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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

Mala ciencia (48 page)

BOOK: Mala ciencia
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Ningún periodista tuvo participación en el proceso. De hecho, Philip Knightley (un «dios» del periodismo de investigación, miembro del legendario equipo de «Insight» del
The Sunday Times
, y el hombre más comúnmente relacionado con la heroica cobertura informativa de la cuestión de la talidomida) hizo una referencia específica en su autobiografía a la vergüenza que sintió por no haber destapado antes la noticia de la talidomida.
[5]
Lo que sí cubrieron (y bastante bien, por cierto) fue la cuestión política de las compensaciones (a fin de cuentas, ése es un tema más propio de los periodistas), pero incluso esa cobertura se produjo muy al final del proceso, por culpa de las desmedidas amenazas jurídicas de Grunenthal durante los años finales de la década de 1960 y los comienzos de la de 1970.

Los periodistas médicos, pese a lo que pretenden contarles, no fueron en absoluto quienes revelaron los peligros de la talidomida. Y no es de extrañar, pues en muchos aspectos resulta difícil imaginarse un mundo en el que los mismos personajes que producen noticias sobre bulos falsos relacionados con el SARM sean capaces de participar con algún sentido en la supervisión y la administración de la seguridad de los medicamentos, ni aunque sea con la «competente» asistencia de «destacados expertos» desde los cobertizos de su jardín.

Lo que el episodio del SARM pone de manifiesto a mi entender, aparte de una nauseabunda y displicente presuntuosidad, es la repetición de esa misma parodia que ya vimos en nuestro repaso anterior de noticias absurdas sobre ciencia: unos titulados en disciplinas del área de las humanidades que trabajan en los medios de comunicación, y que tal vez se sienten intelectualmente ofendidos por lo difícil que les resulta la ciencia, llegan a la conclusión de que se trata simplemente de un sinsentido arbitrario e inventado que debe ser así para todos. Seleccionan un resultado salido de cualquier sitio y, si se ajusta a su idea preestablecida, ya tienen lo que buscaban: nadie puede hacerles desistir de su error con palabras inteligentes, porque todo se reduce a un juego que depende simplemente de la persona a quien se pregunte. Nada de todo ello tiene realmente significado alguno para ellos. No comprenden esas palabras tan largas y, si ellos no las entienden (y ahí radica la cuestión crucial), probablemente no las entiendan
ni los mismos científicos
.

Epílogo

Aunque era un hombre muy agradable, desde mi primera conversación telefónica con Chris Malyszewicz tuve inmediatamente claro que carecía de los conocimientos necesarios para mantener una conversación siquiera rudimentaria sobre microbiología. Por condescendiente que pueda parecer, reconozco que siento verdadera compasión por él, casi como la que se siente por un fantasioso inoperante como el Walter Mitty del relato de James Thurber.
[*]
Él aseguraba haber asesorado a Cosworth-Technology, Boeing Aircraft, British Airways, Britannia Airways, Monarch Airways, Birmingham European Airways. Tras consultar con BA y Boeing y comprobar que ni la una ni la otra tenían constancia de haber tenido trato alguno con él, desistí de ponerme en contacto con más organizaciones de esa lista. Él tenía, asimismo, la costumbre de enviar comentarios elípticos en respuesta a las críticas detalladas vertidas contra sus «técnicas analíticas», según se las denominaba.

Querido Ben:

Y cito textualmente:

«Estoy sorprendido, pero sabiendo lo que sé que no soy y sabiendo lo que quiero decir».

Gracias,

C
HRIS

Tengo sentimientos encontrados en torno a esta historia: no culpo a Chris. Estoy convencido de que la verdadera naturaleza de sus conocimientos y su experiencia habría resultado evidente para cualquiera que hubiera hablado directamente con él, con independencia de su formación previa, y, a mi juicio, son los medios los que deberían haberlo hecho mejor (con sus enormes oficinas, sus cadenas de mando y responsabilidades, sus códigos de conducta y sus políticas editoriales), y no un hombre solo, en un cobertizo instalado en el jardín trasero de su casa, trabajando entre muebles de cocina y material de laboratorio que apenas entendía y que había adquirido gracias a préstamos bancarios que estaba teniendo muchos problemas en pagar, todo ello ubicado en un pequeño barrio metropolitano de Northampton.

Chris no estaba contento con lo que yo había escrito sobre él ni con lo que se dijo de él después de que su historia saliera a la luz. Pasamos bastante tiempo hablando por teléfono: él estaba disgustado y yo, para ser sincero, me sentía culpable. Él tenía la sensación de que lo que le estaba sucediendo era injusto. Me explicó que jamás había pretendido ser un experto en SARM, pero que, tras la primera noticia sobre el tema, empezaron a acudir a él periodistas en tropel y la cosa se desproporcionó. Tal vez cometiera algunos errores, pero él sólo quería ayudar.

Chris Malyszewicz falleció en un accidente de automóvil tras perder el control de su vehículo cerca de Northampton, al poco de que las noticias sobre el SARM hubiesen quedado en evidencia. Estaba fuertemente endeudado.

CAPÍTULO
16

El bulo mediático sobre
la vacuna triple vírica

Los escándalos de las muestras de SARM constituyeron un bulo colectivo, pero simple y limitado. Lo de la vacuna triple vírica (o SPR) es algo mucho más grande: es el prototípico ejercicio de alarmismo sanitario, el patrón conforme al que todos los demás deben ser valorados y entendidos. Tiene todos los ingredientes, todos los falsos rumores, todos los juegos de manos y todos los visos de la incompetencia y la histeria interesada, tanto sistémicas como individuales. Aun hoy en día, no puedo referirme a él por su nombre sin que me asalte una gran inquietud por dos motivos muy simples.

En primer lugar, al más mínimo indicio de debate sobre la cuestión, un ejército de activistas y columnistas continúan (aún hoy, en 2008) aporreando las puertas de los directores de periódicos exigiendo su derecho a una larga, engañosa y emotiva respuesta en nombre del «equilibrio» de posturas. Sus exigencias son atendidas siempre y sin excepción.

Pero hay también una segunda cuestión, que resulta menos importante de lo que, en principio, parece: Andrew Wakefield, el médico que muchos creen que fue la figura central de la historia, presta actualmente declaración ante el GMC, el Consejo General Médico de Gran Bretaña, acusado de mala conducta profesional, y para cuando ustedes lean este libro, es muy probable que el fallo se haya hecho ya público.

No tengo ni idea de cuál será el veredicto y, para serles sincero, aunque supongo que me alegro de que investiguen asuntos como éste en general, casos como el de Wakefield se le presentan a montones al GMC. No me interesa especialmente saber si el trabajo de un solo individuo fue dudoso desde el punto de vista ético o no: la responsabilidad de la alarma en torno a la vacuna triple vírica no puede cargarse sobre las espaldas de un único hombre, por mucho que los medios puedan estar ahora tratando de argumentar que así debería ser.

Las culpas hay que buscarlas, más bien, entre los centenares de periodistas, columnistas, directores y ejecutivos de la prensa que llevan nueve años largos aupando esa noticia de forma cínica, irracional y deliberada a las portadas de sus publicaciones. Como veremos, lo han hecho a base de formular extrapolaciones exageradas y absurdas a partir de un único estudio, y de ignorar meticulosamente, al mismo tiempo, todos los datos de signo tranquilizador y todas las subsiguientes refutaciones. Han citado las palabras de «expertos», utilizándolos como figuras de autoridad, en lugar de explicar el contenido científico de los argumentos; han ignorado el contexto histórico; han enviado a auténticos idiotas a cubrir los temas; han contrapuesto las emotivas historias de las personas (padres y madres) afectadas al academicismo insulso (que se han encargado de desprestigiar todo lo posible); y —lo más estrafalario de todo— en algunos casos, simplemente se han inventado las noticias.

Ahora proclaman que la investigación original de Wakefield en 1998 ha quedado «desacreditada» (como si hubiera sido convincente en algún momento) y ya verán cómo a lo largo de este mismo año pondrán todo su empeño en colgarle el «muerto» de toda aquella alarma a un solo hombre. Yo también soy médico y no me imagino cómo podría arreglármelas por mi cuenta para, en un arrebato o por capricho, crear una historia que fuese noticia durante nueve años seguidos. Gracias a la ceguera de los medios —y a su negativa a aceptar su responsabilidad— continuarán cometiendo las mismas fechorías en el futuro. No se puede hacer nada al respecto, así que tal vez valga la pena prestar atención ya desde ahora.

A modo de recordatorio, ésta es la versión sobre el bulo de la triple vírica (la vacuna SPR) que ha venido apareciendo en los medios de información británicos desde 1998:

— El autismo es cada día más común, pero nadie sabe por qué.

— Un médico llamado Andrew Wakefield ha realizado estudios específicos sobre la cuestión en los que ha mostrado una conexión entre la SPR de una sola dosis triple y el autismo.

— Desde entonces, nuevas investigaciones científicas han confirmado esa relación.

— Existen pruebas de que las vacunas con dosis separadas para cada infección podrían ser más seguras, pero los médicos del gobierno y los que están en nómina de la industria farmacéutica se han dedicado a desprestigiar esas hipótesis sin analizarlas.

— Tony Blair probablemente no ha vacunado a su hijo con la SPR.

— El sarampión no es tan malo.

— Y, en cualquier caso, la vacunación tampoco lo prevenía muy bien.

Creo que ésta es una exposición bastante justa e imparcial de los argumentos propugnados por los medios de comunicación británicos en general. La hipótesis central de cada uno de esos puntos era engañosa, cuando no directamente falsa, como veremos a continuación.

Las alarmas sobre vacunas en su contexto

Antes de comenzar, merece la pena que nos tomemos un momento para analizar los casos de alarmismo relacionados con vacunas que han ido surgiendo por todo el mundo a lo largo de los años, porque si algo me tiene realmente intrigado, es lo circunscritos a un ámbito geográfico limitado que son siempre esos episodios de pánico, y lo mal que se propagan de un entorno local a otro. De la alarma generada en torno a la SPR y el autismo, por ejemplo, apenas se tuvo conocimiento fuera de Gran Bretaña, ni siquiera en Europa y Estados Unidos. Pero durante la década de 1990, por ejemplo, Francia fue también presa de su propio momento de alarmismo, cuando se dijo que la vacuna contra la hepatitis B causaba esclerosis múltiple (no me sorprendería que me dijeran que soy la primera persona que les cuenta esto).

En Estados Unidos, el mayor pánico relacionado con vacunas tuvo como origen el uso de un conservante llamado timerosal, aunque, por algún motivo, ese temor no llegó a arraigar aquí, al otro lado del Atlántico, aun cuando ese mismo conservante se utiliza de forma habitual en Gran Bretaña. Y en la década de 1970 (pues, en estos casos, el pasado se comporta como si de un país diferente se tratara), se extendió por el Reino Unido la preocupación —impulsada también por un único médico— por la posibilidad de que la vacuna contra la tos ferina provocase daños neurológicos.

Si echamos la vista aún más atrás, comprobamos que hubo igualmente un fuerte movimiento contrario a la vacunación antivariólica en Leicester, bien entrada la década de 1930, a pesar de los beneficios demostrables de la misma. En realidad, los sentimientos «anti-inoculación» se remontan hasta los orígenes mismos de las vacunas: cuando James Jurin estudió los efectos de la inoculación contra la viruela (y halló que estaba relacionada con una menor tasa de mortalidad que la enfermedad natural), sus «modernos» números y sus ideas estadísticas fueron recibidos y tratados con enorme suspicacia. De hecho, las inoculaciones contra la viruela continuaron siendo ilegales en Francia hasta 1769.
[*]
Ni siquiera Edward Jenner se libró de la furibunda oposición de los «entendidos» del Londres de comienzos del siglo XIX cuando introdujo allí la —para entonces mucho más segura— vacunación destinada a proteger a la población frente a la viruela.

Y en un artículo del
Scientific American
de 1888, podemos encontrar una denuncia de los mismos argumentos que esgrimen los impulsores de las campañas antivacunación de nuestros días aunque referida a sus homónimos de aquel entonces:

El éxito de los antivacunacionistas ha quedado debidamente evidenciado por los resultados obtenidos en Zúrich, Suiza, donde durante años, hasta 1883, había estado en vigor una ley de vacunación obligatoria y se había logrado prevenir la viruela por completo: en 1882 no se observó ni un solo caso. Ese resultado fue utilizado al año siguiente por los antivacunacionistas para esgrimirlo en contra de la necesidad de una ley así, y, al parecer, contaron con influencia suficiente como para forzar la revocación de ésta. Los datos de mortandad a partir de ese momento mostraron que, en ese mismo año (1883), de cada 1.000 muertes dos se debieron a la viruela; en 1884, fueron ya tres; en 1885, 17, y durante el primer trimestre de 1886, 85.

En fecha mucho más reciente, el sumamente exitoso programa de erradicación mundial de la polio impulsado por la OMS iba camino de cumplir con el objetivo de haber eliminado definitivamente esta enfermedad asesina de la faz de la Tierra a día de hoy (corriendo así la misma suerte que ya había corrido el virus de la viruela, erradicado por completo salvo en unos pocos viales de cristal) hasta que los imanes religiosos locales de la pequeña provincia de Kano, en la Nigeria septentrional, proclamaron que la vacuna formaba parte de un complot estadounidense dirigido a propagar el sida y la infertilidad por el mundo islámico, y organizaron un boicot que se extendió rápidamente a otros cinco Estados del país. A aquella medida siguió un gran brote de polio en Nigeria y algunos países limítrofes, e incluso (y trágicamente), en regiones más remotas. Actualmente, se han declarado brotes en Yemen e Indonesia que han provocado cuadros de parálisis permanente en niños, y que, tras ser analizados en el laboratorio, han resultado ser provocados por agentes con el mismo código genético que la cepa del virus de la polio de Kano.

Eso sí: cualquier pareja de buenos objetores antivacuna SPR (titulados en carreras de humanidades y residentes en un barrio de clase media del norte de Londres) estará encantada de recordarles que el simple hecho de que la vacunación casi haya erradicado la polio (una debilitante enfermedad que, en fecha tan reciente como 1988, era endémica en 125 países) no significa necesariamente que sea buena.

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