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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (10 page)

—Y fallaron estrepitosamente —‌señaló Gross.

El agente de la ATF asintió.

—Es todo un enigma.

Stone se giró hacia él.

—Si tuvieras que poner en marcha este atentado, ¿cómo detonarías la bomba, Steve?

—Los conmutadores de presión pueden ser problemáticos, sobre todo en estas condiciones. Me refiero a un árbol en un agujero y la bomba cerca. Tal vez en el cepellón o quizá debajo del árbol. Es mucho peso. Y con gente moviendo cosas, cavando. Es probable que un conmutador de presión acabe saltando. Y si se tapa la bomba con tierra, ¿qué va a accionarla? Tiene que haber algo que presione el conmutador. Por algo se llama conmutador de presión. No, si yo hubiera sido el cerebro de esta operación habría empleado un mando a distancia para detonar la bomba de forma remota. Si hicieron tal cosa, es probable que utilizaran un teléfono móvil, lo cual nos facilitaría mucho el trabajo. Los móviles tienen una tarjeta SIM y todos los componentes tienen un número de serie, por lo que podemos reconstruir el teléfono e incluso rastrear dónde y quién lo compró. Por supuesto, si usaron un móvil en realidad había dos teléfonos. Uno en la bomba que actuaba de interruptor y el otro para llamar a ese teléfono. Encontramos fragmentos de micrófono, de un transistor, carcasa de plástico, cuero …

—¿Cuero? —‌preguntó Stone.

—Sí, trocitos muy pequeños. Unos doce. Tenían unas marcas negras, por lo que es probable que formaran parte del explosivo. Todavía no hemos determinado de qué se trata. Pero lo conseguiremos. Y luego tenemos que determinar a ciencia cierta si estaba relacionado con la explosión, porque no todos los restos que hemos encontrado por aquí lo están.

—Podrían proceder de las zapatillas del hombre del chándal —‌sugirió Chapman‌—. Las zapatillas eran de piel, ¿no?

—Sí, pero el color no coincide. He visto las imágenes de vídeo y eran azules.

—Las marcas negras podrían ser quemaduras de la bomba —‌señaló Chapman.

—No, el resto del cuero era marrón. Probablemente no guarde ninguna relación con todo esto.

—O sea que ahora mismo —‌dijo Gross— ¿todavía no puedes decirnos cómo se realizó la detonación?

—Eso mismo.

—¿Por qué piensas que la bomba estaba en el agujero del árbol? —‌preguntó Gross‌—. Aparte de por la ubicación de los daños …

—Seguidme —‌indicó Garchik. Los condujo al lugar de la detonación y señaló el agujero‌—. A no ser que malinterprete los indicios, esta es la zona cero. El árbol saltó por los aires, y no era precisamente ligerito.

Todos se quedaron observando el enorme agujero causado por la explosión.

—De acuerdo. Entonces, ¿qué estamos buscando? —‌preguntó Gross.

—Bueno, aquí ya había un agujero. La excavación para el árbol.

—Vale —‌dijo Gross‌—. ¿Y?

Garchik cerró el puño y lo blandió hacia abajo.

—Cuando se golpea el agua con el puño parte de la misma sale disparada a ambos lados de la mano. Es un concepto sencillo de desplazamiento de volumen. Lo mismo ocurre con una bomba. Si la bomba está por encima de la tierra, actúa como el puño. Irá hacia abajo, hacia los lados y también hacia arriba. Pero una bomba enterrada en el suelo tiene un efecto distinto. Se propulsa sobre todo hacia arriba porque está cubierta de tierra más suelta. Es la vía que ofrece la menor resistencia. De todos modos hizo más profundo el orificio existente.

—Y formó un cráter. Un cráter mayor que si la bomba hubiera estado por encima de la tierra —‌dijo Stone lentamente.

—Pero en ese caso la bomba estaba enterrada, ¿verdad? —‌dijo Gross. Los miró de uno en uno como si esperara una afirmación colectiva.

—Ojalá os lo pudiera decir a ciencia cierta —‌repuso Garchik‌—. Determinar esto suele ser una de las partes más fáciles de la ecuación. Pero aquí tenemos un factor que lo complica todo. Ya había un cráter grande antes de que estallara la bomba.

Gross parecía confuso.

—No te acabo de entender.

—Quiere decir que no sabe si la bomba estaba enterrada, en el cepellón o incluso debajo del árbol —‌repuso Stone. Miró al agente de la ATF‌—. ¿Cierto?

—Cierto.

—¿Y eso importa? —‌preguntó Chapman‌—. En todo caso la bomba estaba en este agujero.

—Exacto —‌dijo Gross‌—. La cuestión sigue siendo la misma: ¿cómo lo hicieron? Estamos en Lafayette Park, no en un callejón de Bagdad.

Stone miró a su alrededor. Armas y bombas justo delante de la residencia presidencial. Solo podía haber una respuesta.

—Tenemos a un traidor en algún sitio —‌declaró.

—Y si el primer ministro no se hubiera torcido el tobillo estaría muerto —‌añadió Chapman.

Stone la miró.

—Pero lo más increíble es que consiguieron colocar una bomba en Lafayette Park, delante de la Casa Blanca. El lugar más vigilado del mundo. ¿Cómo?

18

Al cabo de un minuto de silencio, mientras todos reflexionaban sobre esa posibilidad, Gross habló.

—No entiendo cómo es posible que alguien lo consiguiera. Este lugar está vigilado constantemente, día y noche.

—Es cierto —‌reconoció Garchik.

«Es muy cierto», pensó Stone.

—Pero todas las pruebas apuntan a que así fue. Colocaron una bomba en ese agujero.

Gross miró a Chapman y luego a Stone.

—¿Sois conscientes de la cantidad de gente que puede estar implicada en algo como esto?

—Bueno, para empezar necesitamos una lista de todos los que participaron en la excavación del agujero y la plantación del árbol. El Servicio Nacional de Parques se encarga de estas cosas, pero seguro que hubo otras personas implicadas en el asunto —‌dijo Stone.

Gross sacó el teléfono y se alejó unos metros mientras tecleaba una serie de números.

Stone se dirigió al agente de la ATF.

—En cuanto determinéis de qué tipo de bomba se trató, ¿qué haréis a continuación?

—La introduciremos en el BATS, el Sistema de Rastreo de Bombas e Incendios Provocados. La ATF lo gestiona. Tiene referencias de todo el mundo. A los terroristas no les gusta desviarse de las fórmulas, así que crean una especie de marcas. Por motivos básicamente prácticos. En cuanto encuentran un método que funciona, no lo cambian.

—Porque podrían saltar ellos mismos por los aires con un método nuevo —‌dijo Chapman con expresión de complicidad.

—Eso mismo. Los terroristas suelen probar sus artilugios por adelantado, y es otra forma que tenemos de pillarles. Hacen explotar un artefacto en un bosque y alguien informa de lo sucedido. No suelen ser conscientes de que pueden comprobar todas las conexiones e interruptores sin detonar. Porque los materiales de la bomba explotarán. Los únicos puntos débiles son las conexiones y la fuente de energía.

—A lo mejor a estos tíos les gustan las explosiones. Para ver el ¡bum! —‌observó Chapman.

—No creo que sea el caso —‌repuso Garchik‌—. Bueno, de todos modos, lo introduciremos en el BATS para ver si aparece la misma marca. Entonces quizá sepamos quién es el terrorista. Conozco un montón de marcas de memoria, pero nada de esta me resulta familiar.

—¿Se te ocurre algo más? —‌preguntó Stone.

—Ahora mismo, no.

—De acuerdo, gracias. Ya informarás al agente Gross en cuanto tengáis algún dato.

Cuando Garchik se hubo marchado, Gross volvió a reunirse con ellos y se guardó el teléfono en el bolsillo.

—Bueno, acabo de desencadenar una tormenta de narices en la Oficina de Campo de Washington.

Stone contempló el origen de la explosión.

—Volvamos al punto de partida. ¿Quién era el objetivo?

Gross lanzó una mirada a Chapman antes de decir:

—Está bastante claro. El primer ministro británico.

—No estaba en el parque —‌repuso Stone.

—Pero estaba programado que estuviese a más o menos la hora en que explotó la bomba. Es posible que tuviera un temporizador, a pesar de lo que ha dicho Garchik. Se activó de forma accidental, probablemente cuando ese tipo saltó al agujero.

Stone negó con la cabeza.

—Una misión de este calado exige precisión. Con una detonación, por accidental que sea, mandan al carajo todo el plan. No habrá una segunda oportunidad. Ponen alerta a todo el mundo para nada. Y tu teoría no explica los disparos.

—Dicho así no tiene mucho sentido —‌reconoció Gross.

Stone miró a Chapman.

—¿Estás convencida de que se había planeado que atravesara el parque? ¿Quién te lo dijo?

—Me informaron desde la oficina del primer ministro.

Stone miró hacia el extremo norte del parque e intentó recrear en su interior lo que había visto exactamente la noche anterior. Pero por algún motivo los detalles más vívidos no se le aparecían. Tal vez fuera por culpa de la conmoción cerebral. O quizá, reconoció para sus adentros, «me estoy haciendo mayor».

Acompañaron a Gross a examinar el jardín de la azotea del hotel Hay-Adams. Los árboles bloqueaban la vista del parque.

—Dispararon a ciegas —‌dijo Gross—, porque si hubieran tenido a un observador en el parque habrían sabido que el primer ministro no estaba allí.

Habían marcado en el suelo el lugar en el que habían encontrado los cartuchos usados.

—TEC-9, como he dicho antes —‌dijo Gross‌—. Más de doscientas balas. Por lo que probablemente hubiera varias armas.

—Estoy de acuerdo —‌dijo Stone mientras observaba el suelo‌—. ¿Y nadie oyó ni vio nada abajo o en el hotel?

—Creo que mucha gente oyó y vio muchas cosas, pero que lo recuerden correctamente y nos lo comuniquen de forma eficaz es harina de otro costal.

—Supongo que compararéis los cartuchos con las balas encontradas en el parque —‌dijo Stone.

—Ya lo hemos hecho —‌respondió Gross‌—. No es que tuviéramos muchas dudas al respecto.

—Menos mal, porque hay muchas dudas acerca de prácticamente todo lo demás —‌comentó Stone.

19

Aquella noche, más tarde, Stone y Chapman regresaron en coche a la pequeña casa del cementerio. Nada más abrir la puerta, Stone miró a su derecha al verla.

Annabelle estaba sentada en una silla junto a la chimenea. Indicó a Chapman que entrara mientras Annabelle se levantaba para saludarle. Tras presentar a las mujeres entre sí, Stone estaba a punto de decir algo cuando Annabelle le tendió el libro escrito en ruso.

—Supongo que quieres que te lo devuelva. ¿Sigues pensando en marcharte de … viaje?

Stone frunció el ceño al mirar el libro.

—Hay límites personales, Annabelle, y yo siempre he respetado los tuyos.

—No vas a conseguir que me sienta culpable por esto, Oliver, así que ni lo intentes. No hace tanto tiempo que te conozco y creo que hemos estado a punto de perderte unas cinco veces, por lo menos según mis cuentas.

Chapman observó a Stone sorprendida.

—Creía que ya no trabajabas.

Annabelle respondió.

—No estaba trabajando, así que imagínate cuál será ahora su riesgo de muerte.

Stone dejó el libro encima del escritorio.

—Creo que soy lo bastante mayor para tomar esa decisión yo solito. Y como respuesta a tu pregunta, he retrasado el viaje.

—¿Qué viaje? —‌preguntó Chapman.

Stone hizo caso omiso de ella.

—¿Estás trabajando otra vez para el Gobierno? —‌preguntó Annabelle.

—Como he dicho, soy lo bastante mayor para tomar esa decisión.

—¿Por qué, Oliver, por qué? Después de todo lo que te hicieron.

—Sí, ¿por qué? Creo que merecemos una respuesta —‌dijo una voz.

Se giraron y se encontraron con Reuben Rhodes, Harry Finn y Caleb Shaw en la puerta de la casa. Reuben era quien había hablado.

—Me siento como si estuviera en la dichosa estación de Waterloo —‌musitó Chapman cuando los hombres se acercaron.

Stone bajó la mirada.

—No es fácil de explicar.

—Joder, por lo menos dime que no estás trabajando en el caso de la explosión del parque —‌dijo Annabelle.

—Eso es precisamente lo que está haciendo.

Alex Ford fue quien dio la noticia al entrar en la casa.

—Caray —‌exclamó Chapman‌—. Me parece que tienes que cambiar la cerradura.

Alex se colocó al lado de la chimenea.

—¿Se lo cuento yo o se lo cuentas tú?

—¿Contar qué?

—Que hoy Oliver ha recibido un cargo y una insignia. Ahora es miembro de pleno derecho del gobierno federal, que trabaja con la agente Chapman aquí presente, del MI6. Han recibido el encargo de averiguar quién intentó cargarse al primer ministro británico.

Stone miró a su amigo con frialdad.

—Gracias por guardar el secreto, Alex.

—¿Desde cuándo coño hay secretos entre nosotros? ¿Cuántas veces te he cubierto las espaldas, Oliver, y he arriesgado la vida y lo que hiciera falta? ¿Cuántas veces has hecho lo mismo por mí?

—Lo mismo puede decirse de todos nosotros —‌añadió Annabelle.

—Esto es distinto —‌replicó Stone.

—¿Por qué? ¿Porque ahora llevas placa? —‌farfulló Reuben.

—Te has aliado con los tipos que tanto daño te hicieron. ¿No entiendes por qué estamos todos alucinados? Sobre todo después de lo que pasó en Divine. Pensaban dejar que te pudrieras en esa cárcel.

—Y me habría podrido de no ser por vosotros, lo sé —‌reconoció Stone con parsimonia.

—Entonces, ¿por qué? —‌insistió Annabelle.

—Como he dicho, es difícil de explicar. De hecho, quizá sea imposible de explicar.

—Todos estamos esperando que lo intentes.

Stone endureció el semblante.

—Dais por supuesto que os debo una explicación. Pues no.

Aquello sentó a Annabelle como un bofetón. Incluso el leal Reuben se quedó de piedra, y Caleb, boquiabierto.

—Bueno, supongo que esa explicación lo dice todo —‌declaró Annabelle. Se giró y se marchó.

Reuben lanzó una mirada a su viejo amigo.

—Ella no se lo merece, Oliver. Ninguno de nosotros.

—Así son las cosas. Lo siento, Reuben.

—Vale. Me aseguraré de no perderme tu funeral.

Reuben también se marchó. Caleb se dispuso a seguirle, pero se paró y volvió la vista hacia Oliver.

—Es la primera vez que me alivia saber que Milton no está vivo. Para que no oiga esto.

—Espero que sepas lo que estás haciendo —‌dijo Harry Finn antes de seguir a Caleb al exterior.

En ese momento solo quedaba Alex, aparte de Chapman.

Stone miró fijamente al agente del Servicio Secreto.

—¿Tú también quieres decirme que me equivoco?

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