Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
—¿Así que
estás
esperando ante mi puerta sólo para acusar a mi mejor amiga, o hay algún otro motivo por el que has venido?
Enzo abrió la boca para decir algo, y entonces tan sólo negó con la cabeza.
—Olvídalo —dijo, y empezó a marcharse.
Le bloqueé el paso.
—No —dije—. Viniste por un motivo. Dime cuál es.
—¿Porque ya no te veo?
—¿Es eso lo que has venido a decirme?
—No —dijo Enzo—. No es eso lo que he venido a decir. Pero es lo que te estoy preguntando ahora. Han pasado dos semanas desde que Gretchen y Magdy hicieron su numerito, Zoë. Fue entre ellos dos, pero apenas te he visto desde entonces. Si no me estás evitando, la verdad es que lo simulas bastante bien.
—Si fue entre Gretchen y Magdy, ¿por qué te marchaste tú también? —pregunté.
—Es mi amigo. Alguien tenía que calmarlo. Ya sabes cómo se pone. Sabes cómo se viene abajo. ¿Qué clase de pregunta es ésa?
—Sólo estoy diciendo que no es únicamente entre Magdy y Gretchen —dije—. Es entre todos nosotros. Tú y yo y Gretchen y Magdy. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo sin Magdy?
—No recuerdo que él esté presente cuando nosotros pasamos tiempo juntos —dijo Enzo.
—Sabes a qué me refiero. Siempre lo estás siguiendo, impidiendo que le pegue alguien o que se rompa el cuello o haga alguna estupidez.
—No soy su cachorrito —dijo Enzo, y durante un momento se enfadó de veras. Cosa que era nueva.
Lo ignoré.
—Eres su amigo —dije—. Su mejor amigo. Y Gretchen es mi amiga. Y ahora mismo nuestros mejores amigos no pueden verse mutuamente. Y eso nos afecta a nosotros, Enzo. Déjame preguntarte qué sientes por Gretchen. No te cae muy bien, ¿verdad?
—Hemos tenido días mejores —contestó Enzo.
—Bien. Porque ella y tu mejor amigo están de uñas. Yo siento lo mismo hacia Magdy. Te garantizo que él siente lo mismo hacia mí.
Y Gretchen no siente mucha simpatía hacia ti. Quiero pasar el tiempo contigo, Enzo, pero la mayor parte de ese tiempo los dos llevamos un paquete. Venimos con nuestros mejores amigos adjuntos. Y ahora mismo no estoy para dramas.
—Porque es más fácil hacer como si nada —dijo Enzo.
—Porque estoy
cansada,
Enzo —dije, escupiendo las palabras—. ¿Vale? Estoy
cansada.
Me despierto cada mañana y tengo que correr o hacer ejercicios de fuerza o algo que me agota justo después de haberme levantado de la cama. Estoy cansada antes de que el resto de vosotros esté siquiera despierto. Luego las clases. Luego una tarde entera recibiendo palizas físicas para aprender a defenderme, por si algún alienígena quiere bajar aquí a matarnos a todos. Luego me paso las noches leyendo sobre todas las razas alienígenas que hay ahí fuera, no porque sea interesante, sino por si necesito asesinar a alguno de ellos, para saber dónde tiene sus puntos flacos. Apenas tengo tiempo para pensar en nada más, Enzo. Estoy
cansada.
¿Crees que todo esto me divierte? ¿Crees que me divierte no verte? ¿Pasarme todo el tiempo aprendiendo cómo herir y matar a gente? ¿Crees que es divertido para mí que todos los días me restrieguen por la nariz el hecho de que ahí fuera hay todo un universo esperando asesinarnos? ¿Cuándo fue la última vez que tú pensaste en eso? ¿Cuándo fue la última vez que lo pensó Magdy? Yo lo pienso
todos los días,
Enzo. No hago otra cosa. Así que no me digas que es más fácil para mí hacer como si nada. No tienes ni idea. Lo siento. Pero es así.
Enzo me miró un momento, y luego extendió una mano para secarme las mejillas.
—Podrías habérmelo dicho, ¿no?
Solté una risita.
—No tengo
tiempo —
dije. Eso provocó una sonrisa en Enzo—.
Y de todas formas, no quiero preocuparte.
—Es un poco tarde para eso. —Lo siento. —No pasa nada.
—Te echo de menos, ¿sabes? —dije, secándome la cara—. Pasar tiempo contigo. Incluso cuando eso significa pasar el tiempo con Magdy. Echo de menos poder charlar contigo. Echo de menos verte caer en el balón prisionero. Echo de menos que me envíes poemas. Lamento que nos hayamos enfadado últimamente, y que no hiciéramos nada para arreglarlo. Lo lamento y te echo de menos, Enzo.
—Gracias.
—No hay de qué.
Permanecimos allí de pie un rato, mirándonos.
—Viniste aquí para romper conmigo, ¿verdad? —dije por fin.
—Sí —contestó Enzo—. Lo siento.
—No lo sientas. No he sido una buena novia.
—Sí que lo has sido. Cuando tenías tiempo.
Otra risa nerviosa por mi parte.
—Bueno, ése es el problema, ¿no?
—Sí —dijo Enzo, y sé que lamentó tener que decirlo.
Y así se terminó mi primera relación, y me fui a la cama, y no dormí.
Y me levanté cuando salió el sol y me dirigí a la zona de ejercicios, y empecé todo de nuevo. Ejercicio. Clases. Entrenamiento. Estudio.
Una época agotadora.
Así fueron mis días, la mayoría de ellos, durante meses, hasta que cumplimos casi un año entero en Roanoke.
Y entonces empezaron a pasar cosas. Muy rápido.
—Vamos a buscar a Joe Loong —le dijo Jane al grupo de búsqueda, reunido en la linde del bosque junto a la casa de Joe. Papá, que la acompañaba junto con Savitri, la dejaba tomar la iniciativa—. Lleva perdido dos días. Therese Arlien, su compañera, ha explicado que la noticia del regreso de los fantis a la zona le llamó la atención y le dijo que intentaba acercarse a una de las manadas. Trabajaremos según esa hipótesis, o que quizá resultó herido por uno de los animales.
Jane señaló la linde de árboles.
—Vamos a buscar por la zona en grupos de cuatro, desplegándonos en hilera desde aquí. Cada miembro del grupo debe permanecer en contacto mediante la voz con los miembros que tenga a cada lado; cada miembro a la izquierda o la derecha de un grupo también debe mantener contacto mediante la voz con su equivalente en el siguiente grupo. Llámense cada par de minutos. Lo haremos despacio y con cuidado: no quiero que nadie más desaparezca, ¿comprendido? Si pierden contacto con los otros miembros de su grupo, deténganse y quédense donde están, y dejen que los miembros de su grupo reestablezcan el contacto. Si la persona que está próxima no responde a su llamada, deténganse y alerte a aquellos con los que sí mantengan contacto. Repito: no perdamos a nadie más, sobre todo cuando se trata de encontrar a Joe. Bien, ¿todos saben a quién buscamos?
Todos asintieron: la mayoría de las ciento cincuenta personas que se habían ofrecido para buscar a Loong eran amigos suyos. Yo personalmente tenía una vaga idea de cómo era, pero tenía la impresión de que si alguien venía corriendo hacia nosotros, agitando las manos y diciendo «gracias a Dios que me habéis encontrado», probablemente sería él. Y unirme a la partida de búsqueda me libraba de un día de clases. No se puede competir con eso.
—Muy bien —dijo mamá—, organicémonos en grupos.
La gente empezó a agruparse en equipos de cuatro. Me volví hacia Gretchen y supuse que ella y yo formaríamos equipo con Hickory y Dickory.
—Zoë —dijo mamá—. Tú conmigo. Trae a Hickory y Dickory.
—¿Puede venir Gretchen con nosotros? —pregunté.
—No. Ya somos cuatro. Lo siento, Gretchen.
—No importa —le respondió Gretchen a mamá, y luego se volvió hacia mí—. Intenta sobrevivir sin mí.
—Basta —dije—. Tampoco estamos saliendo.
Ella sonrió y se marchó para unirse a otro grupo.
Después de varios minutos, tres docenas de grupos de cuatro se desplegaron a lo largo de más de medio kilómetro de linde. Jane dio la señal y empezamos a andar.
Entonces llegó el aburrimiento: tres horas de caminar por el bosque, despacio, buscando pistas de que Joe Loong se hubiera encaminado en esa dirección, llamándonos cada pocos minutos. No encontré nada, mamá a mi izquierda no encontró nada, Hickory a mi derecha no encontró nada, y Dickory a su derecha no encontró nada tampoco. No quisiera parecer insensible, pero creía que al menos sería un poco más interesante.
—¿Vamos a hacer una pausa pronto? —le pregunté a Jane, acercándome a ella cuando la vi.
—¿Estás cansada? Creía que después de todo ese entrenamiento que practicas, un paseo por el bosque sería sencillo.
Vacilé ante este comentario. Yo no había hecho ningún secreto de mi entrenamiento con Hickory y Dickory (sería muy difícil de ocultar, dado el tiempo que le dedicaba), pero no era algo de lo que las dos habláramos mucho.
—No es una cuestión de fuerza —dije—. Es de aburrimiento. Llevo buscando en el bosque tres horas. Empiezo a hartarme un poco.
Jane asintió.
—Descansaremos pronto. Si no encontramos nada en esta zona dentro de una hora, reagruparé a la gente al otro lado de la casa de Joe y lo intentaremos por allí.
—No te importa que haga lo que estoy haciendo con Hickory y Dickory, ¿verdad? —le pregunté—. No es que hable demasiado del tema. Ni contigo ni con papá.
—Nos preocupó el primer par de semanas, cuando volvías cubierta de magulladuras y te ibas a dormir sin decirnos ni hola —contestó Jane. Siguió andando y escrutando mientras hablaba—. Y lamento que rompiera tu amistad con Enzo. Pero ya eres lo bastante mayor para tomar tus propias decisiones sobre lo que quieres hacer con tu tiempo, y ambos decidimos que no íbamos a darte la lata al respecto.
Estuve a punto de decir «Bueno, no fue decisión mía del todo», pero Jane siguió hablando.
—Aparte de eso, pensamos que es buena idea —dijo—. No sé cuándo nos encontrarán, pero creo que lo harán. Sé cuidar de mí misma; John puede cuidar de sí mismo. Fuimos soldados. Nos gusta ver que estás aprendiendo a cuidar de ti misma. Cuando llegue el momento, puede ser lo que marque la diferencia.
Dejé de andar.
—Bueno, es un poco deprimente que digas eso.
Jane se detuvo y se me acercó.
—No pretendía que lo fuera.
—Acabas de decir que podría estar sola al final de todo esto —dije—. Que cada uno de nosotros tendrá que cuidar de sí mismo. No es exactamente una idea alegre, ¿sabes?
—No es lo que pretendía —dijo Jane. Extendió la mano y tocó el colgante de jade con el elefante que me había regalado hacía muchos años—. John y yo no te dejaremos nunca, Zoë. Nunca te abandonaremos. Tienes que saberlo. Es una promesa que te hicimos. Lo que estoy diciendo es que nos necesitaremos unos a otros. Saber cuidar de nosotros mismos significa que seremos mejores para ayudarnos unos a otros. Significa que tú podrás ayudarnos a nosotros. Piensa en eso, Zoë. Todo se reduce a lo que puedas hacer. Por nosotros. Y por la colonia. Eso es lo que estoy diciendo.
—Dudo que vaya a ser así.
—Bueno, yo también lo dudo. O al menos espero que no acabe así.
—Gracias —dije sarcásticamente.
—Sabes lo que quiero decir.
—Lo sé. Pero me hace gracia la brusquedad con que lo expresas.
A nuestra izquierda sonó un grito leve. Jane giró en esa dirección y luego se volvió a mirarme: su expresión dejó claro que el momento de unión madre-hija que estábamos teniendo había llegado bruscamente a su fin.
—Quédate aquí —dijo—. Da la voz para que la hilera se detenga. Hickory, ven conmigo.
Los dos salieron corriendo en la dirección del grito a una velocidad que me pareció casi imposible; recordé de pronto que sí, de hecho, mamá era veterana de guerra. Antes era sólo una idea. Ahora por fin tenía las herramientas para comprenderlo de verdad.
Varios minutos más tarde Hickory regresó, le comunicó algo a Dickory en su propio idioma al pasar, y me miró.
—La teniente Sagan dice que tienes que regresar a la colonia con Dickory.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Han encontrado a Joe?
—Así es.
—¿Está bien?
—Está muerto —dijo Hickory—. Y la teniente Sagan cree que hay motivos para temer que los grupos de búsqueda corran peligro si se quedan aquí más tiempo.
—¿Por qué? ¿Por los fantis? ¿Lo arrollaron o algo?
Hickory me miró a los ojos.
—Zoë, no necesitas que te recuerde tu último viaje al bosque y lo que os siguió entonces.
Me quedé helada.
—No —dije.
—Sea lo que sean, parecen seguir a las manadas de fantis cuando emigran —dijo Hickory—. Han seguido a estas manadas hasta aquí. Y parece que encontraron a Joseph Loong en el bosque.
—Oh, Dios mío. Tengo que decírselo a Jane.
—Te aseguro que lo ha comprendido —dijo Hickory—. Y ahora tengo que buscar al mayor Perry, para que lo sepa también. Todo está controlado. La teniente te pide que regreses a Croatoan. Y yo también. Dickory te acompañará. Vete ya. Y te aconsejo que guardes silencio hasta que tus padres lo hagan público.
Hickory se perdió en la distancia. Lo vi marchar y luego regresé a casa, rápido, con Dickory siguiéndome el ritmo. Los dos avanzábamos en silencio, como habíamos practicado tantas veces.
* * *
La noticia de que Joe Loong estaba muerto se extendió rápidamente por la colonia. Los rumores de
cómo
murió se extendieron aún más rápido. Gretchen y yo estábamos sentadas delante del centro comunitario de Croatoan mirando cómo un grupo de chismosos alimentaba las habladurías.
Jun Lee y Evan Black fueron los primeros en hablar: habían formado parte del grupo que encontró el cuerpo de Loong. Disfrutaban de su protagonismo mientras le contaban a todo el que quería escuchar cómo encontraron a Loong, cómo había sido atacado y cómo lo que fuera que lo hubiera atacado había devorado una parte de su cuerpo. Algunos especulaban que una carnada de yotes, los carnívoros locales, habían acorralado a Joe Loong hasta abatirlo, pero Jun y Evan se rieron de eso. Todos habíamos visto a los yotes: tenían el tamaño de perros pequeños y huían de los colonos nada más verlos (y por buenos motivos, ya que los colonos la emprendían a tiros con ellos por molestar al ganado). Ningún yo te, ni siquiera una carnada de yotes, decían, podría haberle hecho a Joe lo que habían visto.
Poco después de que estas noticias sangrientas se difundieran, el Consejo de la colonia se reunió en el hospital de Croatoan, donde habían llevado el cadáver de Loong. El hecho de que el «gobierno» se reuniera hacía sospechar a la gente que se trataba de un asesinato (el hecho de que el «gobierno» en este caso fueran sólo doce personas que se pasaban casi todo el tiempo arando como todo el mundo no importaba). Loong había estado viendo a una mujer que había dejado hacía poco a su marido, así que el marido era el principal sospechoso: tal vez siguió a Loong hasta el bosque, lo mató y luego los yotes se cebaron en él.