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Authors: Paul Doherty

Tags: #Histórico, Intriga

Los verdugos de Set (25 page)

BOOK: Los verdugos de Set
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—Comeremos con los dedos. —Los miró sonriente—. Y, mi señor Valu, ya está bien de cortesías. Quiero nadar en el estanque de la Pureza antes de… —sonrió al gran visir— que nos retiremos.

El magistrado se puso cómodo. Senenmut estaba taciturno, y por el modo en que había estado coqueteando la reina-faraón con él y con Valu, pudo suponer que habían discutido. Hatasu comía con modales delicados, sonriendo entre bocado y bocado.

—Me encanta la pintura que llevas en las uñas —comentó al fiscal como en un arrullo—. He de procurarme algo parecido.

—Se trata de una mezcla personal, mi señora.

—Pues ha dejado de serlo. —La divina se echó a reír—. En fin —dijo levantando su copa—, este vino viene de más allá del Sinaí, del mejor viñedo que tiene Canaán. Brindemos, señores míos, por la Casa de la Adoración y la gloria de Ra.

—Por que viva un millón de años —añadió Valu.

—¡Eso! —Hatasu dejó la copa y se dio unas palmaditas en el estómago—. Estoy viendo que voy a ser el alma de la fiesta. Amerotke —se inclinó y clavó un dedo juguetón en el hombro del magistrado—, ni se te ocurra dormirte. —La sonrisa se esfumó de su rostro—. Estoy al corriente de lo ocurrido en el oasis de Ashiwa y he dejado bien claro a mi señor Senenmut que debía de haberte acompañado una escolta militar.

—Pero Karnac insistió en lo contrario, y tú accediste —terció el aludido montando en cólera.

Hatasu se volvió y le guiñó un ojo.

—Eso no lo recuerdo.

Senenmut frunció el ceño y levantó su copa.

—Amerotke, estamos esperando —prosiguió Hatasu—. ¿Qué ha averiguado tu agudo ingenio? ¿Es cierto lo que sospecha Peshedu? ¿Lo vas a hacer comparecer ante el tribunal para interrogarlo?

—De momento, mi señora, vamos a dejar a un lado a Peshedu. Lo que voy a confiarte no son más que conjeturas: no cuento con prueba alguna. Las Panteras del Mediodía gozan de la condición de héroes tebanos, y lo cierto es, señora mía, que los podían haber capturado o asesinado incluso junto con este juez indigno de tu mirada.

—En ese caso, me habría convertido en el hazmerreír del reino. —Los ojos de la reina-faraón lanzaron destellos de ira—. ¡Voy a hacer castrar al responsable de esto!

—Las Panteras del Mediodía —siguió diciendo el magistrado— son héroes: la gloria de Tebas. Durante treinta años han vivido en la opulencia, lejos de toda preocupación, y ahora se encuentran con que entre ellos hay un asesino. Yo lo llamo «el Adorador de Set», porque es un verdadero devoto del dios. Según mis sospechas, hace entre dieciocho meses y dos años, hubo un cambio en esta noble compañía de paladines: una terrible ruptura que o bien no han querido reconocer, o bien han mantenido en secreto. Uno de ellos es el Adorador de Set: estoy completamente convencido.

—Pero, mi señor Amerotke —Valu acompañó sus palabras con un movimiento de su copa—, en las Tierras Rojas de Ashiwa estaban todos ellos. Si los nómadas de las dunas que os atacaron hubiesen logrado su objetivo, lo habrían capturado también a él.

Amerotke secó el borde de su copa.

—He llegado a la conclusión de que eso no le importa en lo más mínimo. Guerrero como es, se lanza a la batalla sin importarle si ganará o morirá en el combate…

—… Siempre que pierda el enemigo —fue Hatasu quien completó la frase.

—En efecto, mi señora. Y ese detalle dice mucho de sus malas intenciones. Su corazón se ha tornado maligno, y su mente tiene un solo objetivo: la venganza. Desconozco la razón. Lo cierto es que ha decidido castigar el corazón mismo del regimiento de héroes. Participó en la gran victoria del faraón contra los hicsos. Lo sabe todo acerca de Merseguer, ha tenido acceso a sus medallones y sabe dónde se enterró el cadáver. De hecho, puede haber averiguado más cosas de la familia de la hechicera que ninguno de nosotros. En determinado momento, trama una venganza sutil y cruel, y de una manera u otra descubre que en Avaris vive un escriba llamado Ipúmer, hijo de Merseguer o quizás un pariente más lejano. Ipúmer es hicso, probablemente el hijo de uno de sus príncipes.

—¿Podría ser entonces un vástago de la hechicera? —quiso saber la divina Hatasu.

—Quizá —respondió Amerotke—. Si nació poco antes de que muriera ella, las fechas podrían concordar. Su cadáver lleva el tatuaje sagrado de los nobles hicsos. El Adorador de Set paga, anima y motiva a Ipúmer para que acuda a Tebas y se convierta así en el cuchillo que asesine a sus compañeros.

—¿Qué pudo llevarlo a aceptar? —terció Senenmut—. Se trata de una labor peligrosa.

—Es probable que él también buscase venganza, causar confusión. Ipúmer era un hombre venal; quizá la suma que le ofrecieron era tan tentadora que no pudo resistirse.

—Pero el escriba acabaría sabiendo quién era el Adorador de Set, ¿no? —preguntó Valu.

—No; creo que se reunían en rincones oscuros de la ciudad a la anochecida. Además, el Adorador ocultaba su rostro tras una máscara de Horus. —Amerotke se encogió de hombros—. No es nada extraordinario. Si te das una vuelta por Tebas, hallarás aquí y allá a devotos de un culto concreto o miembros de determinada sociedad que llevan la máscara de su dios.

Hatasu introdujo la mano bajo los cojines y sacó un espejo de mango de madreperla para mirarse con detenimiento.

—Siempre tengo uno cerca de mí —murmuró—. Por cierto, Amerotke, tienes toda la razón. Mi señor Senenmut y yo llevamos siempre el rostro enmascarado cuando salimos por Tebas de noche. —Sonrió al ver la expresión sorprendida de Valu—. Este Adorador de Set me tiene intrigada.

Asió la corona nívea exornada con el áspid dorado y la retiró con cuidado de su peluca perfumada para colocarla en un cojín situado a su lado.

—Demasiado ceñida —murmuró—; haré que el guardián de la Diadema le eche un vistazo. Continúa, Amerotke.

—El Adorador de Set alquila una habitación en la calle de las Lámparas de Aceite a nombre de Ipúmer, si bien en realidad la quiere para sí mismo. Allí piensa reunirse con el escriba. Al mismo tiempo convence al general Kamón para que introduzca a éste en la Casa de la Guerra. Se trata de una labor sencilla, y dado que tales patrocinios no son una cosa excepcional, Kamón no tiene por qué sospechar nada. El Adorador le pide que mantenga el asunto en secreto, aunque no tiene nada que temer, toda vez que una de las primeras misiones de Ipúmer consisten en ir a visitar al general Kamón, darle las gracias, halagarlo y envenenarlo.

—¿Eso crees? —preguntó Senenmut.

—Sí. El Adorador de Set, si no el propio escriba, se encargó después de destruir los papeles de Ipúmer de la Sala de los Archivos. De ese modo, nadie sabe quién lo trajo a Tebas ni conoce ningún otro detalle de su pasado.

—He enviado a mis espías a Avaris —lo interrumpió Valu—. Les llevará algunas semanas…

—Para entonces —siguió diciendo Amerotke—, las Panteras del Mediodía habrán sido exterminadas. Sea como fuere, el asesino introduce a Ipúmer en algún banquete u otro tipo de celebración. Tampoco esto debió de resultarle difícil, por cuanto Ipúmer trabajaba en la Casa de la Guerra. ¿Por qué no iba a poder asistir a una ceremonia militar? —El magistrado se detuvo—. Aunque son sólo suposiciones, creo que fue aquí donde empezó a torcerse el plan del Adorador. Puede ser que Ipúmer pretendiese seducir y deshonrar a Neshratta, provocar un escándalo y mancillar el nombre de su familia. O quizá fue más sencillo y…

—¿… Se enamoró de Neshratta?

—Sí. Fuera como fuese, lo cierto es que Ipúmer se desvió de su tarea. Tal vez se hartó de obedecer, se rebeló, faltó a su deber… Solamente pensaba en una cosa: Neshratta. Todo lo demás parecía carecer de importancia para él.

—¿Y por qué el Adorador de Set no mató a Ipúmer sin más? —inquirió Valu.

—Pudo haberlo hecho. —Amerotke sonrió—. En realidad, ésa es la causa que estamos celebrando en la Sala de las Dos Verdades. También cabe la posibilidad de que el Adorador estuviese encantado de ver a la dama Neshratta hacer el ridículo. Al fin y al cabo, la aventura estaba condenada a acabar en lágrimas y desgracia.

—En eso estoy de acuerdo —declaró Senenmut—. Peshedu se ha convertido en el hazmerreír de todos: su hija se ha comportado como una
heset,
saliendo de casa en plena noche para yacer con su amante en algún rincón fangoso de los alrededores.

—Y aún hay más. —El magistrado bebió de su copa—. Ahora que el escriba ha muerto en circunstancias harto misteriosas, la familia de Peshedu y sus secretos han quedado expuestos a la vista de todos. La predilección del general por las
heset
y cortesanas no tardará en salir a la luz pública y acarrear la vergüenza para él y su esposa. Y todavía no se ha dicho nada de los secretos que ella pueda poseer.

—¡Ah! El asesinato de la joven
heset
—exclamó Valu—. Sí, sí, Amerotke: yo también tengo espías en la Casa de la Muerte. Estaba encinta.

—¿Encinta? —preguntó Hatasu.

El juez le participó lo que sabía al respecto.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que Peshedu pudo ser capaz de matar a esa muchacha del templo? En ese caso, tal vez tuvo algo que ver con la muerte de Ipúmer. —La reina-faraón soltó un gruñido—. Ya te entiendo. Peshedu va a caer en la deshonra: va a ser la vergüenza de Tebas. Más aún: va a tener el dedo de la sospecha apuntándole directamente. ¿Podría ser él el Adorador de Set?

—Podría ser cualquiera de ellos. Con todo —admitió sacudiendo la cabeza—, aún no he logrado saber cómo piensa el asesino. Estoy convencido de que se cansó de los juegos de Ipúmer y decidió actuar personalmente. He tratado de determinar dónde se hallaba cada uno de ellos cuando asesinaron a mi señor Balet, mas es prácticamente imposible. El Adorador debió de haberlo sabido: todos tienen entornos domésticos diferentes, y me resulta imposible determinar si lo que me cuentan es verdadero o falso.

—¿Cómo entró el asesino de Balet en la Capilla Roja sin ser visto? —quiso saber Senenmut.

—A través de una ventana que da al jardín. Cierto hombre que conozco —sonrió—, uno de los amigos de Shufoy, ha descubierto que pudo haber entrado en el jardín, alcanzar una ventana y llegar así al corredor que desemboca en la capilla. De ese modo pudo haber entrado antes de que el sacerdote que la custodia o su esposa detectasen que algo no iba bien.

—Pero ¿cómo es que no se oyó ningún ruido? ¿Nadie dio la alarma? Según dijiste, Balet no estaba dispuesto a dejarse matar.

—Lo atacaron por la espalda, de modo que murió antes siquiera de que pudiera darse cuenta de lo que sucedía. Creo que fue el propio asesino quien volcó los escabeles y creó tal desorden para que pareciese que había tenido lugar un forcejeo. Esto no hizo más que ahondar el misterio y la impresión de que la muerte de Balet tenía /más que ver con una venganza de ultratumba que con cualquier acto de perversidad humana. Para subrayar aún más este hecho, arrancó los ojos del difunto, le ató con cuerda roja tobillos y muñecas y roció las copas con la sangre del desdichado. Después, salió con tanta rapidez como sigilo. El sacerdote que custodia aquella zona debía de estar durmiendo con su esposa. Por lo que tengo entendido, la parejita no tiene desperdicio: al parecer se preocupan más por sus propios placeres que por los rezos y demás ocupaciones religiosas.

Hatasu murmuró algo acerca de hacer que abandonasen su cargo.

—¿Y el cadáver de Merseguer? —preguntó Senenmut.

—Eso fue muy sencillo: las Panteras del Mediodía tienen carros. El Adorador de Set viajó al oasis de Ashiwa, un lugar solitario y desolado. Entonces abrió la sepultura, colocó en un cofre los huesos o lo que quedase de la hechicera y regresó a Tebas. No hay hora en la que no salgan vehículos de la ciudad y, a fin de cuentas, el asesino pudo haberse dirigido a la tumba hace meses.

—Me pregunto dónde estarán esos restos —meditó Hatasu.

—En algún lugar secreto del desierto. Puede que el Adorador le construyese un santuario. Sin duda está lleno de odio. Se dio cuenta de que, una vez que comenzasen los asesinatos, volverían a visitar el enterramiento de Merseguer y, claro está, los únicos que sabían dónde se hallaba eran sus compañeros de gestas. No es difícil contratar a bandidos, proscritos y mercenarios. Con un ataque repentino y brutal, cabía la posibilidad de que las Panteras del Mediodía fuesen secuestradas, asesinadas o humilladas, con lo que su venganza se habría cumplido. Sin embargo, pasó por alto una cosa: con independencia del concepto que él tenga de Karnac y sus hombres, todos son igual de buenos matando que él. Créeme, señora mía: he pasado un día con ellos y puedo asegurar que han nacido para luchar. Para ellos es un placer.

—¿Y ahora? —volvió a intervenir Senenmut.

—El Adorador de Set está frustrado; por ende, tratará de matar uno por uno a sus compañeros. No tardará en atacar, y lo hará de un modo despiadado.

—Pero ¿por qué? —quiso saber Valu.

—Si lo supiese, mi señor, ya lo habría atrapado.

—¿Y no tienes más remedio que interrogar a Peshedu? —El gran visir alargó el brazo para rellenar todas las copas.

—Debo hacerlo.

—Yo estoy de acuerdo —declaró Valu—. Debemos conocer con exactitud qué ocurrió en la casa de la Gacela Dorada la noche en que murió Ipúmer.

—Pero, mi señor Amerotke —bromeó Hatasu—, retomas un hilo y vuelves a dejarlo suelto. ¿Qué más tienes que decir?

—Tengo curiosidad —respondió Amerotke— por saber cómo se la ingenió Ipúmer para asegurarse de que lo alojaría la viuda Lamna, y por qué trabó tanta amistad con la otra, Felima. También me llama la atención su relación con el médico Intef. Mi señor Valu, estarás de acuerdo en que Ipúmer llegó a casa enfermo a primera hora de la mañana. Todos los declarantes lo han jurado. ¿Por qué no fue al domicilio de Intef? Debió de pasar por allí de camino.

El fiscal hizo chasquear la lengua.

—Con que Neshratta hubiese confesado… —repuso compungido—, Si pudiésemos descubrir tan sólo con quién se reunió el escriba aquella noche… Sin embargo, el testimonio de su doncella y su hermana menor es inquebrantable: ambas aseguran que Neshratta no salió de su dormitorio en toda la noche.

Estaba a punto de seguir cuando lo interrumpieron unos vigoroso golpes en la puerta. Al abrirse se introdujo en la sala el chambelán, con gesto preocupado, y se postró hasta dar con la frente en el suelo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Hatasu.

—Oh divina, se trata de un mensaje urgente para mi señor Valu.

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