—Intentaba engañarme a mí mismo para no aceptar el hecho de que te estabas volviendo muy perturbador. Escucha, sentémonos junto a aquella pared.
Aunque el lugar esté vacío, quizá venga alguien, y no creo que debamos hacernos notar innecesariamente.
Los tres hombres atravesaron lentamente la vasta estancia. Compor volvía a sonreír con cierta inseguridad, pero se mantuvo a una distancia prudencial de Trevize.
Se sentaron en sendas butacas, que cedieron bajo su peso y se adaptaron a la forma de sus caderas, y nalgas. Pelorat pareció sorprendido e hizo ademán de volver a levantarse.
—Tranquilícese, profesor —dijo Compor—. Yo ya he pasado por esto. Están más adelantados que nosotros en ciertos aspectos. Es un mundo que cree en las pequeñas comodidades.
Se volvió hacia Trevize, colocando un brazo sobre el respaldo de su asiento y hablando con algo más de desenvoltura.
—Me inquietaste. Me hiciste creer que la Segunda Fundación realmente existía, y eso era muy preocupante. Piensa en las consecuencias que habría podido tener. ¿No era posible que tomaran represalias contra ti? ¿Que te suprimieran por constituir una amenaza? Si yo me conducía como si te creyera, podían suprimirme también. ¿Ves mi punto de vista?
—Veo a un cobarde.
—¿De qué serviría ser valiente? —dijo Compor con vehemencia, mientras sus ojos azules lanzaban chispas de indignación—. ¿Podemos tú o yo enfrentarnos a una organización capaz de moldear nuestras mentes y emociones? Sólo podríamos combatirles con efectividad ocultando lo que sabemos.
—¿De modo que lo ocultaste y te creíste a salvo? Sin embargo, no se lo ocultaste a la alcaldesa Branno, ¿verdad? Eso sí que fue un riesgo.
—¡Sí! Pero consideré que valía la pena. Si me limitaba a discutirlo contigo corríamos el peligro de que nos controlaran mentalmente, o borraran todos nuestros recuerdos. Por el contrario, si se lo explicaba a la alcaldesa… Ella conoció muy bien a mi padre, ¿sabes? Mi padre y yo éramos inmigrantes de Smyrno y la alcaldesa tenía una abuela que…
—Sí, sí —corto Trevize con impaciencia—, y tus antepasados eran del Sector de Sirio. Se lo has contado a todas las personas que conoces. ¡Sigue, Compor!
—Bueno, recurrí a ella. Si lograba convencer a la alcaldesa de que había peligro, utilizando tus propios argumentos, quizá la Confederación decidiese hacer algo. No estamos tan indefensos como en tiempos del Mulo y, en el peor de los casos, esta peligrosa información se extendería y nosotros mismos no correríamos un peligro tan específico.
Trevize dijo con sarcasmo:
—Poner en peligro a la Fundación y protegernos a nosotros mismos. Eso sí que es patriotismo.
—Eso habría sido en el peor de los casos. Yo contaba con el mejor. —Su frente estaba algo húmeda. Parecía hacer un gran esfuerzo para combatir el inmutable desprecio de Trevize.
—Y no me hablaste de tu inteligente plan, ¿verdad?
—No, no lo hice y lo lamento, Trevize. La alcaldesa me lo prohibió. Dijo que quería saber todo lo que tú supieras, pero que eras el tipo de persona que se enfurecería si sabías que tus confidencias eran repetidas.
—¡Cuánta razón tuvo!
—Yo no sabía, no podía imaginar, no se me ocurrió que podía arrestarte y echarte del planeta.
—¿No lo habías previsto?
—¿Cómo iba a hacerlo? Tú mismo no lo hiciste.
—De haber sabido que conocía mis opiniones, lo habría hecho.
Compor replicó con cierta insolencia:
—Eso es muy fácil de decir, viéndolo con perspectiva.
—Y ¿qué es lo que quieres de mí ahora? ¿Ahora que tú también ves las cosas con perspectiva?
—Compensarte por todo esto. —Compensarte por el daño que inconscientemente te hice.
—¡Caramba! —exclamó Trevize con sequedad—. ¡Qué amable eres! Pero no has contestado a mi primera pregunta. ¿Cómo es posible que estés en el mismo planeta que yo?
—Eso es muy fácil de explicar. ¡Te he seguido! —repuso Compor.
—¿A través del hiperespacio? ¿A pesar de que mi nave realizó saltos en serie?
Compor meneó la cabeza.
—No hay ningún misterio. Tengo el mismo tipo de nave que tú, con el mismo tipo de computadora. Ya sabes que siempre he tenido un don especial para adivinar la dirección que tomará una nave a través del hiperespacio. No siempre lo deduzco con exactitud y me equivoco dos veces de cada tres, pero con la computadora acierto mucho más. Al principio dudaste un poco y eso me dio oportunidad para determinar la dirección y la velocidad que llevabais antes de entrar en el hiperespacio. Le transmití los datos, junto con mis propias extrapolaciones intuitivas, a la computadora y ella hizo el resto.
—¿E incluso has llegado a la ciudad antes que yo?
—Sí, Tú no has utilizado la gravítica y yo sí. He supuesto que vendrías a la capital, de modo que he bajado directamente, mientras tú… —Compor hizo cortos movimientos espirales con el dedo como si fuera una nave siguiendo un rayo direccional.
—Te has arriesgado a crearte problemas con los funcionarios sayshellianos.
—Bueno… —El rostro de Compor se distendió en una sonrisa que le prestó un indiscutible encanto, y Trevize casi se dejó conquistar por ella. Compor dijo —: No soy un cobarde en todas las ocasiones y en todas las cosas.
Trevize se endureció.
—¿Cómo conseguiste una nave igual que la mía?
—Del mismo modo que tú. La vieja, la alcaldesa Branno, me la asignó.
—¿Por qué?
—Estoy siendo totalmente sincero contigo. Mi misión es seguirte. La alcaldesa quería saber a dónde irías y qué harías.
—Y la habrás informado fielmente, supongo. ¿O es que también has sido desleal con la alcaldesa?
—La he informado. En realidad, no tenía alternativa. Colocó un hiperrelé a bordo de la nave, suponiendo que yo no lo encontrara, pero lo encontré.
—¿Y bien?
—Por desgracia está acoplado, de modo que no puedo desconectarlo sin inmovilizar la nave. Al menos, yo no puedo hacerlo. En consecuencia, ella sabe dónde estoy… y dónde estás tú.
—Supongamos que no hubieras sido capaz de seguirme. Entonces no habría sabido dónde estaba yo. ¿Se te había ocurrido pensarlo?
—Claro que sí. Pensé en informarle de que te había perdido, pero no me habría creído. Y yo no habría podido regresar a Términus hasta quién sabe cuándo. Y yo no soy como tú, Trevize. No soy una persona libre y sin ataduras. Tengo una esposa en Términus, una esposa embarazada, y quiero volver a verla. Tú puedes permitirte el lujo de no pensar más que en ti mismo. Yo no. Además, he venido a prevenirte. Por Seldon, esto es lo que intento y tú no quieres escucharme. Te empeñas en hablar de otras cosas.
—Tu súbito interés por mi no me impresiona en absoluto. ¿Contra qué quieres prevenirme? A mí me parece que tú eres lo único contra lo que debo ser prevenido. Me traicionas, y luego me sigues para volver a traicionarme. Nadie más intenta perjudicarme.
Compor replicó con seriedad:
—Déjate de melodramas, hombre. ¡Trevize, eres un pararrayos! Has sido alejado de Términus para atraer la respuesta de la Segunda Fundación, si es que la Segunda Fundación existe. Tengo una gran intuición para cosas que no sean la persecución hiperespacial y estoy seguro de que esto es lo que ella planea. Si intentas encontrar la Segunda Fundación, ellos lo sabrán y tomarán medidas contra ti. Si lo hacen, es muy probable que se descubran a sí mismos. Y cuando lo hagan, la alcaldesa Branno les atacará.
—Es una lástima que tu famosa intuición no funcionara cuando Branno planeaba mi arresto.
Compor se sonrojó y murmuró:
—Ya sabes que no siempre funciona.
—Y ahora te dice que ella está planeando atacar a la Segunda Fundación. No se atrevería.
—Yo creo que sí. Pero ésta no es la cuestión. La cuestión es que en este momento te está lanzando como cebo.
—¿En serio?
—Por todos los agujeros negros del espacio, no busques la Segunda Fundación. A ella no le importaría que murieras en el intento, pero a mí sí. Me considero responsable de esto y me importaría.
—Me conmueves —dijo Trevize con frialdad—, pero da la casualidad de que ahora tengo otra misión.
—¿De verdad?
—Pelorat y yo estamos siguiendo las huellas de la Tierra, el planeta que algunos piensan fue el hogar original de la raza humana. ¿No es así, Janov?
Pelorat asintió.
—Sí, es un tema puramente científico que me interesa desde hace tiempo.
Compor se mostró desconcertado durante unos momentos. Después exclamó:
—¿De modo que están buscando la Tierra? Pero ¿por qué?
—Para estudiarla —dijo Pelorat—. Como el único mundo donde se originaron los seres humanos, probablemente a partir de formas inferiores de vida y no, como en todos los demás, procedentes de otros planetas, seria un estudio fascinante por su singularidad.
—Y —añadió Trevize —como un mundo donde, posiblemente, yo pueda averiguar algo más de la Segunda Fundación. Sólo posiblemente.
—Pero la Tierra no existe. ¿No lo sabían? —Compor replicó.
—¿Que no existe? —El rostro de Pelorat era totalmente inexpresivo, como siempre que se preparaba para defender sus ideas—. ¿Está diciendo que no hubo ningún planeta donde se originó la especie humana?
—Oh, no. Claro que hubo una Tierra. ¡Eso es indudable! Pero ahora no hay ninguna Tierra. Ninguna Tierra habitada. ¡Desapareció!
Impasible, Pelorat replicó:
—Hay leyendas…
—Un momento, Janov —le interrumpió Trevize—. Dime, Compor, ¿cómo lo sabes?
—¿Qué quieres decir, cómo? Es mi herencia. Mis antepasados proceden del Sector de Sirio, si puedo repetir ese hecho sin aburrirte demasiado. Allí lo sabemos todo acerca de la Tierra. Está en ese sector, lo que significa que no forma parte de la Confederación de la Fundación, de modo que aparentemente nadie se interesa por ella en Términus. Pero, a pesar de esto, ahí es donde se encuentra la Tierra.
—Es una indicación, en efecto —dijo Pelorat—. Hubo un entusiasmo considerable por lo que se llamó «la alternativa de Sirio» en tiempos del Imperio.
Compor replicó con vehemencia:
—No es una alternativa. Es un hecho.
—¿Qué respondería usted si le dijera que conozco muchos lugares distintos de la Galaxia que son llamados Tierra, o fueron llamados Tierra, por quienes vivían en sus proximidades estelares? —preguntó Pelorat.
—Pero ésta es la verdadera —contestó Compor—. El Sector de Sirio es la zona de la Galaxia que está habitada desde hace más tiempo. Todo el mundo lo sabe.
—Los sirianos así lo afirman, desde luego —dijo Pelorat, impasible.
Compor parecía frustrado.
—Le aseguro que…
Pero Trevize dijo:
—Cuéntanos qué fue de la Tierra. Has dicho que ya no está habitada. ¿Por qué no?
—Radiactividad. Toda la superficie planetaria es radiactiva a causa de las reacciones nucleares que no pudieron controlarse, o explosiones nucleares, no estoy seguro, y ahora ya no puede existir allí ningún tipo de vida.
Los tres se miraron fijamente durante unos momentos y, luego, Compor creyó necesario repetir:
—Ya se lo he dicho, la Tierra no existe. Es inútil buscarla.
Por una vez, el rostro de Pelorat no fue inexpresivo. No es que hubiera pasión en él, o cualquiera de las sensaciones más emocionales, es que sus ojos se habían empequeñecido, y una especie de feroz intensidad había llenado cada plano de su cara. Con una voz que carecía de su indecisión habitual, preguntó:
—¿Cómo ha dicho que sabe todo esto?
—Ya lo ha oído —contestó Compor—. Es mi herencia.
—No sea tonto, joven. Usted es consejero. Esto significa que tiene que haber nacido en uno de los mundos de la Confederación; Smyrno, creo que ha dicho antes.
—Así es.
—Entonces, ¿de qué herencia me habla? ¿Pretende decirme que posee unos genes sirianos que le proporcionan el conocimiento innato de las fábulas sirianas referentes a la Tierra?
Campar pareció desconcertado.
—No, claro que no.
—Entonces, ¿de qué me está hablando?
Compor hizo una pausa y dio la impresión de estar ordenando sus pensamientos. A continuación repuso con calma:
—Mi familia tiene libros antiguos sobre la historia siriana. Es una herencia externa, no interna. No es algo de lo que hablemos con extraños, especialmente si uno quiere progresar en política. Trevize parece creer que así es, pero, créame, sólo lo menciono a los buenos amigos.
Hubo una pizca de amargura en su voz.
—Teóricamente todos los ciudadanos de la Fundación son iguales, pero los que proceden de los viejos mundos de la Confederación son más iguales que los de los nuevos, y los que proceden de mundos no pertenecientes a la Confederación son los menos iguales de todos. Pero eso no importa. Aparte de los libros, una vez visité los viejos mundos. Trevize… bey, oye…
Trevize se había alejado hacia un extremo de la habitación y miraba por una ventana triangular. Servía para ofrecer un panorama del cielo y reducir el panorama de la ciudad; —más luz y más intimidad, Trevize se estiró para mirar hacia abajo.
Volvió a atravesar la habitación vacía.
—Un diseño de ventana interesante —comentó —¿Me llamas, Compor?
—Sí. ¿Recuerdas el viaje de fin de estudios que hice?
—¿Después de licenciarte? Lo recuerdo muy bien. Éramos amigos. Amigos para toda la eternidad. Confianza ilimitada. Dos contra el mundo. Tú emprendiste el viaje. Yo ingresé en la Armada, lleno de patriotismo. Por alguna razón no quise ir de viaje contigo; el instinto debió aconsejármelo así. Ojalá ese instinto no me hubiera abandonado.
Compor se dio por aludido y dijo:
—Fui a Comporellon. La tradición familiar aseguraba que mis antepasados procedían de allí, por lo menos el lado de mi padre. Pertenecíamos a la familia gobernante antes de que el Imperio nos absorbiera, y mi apellido se deriva del mundo; o eso es lo que la tradición familiar afirma. Teníamos un nombre antiguo y poético para la estrella en torno a lo que giraba Comporellon: Epsilon Eridani.
—¿Qué significaba? —preguntó Pelorat.
Compor meneó la cabeza.
—Ignoro si tiene algún significado. Es sólo tradición. Viven inmersos en la tradición. Es un mundo antiguo. Tienen largas y detalladas crónicas sobre la historia de la Tierra, pero nadie habla demasiado de ella. Es una especie de superstición. Cada vez que mencionan la palabra, levantan ambas manos con los dedos índice y medio cruzados para alejar la desgracia.