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Authors: James Ellroy

La dalia negra (8 page)

Me encontraba solo y era la única persona de la sexta planta que lo estaba. Acababan de dar las siete de la mañana y yo había ido temprano a mi primer día en el nuevo trabajo para saborear mi debut de paisano. El capitán Harwell había llamado para decir que debía presentarme el lunes 17 de noviembre por la mañana, a las 8 horas, y que ese día empezaría con la asistencia a la lectura del sumario de los delitos cometidos durante toda la semana anterior, algo que era obligatorio para todo el personal del Departamento de Policía de Los Ángeles y la División Criminal del fiscal del distrito. Después, Lee Blanchard y Ellis Loew se encargarían de informarme sobre el trabajo y luego vendría el perseguir a los fugitivos sujetos a órdenes de busca y captura.

La sexta planta albergaba las divisiones de elite del Departamento: Homicidios, Administrativa, Antivicio, Robos y Atracos, junto con la Central Criminal y el Grupo Central de Detectives. Era el dominio de los polis especializados, aquellos con poder político que siempre acababan subiendo, y ahora era mi hogar. Llevaba mi mejor chaqueta deportiva y unos pantalones a juego, con mi revólver reglamentario metido en una nueva pistolera de hombro. Todos los policías estaban en deuda conmigo por el aumento del 8 por ciento de paga que acompañaba a la salida adelante de la Proposición 5. Mi posición en el Departamento era buena pero estaba sólo al principio. Me sentía dispuesto a cualquier cosa. —

Excepto a pasar de nuevo por el combate. A eso de las 7.40 el lugar empezó a llenarse con agentes que hablaban con gruñidos de resacas, mañanas de los lunes en general y Bucky Bleichert, el maestro de baile que se había convertido en gran pegador, el chico más nuevo de la manzana. Me mantuve oculto en el cubículo hasta que les oí desfilar por el pasillo. Cuando el lugar se quedó en silencio fui hasta una puerta que ponía «DETECTIVES — SALA COMÚN». Al abrirla, recibí una gran ovación.

Era un aplauso al estilo militar, los casi cuarenta policías de civil que había allí, en pie junto a sus sillas, aplaudían al unísono. Cuando miré hacia la parte delantera de la habitación vi una pizarra en la que habían escrito con tiza «¡¡¡8%!!!». Lee Blanchard estaba junto a ella, al lado de un hombre pálido y gordo que tenía aspecto de ser un jefazo. Mis ojos miraron al señor Fuego. El sonrió, el hombre gordo se dirigió hacia un atril y lo golpeó con los nudillos. Los aplausos se apagaron y los hombres tomaron asiento. Yo encontré una silla al fondo de la habitación y me instalé en ella; el hombre gordo golpeó el atril por última vez.

—Agente Bleichert..., los hombres de la Central Criminal, Homicidios, Vicio, Atracos y etcétera —dijo—. Ya conoce al sargento Blanchard y al señor Loew, yo soy el capitán Jack Tierney. Usted y Lee son las celebridades del momento, por lo que espero haya disfrutado de su ovación teniendo en cuenta que no conseguirá oír otra hasta que se jubile.

Todos rieron. Tierney golpeó el atril y habló de nuevo, esta vez a través del micrófono adosado a aquél.

—Basta de gilipolleces. Esto es el sumario de los delitos correspondientes a la semana que finalizó el 14 de noviembre de 1946. Presten atención, que viene bueno.

»En primer lugar, tres asaltos a licorerías, las noches del 10/11,12/11 y 13/11, todos cometidos en un radio de diez manzanas en Jefferson, comisaría de University. Dos caucasianos adolescentes con escopetas recortadas y bastante nerviosos, obviamente drogados. Los de University no tienen pistas y el jefe quiere que un equipo de Robos se ocupe del asunto a jornada completa. Teniente Ruley, venga a verme a las nueve para hablar del asunto y que todos pongan al corriente de esto a sus respectivos chivatos..., los atracadores drogados son un mal problema.

»Si nos desplazamos hacia el este, tenemos a unas cuantas putas que trabajan por libre las cafeterías de Chinatown. Prestan sus servicios en los coches aparcados y les están quitando el negocio a las chicas que Mickey Cohen usa allí porque sus tarifas son más bajas. De momento, la cosa no es grave pero a Mickey C. no le gusta y tampoco a los amarillos porque las chicas de Mickey utilizan los hoteluchos rápidos de Alameda... todos propiedad de los amarillos. Más pronto o más tarde, tendremos jaleo, por eso quiero ver calmados a los dueños de las cafeterías y arrestos de cuarenta y ocho horas para cada puta de Chinatown que podamos pillar. El capitán Harwell mandará una docena de policías del turno nocturno para hacer una barrida cuando la semana esté más avanzada y quiero que los de Vicio repasen todos sus archivos de putas y que se repartan fotos e historiales de todas las independientes conocidas por trabajar en el centro. Quiero que dos hombres de la Central estén en ello, con supervisión por parte de los de Antivicio. Teniente Pringle, venga a verme a las nueve y cuarto.

Tierney hizo una pausa y se estiró; yo paseé los ojos por la habitación y vi que la mayoría de los hombres estaban escribiendo en su cuadernillo. Me maldije por no haberme conseguido uno.

En ese momento, el capitán golpeó el atril con las palmas de la mano.

—Y aquí hay algo que le encantaría ver al viejo capitán Jack. Hablo de los robos cometidos en las casas de Bunker Hill sobre los que han estado trabajando los sargentos Vogel y Koenig. Fritzie, Bill, ¿habéis leído el informe de los científicos sobre el asunto?

Dos hombres, sentados uno al lado del otro, que se encontraban unas pocas filas por delante de mí dijeron: «No, capitán» y «No, señor». Pude echarle un buen vistazo al perfil del más viejo de los dos: era la viva imagen de Johnny Vogel, el gordo, sólo que estaba más gordo.

—Sugiero que lo lean de inmediato al acabar esta reunión —dijo Tierney—. En beneficio de quienes no estén metidos en la investigación: los chicos de huellas encontraron un juego aprovechable en el último robo, justo al lado del armario de la plata. Pertenecían a un varón blanco llamado Coleman Walter Maynard, treinta y un años, dos acusaciones por sodomía. Un perfecto degenerado violador de criaturas.

»Los de libertades condicionales del condado no saben nada. Vivía en una pensión entre la Catorce y Bonnie Brae, pero cuando empezaron los robos se largó a toda pastilla. Los de Highland Park tienen cuatro sodomías por resolver, todos los casos niños de unos ocho años. Quizá es Maynard y quizá no, pero entre ellos y los de robos podríamos regalarle un bonito billete de ida sola a San Quintín. Fritzie, Bill, ¿en qué otra cosa andáis trabajando?

Bill Koenig se encorvó sobre su cuadernillo; Fritz Vogel se aclaró la garganta y respondió:

—Hemos hecho una batida en hoteles y pensiones de la parte baja. Hemos pillado a unos cuantos revientapuertas y también a varios carteristas.

Tierney golpeó el atril con un grueso nudillo.

—Fritzie, ¿eran Jerry Katzenbach y Mile Purdy los revientapuertas?

Vogel se removió en su asiento.

—Sí, señor.

—Fritzie. ¿se delataron el uno al otro?

—Ah... sí, señor.

Tierney puso los ojos en blanco y miró hacia el techo.

—Dejad que ilustre a los que no se encuentran familiarizados con Jerry y Mike. Son maricas y viven con la madre de Jerry en un lindo nidito amoroso situado en Eagle Rock. Llevan acostándose juntos desde que Dios se chupaba el dedo, pero de vez en cuando se pelean y entonces les entran deseos de hacer una ronda por las gallinitas de la cárcel, y el uno delata al otro. Después, éste le corresponde, y los dos se pasan una temporada por cuenta del condado. Mientras están dentro, se mantienen alejados de las pandillas, se benefician de unos cuantos chicos guapos y acaban con la sentencia reducida merced a los chivatazos que dan. Es algo que ha estado sucediendo desde que Mae West era virgen. Fritzie, ¿en qué más has estado trabajando?

Risas ahogadas resonaron por toda la habitación. Bill Koenig empezó a levantarse, torciendo la cabeza para ver de dónde provenían las carcajadas. Fritz Vogel le hizo volver a sentarse, tirándole de la manga.

—Señor —dijo—, también hemos estado trabajando un poco para el señor Loew. Trayéndole testigos.

El pálido rostro de Tierney estaba esforzándose por volverse rojo.

—Fritzie, el comandante de los detectives de la Central soy yo, no el señor Loew. El sargento Blanchard y el agente Bleichert trabajan para el señor Loew, tú y el sargento Koenig, no. Por lo tanto, dejad lo que estáis haciendo para el señor Loew, dejad en paz a los carteristas y haced el favor de coger a Coleman Walter Maynard antes de que viole más niños, ¿de acuerdo? En el tablón de anuncios hay un informe sobre sus relaciones conocidas y sugiero que todo el mundo se familiarice con él. Ahora Maynard es un fugitivo y puede que se haya ocultado con alguna de ellas.

Vi que Lee Blanchard abandonaba la sala por una puerta lateral. Tierney hojeó algunos papeles que tenía sobre el atril.

—Aquí hay algo que el jefe Green piensa deberíais conocer —continuó—. Durante las tres últimas semanas, alguien ha estado dejando gatos muertos y hechos trocitos en los cementerios de Santa Mónica y Gower. La comisaría de Hollywood tiene media docena de informes sobre este asunto. Según el teniente Davis, de la calle Setenta y Siete, ésa es la tarjeta de visita de una pandilla juvenil de negros. La mayor parte de los gatos fueron dejados los martes por la noche y la pista de patinaje de Hollywood está abierta para los embetunados los martes, así que quizá exista alguna relación. Haced preguntas por la zona, hablad con vuestros informadores y transmitid cuanto sea pertinente al sargento Hollander, en Hollywood. Ahora, los homicidios. ¿Russ?

Un hombre alto de cabello gris que vestía un traje inmaculado de anchas solapas ocupó el atril; el capitán Jack se dejó caer en la silla vacante más cercana. El hombre alto se movía con un porte y una autoridad que parecían más propias de un juez o de un abogado de gran calidad que de un policía; me recordó al tieso y algo relamido predicador luterano que visitaba al viejo hasta que el Bund entró en la lista de organizaciones subversivas.

—El teniente Millard —murmuró el agente que estaba sentado junto a mí—. Es el número dos de Homicidios, pero, en realidad, es quien manda. Un tipo realmente aterciopelado.

Moví la cabeza, asintiendo, y escuché hablar al teniente con una voz suave como el terciopelo.

—... y el forense ha declarado que el asunto Russo-Nickerson es un asesinato-suicidio. La oficina se está encargando del atropello seguido de huida que ocurrió entre Pico y Figueroa el 10/11 y hemos localizado el vehículo, un sedán La Salle del 39, abandonado. Está registrado a nombre de Luis Cruz, mexicano y varón, cuarenta y dos años, de Alta Loma Vista, 1349, en el sur de Pasadena. Cruz ha vestido dos veces el traje a rayas en Folsom, en ambas ocasiones por Robo en Primera. Hace tiempo que no se le ve y la mujer afirma que su La Salle le fue robado en septiembre. Dice que se lo llevó el primo de Cruz, Armando Villareal, de treinta y nueve años, el cual también ha desaparecido. Harry Sears y yo empezamos a encargarnos de él y los testigos oculares dijeron que dentro del coche viajaban dos varones mexicanos. ¿Tienes alguna otra cosa, Harry?

Un hombre rechoncho y no muy arreglado se puso en pie y giró sobre sí mismo para encaramarse a la sala. Tragó saliva unas cuantas veces y luego empezó a tartamudear:

—La mujer de C-C-C-Cruz está jojojodiendo con el ve-ve-vecino. Nunca puso denuncia de que el co-coche hubiera sido ro-ro-robado, y los vecinos di-dicen que ella busca que se declare la nulidad de la libertad condicional del pri-primo para que C-C-Cruz no se entere de su asunto con el se-segundo.

Harry Sears volvió a sentarse con un gesto brusco. Millard le sonrió y dijo:

—Gracias, compañero. Caballeros, Cruz y Villareal han violado su libertad condicional y son ahora fugitivos de prioridad. Se han emitido órdenes de busca y captura para ellos y para quienes los escondan. Y aquí viene el postre: los dos tipos son de esos que empinan el codo y entre ambos suman cien denuncias por embriaguez. Los conductores borrachos que atropellan y se dan a la fuga son una condenada amenaza, así que a por ellos. ¿Capitán?

Tierney se puso en pie y gritó: «¡Pueden irse!». Un enjambre de policías me rodeó, dándome la mano, palmaditas en la espalda y suaves puñetazos en el mentón. Aguanté todo el chaparrón hasta que la sala se despejó y Ellis Loew se acercó a mí, mientras jugueteaba con la llavecita insignia de la hermandad universitaria Phi Beta Kappa que colgaba de su americana.

—No tendría que haber aflojado con él —dijo, girando la llavecita entre sus dedos—. Iba por delante en las tres tarjetas de los jueces.

Sostuve la mirada del ayudante del fiscal sin dejarme amedrentar.

—La Proposición 5 fue aprobada, señor Loew.

—Sí, desde luego. Pero algunos de sus jefes perdieron dinero. Agente, intente ser un poco más inteligente aquí. No deje perder esta oportunidad igual que hizo con el combate.

—¿Estás listo, espalda de lona?

La voz de Blanchard me salvó. Me fui con él antes de hacer algo para perder esa oportunidad allí mismo y en ese instante.

Nos dirigimos hacia el sur en el coche civil de Blanchard, un cupé Ford del 40 con una radio de contrabando metida bajo el salpicadero. Lee hablaba y hablaba del trabajo mientras que yo contemplaba el escenario callejero de la parte baja de Los Ángeles.

—... básicamente vamos detrás de los fugitivos con prioridad, pero algunas veces nos encargamos de cazar testigos materiales para Loew. Aunque no demasiado a menudo..., suele utilizar a Fritzie Vogel para que le haga los recados, con Bill Koenig a su lado poniendo los músculos. Los dos son unos mierdas. De todas formas, algunas veces tenemos períodos relajados y se supone que debemos visitar las comisarías y echarle un vistazo a sus asuntos con prioridad..., las órdenes de búsqueda y captura emitidas por los tribunales de la región. Cada comisaría del Departamento de Policía de Los Ángeles destina a dos hombres para que trabajen en ello pero se pasan la mayor parte del tiempo perdiendo a su gente, por lo que se supone que debemos echarles una mano. Algunas veces, como hoy, oyes algo en el informe semanal o consigues encontrar algo interesante en el tablón. Si las cosas están realmente calmadas, puedes encargarte de ayudar a los burócratas del Departamento 92 con su papeleo. Te darán tres pavos por una tanda de informes, siempre se saca algo de calderilla con eso... De momento, la cosa anda bastante reposada. Tengo listas con delincuentes de H. J. Caruso Dodge y la Yeakel Brothers Old, todos esos tipos duros negros que los agentes normales tienen miedo de molestar. ¿Alguna pregunta, socio?

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