Sin embargo, no sentía lo mismo hacia Kodell.
Quizá fuese por la resuelta alegría de Kodell, el modo en que siempre era una persona amigable, incluso después de decidir la manera exacta en que te cortaría la garganta.
Ahora lo tenía frente a sí, en imagen hiperespacial, tan alegre como siempre y rebosando cordialidad. Naturalmente, su cuerpo real estaba en Términus, lo cual le ahorró a Thoobing la necesidad de ofrecerle alguna muestra física de hospitalidad.
—Kodell —dijo—, quiero que esas naves sean retiradas.
Kodell sonrió con afabilidad.
—Caramba, yo también, pero la vieja se ha empeñado.
—Usted sabe persuadirla de lo que sea.
—En alguna ocasión… quizá lo haya hecho. Cuando ella quería dejarse persuadir. Esta vez no quiere.
—Thoobing, haga su trabajo. Mantenga Sayshell en calma.
—No estoy pensando en Sayshell, Kodell. Estoy pensando en la Fundación.
—Como todos.
—Kodell, no se escabulla. Quiero que me escuche.
—Encantado, pero éstos son días de mucha agitación en Términus y no le escucharé eternamente.
—Seré tan breve como pueda… al comentar la posibilidad de que la Fundación sea destruida. Si esta línea hiperespacial no está intervenida, hablaré sin reservas.
—No está intervenida.
—Entonces, ahí va. Hace unos días recibí un mensaje de un tal Golan Trevize. Recuerdo a un Trevize de mis propios tiempos de político, un comisionado de transportes.
—El tío de ese joven —aclaró Kodell.
—Ah, así pues, conoce al Trevize que me envió el mensaje. Según los datos que he reunido desde entonces, se trataba de un consejero que, tras la satisfactoria resolución de la última crisis Seldon, fue arrestado y enviado al exilio.
—Exactamente.
—No lo creo.
—¿Qué es lo que no cree?
—Que fuese enviado al exilio.
—¿Por qué no?
—¿Cuándo se ha enviado al exilio a un ciudadano de la Fundación? —inquirió Thoobing—. Se le arresta o no se le arresta. Si se le arresta, se le juzga o no se le juzga. Si se le juzga, se le condena o no se le condena. Si se le condena, se le multa, degrada, desacredita, encarcela o ejecuta. Nunca se le envía al exilio.
—Siempre hay una primera vez.
—Tonterías. ¿En una sofisticada embarcación naval? ¿Qué tonto puede dejar de ver que la vieja le ha asignado una misión especial? ¿A quién quiere engañar?
—¿Cuál seria la misión?
—Se supone que encontrar el planeta Gaia.
La cordialidad se borró del rostro de Kodell. Sus ojos reflejaron una desacostumbrada dureza y dijo:
—Sé que no se siente demasiado inclinado a creerme, señor embajador, pero le ruego que haga una excepción en este caso. Ni la alcaldesa ni yo habíamos oído hablar de Gaia cuándo Trevize fue enviado al exilio. Hasta el otro día no sabíamos siquiera que existiese. Si lo cree, podemos seguir hablando.
—Reprimiré mi tendencia al escepticismo el tiempo suficiente para crearlo, director, aunque me resulte difícil hacerlo.
—Es la pura verdad, señor embajador, y si de repente me he puesto serio es porque cuando esto termine, se encontrará con que tiene que contestar muchas preguntas y no le parecerá nada divertido. Habla como si Gaia fuese un mundo conocido para usted. ¿Cómo es que sabe algo que nosotros ignoramos? ¿No tiene el deber de comunicarnos todo lo que sepa sobre la unidad política donde está destinado?
Thoobing respondió con suavidad:
—Gaia no forma parte de la Unión de Sayshell. De hecho, probablemente no existe. ¿Debo transmitir a Términus todas las patrañas que las supersticiosas clases inferiores de Sayshell cuentan sobre Gaia? Algunos afirman que Gaia se halla en el hiperespacio.
Según otros, es un mundo que protege a Sayshell de un modo sobrenatural. Y según otros, envió al Mulo a conquistar la Galaxia. Si piensa decir al gobierno sayshelliano que Trevize ha sido enviado en busca de Gaia y que cinco sofisticadas naves de la Armada de la Fundación han sido enviadas para ayudarle en su búsqueda, nunca le creerán. Quizá el pueblo crea las patrañas sobre Gaia, pero el gobierno no, y no se dejarán convencer de que la Fundación lo hace. Supondrán que intentan anexionar Sayshell a la Confederación de la Fundación.
—¿Y si es eso lo que planeamos?
—Sería fatal. Vamos, Kodell, en los cinco siglos de historia de la Fundación, ¿cuándo hemos librado una guerra de conquista? Hemos librado guerras para impedir nuestra propia conquista, y fracasamos una vez, pero ninguna guerra ha terminado con una ampliación de nuestro territorio. Los ingresos en la Confederación se han realizado por medio de pacíficos tratados. Sólo se nos han unido los que consideraban beneficiosa la adhesión.
—¿No es posible que Sayshell considere beneficiosa la adhesión?
—Nunca harán tal cosa mientras nuestras naves permanezcan en sus fronteras. Retírelas.
—No puedo.
—Kodell, Sayshell es una propaganda maravillosa de la benevolencia de la Confederación. Está casi cercado por nuestro territorio, ocupa una posición sumamente vulnerable, y no obstante se ha mantenido incólume, ha seguido su propio camino, e incluso ha podido adoptar una política exterior contraria a la Fundación. ¿Hay un modo mejor de demostrar a la Galaxia que no forzamos a nadie, que nuestras intenciones son buenas? Si conquistamos Sayshell, conquistamos lo que, en esencia, ya tenemos. Al fin y al cabo, lo dominamos económicamente, aunque sea con discreción. Pero si lo conquistamos por la fuerza de las armas, advertimos a toda la Galaxia de que nos hemos vuelto expansionistas.
—¿Y si le dijera que, en realidad, sólo estamos interesados en Gaia?
—No lo creería y la Unión de Sayshell, tampoco.
Ese hombre, Trevize, me envía el mensaje de que se dirige hacia Gaia y me pide que lo transmita a Términus. En contra de mi voluntad, lo hago porque es mi obligación y, casi antes de que la línea hiperespacial se haya enfriado, la Armada de la Fundación se pone en movimiento. ¿Cómo piensan llegar a Gaia, sin violar el espacio sayshelliano?
—Mi querido Thoobing, sin duda no se escucha a sí mismo. ¿No acaba de decirme que Gaia, en el caso de que exista, no forma parte de la Unión de Sayshell? Y ¿supongo que sabe que el hiperespacio es libre para todos y no forma parte del territorio de ningún mundo? Entonces, ¿cómo puede Sayshell quejarse si pasamos de territorio de la Fundación (donde están nuestras naves ahora mismo) a territorio gaiano, a través del hiperespacio, sin ocupar un solo centímetro cúbico de territorio sayshelliano en el proceso?
—Sayshell no interpretará los acontecimientos de ese modo, Kodell. Gaia, si es que existe, está totalmente rodeado por la Unión de Sayshell, aun cuando políticamente no forma parte de ella, y hay precedentes que hacen de esos enclaves una parte virtual del territorio circundante, en lo que a naves de guerra enemigas se refiere.
—Las nuestras no son naves de guerra enemigas. Estamos en paz con Sayshell.
—Le digo que Sayshell puede declarar la guerra. No esperarán ganarla por medio de la superioridad militar, pero el hecho es que la guerra provocará una oleada de actividad antifundación en toda la Galaxia.
La nueva política expansionista de la Fundación alentará la firma de alianzas contra nosotros. Algunos miembros de la Confederación empezarán a replantearse sus vínculos con nosotros. Es muy posible que perdamos la guerra a causa de los desórdenes internos y no cabe duda de que entonces invertiríamos el proceso de crecimiento que tan provechoso ha sido para la Fundación durante quinientos años.
—Vamos, vamos, Thoobing —dijo Kodell con indiferencia—. Habla como si quinientos años no fuesen nada, como si aún estuviéramos en tiempos de Salvor Hardin, luchando contra el pequeño reino de Anacreonte. Ahora somos mucho más fuertes que el mismo Imperio Galáctico en su apogeo. Un escuadrón de nuestras naves podría derrotar a toda la Armada Galáctica, ocupar cualquier sector galáctico, y no saber siquiera que había librado una batalla.
—No estamos combatiendo al Imperio Galáctico.
Combatimos a planetas y sectores de nuestro propio tiempo.
—Que no han avanzado como nosotros. Podríamos conquistar toda la Galaxia ahora mismo.
—Según el Plan Seldon, no podemos hacerlo hasta dentro de otros quinientos años.
—El Plan Seldon subestima la velocidad del avance tecnológico. ¡Podemos hacerlo ahora! Entiéndame no digo que vayamos a hacerlo ahora ni siquiera que deberíamos hacerlo ahora. Sólo digo que podríamos hacerlo ahora.
—Kodell, usted ha vivido siempre en Términus. No conoce la Galaxia. Nuestra armada y nuestra tecnología pueden derrotar a las fuerzas armadas de otros mundos, pero aún no podemos controlar a toda una Galaxia rebelde y dominada por el odio, y así será si la tomamos por la fuerza. ¡Retire las naves!
—No puedo, Thoobing. Considere… ¿Y si Gaia no es un mito?
Thoobing hizo una pausa, escudriñando la cara del otro como si ansiara leer sus pensamientos.
—¿Un mundo en el hiperespacio no es un mito?
—Un mundo en el hiperespacio es una superstición, pero incluso las supersticiones pueden tener algo de verdad. Ese hombre que fue exiliado, Trevize, habla de él como si fuese un mundo real en el espacio real. ¿Y si tiene razón?
—Tonterías. Yo no lo creo.
—¿No? Créalo por un momento. ¡Un mundo real que haya protegido a Sayshell del Mulo y de la Fundación!
—Usted mismo se contradice. ¿Cómo está protegiendo Gaia a los sayshellianos de la Fundación? ¿No estamos enviando naves contra ellos?
—Contra ellos, no; contra Gaia, que es tan misteriosamente desconocido y se empeña hasta tal punto en pasar inadvertido que, aun estando en el espacio real, convence de algún modo a sus mundos vecinos de que está en el hiperespacio, y que incluso se las arregla para no figurar entre los datos computadorizados de los mejores y más completos mapas galácticos.
—Entonces, debe de ser un mundo de lo más insólito, pues debe de ser capaz de manipular las mentes.
—Y, ¿no acaba usted de decirme que, según una leyenda sayshelliana, Gaia envió al Mulo a conquistar la Galaxia? Y, ¿no podía el Mulo manipular las mentes?
—¿Y, por lo tanto, Gaia es un mundo de Mulos?
—¿Está seguro de que no podría serlo?
—¿Por qué no un mundo de una renacida Segunda Fundación, en ese caso?
—En efecto, ¿por qué no? ¿No habría que investigarlo?
Thoobing recobró la seriedad. No había dejado de sonreír despectivamente durante la última parte de la conversación, pero ahora bajó la cabeza y alzó la mirada por debajo de sus cejas.
—Si habla en serio, ¿no es peligroso hacer tal investigación?
—¿Lo es?
—Responde a mis preguntas con otras preguntas porque no tiene respuestas razonables. ¿De qué servirán las naves contra Mulos o miembros de la Segunda Fundación? De hecho, ¿no es probable que, si existen, nos estén tendiendo una trampa para destruirnos? Escuche, usted me dice que la Fundación puede establecer su imperio ahora, a pesar de que el Plan Seldon sólo haya alcanzado su punto intermedio, y yo le he advertido que se estaba precipitando demasiado y que los intrincados detalles del Plan le detendrían forzosamente de algún modo. Quizá, si Gaia existe y es lo que usted afirma, todo esto sea un ardid para provocar esa detención. Haga voluntariamente lo que quizá pronto le obliguen a hacer. Haga ahora pacíficamente y sin derramamiento de sangre lo que quizá un deplorable desastre le obligue hacer. Retire las naves.
—No puedo. De hecho, Thoobing, la misma alcaldesa Branno se propone incorporarse a las naves, y ya hay naves de reconocimiento volando por el hiperespacio hacia lo que presuntamente es territorio gaiano.
Thoobing abrió mucho los ojos.
—Habrá guerra, ya lo verá.
—Usted es nuestro embajador. Evítelo. Dé a los sayshellianos todas las garantías que necesiten. Niegue toda mala voluntad por nuestra parte. Si hay que hacerlo, dígales que les conviene estar quietos en espera de que Gaia nos destruya. Diga lo que quiera, pero manténgalos quietos.
Hizo una pausa, escudriñando la atónita expresión de Thoobing, y añadió:
—En realidad, eso es todo. Que yo sepa, ninguna nave de la Fundación aterrizará en ningún mundo de la Unión de Sayshell o entrará en ningún punto del espacio real que pertenezca a esa Unión. Sin embargo, cualquier nave sayshelliana que intente desafiarnos fuera del territorio de la Unión y, por lo tanto, dentro de territorio de la Fundación, será inmediatamente reducida a cenizas. Procure que esto también quede claro y mantenga quietos a los sayshellianos. Si fracasa, lo lamentará. Su trabajo ha sido muy fácil hasta ahora, Thoobing, pero ha llegado el momento de la verdad y las próximas semanas lo decidirán todo. Fállenos y no estará a salvo en ningún lugar de la Galaxia.
No había alegría ni cordialidad en el rostro de Kodell cuando se cortó la comunicación y su imagen desapareció.
Thoobing permaneció boquiabierto en el mismo lugar donde estaba.
Golan Trevize se agarró el cabello como si intentara juzgar el estado de su mente por medio del tacto y preguntó bruscamente a Pelorat:
—¿Cuál es su estado de ánimo?
—¿Mi estado de ánimo? —repitió Pelorat con desconcierto.
—Sí. Aquí estamos, atrapados, con nuestra nave bajo un control ajeno y siendo arrastrados inexorablemente hacia un mundo del que no sabemos nada. ¿Siente pánico?
La alargada cara de Pelorat reflejaba una cierta melancolía.
—No —contestó—. No estoy contento. Tengo un poco de aprensión, pero no siento pánico.
—Yo tampoco. ¿No es extraño? ¿Por qué no estamos más preocupados?
—Ya lo esperábamos, Golan. Algo así.
Trevize se volvió hacia la pantalla. Continuaba firmemente enfocada en la estación espacial. Ahora era más grande, lo que significaba que estaba más cerca. No tenía aspecto de ser una estación espacial impresionante. No había indicios de superciencia. De hecho, parecía un poco primitiva. Sin embargo, tenía la nave en su poder.
—Estoy siendo muy analítico, Janov. ¡Muy audaz! Me gusta pensar que no soy cobarde y que respondo bien en situaciones extremas, pero tiendo a halagarme a mí mismo. Todo el mundo lo hace. En este momento debería estar muy nervioso y un poco sudoroso. Quizá esperásemos algo, pero eso no cambia el hecho de que estamos indefensos y tal vez nos maten.
Pelorat contestó: