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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

La espada leal (3 page)

—No necesito los dedos de los pies para contar. —Dunk se sentía mareado por el calor, las moscas y la compañía del caballero pardo. Puede que él haya cabalgado con Ser Arlan una vez, pero eso fue hace años. El tipo se ha vuelto malhablado, falso y cobarde. Clavó los talones en su caballo y trotó en cabeza, para dejar el olor tras de sí.

Tiesa era un castillo solo por cortesía. Aunque se alzaba con valentía sobre una colina rocosa y podía ser visto desde varios kilómetros a la redonda, no era más que una torre. Un derrumbamiento parcial hace unos siglos requirió de algo de reparación, por lo cual las caras norte y oeste eran de piedra gris claro por encima de las ventanas, y de vieja piedra negra por debajo. Durante las obras, habían añadido torreones al tejado, pero solo en las partes nuevas; en las otras dos esquinas se agazapaban unas antiguas gárgolas de piedra, tan erosionadas por el viento y las inclemencias que era difícil decir lo que representaban. El tejado de madera de pino era plano, pero mal urdido, por lo que era propenso a las goteras.

Una senda retorcida llevaba desde el pie de la colina hasta la torre, tan estrecho que solo se podía recorrer en fila india. Dunk abrió la marcha durante el ascenso, con Bennis justo detrás.

Podía ver a Egg sobre ellos, de pie sobre un saliente de roca con su sombrero de paja.

Tiraron de sus riendas en frente del pequeño establo lleno de zarzas y barro que se hallaba al pie de la torre, medio oculto bajo una informe masa de musgo púrpura. El grisáceo caballo castrado del anciano estaba en uno de los pesebres, al lado de Maestra. Egg y Sam Encorvado habían metido ya el vino, al parecer. Las gallinas vagaban por el corral. Egg se acercó correteando.

—¿Encontrasteis lo que le ocurría al arroyo?

—La Viuda Escarlata se lo había cargado. —Dunk desmontó, y le dio las riendas de Trueno a Egg—. No dejes que beba demasiado de una vez.

—No, Ser, no lo haré.

—Chico —le llamó Ser Bennis—. También puedes coger mi caballo.

Egg le lanzó una mirada insolente.

—No soy vuestro escudero.

Esa lengua suya le hará daño algún día, pensó Dunk.

—Te ocuparás de su caballo, o te llevarás un tortazo en la oreja.

Egg puso gesto huraño, pero hizo lo que le ordenaban. Sin embargo, mientras se estiraba para coger la brida, Ser Bennis carraspeó y escupió. Un pegote de brillantes flemas rojas alcanzaron al muchacho entre dos dedos de los pies. Este le dedicó al caballero pardo una mirada gélida.

—Escupisteis en mi pie, Ser.

Bennis saltó al suelo.

—Sí. La próxima vez te escupiré en la cara. Así no oiré nada de tu maldita lengua.

Dunk podía ver la ira en los ojos del chico.

—Atiende a los caballos, Egg —le dijo, antes de que las cosas se pusieran peor—. Tenemos que hablar con Ser Eustace.

La única entrada a Tiesa era a través de una puerta de roble y hierro seis metros por encima de donde estaban. Los escalones que llevaban a ella eran bloques de piedra negra pulida, tan usados que estaban combados por el medio. Más arriba, daban paso a un tramo de escalones de madera que podían abatirse como un puente colgante si había problemas. Dunk apartó las gallinas a un lado con su bota y ascendió de dos en dos los escalones.

Tiesa era más grande de lo que parecía. Sus profundas criptas y celdas ocupaban buena parte de la colina en la que se asentaba. Sobre el suelo, la torre se elevaba cuatro plantas. Las dos superiores tenían ventanas y balcones, y las dos inferiores solo aspilleras. Hacía fresco en el interior, pero había tanta penumbra que Dunk tuvo que dejar que sus ojos se acostumbraran. La esposa de Sam Encorvado estaba de rodillas junto a la chimenea, recogiendo las cenizas.

—¿Está Ser Eustace arriba o abajo? —le preguntó Dunk.

—Arriba, Ser. —La vieja mujer estaban tan jorobada que tenía la cabeza más abajo que los hombros—. Acaba de llegar de visitar a los muchachos, abajo en las moreras.

Los muchachos eran los hijos de Eustace Osgrey: Edwyn, Harrold y Addam. Edwyn y Harrold habían sido caballeros, y Addam un joven escudero. Habían muerto en Campo de Hierbarroja hace quince años, al final de la Rebelión de Fuegoscuro.

—Tuvieron buenas muertes, luchando con valentía por el Rey —le había dicho Ser Eustace a Dunk—, y les traje a casa para enterrarlos entre las moreras. —Su esposa también estaba allí enterrada. Cada vez que el anciano abría una nueva barrica de vino, bajaba la colina para ofrecer a cada uno de ellos una libación—. ¡Por el rey! —solía gritar, justo antes de beber.

El dormitorio de Ser Eustace ocupaba la cuarta planta de la torre, justo sobre su sala de estar. Dunk sabía que ahí sería donde lo encontrarían, paseándose entre los cofres y los toneles. Las gruesas paredes grises de la sala de estar estaban repletas de armas oxidadas y estandartes capturados, premios de batallas luchadas hace siglos, y recordadas ahora por nadie excepto Ser Eustace. La mitad de los estandartes estaban mohosos, y todos estaban descoloridos y cubiertos de polvo, convertidos los brillantes colores de antes en verde y gris.

Ser Eustace le estaba quitando el polvo a un escudo roto con un trapo cuando Dunk subió las escaleras. Bennis le seguía pisándole los talones. Los ojos del viejo caballero parecieron iluminarse un poco a la vista de Dunk.

—Mi buen gigante —declaró— y el valiente Ser Bennis. Venid y echadle un vistazo a esto. Lo encontré en el fondo de ese baúl. Un tesoro, aunque me temo que estropeado.

Era un escudo, o lo que quedaba de él. Poca cosa. Casi la mitad había sido cortada, y el resto estaba astillado y grisáceo. Los bordes de hierro eran puro óxido, y la madera estaba llena de agujeros de polilla. Unas pocas escamas de pintura seguían allí, pero demasiado escasas para sugerir un blasón.

—Mi señor —dijo Dunk. Los Osgrey no habían sido señores hace siglos, aunque a Ser Eustace le placía hacerse llamar así, rememorando las pasadas glorias de su Casa—. ¿Qué es eso?

—El escudo del Pequeño León. —El anciano frotó el borde, y algunas escamas de óxido se desprendieron—. Ser Wilbert Osgrey llevaba esto en la batalla donde pereció. Seguro que conoces la historia.

—No, mi señor —dijo Bennis—. Resulta que no. ¿El Pequeño León, decís? ¿Es que era un enano o algo así?

—Por supuesto que no. —Los bigotes del viejo caballero temblaron—. Ser Wilbert era un hombre alto y poderoso, y un gran caballero. Le pusieron ese apodo en su infancia, por ser el menor de cinco hermanos. En su época, aún había siete reyes en los Siete Reinos, y Altojardín y la Roca solían estar en guerra. Los reyes verdes nos gobernaban entonces, los jardineses.

»Llevaban la sangre del viejo Garth Manoverde, y su estandarte real era una mano verde sobre un campo blanco. Gyles el Tercero llevó sus emblemas al este, para luchar contra el Rey Tormenta, y los hermanos de Wilbert fueron con él, porque en aquellos días el león jaquelado ondeaba junto a la mano verde cuando el Rey del Dominio iba a la batalla.

»Sin embargo, resulta que mientras el rey Gyles estaba fuera, el Rey de la Roca vio su oportunidad de morder un bocado del Dominio, así que reunió una hueste de hombres y cayó sobre nosotros. Los Osgrey éramos los Alguaciles de la Frontera del Norte, por lo que el Pequeño León se enfrentó a ellos. Era el cuarto rey Lancel quien comandaba a los Lannister, creo recordar, o quizá el quinto. Ser Wilbert bloqueó el paso del rey Lancel, y le dio el alto.

»“Ni un paso más”, le dijo. “Aquí no eres bienvenido. Te prohíbo que pongas un pie en el Dominio”. Pero el Lannister ordenó a todos sus banderizos que avanzaran.

»Combatieron durante medio día, el león de oro y el jaquelado. El Lannister iba armado con una espada valyria que ninguna hoja común podía igualar, así que el Pequeño León estaba acorralado, con el escudo en las últimas. Al final, sangrante a causa de una docena de malas heridas y con su propia espada quebrada en la mano, se arrojó de cabeza contra su enemigo. El rey Lancel le cortó casi por la mitad, dicen los bardos, pero mientras moría el Pequeño León encontró un hueco en la armadura del rey, debajo del brazo, y le clavó su daga.

»Cuando su rey murió, sus hombres dieron la vuelta, y el Dominio se salvó.»

El anciano acariciaba el escudo roto con tanta ternura como si hubiera sido un niño.

—Sí, mi señor —carraspeó Bennis—, nos vendría muy bien un hombre como ese hoy en día. Dunk y yo le hemos echado un vistazo a vuestro arroyo, señor. Seco como un hueso, y no por culpa de la sequía.

El viejo puso el escudo a un lado.

—Contadme. —Tomó asiento, y les indicó que hicieran lo mismo. Mientras el caballero pardo se sumergía en la historia, él escuchaba con atención, con la barbilla alta y los hombros echados hacia atrás, tan tieso como una lanza.

En su juventud, Ser Eustace Osgrey debía haber sido la viva imagen de la caballería, alto, musculoso y apuesto. El tiempo y las penas le habían transformado, pero seguía siendo un hombre enderezado, de constitución fuerte, hombros anchos y pecho como un tonel, con los rasgos tan firmes y afilados como los de una vieja águila. Su pelo cortado casi al rape se había vuelto blanco como la leche, pero el espeso mostacho que ocultaba su boca permanecía de un color gris ceniza. Sus cejas eran del mismo color, y los ojos de debajo de un tono grisáceo más pálido, y estaban llenos de tristeza.

Parecieron ponerse aún más tristes cuando Bennis mencionó lo de la presa.

—Ese arroyo ha sido conocido como el Jaquel durante mil años o más —dijo el anciano caballero—. Pescaba peces allí cuando era un niño, y todos mis hijos igual. A Alysanne le gustaba chapotear en los bajíos en los días calurosos de verano como éste. —Alysanne había sido su hija, fallecida en primavera—. Fue a orillas del Jaquel cuando besé a una chica por vez primera. Una prima mía, la hija menor de mi tío, de los Osgrey de Lago Frondoso. Todos han muerto ya, incluida ella. —Sus bigotes temblaron—. Esto es inadmisible. Esa mujer no tendrá mi agua. No se llevará mi Jaquel.

—El dique es resistente, mi señor —advirtió Ser Bennis—. Lo bastante fuerte como para que Ser Dunk y yo tardemos una hora en echarlo abajo, incluso con la ayuda del chico calvo. Necesitaremos cuerdas, picos y hachas, y una docena de hombres. Y eso solo para el trabajo, sin contar la lucha.

Ser Eustace miraba el escudo del Pequeño León. Dunk se aclaró la garganta.

—Mi señor, al respecto de este tema, cuando llegamos hasta los excavadores, bueno…

—Dunk, no molestes a mi señor con pequeñeces —dijo Bennis—. Le di una lección a un idiota, eso es todo.

Ser Eustace levantó la mirada con rapidez.

—¿Qué tipo de lección?

—Con mi espada, por así decirlo. Un pequeño tajo en su mejilla, eso fue todo, mi señor.

El anciano caballero le miró durante largo rato.

—Eso… eso fue irreflexivo, Ser. La mujer tiene el corazón de una araña. Asesinó a tres de sus maridos. Y todos sus hermanos murieron en pañales. Cinco, nada menos. O seis, quizá, no lo recuerdo. Se interponían entre ella y el castillo. Le arrancaría la piel a latigazos a cualquier campesino que le disgustara, no lo dudo, pero a vos por cortarle a uno… No, ella no resistirá semejante insulto. Sin duda. Vendrá por vos y por Lim.

—Dake, mi señor —dijo Ser Bennis—. Os ruego me disculpéis, vosotros le conocíais y yo no, pero su nombre era Dake.

—Si os place, mi señor, yo podría ir a Sotodeoro y contarle a lord Rowan lo de ese dique — dijo Dunk. Rowan era el señor feudal del viejo caballero. La Viuda Escarlata también obtenía sus tierras de él.

—¿Rowan? No, no buscaremos ayuda ahí La hermana de lord Rowan se casó con la prima de Wyman, Wendell, así que es pariente de la Viuda Escarlata. Además, no me aprecia. Ser Duncan, mañana recorreréis todos mis poblados, y reclutaréis a todo hombre capaz en edad de luchar. Estoy viejo, pero no muerto. ¡Esa mujer descubrirá pronto que el león jaquelado aún tiene garras!

Dos, pensó Dunk, lóbrego, y yo soy una de ellas.

Las tierras de Ser Eustace abastecían tres pequeños pueblos, ninguno de más de un puñado de casuchas. La más grande presumía de tener un septo de una sola estancia con techo de paja y burdas representaciones a carboncillo de los Siete sobre las paredes. Mudge, un porquero jorobado que estuvo un tiempo en Antigua, oficiaba allí cada séptimo día. Dos veces al año, un verdadero septon venía para perdonar los pecados en nombre de la Madre. Los habitantes estaban encantados del perdón, pero del mismo modo odiaban las visitas del cura, ya que tenían que darle de comer.

No parecieron más contentos de la visión de Dunk y Egg. Dunk era conocido en los pueblos por ser el nuevo caballero de Ser Eustace, pero no le ofrecieron más de un cuenco de agua. La mayoría de los hombres estaba en los campos, así que eran casi todo mujeres y niños los que salieron de las casuchas a su llegada, además de algunos abuelos demasiado enfermos para trabajar. Egg portaba el estandarte de Osgrey, el león jaquelado verde y oro, rampante sobre campo blanco.

—Venimos de Tiesa con una citación de Ser Eustace —le dijo Dunk a los aldeanos—. Se ordena a todo hombre capaz, de edad entre quince y cincuenta, a asistir a la torre mañana.

—¿Hay guerra? —preguntó una mujer delgada, con dos niños escondidos detrás de su falda y un bebé mamando de su pecho—. ¿Ha vuelto el dragón negro?

—No se trata de dragones, ni negros ni rojos —le dijo Dunk—. Esto es entre el león jaquelado y las arañas. La Viuda Escarlata se ha llevado vuestra agua.

La mujer asintió, aunque pareció recelosa cuando Egg se quitó el sombrero para abanicarse la cara.

—Ese chico no tiene pelo. ¿Está enfermo?

—Estoy afeitado —dijo Egg. Volvió a colocarse el sombrero, tiró de la brida de Maestra, y se alejó trotando lentamente.

El chaval está hoy de un humor susceptible. Apenas había dicho una palabra desde que salieron. Dunk le dio a Trueno un toque de espuelas y pronto alcanzó a la mula.

—¿Estás enfadado porque no me puse de tu parte contra Ser Bennis esta mañana? —preguntó a su huraño escudero mientras se dirigían a la siguiente aldea—. El tipo no me gusta más que a ti, pero él es un caballero. Deberías hablarle con cortesía.

—Soy tu escudero, no el suyo —dijo el chico—. Es un guarro y un maleducado, y me da pellizcos.

Si tuviera una pista de quién eres, se mearía encima antes de ponerte un dedo encima.

—También solía meterse conmigo. —Dunk había olvidado aquello hasta que las palabras de Egg se lo trajeron a la memoria. Ser Bennis y Ser Arlan estaban en el grupo de caballeros contratado por un mercader dorniano para que le protegieran en su viaje desde Lannisport hasta el Paso del Príncipe. Dunk no era mayor que Egg, aunque si más alto. Me pinchaba debajo del brazo tan fuerte que dejaba moratón. Sus dedos parecían pinzas de hierro, pero nunca se lo dije a Ser Arlan. Uno de los otros caballeros había desaparecido cerca de Sept Pétreo, y se rumoreaba que Bennis le había destripado en una riña—. Si te vuelve a pellizcar, dímelo y acabaré con ello. Hasta entonces, no te cuesta mucho atender su caballo.

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