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Authors: Mario Puzo

Tags: #Novela

Los tontos mueren (64 page)

BOOK: Los tontos mueren
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—¿Habla en serio? —dijo.

Fui a la puerta del restaurante, la abrí y me quedé atónito, realmente sorprendido al ver de nuevo hierba y arena. Cerré la puerta y miré la cara de aquel individuo. Había en ella una alegría casi maníaca, como si él hubiese dispuesto aquella trampa para mí. Como si fuese alguna especie de Dios y yo le hubiese preguntado: «¿La vida es de verdad?» Y me hubiese contestado: «¿Lo dice en serio?»

Acompañé a Janelle hasta el plató donde rodaba y me dijo:

—Es evidente que son decorados. ¿Cómo pudieron despistarte?

—No me despistaron —dije.

—Pero sin duda esperabas que fuesen reales —dijo Janelle—. Observé tu expresión cuando abrías la puerta. Y sé que el restaurante te engañó.

Me tiró del brazo bromeando.

—No se te puede dejar solo —dijo—. Eres tan tonto.

Y tuve que darle la razón. Pero no era que yo lo creyese. No lo creía realmente. Lo que me molestaba era que yo había querido creer que había algo detrás de aquellas puertas. Que yo no podía aceptar el hecho obvio de que detrás de aquellos decorados no hubiese nada. Que yo pensaba realmente que era un mago, que cuando abriese aquellas puertas, aparecerían habitaciones reales y puertas reales. Incluso el restaurante. Y antes de abrir la puerta, vi mentalmente manteles rojos y botellas de vino y gente de pie esperando en silencio para sentarse. Y de verdad me sorprendió ver que no había nada.

Comprendí que era una especie de aberración lo que me había impulsado a abrir aquellas puertas, y sin embargo lo había hecho. No me importaba el que Janelle se riera de mí y tampoco me importaba lo de aquel viejo actor. Demonios, había querido cerciorarme, si no hubiese abierto aquellas puertas nunca habría estado seguro del todo.

42

Osano vino a Los Angeles para un asunto relacionado con una película y me llamó para invitarme a cenar. Llevé a Janelle porque estaba deseando conocerle. Cuando terminamos de cenar y estábamos tomando café, Janelle intentó hacerme hablar de mi mujer. Yo procuré eludir el asunto.

—Nunca hablas de eso, ¿eh? —dijo.

No contesté. Siguió insistiendo. Estaba un poco achispada por el vino y algo incómoda por el hecho de que hubiese traído a Osano conmigo. Se enfadó.

—Nunca hablas de tu mujer porque te parece deshonroso.

Seguí sin decir nada.

—Aún tienes una buena opinión de ti mismo, ¿verdad? —dijo. Su cólera era ya una furia fría.

Osano sonreía levemente, y para suavizar las cosas representó el papel de escritor famoso y brillante, exagerándolo un poco.

—Tampoco habla nunca de que es huérfano —dijo—. En realidad, todos los adultos son huérfanos. Todos perdemos a nuestros padres al hacernos adultos.

Esto interesó inmediatamente a Janelle. Me había dicho que admiraba la inteligencia y los libros de Osano.

—Eso me parece muy inteligente —dijo—. Y es verdad.

—Es un cuento —dije yo—. Si queréis utilizar un lenguaje para comunicaros, no tergiverséis el sentido de las palabras. Un huérfano es un niño que se cría sin padres y muchas veces sin ninguna relación con ningún otro pariente en el mundo. Un adulto no es un huérfano. Es un pijotero que ya no sabe cómo utilizar a sus padres porque son un fastidio y ya no los necesita.

Hubo un embarazoso silencio y luego Osano dijo:

—Tienes razón, pero sucede también que no quieres compartir tu posición especial con todo el mundo.

—Sí, quizás —dije.

Luego me volví a Janelle.

—Tú y tus amigas os llamáis «hermanas» —le dije—. Hermanas significa niñas nacidas de los mismos padres que normalmente han compartido las mismas experiencias traumáticas de infancia, que tienen huellas de la misma experiencia en sus bancos mnemotécnicos. Por eso una hermana es buena, mala o indiferente. Cuando llamas a una amiga «hermana» las dos estáis mintiendo.

—Voy a divorciarme otra vez —dijo Osano—. Otra pensión de divorcio. No volveré a casarme. No puedo permitirme más pensiones.

Me eché a reír con él.

—No digas eso. Tú eres la última esperanza de la institución del matrimonio.

Entonces, Janelle alzó la cabeza y dijo:

—No, Merlyn. Eso lo eres tú.

Todos nos reímos con esto, y luego dije que no quería ir al cine. Estaba demasiado cansado.

—Oh, demonios —dijo Janelle—. Vamos a tomar algo a Pips y a jugar un poco al chaquete. Podemos enseñarle a Osano.

—¿Por qué no vais los dos? —dije fríamente—. Yo volveré al hotel y dormiré un poco.

Osano me miraba con una sonrisa triste. No dijo nada. Janelle me miraba fijamente, como desafiándome a repetirlo. Di a mi voz el tono más frío e indiferente posible. Pero, sin embargo, comprensivo. Con toda deliberación, dije:

—Bueno, de veras que no me importa, en serio. Sois mis mejores amigos, pero os aseguro que tengo mucho sueño. Osano, sé un caballero y ocupa mi lugar.

Dije esto muy serio.

Osano dedujo inmediatamente que estaba celoso de él.

—Lo que tú digas, Merlyn.

No le importaba nada lo que yo sintiese. Consideró que yo actuaba como un estúpido. Y yo sabía que llevaría a Janelle a Pips y luego a casa, que se la tiraría y que no se preocuparía más del asunto. En cuanto a mí, no era de mi incumbencia.

Pero Janelle sacudió la cabeza.

—No seas tonto. Yo iré a casa en mi coche y vosotros podéis hacer lo que os dé la gana.

Me di cuenta de lo que pensaba ella. Dos cerdos machistas intentando repartírsela. Pero ella sabía también que, si se iba con Osano, me daría una excusa para no volver a verla nunca. Supongo que yo sabía lo que estaba haciendo. Estaba buscando una razón para odiarla, y si se hubiese ido con Osano, ésa podría haber sido la razón y podría haberme librado de ella.

Por último, Janelle volvió al hotel conmigo. Pero pude sentir su frialdad, pese a que nuestros cuerpos estaban cálidamente próximos. Poco después se apartó, y cuando me dormía, pude oír el rumor del colchón al salir ella de la cama. Soñoliento, murmuré:

—Janelle, Janelle.

43

JANELLE

Soy una
buena
persona. No me importa lo que piensen los demás, soy buena persona. Durante toda mi vida, los hombres a los que realmente amé me rechazaron siempre, me rechazaron por lo que decían amarme. Jamás aceptaron el hecho de que pudieran interesarme otros seres humanos y no sólo ellos. Eso es lo que lo fastidia todo. Se enamoran de mí al principio y luego quieren que me convierta en otra cosa distinta. Hasta el gran amor de mi vida, ese hijo de puta de Merlyn. Fue el peor de todos. Aunque también fue el mejor. Me entendía. Fue el mejor hombre que conocí en mi vida. Y le quise de veras. Y él me quiso de veras. Hizo cuanto pudo. Y también yo. Pero nunca pudimos eliminar esa cosa masculina. Bastaba que me gustase otro hombre para que él se pusiera malo de rabia. Se le notaba en la cara. Desde luego, yo no podía soportar que él se enzarzase siquiera en una conversación interesante con otra mujer. Así que... Pero él era más listo que yo. Sabía ocultar las cosas. Cuando estaba yo, nunca prestaba atención a otras mujeres, aunque ellas sí se interesasen por él. Yo no era tan lista, o quizás me parecía demasiada falsedad. Y lo que él hacía era falso. Pero resultaba. Hacía que le amara más.

Y mi honradez le hacía a él amarme menos.

Le quería porque era muy listo en casi todo. Salvo con las mujeres. Con las mujeres, en realidad, era muy torpe.

Y también lo era conmigo. Quizás no fuese exactamente torpe, pero podía vivir sólo de ilusiones. Me dijo eso una vez y dijo que yo debería ser mejor actriz, que debería darle una mejor ilusión de que le amaba. Yo le amaba de veras. Pero él dijo que eso no era tan importante como la ilusión de que le amaba. Lo comprendí y lo intenté. Pero cuanto más le amaba, menos podía hacerlo. Quería que él me amase tal como era. Quizás nadie pueda amar a nadie tal cual es. Ésa es la verdad: nadie puede amar la verdad. Y sin embargo, yo no puedo vivir sin intentar ser fiel a lo que realmente soy. Miento, sin duda, pero sólo cuando es importante, y después, cuando me parece que el momento es adecuado, siempre admito haber mentido. Y eso lo fastidia todo.

Siempre cuento a todo el mundo que mi padre huyó cuando yo era una niña. Cuando me emborracho, les cuento a los extraños que intenté suicidarme a los quince años, pero nunca les cuento por qué, el verdadero motivo. Les dejo pensar que fue porque mi padre nos abandonó.

Y quizás fuese por eso. Admito muchas cosas respecto a mí misma. Que si un hombre que me gusta me invita a cenar y resulta agradable me voy a la cama con él aunque esté enamorada de otro. ¿Por qué es tan terrible eso? Los hombres lo hacen constantemente. Para ellos está bien. Pero el hombre al que yo más amaba en el mundo pensaba que yo era una puta cuando le decía eso. No podía entender que no tenía importancia. Que yo sólo quería que me jodieran. Todos los hombres hacen eso.

Jamás engañé a un hombre en cosas importantes. Quizás quiera decir en cosas materiales. Nunca utilicé los trucos baratos que utilizan con sus hombres algunas de mis mejores amigas. Nunca acusé a un tipo de ser responsable cuando quedé embarazada sólo para obligarle a ayudarme. Jamás engañé así a los hombres. Nunca dije a un hombre que le amaba si no le amaba, o al menos no al principio. A veces lo hacía después, cuando dejaba de amarle y él aún me amaba y me resultaba muy difícil herirle. Pero ya no podía ser tan amorosa y se daban cuenta, las cosas se enfriaban y dejábamos de vernos. Y jamás odié realmente a un hombre después de amarle, por muy desagradable que hubiera sido conmigo. Los hombres son muy despectivos con las mujeres a las que ya no aman, al menos la mayoría, o al menos conmigo. Quizás porque ya no me amen y yo no les ame a ellos, o les ame un poco, lo cual no significa nada. Hay una gran diferencia entre amar a alguien poco y amarle mucho.

¿Por qué los hombres dudan siempre de que les ame? ¿Por qué los hombres dudan siempre de tu sinceridad? ¿Por qué los hombres te abandonan siempre? Oh, Dios mío, ¿por qué es tan doloroso? Ya no puedo amarles. Es tan doloroso y son tan pijoteros. Tan cabrones. Te hieren tan despreocupadamente como niños, pero a los niños puedes perdonarles, no te importa. Aunque ambos te hagan llorar. Pero se acabó, ya no más, ni los hombres ni los niños.

Los amantes son muy crueles, y cuanto más amorosos más crueles. No los casanovas y los donjuanes. No me refiero a esos imbéciles. Me refiero a los hombres que te aman de veras. Oh, tú realmente amas y ellos dicen que aman y yo sé que es cierto. Y sé que me harán más daño que ningún otro hombre del mundo. Quiero decir: «No digas que me quieres». Quiero decir: «No te quiero».

En una ocasión en que Merlyn me dijo que me quería, quise llorar porque le amaba de veras y sabía lo cruel que sería cuando ambos nos conociésemos realmente uno a otro, cuando desapareciesen todas las ilusiones, y que cuando yo más le amase, él me querría mucho menos.

Quiero vivir en un mundo en el que los hombres no amen nunca a las mujeres como lo hacen ahora. Quiero vivir en un mundo en el que nunca ame a un hombre como le amo ahora. Quiero vivir en un mundo en el que el amor nunca cambie.

Oh, Dios mío, déjame vivir en sueños; cuando muera, envíame a un paraíso de mentiras, indescubribles y autodisculpables, y un amante que me quiera eternamente o ninguno. Dame mentiras tan dulces que nunca me causen dolor con amor verdadero, y déjame engañarles a ellos con toda mi alma. Seamos falsarios nunca descubiertos, siempre perdonados. Para que así podamos creer unos en otros. Que nos separen guerras y pestes, muertes u locura, pero no el paso del tiempo. Líbrame de la bondad, no me dejes volver a la inocencia. Déjame ser libre.

Una vez le conté a él que me había acostado con mi peluquero y se tendría que haber visto su cara. El frío desprecio. Así son los hombres. Ellos se tiran a sus secretarias, y eso está muy bien. Pero desprecian a una mujer que jode con su peluquero. Y, sin embargo, lo que hacemos nosotras es más comprensible. El peluquero hace algo personal. Tiene que usar las manos con nosotras y algunos tienen unas manos magníficas. Y conocen a las mujeres. Sólo jodí con el peluquero una vez. Andaba siempre explicándome lo bueno que era en la cama y un día yo estaba caliente y dije que de acuerdo, y él subió aquella noche y jodimos sólo aquella vez. Mientras lo hacíamos, le vi observando cómo iba poniéndome a punto. Tenía algo especial el peluquero. Hacía todos aquellos truquillos con la lengua y las manos, y decía todas aquellas palabras especiales y tengo que confesar que fue un gran polvo. Aunque fue algo demasiado frío. Cuando me corrí, esperaba que él alzase un espejo y me lo pusiera detrás para ver cómo había quedado. Cuando me preguntó si me había gustado, le dije que había sido tremendo. Dijo que tendríamos que hacerlo otra vez algún día, y yo dije que sí. Pero nunca volvió a pedírmelo, aunque le habría dicho que no. Así que supongo que yo tampoco estuve demasiado bien.

En fin, ¿qué tiene esto de malo? ¿Por qué cuando los hombres oyen una historia como ésta se limitan a considerar a la mujer una puta? Ellos harían lo mismo sin dudarlo, los muy cabrones. No significa nada, no me rebaja en absoluto como persona. Sí, sin duda me he acostado con un imbécil, pero, ¿cuántos hombres, de los mejores, se acuestan con mujeres imbéciles y no sólo una vez?

Tengo que luchar para no volver a la inocencia. Cuando un hombre me ama, quiero serle fiel y no volver a acostarme con nadie más el resto de mi vida. Quiero hacerlo todo por él, aunque ya sé que, por él o por mí, la cosa nunca dura. Empiezan menospreciándote, empiezan haciendo que les quieras menos. De un millón de formas distintas.

Al amor de mi vida, el muy hijo de puta, realmente le amé y él me amó de verdad, eso he de admitirlo. Pero me fastidiaba el modo que tenía de amarme. Yo era su refugio, era adonde él corría cuando el mundo le resultaba insoportable. Siempre decía que conmigo se sentía seguro sólo en nuestras habitaciones de hotel, nuestras suites diferentes como paisajes diferentes. Diferentes paredes, camas extrañas, sofás prehistóricos, alfombras con sangre de distintos colores, pero siempre nuestros idénticos cuerpos desnudos. Pero eso ni siquiera es cierto, y esto es lo divertido. En una ocasión, le sorprendí y fue realmente divertido. Me hice la operación para agrandarme los pechos. Siempre había querido tener los pechos grandes. Bonitos y redondos y alzados. Y al fin lo hice. Y a él le encantaron. Le dije que lo había hecho especialmente por él, y en parte era cierto. Pero lo hice para sentir menos vergüenza al interpretar un papel que exigiese cierta desnudez. A veces, los productores te miran el pecho.

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