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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

La cicatriz (68 page)

BOOK: La cicatriz
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Cada movimiento que hace Doul es perfecto, pulcro y directo. No hay excesos, no hay curvas.

Los hombres que lo rodean empiezan a chillar pero el impulso de los que vienen tras ellos los obligan a seguir avanzando. Se mueven con torpeza hacia Doul, que está en el aire, con las piernas dobladas, girando en medio del apagado traqueteo de las balas. Dispara con nuevas armas y las arroja contra los rostros de mis enemigos y entonces deja al fin que sus pies vuelvan a tocar el suelo. Tiene su última pistola en la mano y salta de un rostro encogido al siguiente, dispara, da un brinco, la arroja a un lado, golpea con las rodillas dobladas, un movimiento de lucha callejera que le parte la nariz a un cacto y lo arroja contra los cuerpos de sus camaradas crobuzonianos.

Bellis observa, con la respiración entrecortada, sin moverse. Por todas partes la lucha es fea, contingente y caótica y estúpida. La asombra que Doul sea capaz de hacerla hermosa.

Queda inmóvil un momento, mientras las tropas de Nueva Crobuzón se reagrupan y lo cercan. Está rodeado. Entonces la hoja cerámica de Doul aparece con un destello de piedra pulimentada.

Su primer golpe es preciso, una estocada tan rápida que resulta imposible de ver, que se hunde en una garganta y sale en un parpadeo, seguida por un haz de savia que ahoga al cacto en su propia vida. Y entonces Uther Doul está rodeado por completo y vuelve a gritar su nombre, sin ningún miedo y cambia de postura y su mano se mueve a lo largo de su cuerpo, enciende el motor dormido de su cinturón y libera la Posible Espada.

Hay un crujido en el aire, como de estática, seguido de un zumbido. Bellis no puede ver el brazo derecho de Doul con claridad. Parece parpadear, vibrar. No está atrapado en el tiempo.

Doul se mueve
(baila)
y se vuelve para encarar a la masa de atacantes. Su brazo izquierdo sale despedido hacia atrás con gracia simiesca y desenvuelta y entonces, con pasmosa velocidad, levanta el brazo del arma.

Su espada florece.

Es fecunda, rebosante, derrama ecos en todas direcciones. Doul tiene un millar de brazos derechos que sajan en un millar de direcciones. Su cuerpo se mueve y, como un árbol de una complejidad asombrosa, sus brazos derechos se desperdigan por el aire, sólidos y aterradores.

Algunos de ellos apenas son visibles, otros son casi opacos. Todos se mueven con la velocidad de Doul, todos empuñan su espada. Se entrelazan y solapan y se mueven los unos alrededor de los otros y muerden al golpear. Ataca a izquierda y derecha e izquierda, y arriba y abajo, y empala y para y corta de forma salvaje, todo ello al mismo tiempo. Un centenar de espadas bloquean cada ataque que le lanzan sus enemigos e incontables más replican de forma brutal.

Los hombres que lo rodean están marcados y lacerados con un palimpsesto de heridas monstruosas. Doul golpea y la sangre y los gritos manan a sus alrededor a borbotones increíbles. Los marineros de Nueva Crobuzón están paralizados. Por un segundo, observan cómo caen sus camaradas segados por una muerte sanguinolenta. Y Uther Doul vuelve a moverse.

Grita su nombre, se vuelve y gira en el aire sobre ellos, mientras lanza patadas y rueda, siempre en movimiento y allí donde mira, en todas direcciones, ataca la Posible Espada. Está rodeado, envuelto, oculto tras un velo de casi-espadas y su armadura gris apenas resulta visible tras el muro traslúcido de sus propios ataques. Es como un espíritu, un dios de la venganza, un viento asesino que empuña una miríada de espadas. Se mueve entre los hombres que han abordado su barco y levanta una neblina de su sangre y los deja allí, muriendo, los miembros y las partes de sus cuerpos retorciéndose sobre la cubierta. Su armadura está roja.

Bellis ve su rostro un instante. Es una ruinosa máscara encogida por un gruñido salvaje.

Los hombres de Nueva Crobuzón mueren en gran número y disparan sus armas como niños.

Con una estocada e incontable heridas, Doul abre en canal a una taumaturga que está tratando de frenarlo y el poder de la mujer hace que la sangre le hierva mientras se disipa; y abate a un enorme cacto que levanta un escudo que para muchos cientos de los ataques de Doul pero no puede protegerlo de todos; y asesina a un marinero armado con un lanzallamas cuyo tanque de gas pirético se raja y estalla y lo prende al mismo tiempo que un tajo le corta la cara. Incontables golpes con cada ataque.

—Dioses —susurra Bellis para sí, perpleja—. Que Jabber nos
proteja
… —está aterrada.

Uther Doul mantiene encendida la Posible Espada durante menos de medio minuto.

Cuando la apaga con un movimiento del pulgar y queda de pronto inmóvil, por completo, y se vuelve hacia los marineros crobuzonianos supervivientes, su rostro está en calma. La fría, muda solidez de su brazo derecho resulta chocante. Parece una especie de monstruo, un fantasma cubierto de sangre. Respira profundamente, húmedo, empapado con sangre de hombre que le resbala por todo su cuerpo.

Uther Doul vuelve a gritar su propio nombre, sin aliento, salvajemente triunfante.

Invisible tras la sombra de Bellis, el hombre aparta la estatua de sus labios
.

Está horrorizado. Está completamente aterrorizado
. No lo sabía,
piensa, frenético
, no sabía que pudiera hacer eso…

El hombre ha visto subir a bordo a sus liberadores y ha visto cómo iban abriéndose paso entre las filas de sus enemigos, cómo se apoderaban del
Grande Oriente,
cómo se hacían con el barco, el corazón de Armada… y ahora ha visto cómo eran abatidos y masacrados y destruidos en cuestión de segundos por Uther Doul
.

Vuelve la mirada frenética hacia la escuadra de fragatas que se ha situado entre la
Sorghum
y la ciudad y vuelve a introducir la lengua en la estatua y siente que ésta te entrega de nuevo su poder y considera la posibilidad de saltar sobre la estructura en la que se encuentra, sobre los cadáveres que hay abajo, hasta los barcos de Nueva Crobuzón
.


¡Soy yo!

podría decir
—.
¡Estoy aquí! ¡Yo soy la razón de que estéis aquí! ¡Vámonos, huyamos, huyamos de aquí!

No puede matarlos a todos, piensa el hombre mientras va recuperando el valor y mira fijamente la figura teñida de rojo de Uther Doul, allá abajo. Aún con esa maldita espada, son demasiados y los barcos de Armada están siendo barridos y las tropas de Nueva Crobuzón, acabarán por llegar hasta aquí y entonces podremos marcharnos. El hombre se vuelve y mira hacia el lugar en el que los acorazados están haciendo trizas los restos de la flota de Armada
.

Pero, mientras se incorpora de nuevo para marcharse, ve algo
.

La legión de remolcadores y vapores que han rodeado a Armada como una corona y han tirado de ella durante décadas y que ha quedado ociosa desde la llegada del avanc, está empezando a abandonar la órbita de la ciudad y se dirige hacia la flota de Nueva Crobuzón
.

Los barcos han sido reacondicionados por tripulaciones frenéticas que los han cargado de cañones, de pólvora negra y explosivos, de arpones y células y baterías de flogisto y dentaduras, clavados, soldados, atornillados de forma improvisada. Ninguno de ellos es un barco de guerra: ninguno sería rival para un acorazado. Pero son muchísimos
.

Invisible, el hombre se encoge, paralizado
. No pensé…
balbucea para sus adentros, mudo
. No pensé en ellos.

Le ha contado todo al gobierno: les ha advertido sobre los nauscopistas, para que los meteoromantes de Nueva Crobuzón pudieran ocultar la llegada de su flota; de las aeronaves, para que los golems estuvieran preparados; les ha informado del número de barcos a los que tendrían que enfrentarse. Las fuerzas de Nueva Crobuzón han sido calculadas para derrotar a la flota armadana cuya cuantía y fuerza ha investigado este hombre antes de informarlos. Pero no se le ocurrió contar los inútiles y viejos remolcadores y vapores, pesqueros de arrastre y barcazas. No se los imaginó liberados y cargados de explosivos. No los imaginó navegando como están haciendo ahora, en dirección a un acorazado o un barco de guerra, disparando sus patéticos cañones como niños rebeldes: no imaginó a sus tripulaciones, abandonándolos cuando se encuentran apenas a unos pocos metros de distancia, escapando de las humeantes embarcaciones en botes y esquifes y observando cómo se precipitan contra los flancos de los barcos de Nueva Crobuzón y abren vías de agua en sus costados de hierro y se incendian y explotan
.

Al oeste hay una mancha de sucios colores y el sol está muy bajo. Las tripulaciones de los dos dirigibles que esperan junto al
Uroc
están impacientes.

El Brucolaco y sus vampiros estarán muy pronto despiertos y dispuestos para la lucha.

Pero algo está cambiando en el mar, a popa de la ciudad. Los marineros crobuzonianos que la han abordado están presenciando con asombro aterrorizado lo que los armadanos contemplan con furiosa esperanza.

Los remolcadores continúan su penoso avance hacia la flota de Nueva Crobuzón hasta que, en grupos de uno o de dos, empiezan a chocar contra ella. Se precipitan hacia los acorazados, con los motores recalentados, los timones encajados para que no se desvíen y a toda máquina. Varios de ellos vuelan por los aires, convertidos en fuentes de metal y carne, antes de llegar. Pero hay muchísimos.

Cuando alcanzan los costados colosales de los acorazados, las proas de los pesqueros y remolcadores se arrugan y se doblan hacia atrás. Y, al ser comprimidos, los motores al rojo vivo estallan y el petróleo o la pólvora o la dinamita amontonadas junto a ellos se encienden. Y, con llamas feas y untuosas, con grandes bocanadas de humo y estallidos secundarios que disipan parte de la energía en sonido, con una, dos o tres detonaciones menores en vez de una grande y sólida, los barcos explotan.

Incluso unos torpedos tan imperfectos como aquellos empiezan a hacer mella en los acorazados de Nueva Crobuzón.

Tras ellos, la quebrantada flota de Armada empieza a reagruparse. Las naves se han frenado y están siendo abatidas poco a poco por la masacre de las embarcaciones sacrificadas. Los acorazados de Armada reagrupan a su flota y empiezan a disparar a sus enemigos, ahora detenidos.

El mar está lleno de botes salvavidas, las tripulaciones de los navíos abandonados que ahora se precipitan lentamente hacia los barcos de Nueva Crobuzón; reman de forma frenética para tratar de evitar a los demás barcos armadanos que se aproximan. Algunas de ellas fallan: son atropelladas y hundidas; algunas son volcadas por las enormes olas sanguinolentas o atrapadas por la bocanada de calor de las cargas de profundidad o hechas pedazos por salvas de los cañones, Pero muchas logran escapar a mar abierto y regresan a Armada mientras sus pequeños y feos remolcadores se arrojan sobre los invasores y explotan.

Aquellos atacantes inesperados han detenido a los crobuzonianos. Una ridícula y costosa línea de defensa, un barco detrás de otro en un holocausto colectivo arrojado sobre los costados de hierro de sus enemigos.

Obligan a los acorazados a detenerse.

El
Caminante de la Mañana
se está yendo a pique.

Se alza un grito de triunfante asombro en el extremo de popa de Armada, desde donde los ciudadanos pueden ver lo que está ocurriendo apenas a unos kilómetros de distancia.

El bramido es recogido por quienes oyen el grito de triunfo y lo imitan; y luego por quienes están detrás de ellos, y detrás de estos. Se extiende por toda la ciudad. Al cabo de un minuto, hasta en el último rincón de Otoño Seco y Sombras y la Espuela del Reloj, al otro lado de Armada, los hombres y las mujeres gritan de éxtasis, aunque no están muy seguros del por qué.

Los soldados de Nueva Crobuzón asisten a la escena con un horror total. Una enorme grieta se extiende por el costado del
Caminante de la Mañana
. Más barcos diminutos chocan contra él y estallan mientras empieza a combarse, mientras su silueta magistral empieza a retorcerse; y se escora en toda su longitud, como si lo estuviera haciendo a propósito; y unas pequeñas y frenéticas figuras empiezan a arrojarse por sus costados; y las explosiones continúan, hasta que la proa se eleva de repente sobre la superficie del mar y, con una terrible y estremecedora explosión, se parte en dos y arroja hombres y metal y carbón —toneladas y toneladas— al mar.

Las tripulaciones de los barcos de Nueva Crobuzón asisten al hundimiento de su posibilidad de regresar a casa. Los armadanos vuelven a gritar de júbilo, mientras la enorme forma se dobla sobre las aguas, pesada y pesarosa, como si se arrepintiese de sus movimientos y, envuelta en llamas, empieza a irse a pique.

El buque insignia de la flota crobuzoniana ha desaparecido.

Frenéticos, los demás acorazados empiezan a disparar salvas a la propia Armada, pero es demasiado pronto y sólo consiguen agitar las aguas y que la ciudad se balancee como si estuviera en medio de una tormenta. Sin embargo, algunos de los barcos de menor tamaño están ya a distancia de tiro y sus pesados cañonazos destrozan mástiles y atraviesan el tejido de la ciudad.

Una bomba cae en el Mercado de Invercaña y destroza un círculo de puestos montados sobre barcas. Dos salvas vuelan y abren un agujero en un costado del
Pincherman
por el que salen despedidos centenares de libros ardiendo que van a caer al mar. Algunos barcos son hundidos mientras los puentes de madera que los unen por los cuatro costados se hacen astillas.

Angevine y Shekel, escondidos del resto de los invasores crobuzonianos, se consuelan mutuamente. El rostro de Shekel está sangrando de forma copiosa.

Pero por muy terribles que puedan ser estos ataques, sólo los grandes acorazados podrían destruir la ciudad y éstos no están todavía a distancia de tiro. Están siendo hostigados, frenados, hundidos, por la masacre de remolcadores cargados de pólvora. Los navíos armadanos no dejan de llegar. Después de que la quinta explosión le quiebre la quilla, el
Daño de Suroc
empieza a escorarse, a agrietarse, a zozobrar, a desplomarse en las aguas.

Los acorazados de bolsillo y los exploradores se arremolinan, solícitos e inútiles, a su alrededor, como los zánganos de una reina moribunda. Bajo el renovado ataque de la flota de Armada pero sobre todo a causa de los inesperados y suicidas ataques de los remolcadores remozados, los colosos de la flota de Nueva Crobuzón van siendo, uno detrás de otro, destruidos.

BOOK: La cicatriz
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