Entonces, la situación empezó a deteriorarse. Los activistas de la campaña antivacunación iniciaron el despliegue de su formidable y bien engrasada maquinaria publicitaria, que se abrió camino sin problemas en medio del caos de datos y opiniones de médicos pertenecientes a varios organismos (descoordinados entre sí). A las imágenes de unos señores viejos y torpes ataviados con chaqueta de pana y sin adiestramiento mediático alguno, que hablaban de datos científicos, se les contraponían las anécdotas emotivas de unas madres y unos padres angustiados. Para ver pruebas claras contra la existencia de una siniestra conspiración médica, no había más que fijarse en aquel montón de doctores y académicos, esquivos con los focos y las cámaras, y en su poco sistemático contacto con los medios de comunicación durante esa época. El Real Colegio de Médicos Generales no sólo no supo hablar claramente con los medios acerca de la evidencia empírica, sino que también se las arregló —en un esfuerzo ciertamente titánico— para encontrar en sus listas a algunos médicos de cabecera contrarios a la SPR y ofrecérselos a los periodistas cuando éstos llamaban pidiendo citas que llevarse a sus artículos y reportajes.
La noticia empezó a adquirir impulso, estrechamente ligada, quizás, al deseo genérico de algunos periódicos y personalidades de (simplemente) atacar al gobierno y al servicio público de salud. La actitud ante la vacuna triple vírica se convirtió en un elemento más de las políticas editoriales de muchos diarios, y esa postura estaba a menudo conectada con lo que se rumoreaba que era un interés personal de algunos altos directivos de aquellas empresas mediáticas que tenían familiares afectados por algún problema de autismo. Era la perfecta historia noticiosa: un inconformista solitario y carismático luchando contra el sistema, una figura como la de Galileo; incluía también dosis de riesgo, de terrible tragedia personal y, por supuesto, de culpabilidad. ¿De quién era culpa el autismo? Y es que en el trasfondo de todo estaba ese extraordinario nuevo diagnóstico para una enfermedad que abatía a niños y que parecía salida de la nada, sin ninguna explicación hasta entonces.
El autismo
Aún no sabemos cuál es la causa del autismo. Antecedentes de problemas psiquiátricos en la familia, un parto prematuro o con problemas en general, o en el que el bebé viene de nalgas, son todos factores de riesgo, pero muy moderados, lo que significa que son interesantes desde el punto de vista de la investigación científica, pero que ninguno de ellos explica la aparición de la afección en una persona en concreto. Eso es lo que suele ocurrir con los factores de riesgo. Los niños tienen una afectación superior que las niñas, y la incidencia del autismo continúa creciendo, debido, en parte, a una mejora de la diagnosis (muchas personas a las que, anteriormente, se les adscribían etiquetas como «mentalmente subnormales» o «esquizofrénicas» reciben hoy un diagnóstico de «autismo»), pero posiblemente debido, también, a otros factores que todavía no comprendemos. Y es en este vacío lleno de incertidumbres en el que hizo acto de aparición la noticia sobre la vacuna triple vírica.
La idea misma del autismo estaba rodeada, además, de un halo extrañamente atractivo para los periodistas y comentaristas. Entre otras cosas, se trata de un trastorno del lenguaje y eso puede tocar una fibra especialmente sensible entre la gente dedicada al oficio de escribir; pero también es un tema filosóficamente placentero sobre el que reflexionar, porque las deficiencias en cuanto a razonamiento social que exhiben las personas con autismo nos proporcionan una excusa para hablar y pensar sobre nuestras normas y convenciones sociales. Varios libros sobre el autismo y la perspectiva autista del mundo han llegado a ser
best seller
. Vean, si no, unas acertadas palabras de Luke Jackson, un niño de 13 años con síndrome de Asperger, que ha escrito un libro de consejos para adolescentes aquejados de ese mismo trastorno (
Freaks, Geeks and Asperger Syndrome
). Esto está extraído de la sección dedicada a citas y novios/as:
Si la persona en cuestión hace una pregunta del tipo «¿tengo el culo gordo?» o, incluso, «no estoy muy segura de que me guste este vestido…», nos hallamos ante lo que se conoce como «andar a la caza de cumplidos». Esto cuesta mucho de entender, pero, según me cuentan, en vez de ser completamente sinceros y decirle a esa persona que sí, que tiene el culo gordo, es más educado responderle con algo del tipo «no seas boba, estás fantástica». No mientes, solamente esquivas una pregunta comprometida y dedicas un halago al mismo tiempo. ¡Hay que economizar la verdad!
El síndrome de Asperger (uno de los trastornos del espectro autista) es un diagnóstico que se está aplicando actualmente a un número creciente de personas: niños o adultos que, hasta hace poco, tal vez eran considerados «extravagantes», ven ahora medicalizada su personalidad al diagnosticárseles en muchos casos «rasgos de Asperger». Su crecimiento dentro de la categoría de los pseudodiagnósticos ha adquirido proporciones similares a las de la «dislexia leve» (ustedes tendrán sus propias opiniones al respecto de si este proceso resulta verdaderamente útil o no) y su uso generalizado nos ha permitido a todos sentirnos capaces de participar del asombro y el misterio del autismo, sintiéndonos así más directa y personalmente vinculados a la alarma de la SPR.
El problema, claro está, es que, en la mayoría de los casos, el autismo de verdad es un trastorno grave del desarrollo, y la mayor parte de las personas aquejadas no escriben libros sobre su particular visión del mundo, que tanto ayudan a revelarnos aspectos de nuestras propias convenciones y costumbres sociales con un estilo narrativo encantadoramente directo y despreocupado. Además, la mayoría de las personas con autismo carecen de las singulares y telegénicas habilidades que los medios tanto han disfrutado destacar en sus burdos documentales sobre el tema, como su
asombrosa
capacidad para el cálculo aritmético o para tocar el piano como los concertistas consagrados, manteniendo la mirada perdida en algún punto a media distancia.
Que éstas sean las imágenes que vienen a la mente de la mayoría de las personas cuando piensan en la palabra «autismo» es un legado de la mitificación y la paradójica «popularidad» logradas por semejante diagnóstico. Mike Fitzpatrick, un médico de cabecera que tiene un hijo con autismo, dice que hay dos preguntas sobre el tema con las que le entran ganas de abofetear a quien se las formula. Una es: «¿Crees que lo causó la triple vírica?», y la otra: «¿Tiene alguna habilidad especial?».
Leo Blair
Pero el mayor desastre en materia de salud pública provocado por aquel bulo fue el relacionado con un tierno y encantador bebé llamado Leo. En diciembre de 2001, alguien preguntó a los Blair si su pequeño había sido vacunado con la triple vírica, y ellos se negaron a contestar. Los demás políticos, en su inmensa mayoría, no han tenido problema alguno en aclarar si sus hijos han sido vacunados, pero ya se pueden imaginar por qué a muchos les resultaba perfectamente creíble que los Blair fueran la clase de familia que no tenía inmunizados a sus hijos, sobre todo cuando todo el mundo hacía referencia por entonces a la denominada «inmunidad colectiva» o de grupo, y a la posibilidad (preocupante para muchos padres y madres) de que quienes estuvieran inmunizando a sus hijos los estuvieran poniendo, en realidad, en una situación de riesgo para que el resto de la población estuviera más segura.
Lo que más disparó esos rumores sobre la familia Blair fue la continua presencia de Carole Caplin junto a la esposa del primer ministro. Carole Caplin era una gurú del movimiento de la Nueva Era, una «
coach
de vida» y una persona con «don de gentes», aunque su novio, Peter Foster, fuera un estafador convicto. Foster había ayudado a poner en orden los negocios inmobiliarios de los Blair. El propio Foster contó luego que éstos llevaron a Leo a un curandero de la Nueva Era, Jack Temple, quien les brindó sus conocimientos en el manejo de instrumentos como el péndulo de cristal, la homeopatía, los remedios herbales y hasta un círculo neolítico de curación que tenía instalado en el jardín de su casa.
No estoy seguro de cuánto crédito debo dar a las afirmaciones de Foster, pero el impacto que éstas tuvieron en la alarma despertada en torno a la vacuna triple vírica se debió a que fueron ampliamente recogidas en los medios en aquel entonces. Allí nos contaron que el primer ministro del Reino Unido no había tenido reparos en que Temple hiciera oscilar un péndulo de cristal sobre la cabeza de su pequeñín para protegerlo (a él y, por extensión, a sus compañeros de clase, por supuesto) contra el sarampión, las paperas y la rubéola. Y nos desvelaron también que Tony había dejado que Cherie diera a Temple algunos de sus cabellos y fragmentos de sus uñas, que éste había conservado luego en frascos con alcohol. Según les había dicho el curandero, a él le bastaba con hacer oscilar su péndulo sobre el frasco en cuestión para saber si la persona propietaria de las muestras estaba sana o enferma.
Algunas de aquellas revelaciones eran, sin duda, ciertas. Temple aseguraba de verdad que, mediante la oscilación de su péndulo de cristal, aprovechaba la energía de los cuerpos celestes. Vendía remedios con nombres como Memoria Volcánica, Mantequilla Rancia, Palos de Mono, Pedúnculo de Plátano y, mi favorito de todos ellos, Esfínter. Era también un hombre muy bien relacionado y con contactos. Venía refrendado por la ex esposa de Mick Jagger, Jerry Hall. La duquesa de York escribió la introducción de su libro
The Healer: The Extraordinary Healing Methods of Jack Temple
(para desternillarse de risa). Él mismo contó al
Daily Mail
que los bebés amamantados con leche materna desde el momento mismo del nacimiento adquieren inmunidad natural frente a todas las enfermedades, y llegó incluso a poner a la venta una alternativa homeopática a la vacuna triple vírica.
«Yo les digo a todas mis pacientes embarazadas que, cuando nazca el bebé, deben darle inmediatamente el pecho hasta que ya no se note pulso alguno en el cordón umbilical. Eso suele llevar unos treinta minutos. Al hacer esto, transfieren el sistema inmune de la madre al bebé, quien adquiere así un sistema inmunitario perfectamente funcional que ya no precisará de vacunas». […] El Sr. Temple rehusó confirmar ayer si había aconsejado a la Sra. Blair que no vacunara a su bebé Leo. Lo que sí dijo fue que: «Si las mujeres siguen mi consejo, sus hijos no necesitarán la inyección de la triple vírica, eso es todo.
[*]
Daily Mail
, 26 de diciembre de 2001
Cherie Blair era también visitante habitual de la madre de Carole, Sylvia Caplin, una gurú espiritual. «Durante un periodo particularmente intenso del verano, Sylvia actuó de médium para Cherie unas dos o tres veces a la semana, y ambas mantuvieron un contacto casi diario», informó el
Mail
. «En algunas ocasiones, los faxes de Cherie llegaron a ser de diez páginas.» Sylvia, como muchos (por no decir la mayoría) de los terapeutas alternativos, era ferozmente contraria a la vacuna triple vírica (más de la mitad de los homeópatas consultados en una encuesta recomendaban de forma grandilocuente no administrar las inoculaciones).
[5]
El
The Daily Telegraph
informó así al respecto:
Pasamos a un tema de un potencialmente marcado cariz político: el de la vacuna triple vírica. Los Blair dieron públicamente su apoyo a la misma, pero luego causaron un pequeño revuelo al negarse a decir si su bebé, Leo, había sido vacunado o no. Sylvia [Caplin] no tiene dudas: «Estoy en contra —dice—. Me horroriza ver cómo se administran tantas y tantas a niños tan pequeños. El problema con esos fármacos es la sustancia tóxica que acompaña como excipiente a las vacunas propiamente dichas. Para bebés de tan corta edad, la SPR es una idea absurda.
»No hay duda de que ha causado autismo. Todos los desmentidos al respecto procedentes de la medicina de la vieja escuela son cuestionables, porque la lógica y el sentido común nos dicen invariablemente que ahí hay una sustancia tóxica. ¿Acaso creen que eso no va a tener un efecto en una criatura tan pequeña? ¿Estamos dispuestos a permitirlo? No: es demasiada cantidad, es demasiado pronto y viene en la fórmula equivocada».
También se informó por entonces —sin duda, en el marco de una campaña de desprestigio barato— de que Cherie Blair y Carole Caplin habían animado al primer ministro a que accediera a que Sylvia «usara su péndulo para prácticas adivinatorias y para consultar la Luz, una especie de ser supremo o Dios, según la propia Sylvia», a fin de decidir si era seguro o no ir a la guerra en Irak. Y ya que hablamos del tema, en diciembre de 2001, el
The Times
describió las vacaciones de los Blair en Temazcal, México. Allí se habían restregado el uno al otro frutas y barro por el cuerpo en el interior de una gran pirámide situada en la playa. Luego, se habían dedicado a gritar como parte de un ritual Nueva Era de renacimiento. Finalmente, habían pedido la paz mundial como deseo.
No digo que me crea todas esas cosas. Lo único que digo es que eso era lo que la gente tenía en la cabeza cuando los Blair se negaron a aclarar públicamente la cuestión de si habían administrado o no a su hijo la vacuna triple vírica, y su negativa provocó un gran escándalo. Y no hablo de oídas. Un 32 % de las todas las noticias publicadas aquel año en torno a la triple vírica hizo mención a si Leo Blair había sido vacunado o no (ni siquiera a Andrew Wakefield se le mencionó con tanta asiduidad, sólo apareció en el 25 % de las noticias sobre la triple vírica) y fue uno de los hechos mejor recordados de toda aquella historia en las encuestas.
[6]
El público en general (y de manera bastante comprensible) se había tomado la cuestión de lo que realmente se le había aplicado a Leo Blair (fuera lo que fuese) como vara de medir la confianza del primer ministro en la vacuna, y pocos podían entender por qué tenía que ser un secreto si no había problema alguno con las vacunas.
Los Blair, entre tanto, aludieron al derecho de su pequeño a la privacidad, que, en su opinión, era más importante que una crisis de salud pública emergente como aquélla. Resulta ciertamente llamativo que Cherie Blair haya decidido ahora —en el momento de comercializar su lucrativa autobiografía— renunciar a ese principio que tan vital pareció ser en aquel entonces, y haya escrito largo y tendido en su libro (profusamente promocionado) no sólo sobre el coito concreto en el que ella y su marido concibieron a Leo, sino también sobre si el bebé fue vacunado (ella dice que sí, pero parece confundirse a propósito de si fueron vacunas separadas o no, e, incluso, a propósito de si el bebé fue realmente vacunado o no. La verdad, yo ya me he dado por vencido con esta gente).