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Authors: Andrew Hartley

Tags: #Intriga, #Narrativa

Lo que devora el tiempo (45 page)

BOOK: Lo que devora el tiempo
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—¿Descubrir una obra perdida te libra de tener que escribir un libro? —dijo Thomas—. ¿Esa es la razón por la que ha muerto tanta gente?

—Me mantendrá en la docencia y en el teatro, que es donde se realiza el verdadero trabajo académico sobre Shakespeare. Quieren tratados sobre oscuros manuales de pesca del Renacimiento y ensayos «deconstructivos» que solo leemos para poderlos citar a pie de página en nuestros propios e inútiles ensayos. Es de locos. Lo llaman investigación, como si fueran a salvar vidas o a construir vehículos de consumo eficiente o similar, pero no tiene nada que ver con lo que esas obras fueron en un principio. Sí, publicaré la obra, con lo que lograré la interinidad, y probablemente podré mudarme a una facultad mejor, donde a los alumnos siga importándoles todo una mierda, pero también donde podré representarla, mostrársela al mundo tal como fue concebida, para ser vista como una pieza de arte representado, no como materia prima para que los académicos propulsen sus carreras haciendo ostentación de su agudeza e inteligencia.

—¿Vas a representarla?

Era la voz de Elsbeth Church. Bajo aquella voz ausente había algo más, algo oscuro e iracundo.

—Por supuesto que voy a representarla —dijo Bradley—. Es una obra. Tiene que ser vista en un teatro, no leída en una butaca…

Church se abalanzó sobre él con los dedos estirados. La velocidad y furia del ataque cogieron desprevenido a Bradley y ella ya casi estaba encima de él cuando se produjo el siguiente disparo.

Capítulo 92

Thomas se agachó cuando oyó como la bala se dirigía a toda velocidad a la piedra de su izquierda, y por poco estuvo a punto de caer al suelo. Sus nudillos rozaron el mango de la piqueta que Church y Dagenhart habían usado para desenterrar la obra extraviada y la cogió, cuando otro disparo rompió el silencio de la noche.

Al disparo le sucedió un lastimero gemido.

Elsbeth Church había sido alcanzada. Se hizo el silencio y entonces a Thomas le pareció oír a Elsbeth que luchaba por respirar.

Taylor Bradley había caído hacia atrás y las hambrientas uñas de Elsbeth le habían arrancado las gafas de visión nocturna, pero todavía tenía la pistola y ya estaba poniéndose en pie.

Casi por acto reflejo, Thomas giró hacia la derecha, moviéndose con rapidez y dejando tras de sí una de las piedras, a continuación otra.

Bradley, percibiendo el movimiento, disparó dos veces a sus espaldas.

Thomas, en esos momentos en la entrada de la cámara de enterramiento del túmulo, se tiró al suelo y se quedó todo lo quieto que pudo. Durante unos instantes nada ocurrió, pero luego oyó la voz de Bradley.

—Sal, Thomas —dijo—. No lo pongamos más difícil de lo que ya es. Fuimos amigos.

Aquella afirmación asombró a Thomas. Después de todo, no había habido ninguna pelea entre ellos. Habían sido amigos hasta el momento en que Bradley había intentado matarlo.

Pero había algo más en su voz. Algo deliberadamente informal que sonaba fingido.

Thomas se concentró en sus pensamientos, y estos se posaron en las gafas de visión nocturna. Incluso aunque hubieran sobrevivido a la caída, Bradley no se atrevería a ponérselas en ese momento. Hacerlo requeriría mucha atención, y con Thomas a escasa distancia de él, no se atrevería a bajar la guardia.

Y si llevaba varios minutos con ellas puestas, sus ojos ya se habrían acostumbrado. En esos momentos se encontraba sumido en un tipo de oscuridad muy diferente, y sus ojos todavía estaban intentando hacerse a ella.

Thomas bordeó lentamente la entrada de la piedra, moviéndose todo lo silenciosamente que pudo hacia la siguiente. Oía la respiración entrecortada de Church en el centro del túmulo. Avanzó de nuevo, y en ese momento le pareció percibir que Bradley reaccionaba, buscando signos de algún movimiento.

Pero no se produjo ningún disparo. Bradley no sabía dónde estaba Thomas.

Comenzó a hablar con voz calma.

—De todas las personas, tú deberías saber por qué esta obra tiene que salir a la luz para que la gente pueda verla —dijo Bradley—. No puedes dejar que tipos como Dagenhart dicten la naturaleza del arte. Sal de tu escondite y presentaremos Trabajos de amor ganados al mundo. Juntos. Una celebración del amor y la vida. Sería un tributo a todo lo que valoras, Thomas. Considéralo un homenaje a la memoria de Kumi.

Las últimas palabras hicieron que Thomas se quedara inmovilizado, contra la piedra, con los pies hundidos en la tierra. Notó como se le desencajaba la mandíbula al lanzar un grito mudo, y apretó fuertemente los ojos. Pero solo durante un instante. A continuación una furia terrible se apoderó de él.

Sin pensarlo, salió de su escondite y entró en el círculo.

Bradley giró sobre sus talones y lo disparó, pero Thomas siguió corriendo, sin saber (y sin preocuparse) si lo había alcanzado. Cuatro metros más y dibujó en el aire un arco amplio y letal con la piqueta, que captó la luz de la luna y la reflejó como si de una chispa se tratara al impactar en la mano de Bradley.

Bradley gritó de ira y dolor y la pistola cayó en la oscuridad.

Los dos hombres cayeron uno encima del otro y comenzaron a forcejear, rodando e intentando ponerse en pie. La piqueta se interponía entre los dos mientras ansiaban aplastarle la tráquea al otro con ella. Thomas empujó la piqueta valiéndose de sus anchas espaldas, pero su hombro derecho seguía débil y no logró bajarla. Los ojos de Bradley, a escasos centímetros de los de Thomas, brillaron triunfales, y sonrió mientras seguía apretando y girando la piqueta hasta que Thomas quedó debajo de él. El hombro le ardía.

Levantó la rodilla y lo golpeó. Bradley flaqueó. Thomas soltó la piqueta y lo golpeó con el puño izquierdo. Una. Dos veces. A continuación estaban los dos de pie, la piqueta ya abandonada, agarrándose cual boxeadores profesionales, sacudiendo los brazos y dándose cabezazos de manera desesperada.

Bradley le soltó una patada a la pierna derecha de Thomas, e hizo que este perdiera el equilibrio y que volvieran a caer al suelo. Thomas supo entonces que iba a perder. Bradley lo golpeó debajo del ojo izquierdo y el cielo se tornó blanco durante unos instantes. A continuación otro golpe, y luego otro, y sintió que iba perdiendo la conciencia.

Intentó coger el arma, pero no la encontró. Sus energías, ya forzadas al límite, estaban flaqueando. Los golpes seguían impactándole, y el rostro (en esos momentos despiadado) de Bradley comenzó a tornarse borroso.

Entonces notó algo más. Un repentino frío húmedo y un hedor agrio tan fuerte que hizo que Thomas recuperara el sentido como si de unas sales aromáticas se tratara. Se apartó y vio que Bradley vacilaba y que su rostro pasaba de la confusión al terror en un segundo.

¡Gasolina!

Entonces vio el extremo de la piqueta por encima de sus cabezas. Fue un golpe débil, más por el propio peso del arma que por la fuerza de la persona que la blandía, pero impactó en Bradley, tras su oreja derecha, y este cayó encima de Thomas, aturdido y furioso a partes iguales.

Thomas se zafó de él y entonces vio una luz, primero un punto, amarillo y vacilante que después se propagó. Mientras Thomas intentaba discernir qué estaba ocurriendo, vio a Elsbeth con la luz que su propia mano sostenía, fuera de sí, cual Margarita de Anjou o las tres Hermanas Fatídicas de la tragedia de Macbeth, ensangrentada, con el rostro manchado de tierra y el cabello enmarañado, sosteniendo la obra en llamas.

—¡No! —gritó Bradley cuando la vio.

—Sí —murmuró ella.

Entonces le lanzó el libro a Bradley, con todas sus hojas ardiendo, y cuando este lo cogió la gasolina con la que Church lo había empapado estalló en llamas.

Capítulo 93

Thomas salió a trompicones del círculo de piedra hasta el camino de regreso de la ruta de Ridgeway con Elsbeth Church sobre su hombro izquierdo. No había articulado palabra desde que se había desplomado en el suelo cuando Bradley se había convertido en una antorcha viviente. Thomas no sabía si Elsbeth seguía con vida. La bala le había impactado en el bajo vientre y había perdido mucha sangre. Desconocía los daños internos que podía tener o en qué medida podía afectarle que la llevara hasta el coche de esa manera, pero lo que sí sabía era que moriría si la dejaba allí, y no había nadie más que la pudiera ayudar. Se había quitado la camisa, la había hecho jirones y le había vendado las heridas, pero dudaba que eso fuera suficiente.

Bradley no había sobrevivido a las llamas. Thomas se alegraba de que hubiese sido de noche para no haber tenido que verle las horribles quemaduras, pero sospechaba que su viejo amigo había muerto de un fallo cardiaco.

La obra, por supuesto, se había calcinado por completo.

Dagenhart también había muerto, aunque Thomas creía que sus últimos pensamientos (si es que había sido consciente de que iba a morir) probablemente hubiesen sido de alivio.

Llegó hasta el camino de la ruta prehistórica de Ridgeway con la certeza de que, en caso de que Church siguiera con vida, no podría recorrer el kilómetro y medio de distancia hasta el coche con Elsbeth a hombros sin tardar más tiempo del que a ella le quedaba. No veía más allá de unos metros. Deseó haber cogido las gafas de visión nocturna de Taylor. Aun así, siguió avanzando, a ciegas y con determinación, aunque caminaba como si estuviera envuelto en un manto de fracaso. Dejaba tras de sí todo un rastro de cadáveres, y lo único que había querido salvar se había perdido con el fuego. No había conseguido nada.

Se abrió camino entre los setos hasta salir a un punto donde vastos campos se extendían a su izquierda y frondosos pinos a su derecha. Y entonces, cuando sus piernas comenzaban a flaquear bajo el peso de su carga, zigzagueando de un lado a otro del camino, vio a dos hombres acercándose a la carrera. Eran hombres grandes. Bajo la luz de la luna pudo verlos con bastante claridad una vez estuvieron más cerca. Uno de ellos era calvo y lucía un pendiente.

Thomas se detuvo y con cuidado dejó a Church sobre la hierba, bajo los arbustos. Le pareció ver sus ojos parpadear, pero ya no oía su respiración.

Los dos hombres se habían separado un poco entre sí al aproximarse. Llevaban los mismos trajes y abrigos que habían vestido cuando lo habían perseguido por las ruinas del castillo de Kenilworth y seguían teniendo esa cautela vigilante, como si estuvieran cercando a un animal salvaje.

Pero Thomas se sentía cualquier cosa menos salvaje. Estaba exhausto. Le temblaban las piernas y dudaba de haber podido cargar con Elsbeth más tiempo si no hubieran aparecido. No tenía energía para luchar o resistirse, y lo único que sentía era desolación y desesperación. Se agachó y comenzó a reír por la inutilidad del aprieto en el que se había metido, por el fracaso de su misión, por todo.

Capítulo 94

—¿Qué le parece tan divertido? —dijo el hombre calvo.

El otro asintió con la mirada fija en Thomas. Tenía una pequeña perilla.

—Sí —dijo—. Perdone que le diga esto, señor Knight, pero no parece hallarse en una situación que pueda considerarse cómica.

Thomas rió con más fuerza al oír eso.

—Ni tampoco esta mujer —añadió—. ¿Podría echarle un vistazo, señor Wattling?

Thomas paró de reír. Confió en que el nombre fuera un alias. Si se estaban llamando por sus nombres auténticos no iban a permitir que Thomas pudiera dar a conocer esa información.

—No la tengo —dijo—. La obra. No la tengo.

—En ningún momento pensamos que la tuviera —dijo el hombre de la perilla—. No se ofenda.

—Para nada —dijo Thomas. Tenía ganas de reír otra vez—. Se ha quemado. En Wayland’s Smithy. La rociaron con gasolina y ha ardido.

—Bueno, es una lástima —dijo el corpulento hombre con la mirada fija en Thomas.

Thomas se lo quedó mirando. La situación se tornaba surrealista por momentos.

—¿Cómo está ella, señor Wattling?

—Nada bien —dijo el hombre calvo mientras se ponía en pie—. Viva, pero a duras penas. El disparo le ha alcanzado el estómago.

—¿Adónde tenía pensado llevarla? —preguntó el hombre de la perilla.

—A mi coche —respondió un perplejo Thomas.

—No lo logrará —dijo el señor Wattling—. Hay que llevarla a un hospital.

—No tengo móvil —dijo Thomas.

—¿Ha oído eso, señor Barnabus? —dijo el señor Wattling—. No tiene móvil.

El «señor Barnabus» sacó uno de su bolsillo.

—Vaya, vaya —dijo mientras marcaba—. ¿En pleno siglo XXI y no tiene móvil? ¡Y es estadounidense! Tiene que vivir en el presente, señor Knight. ¿No le parece, señor Wattling?

—Absolutamente, señor Barnabus —dijo el señor Wattling—. «El carro alado del Tiempo…»

—No espera a nadie —completó el señor Barnabus.

Se dio la vuelta y comenzó a hablar por teléfono.

—Sí, necesitamos una ambulancia, por favor —dijo—. Estamos en la ruta de Ridgeway, entre la colina del Caballo Blanco y Wayland’s Smithy.

Mientras el señor Barnabus les daba todos los detalles y prometía intentar trasladar a Church hasta la carretera más cercana, Thomas observaba a uno y a otro. El calvo con el pendiente, el señor Wattling, asintió con la cabeza.

—Nuestras disculpas por lo acontecido la última vez, señor Knight —dijo—. No empezamos con buen pie.

—Intentaron matarme.

—En absoluto —dijo e hizo un gesto como si nada estuviera más alejado de la verdad—. Usted es un hombre fuerte. Tuve que tomar la iniciativa. Solo queríamos asustarlo un poco para que nos dijera lo que sabía. O, si no lo lográbamos, al menos impresionarlo. Nuestro cliente pensaba que podría servir para que desistiera.

—No fue así —dijo Thomas.

—Evidentemente —dijo el señor Wattling mientras miraba el camino.

—¿Quién es su cliente?

—Eso sería de lo más revelador, ¿verdad? —dijo el hombre calvo con una sonrisa infantil.

—Creo que es lo mínimo que me merezco —dijo Thomas.

—Ni que hubiéramos intentado matarlo —dijo el señor Wattling.

—Fue lo que me pareció.

—Bueno, esa era la idea. Pero sabe que no estábamos intentando matarlo porque, bueno, si hubiésemos querido, ya estaría muerto.

Sonrió de oreja a oreja.

—La ambulancia está de camino —dijo el otro. Durante un largo momento, los tres permanecieron en silencio, mirándose entre sí—. Bueno —añadió mientras avizoraba en dirección a Wayland’s Smithy—. ¿Cuántos cadáveres hay allí?

—Sin incluir aquellos que estén enterrados aquí desde hace un millón de años —añadió convenientemente el señor Wattling.

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