no lo logró del todo.

Al acercarse a la muralla, se volvió a mirar cómo iban los matadores, y detrás de él, el mundo se volvió de repente negro, anaranjado y amarillo. En un momento dado, los murciélagos estaban volando en círculos por encima del dique y la serpiente alada de Krell descendía al interior del foso, y al siguiente, todos quedaron eclipsados por una hinchada bola de fuego que ascendió del dique como un ave fénix. De repente, el aire se tornó tan caliente como el del desierto de Arabia, y levantó a Félix del suelo mientras le golpeaba los oídos un ruido que parecía el que haría el mundo al partirse.

Volvió a caer con fuerza tres metros más adelante, ciego y contuso, y sintió pesados golpes sordos a ambos lados. Luego, a través del zumbido de sus oídos y de las nubes que le inundaban la cabeza, le llegó otro ruido: un tumulto de rugidos y cosas que se rompían. Abrió los ojos y rodó sobre sí mismo. Yacía entre los dos matadores, que en ese momento miraban hacia el foso y sonreían como demonios. Félix siguió la dirección de sus miradas y vio espuma que atravesaba por la abertura donde antes habían estado las compuertas del dique, y una muralla de agua de seis metros de ancho por seis metros de alto que entraba con atronadora rapidez en el foso, como una estampida de toros.

Félix siguió el avance del agua por delante de la fachada del castillo. La primera torre había cruzado ya el foso hasta la mitad, y el tiro de hombres bestia desollados continuaba remolcándola sin darse cuenta de lo que sucedía; pero los necrófagos que se apiñaban en la parte superior habían visto llegar la ola, y chillaban, parloteaban e intentaban descender. Ya era demasiado tarde. La muralla de agua saltó por encima del puente de zombies y golpeó la cara delantera de la torre, la levantó y la derribó de lado y hacia atrás. Gritando de terror, los necrófagos cayeron al suelo con el armatoste, que se hizo pedazos sobre los campos devastados.

El montón de zombies fue arrastrado como hojas secas por un canalón, y el agua continuó hacia la segunda torre. Ésta ya casi había atravesado el foso hasta el lado del castillo. La ola se estrelló contra su cara posterior, la espuma ascendió hasta la mitad de su altura, y la derribó de costado; se estrelló justo encima del ariete cubierto, y lo hizo pedazos.

Después de eso, la ola perdió fuerza y sólo meció ligeramente la tercera torre al pasar por su base y volver al Reik por el otro lado del castillo. A pesar de eso, de las murallas se elevó una tremenda aclamación al ver los defensores que el ataque de la horda de no muertos quedaba reducido a una sola torre, y que las probabilidades de que el ariete atravesara la puerta principal eran nulas.

Rodi rió y se puso de pie.

—¡Lo hemos logrado! —dijo—. Hemos matado a Krell y hemos roto la columna vertebral del ejército de Kemmler de un solo golpe. —Le sonrió a Gotrek—. No ha sido una mala noche de trabajo, ¿verdad, Gurnisson?

Gotrek pasó junto a él en dirección a las cuerdas sin pronunciar una sola palabra, con el pecho subiendo y bajando laboriosamente, y la expresión tan dura y fría como un yunque.

Las ansiosas manos de los espadones de Bosendorfer ayudaron a Gotrek, Félix, Rodi y Volk a pasar por encima de almenas y volver al parapeto, para luego darles joviales palmadas en la espalda.

—Bien hecho —dijo el sargento Leffler—. ¡Nos habéis salvado el pellejo,
mein herr
!

Con los ojos muy abiertos, Von Geldrecht avanzó cojeando hacia ellos a través del círculo de los que deseaban felicitarlos, que iba en aumento.

—Lo habéis logrado, matadores —dijo con asombro—. Krell muerto, las torres caídas, el foso restablecido, un millar de zombies aplastados y arrastrados por el agua, la batalla concluida antes de comenzar…

—La batalla no ha concluido —respondió Gotrek con voz ronca, aún jadeando.

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