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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (12 page)

—¿Y si los terroristas pueden dar un salto al otro lado de la calle y atacar la Casa Blanca? —‌se planteó Stone.

Gross asintió.

—Es lo que se preguntan todas las personas de este edificio.

—De muchos edificios —‌añadió Stone.

—¿Dónde está tu compinche británica? —‌preguntó Gross.

—No lo sé seguro —‌repuso Stone.

—¿Qué opinas de ella? —‌preguntó Gross.

—Es una de las mejores, de lo contrario no estaría metida en esto.

—Un buen activo para nosotros, ¿no?

—Eso creo. ¿Alguna noticia sobre el tipo del chándal o el hombre trajeado?

—Nada. A diferencia de Marisa Friedman, las imágenes del vídeo del tío trajeado no estaban muy claras. No me extraña que nadie le haya reconocido. No miraba a la cámara. Iba siempre mirando al suelo.

—¿Crees que sabía dónde estaban colocadas las cámaras?

—Ni siquiera yo sé dónde están las cámaras —‌repuso Gross‌—, pero hemos emitido un aviso en los medios para que todo aquel que estuviera en el parque aquella noche se presente ante las autoridades. Por eso lo hizo Friedman. Así que me extraña que no hayamos sabido nada de él.

—Bueno, es normal que no sepamos nada de él si está implicado en este asunto —‌señaló Stone.

Gross se sentó junto al escritorio y jugueteó con la grapadora.

—¿Lo viste de cerca?

Stone se concentró.

—Un metro setenta, calva incipiente, hombros ligeramente encorvados. No llegué a verle la cara. Es probable que tuviera la piel tirando a oscura. Pero no sé decir si era una cuestión de raza, etnia o bronceado. Obviamente no llevaba turbante, kufi ni pañuelo palestino. Eso se habría visto claramente en el vídeo.

—Tu descripción encaja con las imágenes del vídeo.

—¿Has tenido noticias del agente Garchik? —‌preguntó Stone.

—Le doy la lata cada media hora. Ha dicho que hoy iba a volver al parque para continuar la búsqueda.

—¿Cuándo iba a ir exactamente? —‌preguntó Stone.

—Ha dicho que esta tarde.

Stone se levantó.

Gross lo miró.

—¿Vas a algún sitio?

—Voy a comprobar unas cuantas cosas.

—¿Y compartirás lo que descubras?

—Yo juego limpio.

—Te he buscado en la base de datos oficial, pero no he encontrado nada.

—Lo contrario me habría sorprendido.

—¿Por qué?

—Porque oficialmente no existo.

22

Al cabo de media hora Stone volvía a estar en Lafayette Park. La zona seguía acordonada y las medidas de seguridad eran las más estrictas que había visto jamás, incluso más estrictas que después del 11-S. Alguien había penetrado en el núcleo del liderazgo del país, y Stone intuía ira, bochorno y miedo en el semblante atónito de las fuerzas de seguridad.

Nada más llegar a la zona cero Chapman se reunió con él. Vestía unos pantalones negros y anchos y una americana a juego que le quedaba un poco larga para disimular la pistolera que le colgaba del hombro.

—Todas las agentes que he conocido llevaban la pistolera en el cinturón.

—¿Ah, sí? Bueno, a mí me parece que se saca más rápido desde el hombro. Y así no tengo que guardar la dichosa pistola en los pantis cuando voy al baño. Y llevo una capa adicional de tejido en las blusas justo en ese sitio.

—¿Por qué?

Le dedicó una mirada feroz.

—Porque tengo pechos, Stone, por si no te has dado cuenta.

—En realidad intentaba mantenerme neutral ante cuestiones de género, agente Chapman.

—Muy amable por tu parte. ¿Entonces Yemen? —‌dijo Chapman.

—¿Te lo crees? —‌preguntó Stone.

—Muy conveniente para algunos.

—¿Y para tu jefe?

—Ya no se cree casi nada, la verdad.

—Cosas de la edad —‌observó Stone‌—. El agente Garchik vendrá aquí más tarde para hacer un seguimiento.

—¿Seguimiento? ¿No tuvo bastante la primera vez con su superanalizador de residuos?

—Creo que lo del seguimiento significa que tiene ciertas preocupaciones.

—¿Oliver?

Stone se giró de inmediato al oír la voz. Era característica, realmente inconfundible. Hacía mucho tiempo que no la oía.

—¿Adelphia?

La mujer estaba detrás de las barricadas en la calle H. Tenía a cuatro agentes de policía y dos agentes del Servicio Secreto delante.

Stone se acercó rápidamente a ella seguido de Chapman.

—La señora dice que le pidió que se reuniera con usted aquí. De lo contrario no habría llegado tan lejos —‌dijo uno de los agentes.

—¿Adelphia? —‌repitió mirándola fijamente.

—¿Entonces la conoce, señor? —‌preguntó el agente.

—Sí, sí que la conozco.

—De todos modos no puedo dejar pasar a ninguna persona que no esté autorizada. La escena todavía está acordonada.

—De acuerdo —‌dijo Stone‌—. Saldré y la acompañaré desde aquí.

Pasó por una abertura de las barricadas, tomó a Adelphia del brazo y la condujo en dirección a St. John’s Church. Cerca de la entrada había un banco. Stone sabía que ese banco se había utilizado hacía años para enseñar a los agentes de la CIA novatos cómo realizar misiones de señalización para pasar información clandestina. Ahora no era más que un lugar de descanso.

Se sentaron mientras Chapman rondaba por las inmediaciones, lo bastante lejos paro no oírles, por deferencia a la petición apresurada de Adelphia de hablar con Stone a solas.

Oliver Stone y Adelphia compartían una historia común. Ella se había manifestado en Lafayette Park antes incluso que él. Se habían hecho amigos. Había ayudado a Stone en varios momentos críticos de su vida. Un día no había regresado a su pequeña tienda situada cerca del extremo del parque. Al cabo de unos días, Stone fue a su diminuto apartamento situado encima de una tintorería en Chinatown para ver si le había pasado algo. El sitio estaba vacío. Nadie fue capaz de decirle a dónde había ido. No la había visto desde entonces.

Había envejecido, tenía el pelo muy canoso. Su rostro, surcado de arrugas cuando la vio por última vez, estaba incluso más demacrado y apagado, y las ojeras se le habían hinchado. La recordaba combativa y reservada. Pero había sabido lo bastante de sus orígenes para sospechar que había tenido una vida extraordinaria antes de instalarse en Lafayette Park.

—Adelphia, ¿dónde has estado todo este tiempo? Desapareciste, sin más.

—Me vi obligada, Oliver. Llegó el momento.

No tenía un acento tan marcado como en el pasado. Su dominio del idioma inglés, siempre un tanto irregular, había mejorado de forma considerable.

—¿Qué quieres decir con eso de que llegó el momento?

—Tengo que contarte algo.

—¿El qué?

—Antes una pregunta. ¿Estás trabajando para el gobierno otra vez?

—¿Otra vez? ¿Cómo sabes que hubo otras veces?

—Hay muchas cosas que no sé sobre ti, Oliver. Pero otras sí las sé. —‌Hizo una pausa antes de añadir‌—: Como que tu nombre verdadero es John Carr.

Stone se recostó y la observó con otros ojos.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—¿Recuerdas cuando aquel hombre te agredió aquella vez que intenté dar dinero a un sintecho?

—Lo recuerdo.

—Te defendiste empleando una técnica que solo había visto una vez con anterioridad, cuando unos comandos de elite soviéticos vinieron a Polonia a detener a disidentes.

—¿Sospechaste que era espía?

—Se me pasó por la cabeza, pero los acontecimientos me demostraron lo contrario.

—¿Estás al corriente de ciertos acontecimientos?

—Sé que el país te traicionó. Pero ¿vuelves a trabajar para ellos?

—Sí.

—Entonces puedo ayudarte.

—¿Cómo?

—¿El hombre del traje que estuvo aquí hace dos noches?

Él se inclinó más hacia ella.

—¿Sabes dónde está?

—Sí.

—¿Y sabes por qué estaba en el parque esa noche?

—Sí.

—¿Estaba aquí para reunirse con alguien?

—Sí. —‌Hizo una pausa‌—. Había quedado conmigo.

23

—Es el doctor Fuat Turkekul —‌dijo Adelphia antes de que Stone llegara a formular la pregunta.

—¿Doctor en qué?

—No es médico. Es doctor en Ciencias Políticas y Economía. Es un hombre muy conocido en los círculos académicos de elite. Es políglota. Pasó años en Cambridge, en la London School of Economics. En la Sorbona. Ahora es profesor visitante en Georgetown.

—¿Turkekul? ¿De dónde es?

Adelphia se apartó un mechón de pelo de los ojos.

—¿Qué más da?

—Adelphia, ya sabes lo que pasó aquí.

—¿Y el hecho de que Fuat sea extranjero lo coloca en el primer puesto de la lista de sospechosos?

—¿Por qué quedó contigo en el parque esa noche? —‌Como vio que no respondía, añadió‌—: Hay muchas cosas que nunca supe de ti. ¿Acaso una de ellas era el verdadero motivo por el que pasaste todos esos años en el parque?

—Yo supe quién eras mientras estaba en el parque —‌dijo‌—. ¿Qué te indica eso?

—Que no trabajabas con ni para los americanos. De lo contrario, se me habrían llevado.

—Era leal a otro país, pero un país aliado de Estados Unidos.

—¿Cuál?

—¿Importa?

—Quizá no a mí, pero sí a otros.

—¿A ella? —‌preguntó, señalando a Chapman.

—No demasiado, no.

—Vuestro mejor aliado en Oriente Próximo —‌dijo al final‌—. Era mi señor.

Stone meneó la cabeza lentamente.

—De acuerdo, lo entiendo. Pero volvamos a Turkekul.

—No es solo un erudito, tiene otros intereses. Pero, insisto, dichos intereses están en sintonía con los de los americanos.

—Eso es lo que tú dices, pero lo que sucedió hace dos noches me hace pensar otra cosa.

—No tuvo nada que ver con el atentado —‌replicó ella con severidad‌—. Como he dicho, había quedado conmigo. Si no se hubiera marchado cuando lo hizo lo habrían matado.

—Sí, hay que ver la suerte que tuvo —‌dijo Stone con escepticismo.

—Te digo que no tuvo nada que ver.

—¿Y por qué no te reuniste con él? No estabas aquí, eso lo sé seguro.

Parecía nerviosa.

—No es fácil decir por qué, pero no pude. Pasó la hora en que tenía que llegar y por eso se marchó. Respetamos unos horarios exactos.

—¿Has hablado con él desde entonces?

Ella lo miró con recelo.

—Yo no he dicho eso.

—Adelphia, tengo que hablar con él. De inmediato.

—Estoy segura de que no sabe nada de todo esto.

—Si es verdad entonces no tiene nada que temer.

—Eso lo dices ahora.

—¿No confías en mí?

—Has vuelto al servicio, tú mismo lo has dicho. Confío en ti, pero no en ellos. —‌Volvió a lanzar una mirada a Chapman como si representara a «ellos».

—Si Turkekul no está implicado en el atentado no tiene por qué preocuparse.

La expresión de ella era claramente escéptica.

—Ayer te vi con el agente del FBI. No los llevaré a Fuat. No lo haré por nada del mundo.

—No puede decirse que tus palabras me hagan pensar que es inocente.

—Hay muchos intereses creados por ahí, Oliver. Y la mayoría no tienen nada que ver con la culpabilidad o inocencia verdaderas. Tú lo sabes.

—De acuerdo, entonces llévame, solo a mí.

Ella asintió hacia Chapman.

—¿Y qué pasa con ella?

—Solo yo, Adelphia, pero tengo que hablar con él de inmediato.

Ella exhaló un largo suspiro.

—No es fácil, Oliver.

—Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Soy de fiar. Igual que tú confías en mí. Al fin y al cabo, eres tú quien ha acudido a mí.

—Déjame hacer una llamada —‌acabó diciendo ella a regañadientes.

24

Por el camino Adelphia contó a Stone que Fuat Turkekul se alojaba en el campus de Georgetown, en la residencia de un profesor titular que estaba pasando un año sabático en el extranjero.

Stone miró hacia donde se dirigían.

—Por aquí no se va a Georgetown —‌comentó.

—No voy a llevarte donde se aloja —‌repuso ella‌—. Por si nos siguen. Se reunirá con nosotros cerca del campus de la Universidad George Washington.

—De acuerdo.

—A tu amiga parece que no le ha hecho gracia quedarse sola —‌dijo Adelphia mientras caminaban. Stone había pedido a Chapman que esperara en el parque.

—A mí tampoco me habría gustado. Cuéntame más cosas sobre Turkekul.

—¿Qué quieres saber? —‌preguntó con prudencia. Las bocinas de los coches sonaban en medio del atasco mientras se alejaban por el oeste de la Casa Blanca en dirección a la Universidad George Washington.

—Todo.

—Eso es imposible.

—Has dicho que es un erudito amigo de este país. También has dicho que es mucho más que un académico. Y que había quedado contigo en el parque aquella noche por un motivo que no vas a revelar.

—¿Lo ves? Ya te he contado mucho.

—En realidad no me has dicho nada —‌replicó él.

—No tenía por qué acudir a ti —‌espetó ella enojada.

—Pero lo has hecho. Esperemos que no sea en vano.

—Dejaré que sea Fuat quien decida lo que quiere contar. En realidad depende de él.

Se negó a decir nada más. Llegaron al campus de la George Washington y Stone siguió a Adelphia al lugar donde habían quedado con Turkekul.

Entraron en el edificio después de que Adelphia tocara un timbre y se identificara ante una voz masculina que Stone supuso que era la de Turkekul. Subieron un tramo de escaleras. Turkekul les esperaba en la puerta abierta de un apartamento. Llevaba una camisa de vestir blanca con un cárdigan encima y pantalones anchos de color gris. Era más alto de lo que Stone había calculado, un metro ochenta aproximadamente, y calvo, tal como recordaba. De cerca, Stone se dio cuenta de que Turkekul tenía su misma edad o quizá fuera incluso un poco mayor.

Adelphia los presentó y Stone le enseñó la placa. Turkekul observó las credenciales, cerró la puerta y les hizo una seña para que tomaran asiento en el sofá blanco de la estancia principal del apartamento. Cuando Stone miró a su alrededor, se quedó intrigado al ver las pilas de libros y páginas mecanografiadas desperdigadas por doquier. A juzgar por algunos de los títulos cuyo idioma entendía, Turkekul era un hombre con intereses intelectuales muy diversos y que dominaba por lo menos cuatro idiomas.

—Por lo que me ha dicho Adelphia no se aloja aquí, sino en Georgetown.

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