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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

Mala ciencia (43 page)

BOOK: Mala ciencia
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Y los números, como veremos, pueden arruinar vidas.

La estadística más grande

A los periódicos les gustan las grandes cifras y los titulares llamativos. Necesitan curas milagro y alarmistas amenazas ocultas. Las pequeñas variaciones porcentuales en los índices de riesgo no les sirven para vender lectores a los anunciantes (que tal es su modelo de negocio). Esto último sólo lo consiguen seleccionando la forma más melodramática y engañosa que encuentran para describir cualquier incremento estadístico del riesgo: es lo que se conoce como el «incremento del riesgo relativo».

Por un lado, podemos decir, por ejemplo, que el riesgo de padecer un ataque al corazón entre los 50 y los 59 años de edad es un 50 % superior cuando se padece hipercolesterolemia (un dato harto negativo).
[1]
Pero podemos afirmar también que el riesgo adicional de sufrir un ataque cardiaco si se tiene el colesterol alto es sólo del 2 % (cifra que encuentro bastante normal). Son las mismas cifras (hipotéticas). ¿Cómo es posible? Probemos lo siguiente. De cien hombres de cincuenta y pico años con niveles normales de colesterol, lo normal (lo esperado) es que cuatro padezcan un ataque al corazón; de cien hombres de esa misma edad, aunque con niveles elevados de colesterol, los ataques cardiacos esperados son seis. Eso supone dos ataques al corazón adicionales por cada cien individuos. Estas cifras (cuatro, seis y dos) son las que denominamos «frecuencias naturales».
[2]

Las frecuencias naturales son fáciles de entender, porque, en vez de emplear probabilidades o porcentajes (o cualquier otro indicador mínimamente técnico o difícil), usan números concretos, como los que utilizamos a diario para comprobar si se nos ha perdido un niño en un autobús de transporte escolar, o si nos han devuelto el cambio correcto en una tienda. Muchas personas han argumentado que nuestra capacidad razonadora y matemática evoluciona a partir de números concretos como ésos, y no con probabilidades. Por eso nos resultan más intuitivos. Los números simples son simples.

Tenemos nombres también para los otros métodos empleados para describir el incremento.
[3]
Siguiendo los números de nuestro ejemplo anterior, la hipercolesterolemia podría provocar un incremento del 50 % del riesgo (éste es el «incremento del riesgo relativo») o un aumento del 2 % del riesgo (que sería el «incremento del riesgo absoluto»), o bien, y permítanme que insista, podríamos aplicar la manera más fácil e informativa de verlo: dos ataques al corazón adicionales por cada cien hombres (la frecuencia natural).

Además de ser la opción más comprensible, las frecuencias naturales contienen también más información que el «incremento del riesgo relativo» que tanto gusta a los periodistas. En fecha reciente, por ejemplo, se nos contó que la carne roja provoca cáncer de colon, y que el ibuprofeno incrementa el riesgo de sufrir ataques al corazón; pero ni haciendo un seguimiento de las noticias sobre el tema, lográbamos sacar nada en claro que nos hiciera un poco más sabios en la materia. Prueben ustedes, si no, con el pasaje siguiente sobre el cáncer de colon, extraído del programa
Today
, de Radio 4: «¿Qué se entiende por un mayor riesgo, profesora Bingham?». «Un riesgo un tercio más elevado.» «Eso parece muchísimo, una tercera parte más de riesgo. ¿De qué estamos hablando en términos de números?» «Pues de una diferencia… de unas veinte personas al año.» «O sea que no deja de ser un número reducido, ¿no?» «Ejem, sí… entre 10.000…»

Éstas son cuestiones difíciles de comunicar cuando nos salimos de los límites del formato más simple. La profesora Sheila Bingham es la directora del Centro para la Nutrición en la Prevención de la Epidemiología y la Supervivencia del Cáncer, que el MRC (el Consejo de Investigación Médica de Gran Bretaña) tiene en la Universidad de Cambridge, y se gana la vida tratando a diario con esas cifras, pero su torpe (y perfectamente olvidable) intervención en directo en aquel programa radiofónico no fue ninguna excepción: se han realizado estudios sobre médicos, sobre comités delegados de las autoridades sanitarias locales, y sobre miembros de las profesiones jurídicas, que muestran que las personas que se ganan la vida interpretando y gestionando riesgos suelen tener enormes dificultades para expresar sobre la marcha lo que quieren decir. Es mucho más probable, asimismo, que tomen las decisiones correctas en ese sentido cuando la información sobre el riesgo se presenta en forma de frecuencias naturales, y no como probabilidades o porcentajes.
[4]

En el caso de la relación entre analgésicos y ataques cardiacos —otra noticia de numerosas portadas— el ansia desesperada por elegir la cifra más elevada posible provocó que los números fueran completamente inexactos en muchos diarios. Las informaciones periodísticas se basaron en un estudio en el que se había observado a una serie de participantes durante cuatro años, y cuyos resultados sugerían —usando frecuencias naturales— que, por cada 1.005 personas que tomaran ibuprofeno, podía esperarse un ataque cardiaco adicional. O por decirlo según informó de ello el
Daily Mail
en un artículo titulado «Las pastillas para el dolor de cabeza pueden matar»: «Una investigación británica ha revelado que los pacientes que toman ibuprofeno para tratar la artritis se enfrentan a un riesgo un 24 % mayor de sufrir un ataque al corazón». Como para no asustarse.

Casi todos los medios informaron del incremento del riesgo relativo: el diclofenaco aumentaba así el riesgo de ataque cardiaco en un 55 % y el ibuprofeno, en un 24 %. Sólo el
The Daily Telegraph
y el
Evening Standard
recogieron las frecuencias naturales: un ataque al corazón adicional por cada 1.005 personas tratadas con ibuprofeno. El
Mirror
, por su parte, lo intentó, pero falló, pues dijo que una de cada 1.005 personas que tomaran ibuprofeno «sufrirían un fallo cardiaco durante el año siguiente». No. Se trata de ataques al corazón, no de fallos cardiacos. Y hablamos de una persona
adicional
de cada 1.005, sumada a las que ya tendrían ataques cardiacos en cualquier caso. Varios diarios más cayeron en ese mismo error.

En muchos casos, la culpa es de los comunicados de prensa, y los propios académicos pueden ser igualmente responsables de dramatizar en exceso sus investigaciones (la Royal Society tiene unas excelentes directrices sobre buenas prácticas a la hora de comunicar los estudios de investigación, por si les interesan). Pero si alguien que ocupa un puesto de poder en el mundo de la prensa está leyendo esto, que sepa que ésta que sigue es la información que me gustaría obtener de un periódico cuando informe de un riesgo, para ayudarme a decidir sobre mi salud: quiero saber de quién habla (por ejemplo, de varones de edades comprendidas entre los 50 y los 59 años); quiero saber cuál es el criterio de base sobre el que se evalúa la variación del riesgo (por ejemplo, la cifra de los cuatro hombres de cada cien «cincuentones» que sufrirán un ataque al corazón en los próximos diez años) y quiero saber cuál es el incremento del riesgo en términos de frecuencia natural (dos varones más de esos cien padecerán un ataque cardiaco en los próximos diez años). También quiero saber exactamente qué está causando ese aumento del riesgo (un comprimido ocasional contra el dolor de cabeza o un frasco diario de analgésicos para la artritis). Entonces, reconsideraré la posibilidad de volver a leer sus periódicos, en vez de ceñirme a los blogs escritos por personas que entienden las investigaciones y que incluyen enlaces fiables a los artículos académicos originales, de manera que pueda verificar los resúmenes de éstos siempre que quiera.

Hace más de cien años, H. G. Wells dijo que, en una sociedad tecnológica moderna, el pensamiento estadístico llegaría algún día a ser tan importante como el saber leer o el saber escribir. Yo discrepo: el razonamiento probabilístico es difícil para todos, pero todos entienden los números normales. De ahí que las «frecuencias naturales» sean la única forma sensata de comunicar el riesgo.

Selección de cifras

En ocasiones, el cálculo tergiversado de los números llega a estar tan alejado de la realidad que sólo podemos suponerle una aviesa intención a quienes lo perpetran. Son casos que suelen estar relacionados con situaciones de cierto contenido moral, como las drogas, el aborto y otras por el estilo. Con una selección muy cuidadosa de las cifras —en lo que algunos podrían considerar una manipulación cínica e inmoral de los hechos para obtener un aprovechamiento personal— podemos a veces hacer que los números digan aquello que queramos.

El
The Independent
llevaba muchos años declarándose a favor de la legalización del cannabis, pero en marzo de 2007 decidió cambiar de postura. El diario habría podido atribuir simplemente aquella variación a un cambio de ánimo o a una reconsideración de las cuestiones morales en torno al tema. Pero, en vez de eso, lo adornó de ciencia (como los fanáticos cobardes llevan haciendo desde siempre, a propósito de temas tan variopintos como la eugenesia o la ley seca) y lo justificó a partir de un cambio ficticio de los datos. «Cannabis: una disculpa» fue el titular de aquella nota a toda plana en primera página.

En 1997, este periódico emprendió una campaña para despenalizar esa droga. Ojalá hubiéramos sabido entonces lo que podemos revelar hoy. […] Actualmente, un número récord de adolescentes está precisando de tratamiento como consecuencia de fumar marihuana de la variedad
skunk
, un híbrido sumamente potente de otras variedades naturales de cannabis que es 25 veces más fuerte que la resina que se vendía hace sólo una década.

En ese texto se mencionaba en dos ocasiones que el cannabis actual es 25 veces más potente que hace una década. La anterior directora del periódico, Rosie Boycott, en una melodramática retractación incluida en ese mismo número, llegó a afirmar que el
skunk
es «treinta veces más fuerte». En un artículo en páginas interiores, se restaba cierta intensidad a semejante potencia sustituyendo el «es» por un «puede ser». El diario llegó incluso a referenciar sus cifras: «El Servicio Científico Forense dice que, a comienzos de la década de 1990, el cannabis contenía en torno a un 1 % de tetrahidrocannabidinol (THC), su componente alucinógeno, pero en la actualidad el contenido de THC puede alcanzar hasta el 25 %».

Todo eso es pura fantasía.

Tengo ahora mismo ante mí los datos del Servicio Científico Forense británico, así como otros datos anteriores del Laboratory of the Government Chemist (LGC) del Programa de las Naciones Unidas para el Control de las Drogas y del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías. Voy a compartirlos con ustedes, porque da la casualidad de que creo que las personas son sobradamente capaces de tomar sus propias decisiones sobre cuestiones sociales y morales importantes cuando se les suministran los hechos.

Los datos del LGC abarcan un periodo comprendido entre 1975 y 1989. El contenido en THC de la resina de cannabis oscila en ellos entre el 6 y el 10 %, mientras que el de la variedad herbal se mueve entre el 4 y el 6 %. No se observa ninguna tendencia definida.

A partir de esa fecha, es el Servicio Científico Forense quien asume el cálculo de las cifras más modernas, sin mostrar apenas cambio en cuanto a la resina, aunque reflejando —eso sí— una duplicación de la potencia del cannabis herbal producido en interiores en el propio país, que pasa de un contenido del 6 % a otro del 12-14 % (datos de 2003-2005, incluidos en la tabla siguiente).

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