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Authors: Andrew Hartley

Tags: #Intriga, #Narrativa

Lo que devora el tiempo (48 page)

El sacristán asintió.

—Eso es bueno —dijo—. Muy bueno. No comprendo esas cosas. No me refiero desde un punto de vista científico, aunque también. Me refería desde un punto de vista cósmico, teológico. Pero daré las gracias al Señor por su recuperación y rezaré para que todo esto se termine pronto.

Kumi asintió, sonriendo, aunque sus ojos se habían llenado de repente de lágrimas y no podía hablar.

—Bien —dijo el sacristán—. Quizá quieran entrar. No creo que andemos cortos de sillas, pero nunca se sabe. De vez en cuando un grupo de escolares aparece en el oficio porque no quieren pagar la entrada y otras veces estamos solos.

Los condujo hasta el centro de la nave (el coro a un lado, el presbiterio con la capilla de Eduardo el Confesor al otro), el enorme techo abovedado cerniéndose sobre ellos tal como llevaba mil años haciendo.

Cuando el órgano comenzó a sonar, Thomas pensó en los dos extraños sicarios, o lo que quiera que fueran (la policía no había hallado ni rastro de ellos), quienes habían dicho llamarse señor Barnabus y señor Wattling, y en aquella cita mezclada que había sido una de las últimas cosas que le habían dicho: «El carro alado del Tiempo… No espera a nadie».

Cierto.

Casi inmediatamente el pastor, el lector y el coro desfilaron en procesión y el oficio comenzó. El coro estaba compuesto por seis hombres, acompañados por un enorme órgano tubular. La música era exquisita, un sonido cadencioso y bellamente desgarrador y Thomas se alarmó al percatarse de que estaba a punto de llorar.

¿Por qué?, se preguntó. Solo es música. Y, como parecía ocurrirle desde hacía algún tiempo, oyó a Shakespeare de nuevo, esta vez a Orsino, al inicio de Noche de reyes:

Si la música, como dicen, es alimento de amor, tocad, siempre, tocad hasta saciarme. Así el deseo languidecerá y acaso muera.

¡Oh, esa melodía… de nuevo… qué lenta se desvanece!…

Oh, inundó mi oído cual viento dulcísimo que suspira sobre un lecho de violetas dándole un perfume para luego quitárselo.

Pensó en la representación que había visto con Taylor Bradley en Stratford, en lo mucho que los había conmovido a ambos, en como habían estado hablando de la melancolía y la pérdida y supo entonces por qué le resultaba tan doloroso escuchar la música.

Porque no durará. Porque se desvanecerá y morirá, devorada por el tiempo, por la mortalidad. Porque todo termina. Porque no importa cuánto tiempo tengas, siempre será demasiado poco.

Cogió la mano de su mujer y la apretó tanto que ella se volvió para mirarlo.

—¿Estás bien? —le susurró.

Asintió con vehemencia, para no tener que hablar. Y cuando el oficio terminó y salieron al cegador sol del final de la tarde, ella le rodeó el cuello con sus brazos y Thomas no pudo más que pensar en otra cita de Shakespeare, una línea dicha por un marido imperfecto y desleal en el momento que recuperaba a la mujer que no merecía:

—«Cuelga aquí como una fruta, alma mía —susurró—, hasta que muera el árbol.»

Kumi se lo quedó mirando y le sonrió, aquella sonrisa distante y cómplice tan propia de ella.

—Si no empiezas a usar tus propias palabras en vez de las de otro —dijo—, voy a pedir el divorcio. Y, mientras encuentras algún pensamiento propio, puedes quitar esa expresión triste y boba de tu rostro.

—Tan solo me preguntaba cuánto tiempo nos queda —dijo—. Si todo va bien, contigo, me refiero. Con tu salud. Me hace pensar en lo corta que es la vida…

—Sí —dijo ella—. Lo es. No importa lo que ocurra. Y puede que mañana a ti te atropelle un autobús. Así que no perdamos el tiempo esperando a que las cosas empeoren, ¿de acuerdo?

La miró a los ojos, su rostro enmarcado en la enorme e historiada estructura de la abadía, con sus piedras enraizadas en tiempos y vidas pasadas, y asintió.

—De acuerdo —dijo.

—Bien —dijo ella—. ¿Dónde podemos tomar una copa de champán?

— Fin —

Agradecimientos

Esta novela es, por supuesto, una obra de ficción y todos sus personajes son imaginarios. Gran parte de la historia está inspirada en hechos auténticos, no obstante, así que dejen que les aclare qué es real y qué no. Shakespeare fue un hombre nacido en Stratford que escribió poemas y obras de teatro (al igual que Thomas, tengo poca paciencia con las teorías conspiratorias que ponen en entredicho su autoría). Una de esas obras fue Trabajos de amor perdidos. Las pruebas acerca de la existencia de Trabajos de amor ganados son tal como aparecen en esta novela. Creo que la obra existió y que no se trata de un título alternativo para otra obra (pongamos, Noche de reyes o La fierecilla domada). No la tenemos, pero puede que todavía exista. En alguna parte.

Los avatares de la copia en la novela son ficticios, aunque Charles de Saint Evremond sí existió y, salvo lo relativo a su relación con Trabajos de amor ganados, todo lo que digo sobre él es cierto. Existe un champán Saint Evremond propiedad de la marca Taittinger y, aunque la compañía Demier es invención mía, las bodegas han sido creadas tomando como modelo aquellas pertenecientes a distintas casas de champán en Épernay. Taittinger es, por supuesto, un respetable fabricante de excelente champán y jamás consentiría ninguna de las acciones que he atribuido a Demier.

El Instituto Shakespeare en Stratford es real, pero lo he manipulado un poco para mis propósitos, si bien no existe ninguna señora Covington. Todos los académicos y expertos de los que hablo en la novela son completamente ficticios. Palabra.

XTC es uno de los mejores grupos de pop británicos y recomiendo encarecidamente a todos los lectores que los escuchen si no los conocen. Si me hubiese ganado la vida como músico, ese es el tipo de música que habría deseado componer. Me gustaría dar las gracias a Andy Partridge y a Colin Moulding (y a los antiguos miembros del grupo: Terry Chambers, Barry Andrews y Dave Gregory) por los buenos y estimulantes momentos que su música me ha proporcionado a lo largo de los años.

Incluiré en mi página web algunos vínculos de las letras de las canciones de XTC e imágenes de las distintas localizaciones, especialmente el Caballo Blanco de Uffington, la abadía de Westminster, y algunos de los lugares de Épernay y Reims: www.ajhartley.net. Los lectores que tengan comentarios o preguntas que hacerme pueden contactar conmigo a través de dicha página.

Como siempre, me gustaría dar las gracias a todas aquellas personas que me han ayudado con la investigación y preparación del libro, incluidos los vigilantes y sacristanes de la abadía de Westminster, y a Christine Reynolds, conservadora adjunta de los títulos de dominio. También le estoy muy agradecido a Chris Welch, del Patrimonio Inglés, inspector de monumentos artísticos e históricos de Oxfordshire, que me ayudó a completar los detalles de la historia reciente del Caballo Blanco; a Sarah Werner, de Folger, que me ayudó a aclarar la compleja historia del libro de Shakespeare que otrora se creyó parte de la biblioteca de Luis XIV; y a Anthony Hartley y al inspector ya jubilado Jim Oldcorn (de la policía de Lancashire), que se aseguró de que plasmara con fidelidad los procedimientos de detención británicos.

Resulta un tanto intimidador escribir una novela (de suspense, nada menos) con un material del que, como shakesperiano, suelo hablar con una mayor seriedad, y por ello estoy especialmente agradecido a mis colegas académicos que leyeron el manuscrito original y me dieron sus opiniones al respecto, concretamente a William Carroll, Ruth Morse, Tiffany Stern, Lois Potter y Skip Shand. También me gustaría darle las gracias a mis gurús de estilo Edward Hurst, Bob Croghan y Phaenarete Osako.

No hay nada remotamente ficticio en la aparente aleatoriedad del cáncer de mama, aunque (como probablemente todos sepan a estas alturas) la clave para superarlo es la detección y el tratamiento en las primeras fases. Solo soy un novelista, pero pediría a aquellos que leen esto que apoyen las investigaciones sobre el cáncer y se aseguren de realizarse revisiones periódicas.

Gracias por leer mis obras.

A. J. Hartley,
Julio de 2008

El autor

Andrew Hartley creció en el noroeste de Inglaterra, donde comenzó su fascinación por la historia antigua, la mitología y la arqueología. Se licenció en Egiptología, y tras viajar durante años por toda Europa y trabajar en una excavación de la Edad de Bronce cerca de Jerusalén, se trasladó primero a Japón y a continuación a Estados Unidos, donde realizó un máster y un doctorado en Literatura Inglesa en la Universidad de Boston.

Además de escribir novelas, también es guionista, dramaturgo y director, así como profesor en el Departamento de Teatro y Danza de la Universidad de Carolina del Norte.

Notas

[1]
William Shakespeare, Sonetos de amor. Edición y traducción de Agustín García Calvo (Ed. bilingüe). Editorial Anagrama, Barcelona, 2000.

[2]
«Dos de tres no está tan mal».
[N. de la T.]

[3]
«The Great Globe» en el original.
[N. de la T.]

[4]
Centro histórico de Williamsburg.
[N. de la T.]

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