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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La voluntad del dios errante (2 page)

Cinco dioses tocan en la parte superior el eje del Bien. Estos son los dioses de la Luz. Otros cinco en la parte inferior tocan el eje del Mal: son los dioses de la Oscuridad. En el medio, hay diez dioses que tocan tanto la Luz como la Oscuridad. Estos son los dioses Neutros.

Cuando el mundo de Sularin fue creado, brillaba intensamente en el universo, porque cada dios permanecía unido a sus compañeros y la Gema de la Verdad resplandecía como un solo planeta luminoso en los cielos. El hombre adoraba a todos los dioses por igual, hablaba directamente con ellos, y había paz en el mundo y en el universo.

Pero, con el paso del tiempo, cada dios comenzó a centrarse sólo en su faceta de la Verdad, con lo que llegó a ver dicha faceta particular como
La
Verdad y se separó de las demás. La luz de la Gema se volvió así fragmentada y empezó a moverse y variar entre los dioses a medida que éstos luchaban entre sí.

Con el fin de aumentar su poder, cada dios intentó superar a los demás haciendo llover bendiciones sobre sus adoradores mortales. Como suele suceder con éstos, cuantas más bendiciones recibían, más querían. Los hombres empezaron a invocar a los dioses día y noche, pidiéndoles favores, ayuda, dones, larga vida, riquezas, hermosas hijas, hijos fuertes, caballos veloces, más lluvia, menos lluvia y más y más cosas.

Los dioses se vieron así profundamente involucrados en los triviales asuntos cotidianos de los hombres mortales de Sularin, y el universo comenzó a resentirse, pues está escrito en Sul que los dioses no deben contemplar la luz de un sol que se levanta y la oscuridad de una noche que cae, sino que deben ver la salida de una eternidad de soles y la caída de una eternidad de noches. Dado que los dioses comenzaron a mirar cada vez más al mundo y menos a los cielos, la Gema de la Verdad empezó a bambolearse y tambalearse.

Los dioses no sabían qué hacer. No se atrevían a ofender a sus seguidores, pues esto habría significado la pérdida de su propia existencia. Sin embargo, tenían que volver a la tarea de mantener el universo en movimiento. Para ayudar a solucionar este problema, los dioses invocaron a los inmortales. Los inmortales, un regalo de Sul a los dioses, eran seres creados a imagen y semejanza de los dioses y poseedores de vida eterna, pero no de ilimitado poder. Divididos en partes iguales entre los dioses, estos seres inmortales se habían encargado, en un principio, de la tarea de saludar a los difuntos tras su partida de Sularin y escoltarlos hasta los Reinos de los Muertos.

—De ahora en adelante, sin embargo —dijeron los dioses a los inmortales—, seréis
vosotros
quienes escucharéis los quejidos y gimoteos y los incesantes «yo quiero» del hombre mortal. Atenderéis aquellas peticiones que esté en vuestro poder satisfacer: oro, joyas, caballos, asesinatos y demás. Otros asuntos de más difícil solución, como matrimonios, hijos y lluvia, continuaréis trayéndolos a nosotros.

Los inmortales estaban encantados con este nuevo servicio, ya que el Reino de los Muertos era, como puede imaginarse, un lugar extremadamente sombrío y aburrido. Con inmenso alivio, los dioses comenzaron a distribuir los inmortales que les correspondían según lo que cada uno consideró más apropiado.

Así como difería la naturaleza de los dioses, igualmente sucedía con la de los inmortales y con sus intervenciones entre los hombres. Algunos dioses temían que los inmortales pudieran llegar a constituir una molestia tan grande como la habían constituido los propios hombres, mientras que otros deseaban proteger a sus inmortales de las locuras y caprichos del hombre. Estos últimos establecieron una jerarquía entre los inmortales, de modo que los de cada escalón actuaban como emisarios de los del escalón superior.

Así, los inmortales de Promenthas —dios de la Bondad, la Misericordia y la Fe— instruyeron a los inmortales del escalón inferior, a quienes el dios llamó ángeles, a hablar tan sólo a los más santos y piadosos de la especie humana. Estos hombres se convirtieron, con el tiempo, en sacerdotes de Promenthas.

Los adoradores de Promenthas expresaban sus ruegos y necesidades a los sacerdotes, los cuales los transmitían a los ángeles que, a su vez, los comunicaban a los arcángeles, quienes notificaban de ellos al querubín, el cual los hacía llegar al serafín, quien, por fin —si los ruegos y necesidades eran en verdad importantes—, los ponía en conocimiento del dios. Este procedimiento resultó ser satisfactorio y proporcionaba una sociedad bien ordenada y estructurada de humanos que habitaban principalmente en grandes ciudades del continente de Tirish Aranth. Los sacerdotes de Promenthas adquirieron más y más poder, la religión se convirtió en el centro de las vidas de la gente y el propio Promenthas llegó a ser el más poderoso de los dioses.

Otros dioses, sin embargo, diferían de él en su modo de utilizar a los inmortales así como en su forma de con-templar la Verdad. Akhran —el dios de la Caridad, el Caos y la Impaciencia— era conocido también como el dios Errante, pues nunca podía permanecer durante largo tiempo en ningún lugar sino que estaba siempre vagando por el universo en busca de nuevas ideas, nuevos escenarios y nuevas tierras. Sus seguidores, a semejanza de él, eran nómadas que vagaban por las tierras desérticas de Pagrah en el continente de Sardish Jardan. Como no deseaba ser molestado en exceso por sus fieles —quienes le devolvían el favor evitando molestarse demasiado por su dios—, Akhran delegó casi todo su poder en sus inmortales y, después, ofreció éstos a sus seguidores como regalos. Conocidos por el nombre de djinn, estos inmortales vivieron entre los hombres y trabajaron con ellos día a día.

Quar —dios de la Realidad, la Avaricia y la Misericordia— se tomó su tiempo para estudiar los diversos métodos de organización de los inmortales, desde la altamente estructurada jerarquía de ángeles de Promenthas hasta el revoltijo de djinn de Akhran. Al mismo tiempo que admiraba el firme control que los sacerdotes de Promenthas mantenían sobre las gentes con su bien estructurado sistema de normas y regulaciones, Quar encontraba la estratificación de los ángeles pesada y dificultosa. A menudo la transmisión falseaba los mensajes, y llevaba interminables cantidades de tiempo conseguir que se hiciese algo; como Quar observaba con suma atención, vio que, en asuntos de menor importancia, la humanidad estaba comenzando a depender cada vez más de sí misma en lugar de dirigir sus asuntos a la atención de Promenthas.

Promenthas estaba, en opinión de Quar, irrazonablemente orgulloso de esta libertad de pensamiento entre sus seguidores. El dios de la Luz disfrutaba con las discusiones filosóficas emprendidas entre su gente. Gente estudiosa, la población de Tirish Aranth jamás se cansaba de investigar en los misterios de la vida, la muerte y el más allá. Se confiaban a sí mismos la tarea de encontrar oro y joyas así como la del casamiento de sus hijos e hijas. A Quar no le gustaba ver al hombre asumir dichas responsabilidades pues consideraba que ello le inculcaba ideas grandiosas.

Pero tampoco estaba de acuerdo con el modo de Akhran de delegar despreocupadamente toda responsabilidad en los cada vez más gordos regazos de los djinn, que se entrometían en el mundo mortal con vivo entusiasmo.

Quar escogió entonces el término medio. Estableció sacerdotes, o imanes, para que gobernaran a la gente de su reino, Tara-kan, en el continente de Sardish Jardan. Luego asignó a cada imán varios djinn de naturaleza inferior, quienes, a su vez, informaban a otros djinn superiores conocidos como ‘
efreets
. Quar distribuyó también djinn a personas que ostentaban poder: emperadores, emperatrices, sultanes, sultanas, sus virreyes —los wazires— y los generales de los ejércitos —los amires—. De este modo, los imanes no se volverían demasiado poderosos… ni tampoco los emperadores, sultanes, wazires o amires.

A la humanidad le iba bien, en conjunto, mientras cada dios, actuando a través de sus inmortales, trataba de superar a los otros en cuestión de bendiciones.

Así comenzó el Ciclo de la Fe del que habla el Libro de los Dioses:

«Del mismo modo en que un hombre riega un lecho de flores, derraman los dioses caudales de bendiciones desde los cielos. Los inmortales recogen dichos caudales en sus manos. Caminando por el mundo, los inmortales dejan caer las bendiciones de sus dedos como gotas de suave lluvia. El hombre bebe la bendición de los dioses y da a éstos a cambio su fiel adhesión. A medida que el número de los fieles aumenta, su fe en un dios se vuelve inmensa y amplia como un océano. El dios bebe del agua del océano y se hace, a su vez, más y más fuerte. Así es el Ciclo de la Fe.»

Los dioses estaban muy complacidos con el Ciclo, y una vez que cada dios tuvo sus asuntos en orden, fue capaz de volver a llevar a cabo tareas divinas, es decir, reñir y discutir con los otros dioses sobre la naturaleza de la Verdad. Debido al Ciclo de la Fe, la Gema de Uno y Veinte se hizo más o menos estable y continuó girando a través de los siglos.

Pero ahora había llegado la hora de que los dioses de Sularin se reunieran. El Ciclo de la Fe se había roto. Dos de sus integrantes estaban muriendo.

Fue Quar el que convocó a los Veinte. Durante los pasados siglos, Quar había trabajado incansablemente para intentar enmendar la desavenencia existente entre Evren, —diosa de la Bondad, la Caridad y la Fe—, y Zhakrin —dios del Mal, la Intolerancia y la Realidad—. Era la constante lucha entre estos dos lo que había destruido el Ciclo de la Fe.

A causa de su contienda, las bendiciones de ambos dioses estaban cayendo sobre el hombre mortal no como un caudal continuo sino como una llovizna intermitente. Sus inmortales, compitiendo por las más exiguas gotas de bendiciones, se vieron forzados a recurrir a la truculencia y la intriga; cada inmortal determinó hacerse con un puñado de bendiciones para su amo particular.

Dichas bendiciones, repartidas en miserables porciones como monedas dadas a un mendigo, no satisficieron los ruegos y necesidades de los hombres, quienes, enojados, dieron la espalda a los inmortales. Aquellos de entre los hombres mortales que permanecieron fieles a sus dioses se agruparon en sociedades secretas: vivían, trabajaban y se reunían en lugares secretos de todas partes del mundo; escribían volúmenes de textos secretos, y libraban encarnizadas y mortales batallas secretas con sus enemigos. Los océanos de fe de ambos dioses se fueron secando y dejando a Evren y a Zhakrin sin nada que beber. Y así estos dos dioses se debilitaron más y más, sus bendiciones se fueron agotando y ahora se temía que sus océanos terminarían secándose ya por completo.

Todos los dioses y diosas estaban consternados y, como es natural, buscaron el modo de protegerse a sí mismos. El desorden y la lucha se extendieron rápidamente al plano de los inmortales. Los djinn desdeñaron a los ángeles, a quienes consideraban una banda de engreídos y remilgados aristócratas. Los ángeles, por su parte, miraban a los djinn como a unos seres groseros, hedonistas y bárbaros, y se negaron a tener nada que ver con ellos. Dos civilizaciones enteras de humanos —la del continente de Sardish Jardan y la del continente de Tirish Aranth— terminaron por negarse a reconocer siquiera su mutua existencia.

Para empeorar las cosas, comenzó a extenderse el rumor de que los inmortales de ciertos dioses estaban desapareciendo.

A petición urgente de Quar, por tanto, los Veinte se reunieron. O quizás hay que decir más bien que los diecinueve se reunieron. Akhran el Errante no hizo su aparición, cosa que no sorprendió a nadie.

Con el fin de facilitar las cosas durante la reunión, cada dios asumió una forma mortal y adoptó una voz mortal para hacer más fácil la comunicación, ya que hablarse de mente a mente podía llegar a resultar algo confuso cuando veinte mentes están intentando hablar al mismo tiempo como era habitualmente el caso cuando los dioses se reunían.

Los dioses se reunieron, pues, en el fabuloso Pabellón de la Gema, situado en la cima de la más alta montaña en el extremo inferior del mundo, en una tierra estéril y cubierta de nieve que no tiene nombre. Un mortal que hubiese escalado dicha montaña no habría visto nada más que nieve y roca, ya que el Pabellón de la Gema sólo existe en las mentes de los dioses. Su aspecto varía, por tanto, de acuerdo con la mente de cada dios, tal como varían todas las cosas de acuerdo con la mente de cada uno de los dioses de Sularin.

Quar veía el Pabellón como un exuberante y placentero jardín en uno de sus palacios con torreones, en una de sus amuralladas ciudades. Promenthas lo veía como una catedral hecha de mármol con pináculos y arbotantes, vidrieras y gárgolas. Akhran, si hubiese estado allí, habría cabalgado en su blanco corcel hasta un oasis del desierto y habría montado su tienda entre cedros y enebros. Hurishta lo veía como una gruta de coral bajo el mar donde ella habitaba. Para Benario —dios de la Fe, la Impaciencia y la Avaricia (los Ladrones)—, era una oscura caverna repleta de posesiones de todos los demás dioses. El opuesto a Benario, Kharmani, —dios de la Fe, la Misericordia y, la Avaricia (Riqueza)—, lo veía como un opulento palacio lleno de cuantas posesiones materiales pueda codiciar el hombre.

Cada dios veía a los otros diecinueve dentro de su entorno particular. Así, Quar, con sus ojos oscuros y ataviado con un albornoz y un turbante de seda, tenía para Promenthas un aspecto bárbaro y exótico en su catedral. Promenthas, con su barba blanca y vestido con su sotana y sobrepelliz, parecía igualmente ridículo tendido bajo el eucalipto del plácido jardín de Quar. Hammah, un feroz dios guerrero que vestía pieles de animal y llevaba un yelmo de metal con cuernos, caminaba con fuertes pisadas por entre los cerezos de un jardín de té que pertenecía a Shistar; el monje chulin se sentaba en pose meditativa, con las piernas cruzadas, sobre las heladas estepas de la tierra de Hammah en Tara-kan. Naturalmente, esto dio a cada dios —confortable en su propio ambiente— buenas razones para sentirse superior a los otros diecinueve.

En cualquier otro momento, un encuentro de los Veinte habría constituido un foro de discusión y disputas que podrían haber continuado durante generaciones de hombres mortales, de no haberse tratado de una situación de tal gravedad que, por una vez, las diferencias personales se dejaron a un lado. Al mirar a su alrededor en aquel mar, o caverna, o jardín o lo que quiera que fuese, cada uno de los dioses observó con inquietud que, además de Akhran (con quien nadie contaba) faltaban otros dos dioses. Se trataba de dos de los dioses principales: Evren —diosa de la Bondad, la Caridad y la Fe—, y Zhakrin, —dios del Mal, la Intolerancia y la Realidad—.

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