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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (42 page)

—Así tendremos una mejor perspectiva de la región en conjunto —explicó—, ya que veremos los planetas en todas las partes de su órbita a una distancia aparente máxima del sol. Y ellos, sean quienes sean, quizá no vigilen demasiado las regiones que están fuera del plano. Eso espero.

Se encontraban a la misma distancia de Gaia—S que el gigante gaseoso más cercano y grande y estaban a quinientos millones de kilómetros de él. Trevize lo centró sobre la pantalla en la ampliación máxima para que Pelorat lo viese. Era un panorama impresionante, a pesar de que los tres dispersos y estrechos anillos de deyecciones quedaban fuera del encuadre.

—Tiene la habitual comitiva de satélites.— dijo Trevize—, pero a esta distancia de Gaia—S, sabemos que ninguno de ellos es habitable. Tampoco están colonizados por seres humanos que sobrevivan, por ejemplo, bajo una cúpula de cristal o en otras condiciones estrictamente artificiales.

—¿Cómo lo sabe?

—No hay ningún ruido radiofónico de características que indiquen un origen inteligente. Por supuesto —añadió, suavizando enseguida su afirmación—, una avanzada científica podría estar haciendo lo inimaginable para acallar sus señales radiofónicas y el gigante gaseoso produce un ruido radiofónico que podría camuflar lo que yo busco. Sin embargo, nuestra recepción es excelente y nuestra computadora es muy buena. Yo diría que la posibilidad de ocupación humana de esos satélites es sumamente pequeña.

—¿Significa eso que Gaia no existe?

—No. Pero sí significa que si Gaia existe, no se ha molestado en colonizar esos satélites. Quizá carezca de capacidad para hacerlo, o bien del interés necesario.

—Bueno, ¿existe o no?

—Paciencia, Janov. Paciencia.

Trevize miró el cielo con una paciencia aparentemente infinita. Se detuvo en un punto para decir:

—Francamente, el hecho de que no hayan salido para abalanzarse sobre nosotros es, en cierto modo, descorazonador. No cabe duda de que si tuvieran la capacidad que les atribuyen, ya habrían reaccionado.

—Es concebible, supongo —reconoció Pelorat con displicencia—, que todo el asunto sea una fantasía.

—Llámelo un mito, Janov —dijo Trevize con una sonrisa irónica—, y entrará en su especialidad. Sin embargo, hay un planeta en la ecósfera, lo cual significa que puede ser habitable. Me gustaría observarlo al menos durante un día.

—¿Para qué?

—En primer lugar, para asegurarme de que es habitable.

—Acaba de decir que está en la ecósfera, Golan.

—Sí, en este momento lo está. Pero su órbita podría ser muy excéntrica, y tal vez lo acerca a un microparsec de la estrella, o lo aleja hasta quince microparsecs, o ambas cosas. Tendremos que determinar y comparar la distancia que hay desde el planeta hasta Gaia—S con su velocidad orbital; quizás eso nos ayude a averiguar la dirección de su movimiento.

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Otro día.

—La órbita es casi circular —anunció finalmente Trevize—, lo que significa que la habitabilidad constituye una apuesta mucho más segura. Sin embargo, todavía no ha salido nadie a recibirnos. Tendremos que echar una ojeada desde más cerca.

—¿Por qué tarda tanto en dar un salto? Hasta ahora han sido muy pequeños —dijo Pelorat.

—¡Qué sabrá usted! Los saltos pequeños son más difíciles de controlar que los grandes. ¿Es más fácil coger una piedra o un fino grano de arena? Además, Gaia—S está cerca y el espacio es muy curvo. Eso complica los cálculos incluso para la computadora. Incluso un mitologista debería comprenderlo.

Pelorat gruñó.

—Ahora puede distinguir el planeta a simple vista. Allí. ¿Lo ve? El período de rotación es de unas veintidós horas galácticas y la inclinación axial es de doce grados. Constituye prácticamente un ejemplo de libro de texto sobre un planeta habitable, y tiene vida —afirmó Trevize.

—¿Cómo lo sabe?

—Hay una cantidad sustancial dé oxígeno libre en la atmósfera. Eso no es posible sin una vegetación bien arraigada.

—¿Será la vida inteligente?

—Eso depende del análisis de la radiación de ondas hertzianas. Naturalmente, supongo que podría haber una vida inteligente que haya abandonado la tecnología, pero eso parece muy improbable.

—Ha habido casos así —dijo Pelorat.

—Me fiaré de su palabra. Esta es su especialidad. Sin embargo, no es probable que sólo haya bucólicos supervivientes en un planeta que amedrentó al Mulo.

—¿Tiene satélite? —preguntó Pelorat.

—Sí, lo tiene —contestó Trevize con indiferencia.

—¿De qué tamaño? —inquirió Pelorat con voz súbitamente ahogada.

—No lo sé exactamente. Quizá mida unos cien kilómetros de diámetro.

—¡Válgame el cielo! —exclamó Pelorat con desconsuelo—. Ojalá tuviera un repertorio de imprecaciones más amplio, mi querido amigo, pero había una pequeña posibilidad.

—¿Quiere decir que, si tuviese un satélite gigantesco, podría ser la misma Tierra?

—Sí, pero está claro que no lo es.

—Bueno, si Compor no se equivoca, la Tierra no se encuentra en esta región galáctica, de todos modos. Se encontraría cerca de Sirio. De verdad, Janov, lo siento.

—Qué le vamos a hacer.

—Escuche, esperaremos, y nos arriesgaremos a dar otro pequeño salto. Si no hallamos señales de vida inteligente, no habrá peligro en aterrizar… sólo que entonces no tendremos motivo para aterrizar, ¿verdad?

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Después del salto siguiente, Trevize dijo can voz atónita:

—Ya está, Janov. Es Gaia, sin duda. Por lo menos, posee una civilización tecnológica.

—¿Lo sabe por las ondas hertzianas?

—Por algo mucho más determinante. Hay una estación espacial girando alrededor del planeta. ¿La ve?

Había un objeto reflejado sobre la pantalla. Para el inexperto Pelorat, no parecía muy notable, pero Trevize dijo:

—Artificial, metálico y fuente de ondas radioeléctricas.

—¿Qué hacemos ahora?

—Nada, de momento. Con este grado de tecnología, no pueden dejar de detectarnos. Si después de un rato, no hacen nada, les enviaré un mensaje. Si continúan sin hacer nada, me acercaré cautelosamente.

—¿Y si hacen algo?

—Dependerá del «algo». Si no me gusta, confiaré en la probabilidad de que no tengan nada que supere la efectividad de esta nave para dar un salto.

—¿Quiere decir que nos marcharemos?

—Como un misil hiperespacial.

—Pero nos iremos sabiendo lo mismo que cuando vinimos.

—De ningún modo. Como mínimo, sabremos que Gaia existe, que tiene una tecnología en funcionamiento, y que ha hecho algo para asustamos.

—Pero, Golan, no nos dejemos asustar demasiado fácilmente.

—Vamos a ver, Janov, sé que no desea nada más en la Galaxia que descubrir la Tierra a toda costa, pero haga el favor de recordar que yo no comparto su monomanía. Estamos en una nave desarmada y esa gente de ahí abajo se encuentra aislada desde hace siglos. Suponga que nunca hayan oído hablar de la Fundación y no sepan lo suficiente para respetarla. O suponga que ésta sea la Segunda Fundación y, una vez estemos en sus garras, si se sienten molestos con nosotros, tal vez nunca volvamos a ser los mismos. ¿Quiere que le dejen la mente en blanco y encontrarse con que ya no es un mitologista y no sabe nada de ninguna leyenda?

Pelorat torció el gesto.

—Si lo plantea de este modo… Pero ¿qué haremos cuando nos vayamos?

—Muy sencillo. Volver a Términus con la noticia. O a la distancia de Términus que la vieja nos permita. Después podríamos regresar otra vez a Gaia, más rápidamente y sin tantas precauciones, con una nave armada o una flota armada. Entonces las cosas pueden ser muy diferentes.

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Esperaron. Ya se había convenido en una rutina.

Habían pasado más tiempo esperando en las aproximaciones a Gaia que el invertido en el vuelo de Términus a Sayshell.

Trevize ajustó la alarma automática de la computadora e incluso se sintió suficientemente tranquilo para dormitar en su butaca acolchonada.

Esto hizo que se despertara con un sobresalto cuando sonó la alarma. Pelorat entró en la habitación de Trevize, igualmente agitado. En aquellos momentos estaba afeitándose.

—¿Hemos recibido algún mensaje? —preguntó Pelorat.

—No —respondió Trevize con energía—. Estamos avanzando.

—¿Avanzando? ¿Hacia dónde?

—Hacia la estación espacial.

—¿Por qué motivo?

—No lo sé. Los motores están en marcha y la computadora no me responde, pero estamos avanzando. Janov, nos han apresado. Nos hemos acercado demasiado a Gaia.

16. Convergencia
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Cuando Stor Gendibal divisó la nave de Compor en la pantalla, le pareció que era el final de un viaje increíblemente largo. Pero, por supuesto, no era el final, sino sólo el principio. El trayecto de Trántor a Sayshell no había sido nada más que el prólogo.

Novi se mostró impresionada.

—¿Es ésta otra nave del espacio, maestro?

—Nave espacial, Novi. Lo es. Es la que queríamos alcanzar. Es una nave más grande que ésta, y mejor. Puede viajar tan rápidamente por el espacio que, si huyera de nosotros, esta nave no podría atraparla…, ni siquiera seguirla.

—¿Más rápida Que una nave de los maestros?

—Sura Novi pareció consternada.

Gendibal se encogió de hombros.

—Como tú dices, es posible que yo sea un maestro, pero no lo soy en todo. Los sabios no tenemos naves como éstas, ni tenemos muchos de los dispositivos materiales que poseen los dueños de esas naves.

—Pero ¿cómo pueden los sabios carecer de tales cosas, maestro?

—Porque somos maestros en lo que es importante. Los progresos materiales que tienen estos otros son bagatelas.

Las cejas de Novi se juntaron.

—A mí me parece que ir tan rápidamente que un maestro no pueda seguirte no es una bagatela. ¿Quiénes son esas personas que son tenedoras de maravillas… que tienen tales cosas?

Gendibal sonrió con diversión.

—Se llaman a sí mismos la Fundación. ¿Has oído hablar alguna vez de la Fundación? (Se sorprendió preguntándose qué sabrían o no sabrían los hamenianos de la Galaxia y por qué a los oradores nunca se les ocurría preguntarse estas cosas. ¿O era sólo él quien nunca se las había preguntado, y sólo él quien suponía que los hamenianos no se interesaban más que por trabajar la tierra?)

Novi meneó la cabeza con aire pensativo.

—Nunca he oído hablar de ella, maestro. Cuando el maestro de escuela me enseñó la ciencia de letras… a leer, quiero decir, me explicó que había muchos otros mundos y me dijo los nombres de algunos. Me explicó que nuestro mundo hameniano tenía el nombre propio de Trántor y que en otros tiempos había gobernado todos los mundos. Dijo que Trántor estaba cubierto de brillante hierro y tenía un emperador que era un maestro de todo.

Alzó los ojos hacia Gendibal con tímido regocijo.

—Sin embargo, descreo casi todo. Hay muchas historias que nos cuentan los hiladores de palabras en las salas de reunión en la época de noches más largas. Cuando era pequeña, las creía todas, pero al ir creciendo, fui descubriendo que muchas de ellas no eran verdad. Ahora creo muy pocas; quizá ninguna. Incluso los maestros de escuela cuentan historias increíbles.

—No obstante, Novi, esa historia en particular del maestro de escuela es cierta…, pero ocurrió hace mucho tiempo. Trántor estaba realmente cubierto de metal y tenía realmente un emperador que gobernaba toda la Galaxia. Ahora, sin embargo, es el pueblo de la Fundación quien gobernará todos los mundos algún día. Cada vez son más fuertes.

—¿Todos los mundos, maestro?

—No inmediatamente. Dentro de quinientos años.

—¿Y dominarán también a los maestros?

—No, no. Gobernarán los mundos. Nosotros les gobernaremos a ellos, por su seguridad y la seguridad de todos los mundos.

Novi volvió a fruncir el ceño y preguntó:

—Maestro, ¿tiene el pueblo de la Fundación muchas naves tan admirables como ésta?

—Me imagino que si, Novi.

—¿Y otras cosas muy…, sorprendentes?

—Tienen poderosas armas de todas clases.

—Entonces, maestro, ¿no pueden conquistar todos los mundos ahora?

—No, no pueden. Aún no es tiempo.

—Pero, ¿por qué no pueden? ¿Les detendrían los maestros?

—No sería necesario, Novi. Aunque no hiciéramos nada, no podrían conquistar todos los mundos.

—Pero ¿qué les detendría?

—Verás —empezó Gendibal—, hay un plan que trazó una vez un hombre muy sabio…

Se interrumpió, sonriendo ligeramente, y meneó la cabeza.

—Es difícil de explicar, Novi. En otro momento, quizá. De hecho, cuando veas lo que sucederá antes de que regresemos a Trántor, es posible que lo comprendas sin que yo te lo explique.

—¿Qué sucederá, maestro?

—No estoy seguro, Novi. Pero todo irá bien.

Se volvió y se preparó para establecer contacto con Compor. Y, mientras lo hacía, no pudo evitar que un recóndito pensamiento le dijera: «Por lo menos, así lo espero.»

Se enojó instantáneamente consigo mismo, pues sabía cuál era la fuente del absurdo y enervante pensamiento. Era la imagen del enorme poderío de la Fundación bajo la forma de la nave de Compor y su pesar por la manifiesta admiración de Novi.

¡Qué estupidez! ¿Cómo podía comparar la posesión de la mera fuerza y el poder con la posesión de la facultad para guiar los acontecimientos? Era lo que muchas generaciones de oradores habían llamado «la falacia de la mano en la garganta».

¡Pensar que aún no era inmune a sus tentaciones!

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Munn Li Compor no estaba nada seguro respecto a cómo debería comportarse. Durante la mayor parte de su vida, había tenido la visión de unos oradores todopoderosos que existían más allá de su círculo de experiencia; oradores con los que estaba en contacto de vez en cuando y que tenían a toda la humanidad en su misterioso poder.

De todos ellos, se había vuelto hacia Stor Gendibal, en tiempos recientes, para buscar ayuda. No era siquiera una voz lo que había encontrado la mayor parte de las veces, sino una mera presencia en su mente; hiperlenguaje sin hiperrelé.

En este aspecto, la Segunda Fundación había llegado mucho más lejos que la Fundación. Sin dispositivo material, sólo mediante el educado y desarrollado poder de la mente, podían comunicarse a través de los pársecs de un modo que nadie era capaz de transgredir. Era un sistema invisible e indetectable que mantenía el control sobre todos los mundos por medio de unos pocos individuos.

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