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Authors: Mariano F. Urresti

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tumba de Verne (37 page)

BOOK: La tumba de Verne
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—¿Por qué se oculta? ¿Qué es lo que teme?

—La pregunta es a quién temo.

—¿A quién teme?

—A los hombres sin rostro. —Matías taladró con sus ojos grises a la joven—. Déjame que te cuente toda la historia. Después, estará en tu mano decidir si quieres arriesgar tu vida para salvar la de tu abuelo.

Estrela no respondió. Después de todo, ¿qué respuesta era la adecuada para un comentario como aquel?

Entonces, Matías Novoa tomó la palabra…

¿Creía Estrela en los ángeles y en los demonios? ¿No? Pues hacía muy mal en no tenerlos en cuenta. Aunque, según se apresuró a explicar Matías Novoa, unos y otros no son tan diferentes. Pero no, no se estaba refiriendo, aclaró, a esos seres extraordinarios de los que hablan los libros religiosos.

—En el fondo —dijo—, el concepto de ángel y demonio es una manera de expresar las dos caras de una misma moneda. Ambos proceden del mismo lugar y fueron creados por idéntica mano. Al igual que sucede en la Biblia, los hombres de los que voy a hablarte proceden de un mundo remoto, un lugar perdido pero del que el inconsciente colectivo guarda un vago recuerdo. Se trata de un paraje maravilloso, como el Edén bíblico, la Atlántida de Platón o el Jardín de las Hespérides de la mitología griega. Lo esencial es que en todos aquellos mundos la vida era diferente a la nuestra, pues en ellos existían dioses o semidioses poseedores de enormes poderes y conocimientos. Y, además, muchos tenían un don extraordinario: eran inmortales.

»Todos fuimos inmortales un día lejano —aseguró Matías—. La Biblia viste la historia tras el mito de la expulsión del Edén, y tal vez por eso el hombre ha anhelado recuperar aquel don a lo largo de la historia, no dudando en hacer lo que fuera preciso para conseguirlo.

Estrela escuchaba atónita el relato de Matías Novoa, que en ese momento se acercó a un mueble, cogió una botella y dos vasos y regresó junto a ella.

—¿Te apetece? —Ofreció uno de los vasos a la joven. Estrela rechazó el Martini. A esas alturas de la historia no le cabía ya ninguna duda de que aquel hombre estaba totalmente loco—. ¿Has leído la novela
Horizontes perdidos
, de James Hilton?
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¿No? —Matías tomó un sorbo de su vaso—. Pues deberías. Hilton describe un lugar en medio del Tíbet que la gente ha creído imaginario y al que bautizó como Shangri-La. Se trataba de un paraíso, un edén donde vivía una comunidad religiosa extraordinaria. Pero Hilton no fabuló, sino que se apoyó en lo que muchos consideran un mito, el mundo perdido del que antes te hablaba. Son muchas las tradiciones orientales que hablan de su existencia.

»En 1927, René Guénon
[103]
publicó un libro desconcertante titulado
El Rey del Mundo
. En su obra se hacía eco de las informaciones que otros autores, como Alexandre Saint-Yves d’Alveydre o Ferdinand Ossendowski, habían aportado sobre la existencia de un mundo subterráneo que situaban en algún lugar impreciso de Asia. Hilton, en su novela, se decantaba por el Tíbet, pero otros se han inclinado por la India o por el desierto de Gobi como lugar donde se encuentra el centro de esa civilización, a la que Guénon llama Agartha.

»Hace miles de años, Agartha, como Edén, ocupaba un lugar sobre la superficie de nuestro mundo. Pero, cuando comenzó entre los hombres el tiempo que los orientales denominan Kali-Yuga o época oscura, Agartha rompió sus lazos con la humanidad. Decir que se tornó en un reino subterráneo posiblemente sea una forma de hablar. Tal vez es más correcto decir que, simplemente, los ojos de los hombres no pueden verlo, aunque es cierto que en medio mundo existen leyendas que aseguran la existencia de puertas de acceso a través de grutas y galerías.

»Las leyendas dicen que en Agartha prevalece la justicia y la paz, administradas, según Guénon, por el Rey del Mundo, al que podemos considerar como la expresión del Supremo Legislador.

—Oiga, de veras que su historia es interesante —intervino Estrela—, pero se me está haciendo tarde. —Se levantó del sillón y estiró su falda larga y negra, por debajo de la cual veían la luz unos leotardos de varios colores—. Debo hablar con el doctor. No sé cómo estará mi abuelo y…

—Estrela, si prestas atención podrás salvar la vida de tu abuelo para siempre, y eso es algo que no está al alcance de ningún doctor.

La joven miró de reojo la puerta abierta que daba acceso al dormitorio que el anciano ocupaba en el geriátrico. ¿Y si él cerraba de alguna manera aquella salida y ella se veía atrapada en aquel lugar en compañía de un loco?

—No debes temer nada de mí —dijo Matías adivinando el curso de los pensamientos de Estrela. A continuación, sonrió antes de añadir—: No estoy loco, te lo aseguro. Y, desde luego, jamás le haría daño a una mujer.

—Le concedo solo unos minutos —dijo Estrela.

—No te arrepentirás —aseguró Matías—. De veras, ¿no quieres un trago?

Ella negó con la cabeza.

—¿Me puede decir al menos qué tiene que ver toda esa historia con Julio Verne? —preguntó.

Matías se levantó una vez más del sillón y se acercó a una estantería repleta de libros. A su regreso, dejó sobre la mesa tres volúmenes.


Dueño del mundo
,
Las Indias negras
y
Viaje al centro de la Tierra
—dijo en voz alta—. Tres novelas de Julio Verne, como seguramente sabrás. ¿Te parece casual que una de esas novelas lleve por título
Dueño del mundo
? ¿No evoca ese título al Rey del Mundo del que te he hablado? ¿Y por qué tenía tanto interés Verne en historias que hablaran de personas que vivían bajo tierra, como sucede en las otras dos novelas? En la primera, los protagonistas encuentran a una extraña muchacha llamada Nell en el interior de una mina. La joven jamás había visto el mundo exterior. En la segunda, los héroes de Verne no solo creen posible que la Tierra esté hueca, sino que incluso se topan con un gigantesco ser que habita en las profundidades. ¿Pura casualidad?

Estrela guardó silencio, pues no se le ocurría qué podía decir. La relación entre las historias esotéricas que Matías había traído a colación y las novelas de Verne era, como poco, forzada. Pero había prometido conceder unos minutos más al anciano, de modo que aguardó.

—Una insigne novelista francesa contemporánea de Julio Verne que firmaba bajo el seudónimo de George Sand escribió una obra que lleva por título
Viaje a través del cristal
. Esa novela recuerda en cierta medida a
Viaje al centro de la Tierra
. ¿Y sabes por qué? Pues porque George Sand y Julio Verne pertenecían a una sociedad literaria secreta que estaba en posesión de conocimientos relacionados con ese mundo remoto del que te he hablado.

Estrela enarcó una ceja y trató de digerir lo que acababa de escuchar. ¿Verne era miembro de una sociedad secreta?

—¿Verne y esa novelista eran masones o algo así?

—No exactamente —respondió Novoa—. En la época en que ambos vivieron hubo una enorme actividad esotérica. Por media Europa brotaron masones, rosacruces e illuminati. Pero, según la carta del sobrino de Verne de la que te hablé, muchos de aquellos movimientos eran instrumentos manejados a su antojo por una orden mucho más poderosa que procedía del mundo perdido que antes mencioné.

—¿De Agartha?

—Llamémoslo así.

—¿Y qué pretendía esa orden?

—Desde aquel mundo han llegado en ocasiones enviados con la misión de intervenir en asuntos humanos. En el mundo ocultista en el que Verne se movía los llamaron Superiores Desconocidos. Agentes suyos se infiltraron en las hermandades esotéricas a lo largo de la historia, instrumentalizándolas. Gaston llama a esos infiltrados “hombres sin rostro”.

»Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, uno de los autores que antes te mencioné, escribió un libro titulado
Misión de la India en Europa
en el que afirmaba haber recibido la visita de un príncipe afgano a quien acompañaban dos enigmáticos individuos que, según dijeron, eran enviados de un gobierno universal oculto. Ellos le hablaron de la existencia de Agartha. Cuando D’Alveydre decidió publicar un libro en el que daba cuenta de los secretos de ese gobierno en la sombra, recibió numerosas amenazas y decidió destruir el manuscrito. No obstante, un ejemplar sobrevivió y llegó a manos de uno de los esoteristas más famosos de la época, Papus
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. A finales del siglo
XIX,
Papus fundó la Orden de los Superiores Desconocidos.

—¿Y Verne qué tiene que ver con todo eso?

—¿Es que no lo ves? —Matías apuró el contenido de su vaso y lo posó sobre la mesa de cristal con estrépito. Estrela dio un respingo—. Verne, Sand, Dumas y otros intelectuales de aquellos años formaron parte de una sociedad literaria manejada por esos Superiores Desconocidos. La Niebla: así se llamaba esa hermandad, y tenía como libro de cabecera una obra de lo más extravagante titulada
El sueño de Polifilo
. Verne, siempre dado a jugar con los nombres de sus personajes para ocultar información relevante de lo que sabía, nos dejó una pista extraordinaria al crear a Phileas Fogg. Como sabrás, en inglés la palabra
fog
significa «niebla».

—¿Y qué interés podrían tener esos Superiores Desconocidos llegados de Agartha en Verne y en crear una sociedad literaria?

—Ese gobierno oculto ha orquestado cambios políticos en el mundo. Infiltrados en el seno de la masonería o de los illuminati, impulsaron la Revolución francesa o la creación de los Estados Unidos. Los grandes hombres de esos acontecimientos se movían dirigidos por esos poderes de los que la gente normal nunca ha oído hablar. Se supone que pretendían impulsar la evolución política y social, pero nunca estuvieron tan cerca los ángeles de ser como los demonios, pues los hombres llenaban las calles de sangre para poner en marcha esos proyectos.

»Con la hermandadad de La Niebla pretendían actuar en el ámbito educativo. Perseguían minar el enorme poder político y moral que la Iglesia ostentaba. Y posiblemente también ellos estuvieron tras el trabajo de pensadores de la época, como Henri de Saint-Simon o Charles Fourier, que propugnaron la idea de transformar la sociedad teniendo como motor de ese cambio el pensamiento científico y la educación. Hetzel, el editor de las obras de Verne, formaba parte de aquella trama. Los miembros de la orden dieron instrucciones a La Niebla. Vieron en Verne al autor ideal para acercar sus ideales reformadores a las familias y a los jóvenes a través de novelas en las que la ciencia fuera protagonista. Según ellos, la Iglesia representaba la corrupción del sentimiento religioso. A Dios se llegaba a través del conocimiento, del saber. Por eso no encontrará usted en las novelas de Verne sacerdotes que tengan papel protagonista alguno, y sí, en cambio, científicos, especialmente ingenieros y naturalistas.

—¿Me está diciendo que todas las novelas fueron escritas respondiendo a un plan diseñado por esos Superiores Desconocidos?

—En cierta medida, sí. Pero algo cambió en Verne, tal y como Gaston recoge en su carta. —Matías se levantó del sillón y se acercó a un cuadro que colgaba en la pared situada al fondo del apartamento. Se trataba de una reproducción de
Viajero ante el mar de niebla
, de Caspar David Friedrich. Lo descolgó, y Estrela vio que tras el cuadro se ocultaba una caja fuerte. Matías la abrió, sacó un libro y unos papeles, y regresó junto a la joven—. Esta es la carta que encontré en Luxemburgo. —Dejó caer sobre la mesa de cristal el libro y los papeles amarillentos. Estrela observó que las palabras eran francesas y parecían escritas con pluma—. Esta es la novela entre cuyas páginas encontré la carta de Gaston —explicó Matías—. Hasta la década de los ochenta del siglo
XIX
, las novelas de Verne presentan a la ciencia y a los científicos como algo positivo. Pero, a partir de ese momento, algo cambió. En
Dueño del mundo
o en
Sans dessus dessous
, los científicos protagonistas no dudan en emplear sus conocimientos en beneficio propio, de un modo egoísta, sin reparar en los daños que su ambición puede ocasionar.

—¿Y por qué cree usted que Verne cambió de ideas? —Estrela se sentía cada vez más intrigada. Si Matías Novoa estaba loco, había que reconocer que desde su locura había sido capaz de construir una historia seductora.

—Porque descubrió los riesgos que la ciencia podía tener para la humanidad —respondió Matías—. Comprendió que la ciencia no podía sustituir por completo al espíritu. Además, durante su relación con los Superiores Desconocidos tuvo acceso a secretos solo al alcance de los más altos iniciados. Si aquellos conocimientos caían en manos desaprensivas, las consecuencias podrían ser terribles.

—¿A qué conocimientos se refiere?

—¿Nunca te has preguntado sobre las profecías científicas de las novelas de Verne?

—¿Me quiere decir que fueron esos Superiores Desconocidos quienes facilitaron esa información? ¿Ellos hablaron a Verne de los submarinos, los viajes al espacio y todo lo demás?

—No exactamente, pero algo hay de eso. Muchos de los datos que Verne utiliza en sus novelas los obtenía de publicaciones científicas de la época, pero hay otros… Los Superiores Desconocidos poseen conocimientos extraordinarios, Estrela. Y, sobre todo, gozan de un don que el hombre ha anhelado desde que abandonó la Edad de Oro, el Edén.

—¿Se refiere a…?

—La inmortalidad, en efecto —completó Matías la frase de Estrela—. Verás, en las novelas de Verne hay personajes como Fogg, Nemo o Robur a quienes se describe como si el paso del tiempo no hiciera mella en ellos. Todos parecen tener menos edad de la que tienen en realidad. Pero, al mismo tiempo, hay algo oscuro en ellos. Otras novelas de la época, como
Drácula
, de Bram Stoker, exploraron un sendero siniestro para alcanzar la inmortalidad, y Verne insinúa igualmente esa opción en
El castillo de los Cárpatos
.

—¿Está usted hablando de vampirismo? —Los ojos de Estrela se abrieron como platos.

—Lo que quiero decir es que los hombres, para alcanzar la inmortalidad, no han dudado en adentrarse en los pliegues más oscuros de la magia y en los rituales más execrables. Verne lo sabía. Comprendió que el mayor de los secretos que le había sido posible conocer en sus contactos con los Superiores Desconocidos podía destruir al hombre, al menos al hombre del mundo en el que él vivía. La gente mataría por ser inmortal, lo cual resulta dolorosamente irónico.

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