Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Si quieres que te diga la verdad, en estos momentos estoy...
Bueno, digamos que terminé de atender unos cuantos negocios y ahora estoy esperando a que surja algo.
La obsequió con una sonrisa torcida, pero Leia le contempló frunciendo el ceño.
—¿Qué ha sido de tu gran explotación minera en Nkllon? La Nueva República sustituyó casi toda la maquinaria que había quedado destruida, ¿no?
—Bueno, aun así continuaba habiendo muchísimo trabajo que hacer y las minas seguían sin proporcionar beneficios... El ataque de Sluis Van no resultó nada positivo en el aspecto publicitario, evidentemente. Y Nkllon es un auténtico infierno... Tú estuviste allí, y lo sabes. Necesitaba cambiar de aires.
Leia se cruzó de brazos y le contempló sin tratar de ocultar su escepticismo.
—Muy bien, Lando —dijo—. Las excusas han sido recibidas y archivadas en los bancos de datos. Ahora cuéntame qué ocurrió realmente en Nkllon.
Lando volvió a removerse en su asiento.
—Bueno... Lo perdí todo en una partida de sabacc.
Leia no pudo contener la risa.
—Así que te has quedado sin empleo, ¿eh? —La expresión de orgullo herido que apareció en el rostro de Lando era obviamente fingida. Leia reflexionó en silencio durante unos momentos—. Siempre podríamos volver a poner en vigor tu rango de general de la Nueva República... Tú y Wedge formasteis un gran equipo en Calamari.
Lando abrió mucho los ojos.
—¿Me estás ofreciendo un trabajo? No consigo imaginarme lo que puedes querer de mi.
—Recepciones diplomáticas, cenas estatales de gran gala... Montones de gente rica dispuesta a invertir su dinero en circulación —dijo Leia—. Las posibilidades son infinitas.
El viejo androide de protocolo volvió a cruzar lentamente el umbral en ese momento, pero Cetrespeó y Erredós le dejaron atrás y fueron en línea recta hacia Leia antes de que el androide pudiera anunciar el motivo que le había traído hasta allí.
—¡Princesa Leia! —Cetrespeó no podía contener su excitación—. Hemos encontrado uno... Cuéntaselo todo a la princesa, Erredós. ¡Oh, general Calrissian! ¿Qué está haciendo aquí?
Erredós lanzó una serie de sonidos electrónicos que Cetrespeó se encargó de traducir.
—Erredós estaba inspeccionando los datos concernientes a los ganadores en distintos locales de juego esparcidos por toda la galaxia. Parece ser que hemos dado con un hombre que tiene una suerte extraordinaria en las carreras de amorfoides umgullianos.
Cetrespeó le entregó un listado con los datos sobre los ganadores, pero Leia se lo pasó directamente a Lando.
—Tú entiendes mucho más de estas cosas que yo.
Lando aceptó la página llena de cifras y las contempló en silencio. No parecía saber qué estaba buscando.
Cetrespeó se apresuró a añadir sus comentarios a lo que había dicho Erredós.
—Si se limita la estadística al número de aciertos y errores, el historial del señor Tymmo no muestra nada que se salga de lo corriente. Pero cuando hice que Erredós calculara la magnitud de sus ganancias... Bueno, observarán que el señor Tymmo pierde con gran frecuencia en las carreras de poca importancia, pero cada vez que apuesta más de cien créditos a un amorfoide determinado, ¡ese amorfoide gana la carrera!
Lando golpeó la página llena de cifras con las puntas de los dedos.
—Tiene razón. Esto es muy raro... Nunca he asistido a una carrera de amorfoides umgullianos, y no soy experto en el tema, pero me siento inclinado a decir que ese porcentaje de ganancias es tan improbable que resulta prácticamente imposible.
—Es justo el tipo de cosa que el amo Luke nos ordenó que buscáramos. —Cetrespeó empezó a mover los brazos arriba y abajo, haciendo trabajar a sus zumbantes servomotores tan deprisa que éstos acabaron emitiendo un chirrido de protesta—. ¿Creen que el señor Tymmo podría ser un Jedi en potencia para la academia del amo Luke?
Lando se volvió hacia Leia con los ojos llenos de preguntas. Estaba claro que no había oído hablar del reciente discurso de Luke. Pero Leia se había animado muchísimo, y le brillaban los ojos.
—Alguien tiene que averiguar qué hay de verdad en esto —dijo—. Si no es más que una estafa, entonces necesitaremos a alguien que esté familiarizado con las casas de juego... Lando, ¿no crees que es justo el tipo de trabajo que podrías hacer?
Leia conocía la respuesta que iba a recibir de Lando incluso antes de formular la pregunta.
Los eriales agrietados y llenos de simas de Kessel siempre hacían que a Moruth Doole le entrara hambre. Doole estaba inmóvil delante de la ventana panorámica, con su ojo mecánico enfocado en la lejanía.
La superficie de Kessel era blanquecina y de aspecto polvoriento, con alguna maleza trasplantada muy resistente que intentaba sobrevivir en las rendijas. Los enormes churros de vapores de las fábricas de atmósfera se alzaban hacia el cielo rosado librando una batalla perdida de antemano contra la débil gravedad. La radiación invisible procedente de las Fauces se estrellaba contra los escudos atmosféricos con un continuo chisporroteo. La luna guarnición que servía de base a la flota defensiva de Kessel se estaba poniendo en el horizonte.
Doole se apartó de la ventana y fue hasta una pequeña alcoba de la gran estancia que antes de la rebelión había sido el despacho del alcaide. Había llegado el momento de comer algo.
Sacó una caja llena de insectos gordos y jugosos y pegó el rostro a la rejilla para aprovechar al máximo su escasa capacidad visual. Los insectos tenían diez patas, caparazón iridiscente y abdómenes muy suculentos. Todos sucumbieron al pánico en cuanto Doole movió la jaula.
Doole golpeó la rejilla con sus dedos esponjosos, poniéndolos todavía más nerviosos. Los insectos empezaron a revolotear frenéticamente por el reducido espacio. El terror liberaba una hormona que hacía que su carne resultara todavía más dulce y sabrosa. Doole se lamió sus gruesos labios de ribetiano.
Después abrió la puerta y metió toda la cabeza dentro de la jaula. Los insectos revolotearon alrededor de sus ojos, sus orejas y sus mejillas. La delgada y flexible lengua de Doole emergió velozmente una y otra vez por entre sus labios, y su afilada punta fue atravesando insectos y metiéndolos dentro de su boca. Atrapó tres más y después hizo una pausa para tragar. Las patitas que se agitaban le hacían cosquillas en el interior de la boca. Doole dejó escapar un suspiro de placer y capturó otro par de insectos. Un insecto voló en línea recta hacia su boca, y Doole se lo tragó.
Alguien llamó a la puerta del despacho y entró antes de que pudiera responder. Doole giró sobre sí mismo con la cabeza metida en la jaula de los insectos y vio a Skynxnex. Sus flacos brazos y piernas se movían nerviosamente.
—He venido a informar, Moruth.
Doole sacó la cabeza de la jaula de los insectos y la cerró. —Tres ocupantes de la jaula lograron escapar y volaron hacia el enorme ventanal panorámico, lanzándose velozmente contra el transpariacero. Doole decidió que ya los atraparía después.
—¿Sí? ¿De qué se trata?
—Hemos terminado con el
Halcón Milenario
. —Todas las marcas de identificación han sido eliminadas y sustituidas por números de serie falsos. También hemos hecho unas cuantas modificaciones aparte de las reparaciones que necesitaba. Si me das tu permiso, haré que lo lleven a la luna guarnición donde podrá ser incorporado a nuestra armada espacial. Los cargueros ligeros no son los navíos de combate ideales, pero con un buen piloto pueden causar muchos daños..., y el
Halcón
está bastante más cerca de ser un caza que un carguero.
Doole asintió.
—Estupendo, estupendo... ¿Qué hay de los generadores de campos de energía? Quiero que estén en condiciones de funcionar lo más pronto posible por si a la Nueva República se le ocurre atacarnos.
—Nuestros ingenieros de la base lunar creen que podrán modificar los circuitos de tal manera que no necesitemos todas las piezas que faltan. Kessel será inconquistable antes de que transcurra mucho tiempo.
El único ojo de Doole se iluminó con un brillo de excitación.
—¿Y Han Solo y su wookie? ¿Ya están en las minas?
Skynxnex juntó las puntas de sus dedos.
—He reservado un transporte blindado y me encargaré personalmente de hacer la entrega antes de una hora. —Skynxnex acarició su desintegrador de doble cañón—. Si intentan cualquier cosa, quiero estar allí para ajustarles las cuentas.
Doole sonrió.
—Estoy impaciente por tenerlos pudriéndose en la oscuridad —dijo, y después extendió sus manos palmeadas delante de él—. Bien, ¿a qué estás esperando?
Skynxnex salió del despacho del alcaide moviéndose con su caminar nervioso y tambaleante de costumbre.
Pensar en cómo se iba a vengar de Solo hizo que Doole sonriera, pero seguía sintiéndose un tanto inquieto. La Nueva República parecía insignificante y lejana, pero el sondeo de la mente de Han que había llevado a cabo le había revelado la magnitud de la potencia de fuego que podía llegar a ser dirigida contra él. Doole nunca había experimentado una sensación de catástrofe y peligro tan inminentes desde que se adueñó del complejo de la prisión arrebatándoselo a los esclavistas de Kessel.
Cuando el viejo sistema funcionaba todo había sido mucho más sencillo. Doole chantajeaba o sobornaba a los guardias de la prisión, y se las había arreglado para convertirse en un magnate del contrabando de especia justo debajo de las narices del Imperio. Vendía mapas y códigos de acceso al escudo de energía de Kessel, con lo que permitía que fueran surgiendo centros de extracción clandestina de especia a pequeña escala en otras partes del planeta. Los infortunados aspirantes a contrabandistas trabajaban sus nuevas minas, y luego vendían el producto en secreto a Doole. En cuanto las vetas de especia empezaban a agotarse. Doole (actuando como un leal funcionario de la institución penitenciaria) «descubría» la operación ilegal e informaba de su existencia a su contacto imperial. Cuando las tropas imperiales caían sobre esas minas ilegales, los guardias que trabajaban para Doole se aseguraban que nunca hubiese ningún superviviente que pudiera señalar a Doole con un dedo acusador.
Los otros lacayos acababan extrayendo especia en las minas primarias. Doole controlaba la situación, y siempre salía ganando ocurriera lo que ocurriese.
Durante la revuelta en la prisión Doole había escogido meticulosamente a sus peores rivales, y después se había asegurado que los guardias más duros se ocupaban de los peores contrabandistas hasta que unos y otros acabaron matándose entre sí. Eso dejó a Moruth Doole al mando, con Skynxnex como su mano derecha.
Doole había capturado al alcaide y le había enviado a trabajar en las minas de especia hasta que quedó convertido en una ruina humana. Después había introducido gusanos de especia en su cuerpo, meramente para divertirse. El alcaide había padecido una serie de convulsiones maravillosamente espectaculares mientras los gusanos iban devorando sus entrañas, y Doole había aprovechado el momento más aparatoso para incrustar su cuerpo en un bloque de carbonita, utilizando equipo de congelación que en tiempos pasados había sido empleado para preparar a los prisioneros violentos y peligrosos que debían ser transportados de un lugar a otro.
Los recuerdos siempre le excitaban. Doole metió la mano en un cajón de su escritorio y sacó de él la corbata de color amarillo chillón indicadora de que estaba preparado para aparearse. Se la puso, y después dejó escapar un largo suspiro siseante mientras cambiaba el foco de su ojo mecánico y contemplaba su reflejo. ¡Estaba irresistible!
Doole se pasó las palmas de las manos por las costillas para alisar el chaleco de piel de lagarto, salió de su despacho y avanzó por el pasillo. Entró en el ala de alta seguridad, tecleó el código de acceso que sólo él conocía y tragó una honda bocanada de aire. Su lengua entró y salió velozmente de su boca, captando la presencia de las feromonas que flotaban en la atmósfera.
Las hembras ribetianas cautivas se encogieron en los rincones de sus celdas-cubículo, intentando ocultarse entre las sombras. La corbata amarilla de Doole parecía brillar en la penumbra.
Moruth Doole se había sentido frustrado durante muchos años de soledad en Kessel, pero haberse convertido en dueño y señor del planeta había significado que por fin podía permitirse el gasto que suponía hacer que le enviaran docenas de esclavas desde su mundo natal. A veces las hembras no se mostraban muy dispuestas a cooperar, pero sus años de trabajo en la institución penitenciaria habían servido para que Doole adquiriese una amplia experiencia en todo lo referente a tratar con prisioneros que no querían colaborar.
En los últimos tiempos su única dificultad había sido escoger entre las hembras. Moruth Doole avanzó contoneándose por el estrecho pasillo, y sus labios temblorosos formaron una gran sonrisa lujuriosa mientras ajustaba su ojo mecánico poniéndolo a la máxima capacidad de visión y empezaba a inspeccionar el interior de las celdas.
El paisaje de Kessel desfilaba velozmente por debajo del transporte blindado. Han Solo únicamente podía ver una angosta tira a través de las mirillas que había en el compartimiento de los prisioneros. Han y Chewie habían sido atados a sus asientos y conectados a electrodos con resistencias de retroalimentación que les dejarían sin sentido en cuanto empezaran a moverse demasiado. Chewbacca lo había pasado todavía peor que Han, pues su arnés de inmovilización corporal era mucho más molesto que un par de grilletes aturdidores.
Skynxnex estaba inclinado sobre los controles de pilotaje, dirigiendo el transporte en un gran círculo que lo iba alejando de las estructuras de la Institución Penitenciaria Imperial. Un guardia con armadura estaba sentado en el asiento del copiloto, apuntando a Han y Chewie con su rifle desintegrador.
—Eh, Skynxnex, ¿qué te parece si nos vas indicando los lugares más hermosos? —preguntó Han—. Y, por cierto, ¿qué clase de recorrido turístico es éste?
—¡Cierra el pico, Solo! —replicó Skynxnex.
—¿Por qué iba a hacerlo? He pagado un billete completo, y tengo derecho a...
Skynxnex pulsó un botón y los electrodos les administraron una dolorosa descarga. Chewbacca rugió.
—Te has quedado sin propina, Skynxnex —murmuró Han.
El espantapájaros pilotó el transporte alrededor de un enorme pozo que se hundía hasta una gran profundidad. Vigas oxidadas y estructuras de refuerzo se alzaban como dedos esqueléticos surgiendo de los eriales blanquecinos. Han necesitó un instante para comprender que estaba contemplando un pozo abierto en la corteza de Kessel que había sido creado por las gigantescas fábricas de atmósfera con su continuo roer las rocas y disolverlas, un proceso que expulsaba oxígeno y dióxido de carbono para ir sustituyendo la capa de aire que se disipaba incesantemente. Cuando la inmensa fábrica hubo aspirado todos los gases de respiración viables, dejó aquel acceso a todo un complejo de túneles subterráneos para la minería de especia.