—El hiperrelé nos dice que la nave de Compor ha aterrizado realmente en el planeta Sayshell.
—Sin duda, pero ¿cómo sabemos que Trevize y Pelorat lo han hecho? Compor puede haber ido a Sayshell por sus propias razones y puede no saber dónde están los otros.
—El hecho es que nuestro embajador en Sayshell nos ha informado de la llegada de la nave donde colocamos a Trevize y Pelorat. No estoy dispuesta a creer que la nave llegó a Sayshell sin ellos. Lo que es más, Compor informa haber hablado con ellos y, si no queremos fiarnos de él, tenemos otros informes que los sitúan en la Universidad de Sayshell, donde consultaron con un historiador sin demasiado renombre.
—Nada de esto —dijo Kodell con mansedumbre —me ha sido comunicado
Branno irguió la cabeza altiva.
—No se sienta humillado. Yo me ocupo personalmente de este asunto y ya le he puesto al corriente de todo, sin demasiado retraso, por cierto. Las últimas noticias que acabo de recibir proceden del embajador. Nuestro pararrayos sigue adelante. Permaneció dos días en el planeta Sayshell, y luego se marchó. Dice que se dirige hacia otro sistema planetario, a unos diez pársecs de distancia. Le dio el nombre y las coordenadas galácticas de su destino al embajador, quien nos los ha transmitido.
—¿Lo ha corroborado Compor?
—El mensaje por el que Compor nos informaba de que Trevize y Pelorat habían abandonado Sayshell llegó incluso antes que el mensaje del embajador.
Compor aún no ha determinado hacia dónde se dirige Trevize. Es de suponer que lo seguirá.
Kodell observó:
—Estamos pasando por alto los porqués de la situación. —Se metió una pastilla en la boca y la chupó con aire meditabundo—. ¿Por qué fue Trevize a Sayshell? ¿Por qué se marchó?
—La pregunta que me intriga más es: ¿Adónde? ¿Adónde va Trevize?
—Creo haberle oído decir, alcaldesa, que le dio el nombre y las coordenadas de su destino al embajador. ¿Está insinuando que mintió al embajador? ¿O que el embajador nos miente a nosotros?
—Aun suponiendo que todo el mundo haya dicho la verdad y que nadie haya cometido ningún error, hay un nombre que me interesa. Trevize comunicó al embajador que iba a Gaia. G-A-I-A. Trevize se lo deletreó.
Kodell se sorprendió.
—¿Gaia? Es la primera vez que lo oigo.
—¿De veras? No me extraña. —Branno señaló en el aire el lugar donde había estado el mapa—. En el mapa que hay en esta habitación, yo puedo localizar en un momento cada estrella alrededor de la que gira un mundo habitado y muchas estrellas prominentes con sistemas deshabitados. Si manejo adecuadamente los controles, puedo señalar más de treinta millones de estrellas en unidades aisladas, en pares o en racimos. Puedo señalarlas en cinco colores distintos, de una en una o todas a la vez. Lo que no puedo hacer es encontrar Gaia en el mapa. En este mapa, Gaia no existe.
—Por cada estrella representada en el mapa, hay diez mil que no lo están —observó Kodell.
—De acuerdo, pero las estrellas no representadas carecen de planetas habitados y, ¿para qué querría ir Trevize a un planeta deshabitado?
—¿Ha consultado la computadora central? Tiene una lista de los trescientos mil millones de estrellas galácticas.
—Eso me han dicho, pero ¿es cierto? Usted y yo sabemos muy bien que varios miles de planetas habitados no constan en ninguno de nuestros mapas, no sólo en el de esta habitación, sino tampoco en la computadora central. Al parecer, Gaia es uno de ellos.
La voz de Kodell siguió siendo pausada, incluso paciente.
—Alcaldesa, quizá no haya absolutamente nada por lo que preocuparse. Trevize puede estar persiguiendo una quimera o puede habernos mentido y no hay ninguna estrella llamada Gaia, y absolutamente ninguna en las coordenadas que nos ha dado. Intenta despistarnos ahora que ha visto a Compor, y quizá supone que vamos tras él.
—¿Cómo quiere despistamos? Compor no dejará de seguirle. No, Liono, se me ha ocurrido otra posibilidad, y es mucho más inquietante. Escúcheme… Hizo una pausa y advirtió:
—La habitación está acorazada, Liono. Entiéndalo bien. Nadie puede oírnos, de modo que hable sin reparos. Yo también lo haré.
»Ese tal Gaia, si aceptamos la información, está localizado a diez pársecs del planeta Sayshell, y por lo tanto forma parte de la Unión de Sayshell. La Unión de Sayshell es una zona de la Galaxia muy bien explorada. Todos sus sistemas estelares, habitados o no habitados, están registrados, y todos los habitados son conocidos con detalle. Gaia es la única excepción.
Habitado o no, nadie ha oído hablar de él; no figura en ningún mapa. Añadamos a esto que la Unión de Sayshell mantiene un peculiar estado de independencia con respecto a la Confederación de la Fundación, y que incluso lo hizo en relación con los anteriores dominios del Mulo. Ha sido independiente desde la caída del Imperio Galáctico.
—¿Y qué más? —preguntó Kodell con cautela.
—Sin duda los dos puntos están relacionados. Sayshell incorpora un sistema planetario totalmente desconocido y Sayshell es intocable. No pueden ser independientes. Sea Gaia lo que sea, se protege a sí mismo. Procura que no se conozca su existencia fuera de sus alrededores inmediatos, y protege esos alrededores para que ninguna fuerza extranjera pueda conquistarlos.
—¿Está insinuando, alcaldesa, que Gaia es la sede de la Segunda Fundación?
—Sólo estoy diciendo que Gaia merece una inspección.
—¿Me permite mencionar un punto extraño que podría ser difícil de explicar por medio de esta teoría?
—Le ruego que lo haga.
—Si Gaia es la Segunda Fundación y si, durante siglos, se ha protegido físicamente a si mismo contra los intrusos, protegiendo a toda la Unión de Sayshell como un ancho y profundo escudo, y si incluso ha impedido que su existencia fuera conocida en la Galaxia, ¿por qué se ha desvanecido súbitamente toda esta protección? Trevize y Pelorat parten de Términus y, aunque usted les había aconsejado ir a Trántor, van inmediatamente y sin vacilación a Sayshell y ahora a Gaia. Lo que es más, usted puede pensar en Gaia y especular sobre él. ¿Por qué no se lo impiden de algún modo?
La alcaldesa Branno no contestó durante largo rato. Tenía la cabeza inclinada y su cabello gris brillaba bajo la luz. Al fin dijo:
—Porque creo que el consejero Trevize ha trastornado las cosas de algún modo. Ha hecho algo, o está haciendo algo, que pone en peligro el Plan Seldon de alguna manera.
—Eso es imposible, alcaldesa.
—Supongo que todas las cosas y todas las personas tienen sus defectos. Sin duda, ni siquiera Hari Seldon fue perfecto. El Plan tiene un defecto en algún lugar y Trevize lo ha encontrado, quizá incluso sin saberlo. Tenemos que saber lo que está ocurriendo y tenemos que estar allí.
Finalmente, la expresión de Kodell fue grave.
—No tome decisiones por sí sola, alcaldesa. No queremos actuar sin la debida reflexión.
—No me tome por idiota, Liono. No voy a hacer la guerra. No voy a hacer desembarcar una fuerza expedicionaria en Gaia. Sólo quiero estar allí… o cerca de allí, si lo prefiere. Liono, averígüeme, odio hablar con un Ministerio de la Guerra que es tan ridículamente fanático después de ciento veinte años de paz, pero a usted no parece importarle, averigüe, digo, cuántas naves de guerra se hallan estacionadas cerca de Sayshell. ¿Podemos lograr que sus movimientos parezcan rutinarios y no una movilización?
—En estos bucólicos tiempos de paz, no hay, muchas naves en la vecindad, estoy seguro. Pero lo averiguaré.
—Incluso dos o tres serán suficientes, sobre todo si una es de la clase Supernova.
—¿Qué quiere hacer con ellas?
—Quiero que se acerquen lo más posible a Sayshell, sin crear un incidente, y que estén suficientemente cerca una de la otra para ofrecerse apoyo mutuo.
—¿Con qué propósito?
—Flexibilidad. Quiero poder atacar si es necesario.
—¿A la Segunda Fundación? Si Gaia pudo mantenerse aislado e intocable contra el Mulo, sin duda puede resistirse a unas cuantas naves.
Branno, con el brillo de la batalla en los ojos, respondió:
—Amigo mío, le he dicho que nada ni nadie es perfecto, ni siquiera Hari Seldon. Al trazar su Plan, no pudo dejar de ser una persona de su época. Era un matemático de los tiempos del Imperio moribundo, cuando la tecnología casi había desaparecido. De eso se deduce que no pudo dejar espacio suficiente en su Plan para el desarrollo tecnológico. La gravítica, por ejemplo, es una dirección completamente nueva que él no pudo adivinar. Y hay muchas otras cosas.
—Gaia también puede haber avanzado.
—¿Aislado? Vamos. En la Confederación de la Fundación hay diez cuatrillones de seres humanos, entre los cuales han surgido muchos que han aportado contribuciones al desarrollo tecnológico. Un solo mundo aislado no puede hacer nada comparable.
Nuestras naves avanzarán y yo estaré en ellas.
—Perdóneme, alcaldesa. ¿Cómo ha dicho?
—Yo misma estaré presente en las naves que se concentrarán en las fronteras de Sayshell. Quiero evaluar personalmente la situación.
Kodell se quedó boquiabierto durante unos momentos. Luego tragó saliva ruidosamente.
—Alcaldesa, esto no es… prudente. —Si alguna vez ha habido un hombre deseoso de hacer una observación más enérgica, éste fue Kodell.
—Prudente o no —replicó Branno con violencia—, lo haré. Estoy harta de Términus y sus inacabables batallas políticas, sus luchas internas, sus alianzas y contraalianzas, sus traiciones y renovaciones. Llevo diecisiete años en el centro de todo esto y quiero hacer alguna otra cosa… cualquier otra cosa. Ahí fuera —agitó la mano en una dirección escogida al azar —puede estar cambiando toda la historia de la Galaxia y quiero tomar parte en el proceso.
—Usted no sabe nada de estas cosas, alcaldesa.
—¿Y quién sí, Liono? —Se puso en pie con rigidez—. En cuanto usted me traiga la información que necesito sobre las naves, y en cuanto yo tome disposiciones para que los necios asuntos de Términus sigan su curso, me marcharé. Y, Liono, no intente disuadirme de ningún modo o me olvidaré de nuestra larga amistad y le hundiré. Eso aún puedo hacerlo.
Kodell asintió.
—Lo sé, alcaldesa, pero antes de que se decida, ¿puedo pedirle que reconsidere el poder del Plan Seldon? Lo que usted se propone puede ser un suicidio.
—No abrigo ningún temor en ese sentido, Liono. El Plan se equivocó respecto al Mulo, cuya aparición no pudo prever, y si no fue capaz de prever una cosa, también puede no ser capaz de prever otra.
Kodell suspiró.
—En fin, si está realmente decidida, la apoyaré en la medida de mis posibilidades y con absoluta lealtad.
—Bien. Vuelvo a advertirle que será mejor para usted hacerlo así. Y teniendo esto presente, Liono, pongamos rumbo a Gaia. ¡Adelante!
Sura Novi entró en la sala de mando de la pequeña y anticuada nave donde Stor Gendibal y ella misma viajaban en pausados saltos a través del espacio.
Era evidente que había estado en el cuarto de aseo compacto, donde aceites, aire tibio, y un mínimo de agua habían refrescado su cuerpo. Iba envuelta en una toalla y se la sujetaba fuertemente con ambas manos en un paroxismo de recato. Tenía el pelo seco pero enredado.
—¿Maestro? —dijo en voz baja.
Gendibal levantó la mirada de los mapas y la computadora.
—¿Sí, Novi?
—Yo estar llena de sentir… —Hizo una pausa y después empezó de nuevo —: Siento mucho molestarte, maestro —entonces volvió a equivocarse—, pero yo estar perdida con mi ropa.
—¿Tu ropa? —Gendibal la miró con desconcierto durante un momento y luego se puso en pie con un acceso de contrición—. Novi, se me ha olvidado. Había que lavarla y está en el cesto de detergente. Está limpia, seca, doblada y a punto. Debería haberla sacado para colocarla a la vista. Lo olvidé.
—No me gustaría… —se miró de arriba abajo —ofender.
—Tú no ofendes —contestó Gendibal con jovialidad—. Escucha, te prometo que cuando esto haya terminado me ocuparé de que tengas mucha ropa, nueva y de última moda. Nos marchamos muy precipitadamente y no se me ocurrió traer una muda, pero en realidad, Novi, sólo estaremos nosotros dos y pasaremos algún tiempo juntos, en un espacio muy reducido y no hay necesidad de… de… preocuparse tanto… por… —Hizo un ademán impreciso, vio la horrorizada expresión de sus ojos, y pensó: «Bueno, al fin y al cabo, sólo es una campesina y tiene sus normas; seguramente no se opondría a incorrecciones de todas clases… pero con la ropa puesta.»
Entonces se avergonzó de sí mismo y se alegró de que ella no fuese una «sabia», capaz de leer sus pensamientos.
—¿Quieres que vaya a buscarte la ropa? —dijo.
—Oh, no, maestro. No ser tú… Yo sé dónde está.
Cuando volvió a verla, iba debidamente vestida y peinada. Su actitud era muy tímida.
—Estoy avergonzada, maestro, de haberme portado tan inadecuada… mente. Debería haber encontrado la ropa por mí misma.
—No importa —contestó Gendibal—. Estás haciendo muchos progresos en galáctico, Novi. Captas muy rápidamente el lenguaje de los sabios.
Novi sonrió de pronto. Sus dientes eran algo desiguales, pero eso no hizo desmerecer el modo en que su cara se iluminó y se tornó casi dulce al oír el elogio, pensó Gendibal. Se dijo a sí mismo que por esta razón le gustaba elogiarla.
—Los hamenianos no me mirarán bien cuando vuelva a casa —dijo ella—. Dirán que yo ser… soy un tajador de palabras. Así es cómo llaman a alguien que habla de un modo… extraño. A ellos no les gusta eso.
—Dudo que vuelvas a vivir entre los hamenianos, Novi —repuso Gendibal—. Estoy seguro de que continuará habiendo un lugar para ti en el complejo… con los sabios, es decir… cuando esto haya terminado.
—Me gustada, maestro.
—Supongo que no te importaría llamarme «orador Gendibal» o sólo… No, ya veo que no lo harías —dijo él, observando su expresión de escandalizado reparo—. Oh, está bien.
—No sería correcto, maestro. Pero, ¿puedo preguntarte cuándo terminará esto?
Gendibal meneó la cabeza.
—No lo sé con certeza. Ahora mismo, sólo tengo que llegar a un sitio determinado lo más rápidamente que pueda. Esta nave, que es una nave muy buena para su clase, es lenta y «lo más rápidamente que pueda» no es muy rápidamente. Como ves —señaló la computadora y los mapas—, tengo que trazar la ruta para atravesar grandes extensiones de espacio, pero la capacidad de la computadora es limitada y yo no soy muy hábil.