Read Las cuatro vidas de Steve Jobs Online
Authors: Daniel Ichbiah
Uno de los asesores explicó en voz alta el sentir de muchos de los presentes: «tenemos que adecuarnos a nuestra clientela actual. No podemos asumir que estarán dispuestos a pagar cualquier precio para conseguir la última tecnología». Como de costumbre, el poder de persuasión de Jobs era demasiado fuerte y los directivos de NeXT se fueron convenciendo, poco a poco, de la necesidad de integrar un lector de discos ópticos aun sin prever una alternativa en el caso de que Canon no cumpliese con los plazos.
Jobs seguía contando con que la estación NeXT podría ser lanzada en la primavera de 1987 pero a principios de año quedó claro que ese plazo era una quimera. Los ingenieros se esforzaban para poder optimizar la velocidad de dos chips fabricados por Fujitsu que iban integrados en la placa base. Su trabajo se desarrollaba a toda prisa después de haber pasado casi un año dando palos de ciego. Mientras tanto, la empresa empezaba a quedarse sin fondos.
Como si fuese una bendición, una buena mañana recibieron la llamada de Ross Perot. Célebre por haber amasado una fortuna gracias a su empresa Electronic Data Systems (EDS), Perot tenía a su cargo una sociedad valorada en 1000 millones de dólares e incluso había coqueteado con la idea de comprar Microsoft en 1979 cuando la empresa no era más que un editor de programas con 28 empleados. Bill Gates se había sentido tan impresionado por la posibilidad de conocer a Perot que había salido corriendo a la peluquería. Finalmente se encontraron en el último piso del edificio de Perot en Dallas, un edificio singular por estar coronado por una gran bandera americana. Durante la conversación, el fundador de Microsoft pecó de impertinente y exigió más de cuarenta millones dólares, lo que desanimó al multimillonario.
Habría sido un buen negocio si tenemos en cuenta que en la primavera de 1986, Microsoft salió a Bolsa con gran estruendo y, en cuestión de semanas, su valor bursátil ya superaba los 661 millones de dólares. Con sus once millones de acciones, Bill Gates entró fulgurantemente en la lista de los cien americanos más ricos. En marzo de 1987, el precio de las acciones de Microsoft cuadruplicaba su precio de lanzamiento.
«Me temo que es uno de los mayores errores que he cometido jamás en los negocios», se lamentaba Perot. Consciente de haber desaprovechado una magnífica oportunidad, el multimillonario tejano andaba al acecho de alguna buena inversión. Así que cuando una noche de principios de 1987 vio en televisión un documental sobre innovadores en el que Steve Jobs salía muy bien parado no dudó en ponerse en contacto con él a la mañana siguiente y proponerle que si alguna vez necesitaba un inversor, se lo hiciese saber.
El trato se cerró enseguida. Ross Perot puso veinte millones de dólares en NeXT y adquirió de paso el 16% de la sociedad. El multimillonario se tomó muy en serio sus funciones y se implicó en la gestión del día a día. Poco después de ingresar en el consejo de administración, se dirigió a los ingenieros que se esforzaban por optimizar el rendimiento de los chips para soltarles un discurso motivacional. «Chicos, he pasado por vuestra situación más de mil veces. No tengo ninguna duda de que vais a resolver el problema. Seguid trabajando sin hacer nada más».
Conseguido el diseño óptimo, el problema era que Fujitsu no era capaz de fabricar los chips dentro del plazo marcado. Habría que esperar a agosto para que la producción fuera de una calidad irreprochable. Cuando Jobs preguntó a ocho altos directivos en qué momento tenían previsto ultimar sus piezas de ordenador, se aventuraron a ponerle fecha en octubre de 1987.
Pixar estaba en Modesto, a dos horas por carretera del domicilio de Jobs en Palo Alto y aunque había intentado en repetidas ocasiones convencer a Alvy Ray Smith y Ed Catmull para que se trasladasen a San Francisco, el caso era que los ingenieros se resistían a mudarse. Su decisión obedecía en parte a que eran conscientes de que la distancia les daba la oportunidad de cierta paz sin las injerencias de Jobs. Al menos entre 1986 y 1994, período en el que Jobs sólo les visitó cinco veces.
Para compensar sus ausencias, las visitas de Jobs parecían desfiles presidenciales con una liturgia preestablecida: acercarse, darle la mano, dejarle hablar… «Le observaba dirigiéndose a nuestros empleados y en sus miradas veía admiración incondicional. Hacía con ellos lo que quería. Jobs tiene un poder de seducción inigualable. También me encantaba verle entrar en una sala llena de desconocidos y adueñarse de la situación. Tiene tanto talento… Domina la comunicación. Y es consciente de ello».
En NeXT, donde pasaba la mayor parte del tiempo, el ambiente no era tan de color de rosa porque los arrebatos de Jobs no habían tardado en aparecer. Como ya había ocurrido en Apple, su fuerte personalidad se imponía en un estilo de liderazgo en el que la dignidad de sus colaboradores estaba en un segundo plano y a los que no le importaba imponerse de manera tajante e incluso humillante. «Muchos compañeros le describen como un hombre brillante y encantador, capaz de motivar a sus tropas. Al mismo tiempo, su búsqueda de la perfección es tan extrema que los empleados que no satisfacen sus demandas se exponen a un feroz ataque verbal que desgasta hasta al más motivado».
Se decía que lo desaprobaba todo de forma sistemática y sin pensar. «Un ex empleado de NeXT recordaba que Jobs, por principio, solía rechazar el trabajo que hacían los demás la primera vez que se lo enseñaban. Para evitar aquella actitud irracional, los empleados presentaban deliberadamente una versión inacabada primero y guardaban el primer modelo para reuniones posteriores. Así aumentaban sus posibilidades de satisfacer las expectativas del jefe».
Para que la estación NeXT fuera un éxito faltaba mucho por hacer. Jobs tenía que animar a las editoras de
software
a escribir programas para su ordenador pero parecía que Lotus era la única grande interesada en su proyecto. El resto de gigantes del sector, como Microsoft o Ashton-Tate, no estaban especialmente motivadas para seguirle en su nueva aventura.
En cualquier caso, era precisamente un elemento de software (su sistema operativo) el que se había convertido en una de sus grandes ventajas. Apoyándose en el entorno Unix, concebido en la Universidad Carnegie Mellon, un investigador del Instituto Nacional Francés de Investigación Informática y de Automoción (INRA) llamado Jean-Marie Hullot había desarrollado una revolucionaria herramienta bautizada como NeXTSTEP (el paso siguiente). Hullot había asistido a la concentración anual de Apple en San Francisco para presentar su criatura y le invitaron a visitar NeXT para que le hiciera una demostración a Jobs. Cuando se dirigía de vuelta al aparcamiento, una persona fue corriendo a buscarle. «Me dijo: “tú te quedas aquí”. Y me ofreció trabajar en NeXT», recuerda.
En octubre de 1987, el NeXT seguía sin estar listo mientras el mundo contemplaba el éxito de otra figura de la informática. Un año después de que Microsoft saliese a Bolsa, Bill Gates ocupaba el puesto número 29 de la lista de las 400 grandes fortunas de Estados Unidos de la revista
Forbes.
Ese mismo mes salía en la portada de
Fortune,
en cuyo interior podía leerse que «parece que Gates podría haber ganado más dinero que ninguna otra persona a su edad, en cualquier sector».
En NeXT, Jobs dirigía a la plantilla con mano de hierro. Brian Dumaine en un artículo de
Fortune
relataba que «a finales de los 80, había dos ingenieros de NeXTSTEP que llevaban quince meses trabajando como esclavos, noches y fines de semana, para cumplir unos plazos casi imposibles con un chip de última tecnología. Nadie había creado antes un chip de aquellas características y la tensión era increíble. Durante una reunión fuera de las oficinas, un fin de semana, Steve Jobs les reprendió en público y a traición, reprochán-doles que no estuvieran trabajando con la suficiente prisa y sin tener en cuenta todo el esfuerzo realizado. Por pura dignidad, terminaron el proyecto pero uno de ellos abandonó la empresa poco después».
Finalmente, la presentación del NeXT se aplazó hasta otoño de 1988. Durante ese año la sede de Redwood se convirtió en escenario de una actividad incesante, salpicada por las frecuentes salidas de tono de Jobs. Sólo algunos directivos se atrevían a plantarle cara. Uno de ellos, Avie Tevanian, era un joven especialista en programas informáticos que se había incorporado en enero de ese año tras obtener el doctorado en la Universidad Carnegie Mellon. A pesar de tener un carácter tranquilo y amable, Avie no se dejaba pisotear por Jobs.
—Steve, te equivocas —le decía Tevanian con total tranquilidad.
—Avie, no me estás entendiendo.
—¡Qué no, Steve, que te equivocas!
En el curso de los meses siguientes, la presión que ejercía Jobs en sus equipos adquiría unos tintes cada vez más febriles. Como él trabajaba sin descanso, esperaba lo mismo de sus subalternos y les exigía que se dedicaran día y noche, fines de semana incluidos, a las actividades de la empresa. A veces incluso convocaba reuniones el domingo por la mañana, en un gesto de máximo desprecio hacia la vida familiar de los directivos. Casi todos acataban en silencio las órdenes pero algunos como Dan'l Lewin, en ocasiones, le comunicaban que no contase con ellos en el que, para casi todos, era su único día de descanso.
No siempre conseguía salirse con la suya y a veces su exacerbado individualismo se volvía contra él. Por ejemplo en una ocasión organizó una cena con representantes de varias universidades para presentarles el NeXT. Miles de pedidos dependían del buen desarrollo de la velada. Poco antes de la cena, Jobs se enteró de que se habían olvidado de prepararle una opción vegetariana y, en lugar de resignarse o buscar una solución sensata, decidió anular el plato principal de todos los invitados. Sus colaboradores más próximos no consiguieron hacerle cambiar de opinión.
Aquel año de 1988, un suceso le contrariaba en particular. Apple había vuelto a la escena y John Sculley estaba lleván-dose todo el crédito por la recuperación de la compañía. La enemistad entre los dos hombres seguía viva. En octubre de 1987, Sculley había publicado
De Pepsi a Apple,
en el que daba su propia versión de los hechos y sugería que había tomado la decisión de prescindir de Jobs por el bien último de la empresa. En las navidades, el ingeniero Bob Metcalfe dio una fiesta a la que invitó a Jobs y a Sculley. Ambos pasaron toda la velada tratando de evitarse, parapetándose en extremos opuestos de la casa.
En cualquier caso era evidente que los resultados hablaban a favor de la gestión del consejero delegado de la empresa de Cupertino. El precio de las acciones se había multiplicado por cuatro desde los 10 dólares a los que cotizaban a la salida de Jobs. Los ingresos se duplicaban y las cifras de beneficios se habían triplicado.
Huelga decir que, en el lanzamiento de NeXT, Jobs se había dejado llevar en parte por un sentimiento de revancha. A medida que pasaban los meses, las filtraciones acerca de las características del ordenador que estaban preparando empezaban a dejar claro que la
caja negra
(así era como se conocía el proyecto de NeXT porque ésa era la imagen de su logotipo) era una joya tecnológica de una concepción vanguardista sobresaliente.
En cuanto al aspecto que tendría el futuro ordenador, Jobs, tras haber probado con varios diseñadores, decidió volver a confiar en Hartmut Esslinger, de la empresa Frogdesign, el diseñador alemán que había creado la carcasa del Apple IIc en 1982 y ultimado el aspecto general del Mac. El creativo aceptó la propuesta con una sola condición: Jobs aceptaría que diese rienda suelta a su imaginación. Le bastó un fin de semana para concebir lo que acabaría convirtiéndose en un impresionante cubo negro que, sin embargo, se topó con una reacción inesperada por parte de Jobs porque le parecía «demasiado radical». Aun así, Esslinger se mantuvo firme y Jobs se fue haciendo a la idea poco a poco.
Poco antes de la presentación, programada el 12 de octubre de 1988 en el Davies Symphony Hall de San Francisco, durante un cóctel, Jobs realizó una demostración en la que estaba presente el rey Juan Carlos I. El monarca español quedó tan impresionado que se convirtió en uno de los primeros clientes de la empresa.
La inquietud de Jobs previa al estreno seguía creciendo y revisaba obsesivamente todos los detalles para que nada saliese mal. Por ejemplo, la acústica de la sala tenía que ser perfecta para la demostración de la calidad estéreo de la tarjeta de sonido del NeXT. Llegado el día, y ante 3000 espectadores que incluían a la flor y la nata del mundo académico, la prensa y la informática, volvió a dejarse llevar por el tono épico que solía imprimir a sus presentaciones: «Estamos a punto de vivir uno de esos escasos hitos que sólo se producen una o dos veces cada década en el mundo de la informática. El momento en que se destapa una nueva arquitectura capaz de cambiar el futuro de este sector. Llevamos tres años trabajando en este gran lanzamiento».
Nada más desvelar el cubo negro, llovieron las alabanzas sobre el sistema NeXTSTEP, que integraba una barra con los principales programas y que incluía una aplicación para gestionar el correo electrónico. Además, era el primer equipo que soportaba las funciones multitarea, es decir que se podía saltar entre programas a través de las ventanas dejando activos los programas, algo nunca visto hasta aquel momento. «Hemos fabricado el mejor ordenador del mundo», proclamó Jobs y se permitió bromear ante los periodistas afirmando que NeXT era lo que el Mac debería haber sido.
Ross Perot no quiso quedarse atrás en grandilocuencia y afirmó que «la gente de NeXT ha dedicado un tiempo desmesurado a buscar la perfección. Jobs ha vuelto a sorprender».
Los medios respondieron en masa a la convocatoria y Jobs y su máquina negra salieron en la portada de
Businessweek,
acompañados de un artículo en páginas interiores en el que se describían las capacidades «asombrosas» en cuestión de almacenaje de datos y se obviaban detalles como la lentitud desesperante de los lectores de discos ópticos. Con razón, el periodista lamentaba que la máquina se hubiera contentado con una pantalla monocromática.
El precio del ordenador (6500 dólares) era muy alto y quedaba muy por encima de lo que Jobs había pensado en un principio. Un precio especialmente prohibitivo si tenemos en cuenta que añadir una impresora elevaba el conjunto hasta los 10.000 dólares. Encima, la ausencia de programas compatibles era espantosa. Bill Gates aprovechaba casi cualquier ocasión para proclamar que Microsoft no editaría ningún programa para el NeXT mientras Jobs contraatacaba afirmando que, con NeXTSTEP, tres personas podían hacer lo mismo que 200 con Microsoft.