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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

La espada leal (8 page)

—Ser Eustace Osgrey me envía desde Tiesa para tratar con la señora del castillo.

—¿Osgrey? —El septon miró a Dosmetros—. ¿Osgrey del león jaquelado? Pensé que la Casa Osgrey estaba extinguida.

—Casi, y ya no importa. El viejo es el último de ellos. Le dejamos quedarse con una torre en ruinas a unos kilómetros al este. —Ser Lucas frunció el entrecejo ante Dunk—. Si Ser Eustace quiere hablar con su señoría, que venga él mismo. —Sus ojos se estrecharon—. Sois el que estaba con Bennis en la presa. No os molestéis en negarlo. Debería colgaros.

—Que los Siete nos asistan. —El septon se secó el sudor de la frente con la manga—. ¿Es un bandido? Y uno bien grande. Ser, arrepentíos de vuestros pecados, y la Madre tendrá misericordia. —La piadosa plegaria del septon se vio interrumpida cuando se tiró un pedo—. Vaya, hombre. Disculpad mi ventosidad, Ser. Es por las alubias y el pan de cebada.

—No soy un bandido —les dijo Dunk a los dos, con toda la dignidad que pudo reunir.

A Dosmetros no le conmovió la negativa.

—No presupongáis mi paciencia, Ser… si es que sois Ser. Corred de vuelta a vuestra torre gallinero y decidle a Ser Eustace que envíe a Ser Bennis el Hedor Pardo. Si nos liberáis de la molestia de sacarlo de Tiesa, su señoría podría decidirse a ser más clemente.

—Hablaré con su señoría sobre Ser Bennis y el problema del dique, y también acerca del robo de nuestras aguas.

—¿Robo? —dijo Ser Lucas—. Decidle eso a nuestra señora, y estaréis nadando en una saca antes que se ponga el sol. ¿Estáis completamente seguro que deseáis verla?

La única cosa de la que Dunk estaba seguro era que quería meter el puño a través de los retorcidos dientes amarillos de Lucas Inchfield.

—Ya os he dicho lo que deseo.

—Oh, dejad que hable con ella —dijo el septon—. ¿Qué daño puede hacer? Ser Duncan ha hecho un largo camino cabalgando bajo este sol infernal, dejad que el muchacho tenga su charla.

Ser Lucas volvió a estudiar a Dunk.

—Nuestro septon es un hombre devoto. Venid. Os agradeceré que seáis breve.— Cruzó el patio a grandes pasos, y Dunk se vio obligado a apresurarse detrás de él.

Las puertas del sept del castillo se habían abierto, y los fieles se estaban desperdigando escaleras abajo. Había caballeros y escuderos, una docena de niños, varios ancianos, tres septas con túnicas blancas de capucha… y una mujer gorda de alta alcurnia, ataviada con un vestido largo azul oscuro damasquinado, engalanado con puntilla myriana, tan largo que sus fondillos arrastraban el polvo. Dunk calculó que tendría cuarenta. Bajo una redecilla plateada, su pelo rojizo formaba un moño alto, pero lo más rojo de ella era su rostro.

—Mi señora —dijo Ser Lucas, cuando se detuvieron ante ella y sus septas—, este caballero errante afirma traer un mensaje de Ser Eustace Osgrey. ¿Lo escucharéis?

—Si así lo deseáis, Ser Lucas. —Miraba a Dunk tan fijamente que este no pudo evitar recordar la charla de Egg sobre hechicería. No creo que esta se bañe en sangre para mantener su belleza. La Viuda era gruesa y ancha, con una cabeza extrañamente aovada que su cabello no podía disimular del todo. Su nariz era demasiado grande, y su boca demasiado pequeña. Tenía dos ojos, según comprobó aliviado, pero para entonces todo pensamiento de galantería le había abandonado.

—Ser Eustace me ha ordenado hablar con vos acerca del reciente problema en vuestro dique.

Ella parpadeó.

—¿El… dique, decís?

Una multitud se empezaba a agolpar a su alrededor. Dunk pudo sentir varios ojos poco amistosos sobre sí.

—El arroyo —dijo—, el Jaquel. Su señoría construyó un dique sobre él…

—Oh, estoy segura de que no he hecho eso —replicó—. Porque he estado dedicada a mis oraciones toda la mañana, Ser.

Dunk oyó las risitas de Ser Lucas.

—No quise decir que su señoría construyera el dique por sí misma, solo que… sin esas aguas, todos nuestros cultivos se perderán… los campesinos tienen alubias y cebada en los campos, y melones…

—¿De verdad? Me encantan los melones. —En su pequeña boca se formó una sonrisa—. ¿Qué clase de melones son?

Dunk miró incómodo el círculo de caras, y sintió que la suya propia se ruborizaba. Aquí pasa algo. Dosmetros me está tomando por estúpido.

—Mi señora, ¿Podríamos continuar nuestra conversación en un lugar más privado?

—¡Un venado de plata a que el gran zoquete quiere llevársela a la cama! —se burló alguien, y un rugido de carcajadas le rodeó. La dama se encogió medio aterrorizada, y levantó ambas manos para taparse el rostro. Una de las septas se puso rápidamente a su lado, y puso un brazo protector alrededor de sus hombros.

—¿Qué es todo este regocijo? —La voz, fría y firme, cortó las risas—. ¿Nadie va a compartir la broma? Ser caballero, ¿por qué molestáis a mi inocente hermana?

Era la chica que había visto antes con las dianas de arquería. Llevaba una aljaba de flechas en una cadera, y asía un arco largo que era tan alto como ella, lo que no era mucho. Si Dunk pasaba once centímetros de los dos metros, la niña del arco pasaba uno del metro y medio.

Podría rodear su cintura con las dos manos. Su cabello rojo estaba recogido en una trenza tan larga que rozaba sus muslos, y tenía un hoyuelo en la barbilla, la nariz respingona y una ligera rociada de pecas en las mejillas.

—Disculpadnos, lady Rohanne. —El que habló era un joven y apuesto lord con el centauro de los Caswell bordado en su jubón—. Este zoquete tomó a lady Helicent por vos.

Dunk miró de una dama a otra.

—¿Vos sois la Viuda Escarlata? —se oyó tartamudear—. Pero vos sois demasiado…

—¿Joven? —La chica le alargó el arco al chico larguirucho con el que le había visto tirar—. Da la casualidad de que tengo veinticinco años. ¿O era bajita lo que quisisteis decir?

—… hermosa. Era hermosa. —Dunk no sabía de dónde había salido eso, pero dio las gracias.

Le gustaba su nariz, el color rubio fresa de su cabello y los pequeños pero bien formados pechos debajo del chaleco de cuero—. Pensé que seriáis… es decir… dicen que sois cuatro veces viuda, así que…

—Mi primer marido murió cuando yo tenía diez años. El tenía doce, era el escudero de mi padre, y cayó en Campo de Hierbarroja. Mis maridos rara vez duran mucho, me temo. El último murió en la primavera.

Aquello era lo que siempre decían de los que habían perecido durante la Gran Epidemia Primavera. Murió en la primavera. Muchas decenas de miles habían muerto en la primavera, entre ellos un viejo rey sabio y dos jóvenes y prometedores príncipes.

—Yo… lamento todas sus pérdidas, mi señora. —Una galantería, alcornoque, dile una galantería—. Quisiera decirle que… su vestido…

—¿Vestido? —Ella bajó la mirada, hasta sus botas y sus calzones, la blusa de lino y el chaleco de cuero—. No llevo vestido.

—Vuestro cabello, quiero decir… es suave y…

—¿Y cómo lo sabéis, Ser? Si alguna vez hubierais tocado mis cabellos, creo que lo recordaría.

—Suave no —dijo Dunk abatido—. Rojo, quise decir. Vuestro pelo es muy rojo.

—¿Muy rojo, Ser? ah, no tan rojo como vuestro rostro, espero. —Se rió, y los testigos se rieron con ella.

Todos excepto Lucas Dosmetros.

—Mi señora —interrumpió—, este hombre es una de las espadas a sueldo de Tiesa. Estaba con Bennis del Escudo Pardo cuando atacó a vuestros excavadores en el dique y sajó el rostro de Wolmer. El viejo Osgrey le envía para tratar con vos.

—Así es, mi señora. Me llaman Ser Duncan el Alto.

—Ser Duncan el Lerdo, más bien —dijo un caballero barbudo que llevaba el relámpago triple de Leygood. Sonaron más carcajadas. Hasta lady Helicent se había recobrado lo suficiente para permitirse una risita.

—¿Acaso la cortesía de Fosafría murió con mi padre? —preguntó la chica. No, la chica no, la mujer madura—. ¿Cómo es que Ser Duncan cometió semejante error, me pregunto?

Dunk le dirigió a Inchfield una mirada maligna.

—La culpa fue mía.

—¿En serio? —La Viuda Escarlata miró a Dunk de los pies a la cabeza, aunque su mirada se detuvo más en su pecho—. Un árbol y una estrella fugaz. Nunca había visto antes ese blasón. —Tocó la túnica de él, siguiendo una rama del olmo con dos dedos—. Y pintado, no cosido. Había oído que los dornianos pintan sus sedas, pero vos parecéis demasiado grande para ser dorniano.

—No todos los dornianos son pequeños, mi señora. —Dunk pudo sentir los dedos de ella a través de la seda. Su mano también tenía pecas. Apuesto a que tiene pecas por todo el cuerpo.

Su boca estaba extrañamente seca—. Pasé un año en Dorne.

—¿Todos los robles crecen tan altos allí? —dijo, mientras sus dedos trazaban una rama del árbol en torno a su corazón.

—Se supone que es un olmo, mi señora.

—Lo recordaré. —Retiró la mano, solemne—. El patio es demasiado cálido y polvoriento para una conversación. Septon, mostrad a Ser Duncan mi sala de audiencias.

—Será un gran placer, hermana.

—Nuestro invitado tendrá sed. Deberíais enviar también a por una jarra de vino.

—¿Debo? —EI hombre gordo sonrío—. Bien, si os place.

—Me reuniré con vos en cuanto me haya cambiado. —Se desabrochó el cinturón y la aljaba y se los pasó a su compañero—. Avisad también al maestre Cerrick. Ser Lucas, id y pedidle que nos acompañe.

—Lo llevaré en un momento, mi señora —dijo Lucas Dosmetros.

La mirada que le dedicó a su castellano era fría.

—No será necesario. Sé que tenéis muchas tareas que realizar por el castillo. Será suficiente que enviéis al maestre Cerrick a mis aposentos.

—Mi señora —dijo Dunk—. Mi escudero ha sido retenido en las puertas. ¿Podría unirse también a nosotros?

—¿Vuestro escudero? —Cuando ella sonreía, parecía una niña de quince años, no una mujer de veinticinco. Una hermosa muchacha llena de travesuras y risas—. Por supuesto, si os complace.

—No bebáis el vino, Ser —le susurró Egg mientras esperaban al septon en la sala de audiencias. Los suelos de piedra estaban cubiertos con esteras de delicados colores, y de las paredes colgaban tapices con escenas de batallas y torneos.

Dunk soltó un bufido.

—No tiene necesidad de envenenarme —le contestó en voz baja—. Ella cree que soy un enorme inútil con nada más que gachas entre las orejas, ya sabes.

—Pues resulta que a mi hermana le gustan las gachas —dijo el septon Sefton, mientras aparecía con una jarra de vino, otra de agua y tres copas—. Sí, sí, os he oído, soy gordo, no sordo. —Llenó dos copas con vino y una con agua. Le dio la tercera a Egg, quien le dedicó una mirada suspicaz y la puso a un lado. El septon no se dio cuenta—. Esta es una cosecha de El Rejo —le decía a Dunk—. Muy buena, y el veneno le da un regustillo especial. —Le guiñó un ojo a Egg—. Rara vez toco la uva yo mismo, pero eso he oído. —Le alargó una copa a Dunk.

El vino estaba cargado y dulce, pero Dunk bebió con cautela, y solo después de que el septon hubiera bebido la mitad del suyo de tres grandes tragos. Egg se cruzó de brazos y continuó ignorando el agua.

—A ella le gustan las gachas —dijo el septon—, y vos también, Ser. Conozco a mi propia hermana. Cuando os vi por primera vez en el patio, casi esperé que fuerais algún pretendiente, venido de Desembarco del Rey para pedir la mano de mi señora.

Dunk frunció el ceño.

—¿Cómo supisteis que era de Desembarco del Rey, septon?

—Los desembarqueños tenéis una cierta manera de hablar. —El septon tomó un sorbo de vino, lo paladeó, lo tragó y suspiró con placer—. He servido allí muchos años, a las órdenes de nuestro Septon Supremo en el Gran Sept de Baelor. —Suspiró—. No conoceríais la ciudad desde la primavera. Las hogueras la han cambiado. Una cuarta parte de las casas ya no existe, y otra cuarta está vacía. Las ratas también se han ido. Esta es la cosa más extraña. Jamás pensé en ver una ciudad sin ratas.

Dunk también lo había oído.

—¿Estuvisteis allí durante la Gran Epidemia Primaveral?

—Oh, por supuesto. Un momento horroroso, Ser, horroroso. Hombres fuertes que se levantaban sanos al alba y caían muertos al ocaso. Morían tantos y tan rápido que no había tiempo de enterrarlos. En su lugar, los apilaban en el Pozo Dragón, y cuando los cadáveres alcanzaban los tres metros de altura, Lord Ríos ordenaba a los piromantes que los quemaran.

»La luz de las hogueras brillaba a través de las ventanas, como lo hizo antaño cuando los dragones vivos anidaban bajo la colina. Por la noche se podía ver el fulgor por toda la ciudad, el resplandor verde oscuro del fuego. El color verde aún me persigue en estos días. Dicen que la primavera fue mala en Lannisport y peor en Antigua, pero en Desembarco del Rey se llevó a cuatro de cada diez. No había diferencias entre jóvenes o ancianos, ni entre ricos o pobres, ni entre sanos y débiles. Nuestro buen Gran Septon falleció, la mismísima voz de los dioses en la tierra, junto a un tercio de los Más Devotos y casi todas nuestras hermanas con voto de silencio. Su Graciosa Majestad el rey Daeron, la dulce Matarys y el audaz Valarr, la Mano…

»Oh, fueron tiempos terribles. Al final, media ciudad le rezaba al Desconocido. —Tomó otro trago—. ¿Y dónde estabais vos, Ser?»

—En Dorne —dijo Dunk.

—Gracias a la Madre par su misericordia, entonces. —La Gran Epidemia Primaveral nunca llegó a Dorne, quizá porque los dornianos habían cerrado sus fronteras y puertos, al igual que los Arryn del Valle, que también se habían librado—. Toda esta charla sobre muerte es suficiente para alejar a un hombre del vino, pero el consuelo es difícil de encontrar en esos momentos cuando estás vivo. La sequía dura, a pesar de nuestras oraciones. El bosque del Rey es como un pedazo de yesca, y los incendios rugen allí día y noche. Bittersteel y los hijos de Daemon Fuegoscuro maquinan conspiraciones en Tyrosh, y los krakens de Dagon Greyjoy rondan el mar al atardecer como lobos, merodeando casi hasta El Rejo. Se dice que se llevaron la mitad de las riquezas de Isla Bella, y también un centenar de mujeres. Lord Farman está reuniendo sus defensas, aunque eso me recuerda al hombre que coloca un cinturón de castidad en su hija embarazada cuando su barriga es tan grande como la mía. Lord Bracken se muere lentamente en El Tridente, y su hijo mayor pereció en la primavera. Eso significa que el sucesor será Ser Otho. Los Blackwood nunca soportarán al Bruto de Bracken como vecino. Será la guerra.

Dunk sabía de la antigua enemistad entre los Blackwood y los Bracken.

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