—Sapkowski, ¿hay algo saliendo de ese pozo?
—No… No, señor. Las paredes son rocosas, veo… veo el túnel del metro desde aquí, un corte transversal, o lo que parece un túnel de metro. Pero no hay nada saliendo de… —se interrumpió de repente—, señor, hay algo que… Es una especie de criatura, ¡está emergiendo de entre la masa de monstruos!
—¿Está emergiendo del pozo? —preguntó el mayor Gardner.
—No, no… Es alrededor del agujero. Es como un… Como un pudín, no sabría describirlo mejor. Es asqueroso y… Oh, vaya. Tiene unos tentáculos que se cimbrean en el aire, se agitan. Creo que está…
En la sala de conferencias donde escuchaban la transmisión, los altavoces produjeron un sonido seco, seguido de un montón de estática. Hubo miradas de preocupación. El mayor se acercó al micrófono.
—¡Sapkowski! ¿Está usted ahí?
Hubo un par de segundos de intenso silencio, pero luego, un Sapkowski con la voz acelerada y jadeante retomó la transmisión.
—¡Señor! Es-estamos bien. ¡La madre que…! Perdone, señor. Nos han arrojado algo. Creo… Creo que era una especie de roca gigante. El piloto ha tenido que hacer un giro inesperado y he perdido el cacharro.
—De acuerdo, soldado. ¡Buen trabajo! Aunque no me crea, ésas son buenas noticias.
El oficial no lo dijo, pero sabía lo que eso significaba. Lo sabían todos en la sala de conferencias: si se veían obligados a lanzarles objetos, era porque no contaban con ninguno de los misteriosos lanzaesporas cerca.
—Eh… Sí, señor.
—De acuerdo. Ahora quiero que me diga una cosa. Observe bien a su alrededor. Quiero que me diga si ve usted alguna esfera, luminosa o no. Alguna estructura redonda como una pelota de fútbol.
Sapkowski dudó unos instantes.
—Eh… No, no señor. No vemos nada parecido.
—Es muy importante, Sapkowski. Intente identificar alguna estructura circular entre las criaturas. Cerca del agujero, o a cierta distancia del agujero. Y soldado, esto le parecerá raro, pero quiero que observe el aire. ¿Ve usted alguna esfera, luminosa o no, en el aire?
—Un segundo…
La sala esperó, expectante. Alguien encendió un cigarrillo.
—No, no creo que… ¡Señor! —exclamó de pronto, elevando el tono de voz—. Algo está ocurriendo…
—¡Díganos!
—Señor… están… Un momento. El piloto está… Oh, Dios —un par de segundos de pausa—. El piloto está maniobrando, y… creo que me he dejado el estómago ahí atrás.
El mayor Gardner, tan impaciente como nervioso, soltó un gruñido que se asemejaba algo a una risa.
—¿Siguen arrojándoles cosas, soldado?
—Así es. Un segundo.
El mayor Gardner cortó el micrófono por unos segundos.
—Tendremos que darles la Medalla de Honor a estos chicos —dijo el mayor a la sala.
—¿Señor? —preguntó Sapkowski.
—Dígame, soldado.
—Ya está. Verá… Ahora… Ahora lo hemos visto bien. Están llenándolo de agua, señor… Son los tubos. Los tubos negros. Los utilizan para bombear agua dentro del pozo.
Esa declaración arrancó un murmullo de comentarios en la sala de conferencias.
—Soldado, ¿está diciendo que están bombeando
agua
dentro del pozo?
—Agua del Mystic River, señor. Tres tubos… la cantidad de agua es… es apabullante. Parecen las cataratas del Salto del Ángel.
El mayor frunció el ceño mientras la sala empezaba a bullir de actividad. Se cogían teléfonos, se hacían llamadas y los secretarios abandonaban la sala a la carrera.
De pronto, Sapkowski empezó a gritar.
—¡Señor, tenemos problemas!
—¿Qué ocurre, muchacho?
—¡La…!
Ruidos, seguidos de un sonido estridente agudo, irrumpieron a través de los altavoces. La sala se congeló.
—¡… esporas, son como ácidoooooo!
El grito continuó, volviéndose más y más agudo y estridente, hasta que, de pronto, fue cortado por un traquido exasperante, una especie de estertor final en forma de crujidos y trepidaciones, hasta que, finalmente, la radio enmudeció.
Tras unos breves instantes, la sala reanudó la actividad.
El mayor fue el primero en hablar.
—Agua, por mis santos galones. ¡Agua! ¿Alguien tiene alguna puñetera idea de qué coño significa eso?
LAS noticias de que los misteriosos pozos podrían estar siendo usados para bombear agua en su interior causó un enorme revuelo. Era la primera vez que se conocía la existencia de un pozo abierto, y el uso que se le estaba dando tenía a todo el mundo desconcertado.
La información la obtuvo el gobierno de los Estados Unidos de América en primer lugar, pero, contra todo pronóstico, estaba a disposición de todas las naciones unos cinco minutos después de conocerse.
Se formularon varias teorías.
Las primeras eran las más disparatadas. Incluían la posibilidad de que llenaran los pozos con agua para que criaturas marinas pudieran emerger por ellas. No fue hasta que la información llegó a manos de los geólogos que empezaron a barajarse posibilidades más serias. Y mucho más terribles.
El profesor Heinrich Biermann, del Instituto de Geología Ambiental de la Universidad Técnica de Braunschweig, fue el primero en formular lo que se denominó la Teoría de la Desestabilización. Fue invitado a una de las reuniones internacionales a presentar sus observaciones.
—Cojamos la serie de terremotos de Nazko, en el área Central Interior de la Columbia Británica, Canadá, entre 2007 y 2008. Como sabemos, este incidente ha sido objeto de estudio para geólogos de todo el mundo por sus características. Bien, cada uno de esos seísmos, en superficie, fue inferior a cuatro en la escala de Richter, pero son interesantes para comprender nuestra propuesta. Se originaron a unos veinticinco kilómetros por debajo de la superficie, justo en la capa magmática del planeta. Se ha determinado que su origen fue la formación de rocas plutónicas, intrusivas, en el mismo corazón del magma, y el movimiento resultante de las placas tectónicas. ¿La causa? Filtraciones de agua marina a nivel del magma. Eso hace que éste se enfríe rápidamente y se solidifique generando esas rocas ígneas, como la diorita, el pórfido, el gabro, etcétera.
»Ha habido casos similares en América del Norte. Eso incluye los seísmos bajo el lago Tahoe en el estado de California, y el del cráter Jordan en el estado de Oregón, en 2003 y 2004 respectivamente. Afortunadamente, ninguno de ellos tuvo la suficiente fuerza como para provocar una erupción volcánica.
»Bien. Lo que ocurre con esas formaciones inesperadas de rocas es que modifican sustancialmente la manera en la que fluye el magma. Como sabemos, el magma está en constante movimiento; las placas tectónicas flotan en él y se mueven. No forman una única pieza, sino que son varias piezas independientes que pasan por un proceso de reciclaje continuo. Ahí abajo, bajo la superficie, el magma derrite estas placas una y otra vez; se convierten en parte de él, y a la vez el magma genera sedimentos nuevos que, al solidificarse, acaban por formar parte de las placas tectónicas. Es un proceso lento, extremadamente lento. Cuando se acelera un poco por cualquier motivo, da lugar a terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas. Y lo que esas formaciones de roca provocan es precisamente acelerar el proceso.
El profesor se detuvo unos segundos para beber un poco de agua.
—Ahora bien —continuó—, lo que tenemos aquí es una chimenea natural abierta, presumiblemente, hasta el magma. Si bombeamos agua en grandes, enormes cantidades… cientos de miles de litros, la reacción puede ser semejante a echar un poco de agua fría en un vaso que contiene líquido a punto de ebullición. Seguro que les ha pasado con su café en más de una ocasión. En Nazko, nuestro café tenía una tapadera: la misma corteza de la tierra, pero aquí no hay nada que frene todo ese estrés.
«Imaginen siquiera una reacción semejante. Quiero decir… Estoy seguro de que no pueden. El magma irrumpiría hacia arriba en forma de columna, circulando por un túnel cilíndrico que haría las veces de cañón. La erupción alcanzaría varios kilómetros de altitud. Caballeros, hablamos de algo tan espectacular que sería visible desde el espacio.
Llegados a este punto, los oyentes en todas las salas de reuniones de todo el mundo se entregaron a hacer comentarios y murmuraciones. Había expresiones atónitas y había manifiesto terror en el rostro de muchos de ellos.
—Damas y caballeros, esto no es todo —continuó diciendo el profesor, mientras se ajustaba las gafas con ayuda de un dedo—: Me temo que las repercusiones de una erupción semejante serían una de nuestras menores preocupaciones.
«Como saben, las erupciones volcánicas más fuertes van acompañadas de seísmos importantes. De hecho, éste es uno de los tipos de volcanes más peligrosos. Los llamamos sismo-volcánicos, y se producen por el vaciado inesperado de magma.
»Bien, si pueden imaginar un vaciado de magma semejante al requerido para soltar ese impresionante cañón de lava incandescente del que hemos hablado antes, comprenderán que eso desestabilizará tan por completo las placas tectónicas, que éstas empezarían a moverse como un diente de leche en la encía de un niño. Ya no sólo estaríamos hablando de volcanes tan grandes que podrían ocultar el sol con su enorme lluvia de cenizas, con repercusiones abrumadoras para la vida de este planeta, sino de terremotos en cadena a varios cientos de kilómetros alrededor. ¡Pero nuestra teoría va aún más lejos!
En la oficina española, en el corazón del bunker de la Moncloa, el general Abras, al borde de un colapso nervioso, estaba gritando al teléfono: «¡Ataquen ¿Me oye? Ataquen!»
—Sabemos que estos invasores están repitiendo esta estrategia en puntos dispares del planeta —continuaba diciendo el profesor—. Es bastante inquietante de por sí que pueda haber pozos de inyección de agua en lugares que no conocemos, pero los que sí conocemos son suficientes para hacernos establecer una teoría. Me gustaría explicarles cómo funcionan las placas tectónicas y cómo se asientan unas sobre otras, pero les ahorraré los detalles. Basta decir que un efecto similar orquestado en puntos clave de la arquitectura de placas podría generar un colapso generalizado. Hablamos de movimientos masivos, formaciones de montañas como las que originaron el monte Everest, y depresiones. Esto podría deducirse con tiempo, podrían estudiarse los modelos y llegar a conclusiones, pero lamentablemente no disponemos de ese tiempo. Sin embargo, debido a la naturaleza esencialmente marina de nuestros atacantes, podemos colegir que el efecto que podrían estar buscando es la inmersión absoluta de toda, o casi toda, la tierra en el mar. Y esto es todo. Buenas tardes.
Cuando el profesor terminó, ni siquiera el director fue capaz de retomar inmediatamente la sesión. Casi todos los países pedían el turno de la palabra. Los teléfonos ardían, la base de datos de cooperación internacional empezó a experimentar una sobrecarga y los pasillos de los principales centros de mando de cada país se anegaron en un bullicio semejante al de un mercadillo de un país del Tercer Mundo.
La ministra de Defensa estaba viendo cómo uno de los portavoces, incapaz de obtener el turno de palabra, estaba moviendo los labios como si gritara mientras mostraba a la cámara un cartel escrito con un rotulador en el que se leía: NUKE JAPAN.
[4]
Detrás de él había proyectada una imagen de satélite en la que se veía una alarmante concentración de criaturas en torno a un círculo oscuro, cerca de lo que parecía ser Tokio.
—A tomar por culo —exclamó, mientras empezaba a rascarse la nuca con sus uñas pintadas de rojo.
Nadie durmió realmente aquella noche.
Marianne dejó a Thadeus con el sargento Torres y salió a respirar un poco de aire fresco. Todo ese asunto de la inminente batalla, los preparativos y las explicaciones que Thadeus estaba dando al sargento sobre lo que había encontrado al vaciar el cadáver del monstruo le venía grande.
Sin proponérselo, se encontró mirando otra vez la cúpula-caparazón, que estaba ya completamente cubierta por las lonas de las tiendas. Después de mirarla durante un rato, inclinó la cabeza y terminó pensando que se asemejaba más a medio huevo. A medio huevo de color verde.
¿Y de dónde salía toda aquella gente? Alrededor del huevo-caparazón había casi un centenar de personas. Apenas podía oír nada por encima del maldito ruido, pero juraría que estaban cantando. Una de esas canciones tántricas, monótonas e ininteligibles, pero algún tipo de melodía al fin y al cabo.
Sacudió la cabeza.
Pero el zumbido… El zumbido estaba empezando a tener un efecto demoledor en su cabeza. Notaba un principio de migraña, y podía jurar que si el ruido no había cesado por la mañana, gritaría hasta desgañitarse. ¡Qué desilusión se llevó cuando le preguntó al sargento si ellos tenían algo que ver!
—¿Esto que se escucha? —contestó él—. No tenemos nada que ver. Dios, si fuera alguno de nuestros malditos aparatos, no sólo lo desenchufaría, sino que lo machacaría con una piedra para asegurarme de
que jamás
vuelve a ponerse en marcha.
—Entonces… ¿no saben lo que es? —preguntó Thadeus.
—En absoluto. Informamos a nuestros superiores en cuanto se produjo. Vaya, parecía importante. Pero no crea que nos hicieron caso. Según parece, se escucha en muchas otras partes del mundo.
Thadeus arrugó la nariz, pensativo.
—Eso es muy extraño —dijo.
—Supongo que tienen bastantes problemas. Una cosa cada vez, es lo que yo digo.
Marianne recordó lo que había dicho aquel joven, Corso, Koldo o como se llamase, en cuanto el ruido empezó a oírse por todo el campamento. Miró al cielo y su rostro se iluminó como el de un niño al que le abren las puertas de Eurodisney. «¡Son Ellos!», había dicho. Marianne no sabía a qué se enfrentaban todavía; había demasiadas cosas que no encajaban, como si no tuviesen nada que ver, pero había llegado a un punto en el que ya no se preguntaba qué demonios ocurría. No le importaba si el enemigo eran bichos marinos o criaturas alienígenas llegados del espacio. La Gran Batalla estaba próxima, y sólo podía esperar que se desarrollase lo mejor posible.
Iba a darse la vuelta para regresar cuando alguien le tocó el hombro. Dio un respingo y se dio la vuelta con rapidez.
—Hey —dijo Thadeus.
—Uf… ¡Qué susto me has dado! —exclamó Marianne.
—Perdona —exclamó él, sonriente.