Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
—He soñado contigo... Un hombre oscuro que me ofrece secretos increíbles, y que luego me destruye. Si voy contigo estaré perdido... —Gantoris se irguió—. Eres un demonio.
Luke estaba muy sorprendido, especialmente después de todos los esfuerzos que había hecho para salvar a los dos niños.
—No, no es eso... —dijo intentando calmarle.
Otros colonos se habían acercado formando un círculo alrededor del enfrentamiento, hallando un foco para su ira y sus sospechas en él. Todos miraban a Luke, a aquel desconocido que había surgido de la nada justo a tiempo de apresurar la muerte de un miembro de su cada vez más reducida comunidad.
La mirada de Luke recorrió los rostros de las personas que le rodeaban. Y acabó decidiendo correr un gran riesgo.
—¿Qué puedo hacer para demostrarte que mis intenciones son buenas? —preguntó mirando fijamente a Gantoris a los ojos—. Soy tu invitado, o tu prisionero. Lo que deseo de ti es tu cooperación. Te ruego que escuches lo que tengo que decirte.
Gantoris extendió las manos para tomar el cuerpo del chico en sus brazos. El hombre que lo había estado sosteniendo parecía confuso y perdido, y contempló las manchas de sangre de sus mangas como si no comprendiera de dónde habían salido. Gantoris señaló a Luke con la cabeza.
—Coged al hombre oscuro.
Varios hombres se apresuraron a agarrarle por los brazos. Luke no intentó resistirse.
Gantoris, sosteniendo al niño en sus brazos, encabezó la lenta procesión que inició el ascenso por la pared de la grieta. Sólo se volvió una vez hacia Luke.
—Averiguaremos por qué has venido —dijo mirándole fijamente.
Leia estaba en la sala de comunicaciones privada, y dejó escapar un suspiro mientras lanzaba una nueva mirada al cronómetro. El embajador caridano llevaba retraso. Probablemente se estaba retrasando sólo para irritarla.
Había ajustado su reloj al tiempo local caridano como deferencia al embajador. La hora de la transmisión había sido sugerida por el embajador Furgan, pero al parecer después no se había dignado tomarse la molestia de ser puntual ateniéndose a ella.
Espejos de doble sentido mostraban los pasillos vacíos fuera de la sala de comunicaciones. A esa hora tan tardía, casi todas las personas que tenían una pizca de sentido común estaban profundamente dormidas en sus alojamientos..., pero nadie había prometido jamás a Leia Organa Solo que los deberes diplomáticos tuviesen un horario regular.
Cuando ese tipo de obligaciones se infiltraban en su jornada. Han solía gruñir y protestar por ser despertado en plena noche, y se quejaba diciendo que incluso los piratas y los contrabandistas llevaban a cabo sus actividades en horas más civilizadas. Pero aquella noche el avisador de Leia la había despertado para que se encontrara con unas habitaciones vacías y silenciosas. Han seguía sin haber llamado.
Un androide de limpieza avanzaba con un lento traqueteo por el pasillo, sacando brillo a las paredes y frotando los espejos de doble sentido. Leia contempló cómo sus frotadores parecidos a lampreas llevaban a cabo su función.
La imagen del embajador Furgan de Carida apareció en el centro de la plataforma de recepción acompañada por el chorro de estática resultado de unos transmisores de holored no muy bien sintonizados. La mala calidad de la transmisión quizá fuera deliberada, y en ese caso se trataba de otra muestra de grosería. El cronómetro indicaba a Leia que el embajador había iniciado su transmisión seis minutos después del momento que él mismo había insistido en fijar. Furgan no hizo ningún intento de pedirle disculpas por su retraso, y Leia... evitó hacer ninguna referencia a él.
Furgan era un humanoide de brazos y piernas muy flacos y grueso pecho de barril. Las cejas de su rostro cuadrado se desplegaban hacia arriba como las alas de un pájaro. A pesar de los ampliamente conocidos prejuicios contra las especies no humanas que había albergado el Emperador, al parecer había considerado que los caridanos eran lo suficientemente aceptables como para hacer negocios con ellos, ya que Palpatine había construido su centro de adiestramiento militar más importante en Carida.
—¿Necesitaba discutir conmigo algunos detalles referentes a la planificación de la visita, princesa Leia? —preguntó Furgan—. En tal caso, le ruego que sea breve.
El embajador cruzó los brazos sobre su enorme pecho en una manifestación de lenguaje corporal claramente hostil.
Leia intentó ocultar la exasperación que sentía e impedir que resultara perceptible.
—Es una cuestión de protocolo secundaria, pero preferiría que se dirigiera a mí dándome el tratamiento de «ministra» en vez del de «princesa» —dijo—. El planeta del que era princesa ya no existe.
Leia estaba haciendo cuanto podía para no fruncir el ceño.
Furgan desdeñó sus palabras con un gesto de la mano como si no tuvieran ninguna importancia.
—Muy bien, ministra. ¿Qué temas deseaba discutir conmigo?
Leia hizo una profunda inspiración de aire y trató de reprimir el estallido de mal genio que se estaba acumulando detrás de su expresión impasible.
—Querría informarle de que Mon Mothma y los otros miembros del Gabinete de la Nueva República darán una recepción de gala en su honor cuando llegue a Coruscant.
Furgan se puso hecho una furia.
—¿Una recepción frívola? —exclamó—. ¿Acaso se supone que debo pronunciar un emocionado discurso de agradecimiento lleno de palabras amables? Quiero que tenga muy claro que voy a Coruscant en peregrinación para visitar el hogar del difunto Emperador Palpatine... ¡no a ser agasajado por una banda de terroristas advenedizos que carecen de toda legitimidad! Los caridanos seguimos siendo leales al Imperio.
—Ya no existe ningún Imperio centralizado, embajador Furgan. —Leia necesitó recurrir a todo su autocontrol para no caer en la trampa que se le estaba tendiendo. Sus ojos oscuros habían empezado a arder con fuegos color obsidiana, pero en vez de enfurecerse con el embajador lo que hizo fue sonreírle—. Aun así, le trataremos con la máxima cortesía posible confiando en que su planeta acabará encontrando alguna manera de adaptarse a la realidad política de la galaxia.
La imagen holográfica del caridano tembló y chisporroteó.
—Las realidades políticas cambian —dijo—. Aún está por ver cuánto tiempo durará su rebelión.
La imagen de Furgan se disolvió en una explosión de estática cuando el embajador cortó la transmisión. Leia suspiró y se frotó las sienes, intentando eliminar el dolor de cabeza que acechaba detrás de sus ojos mediante un masaje. Salió de la sala de comunicaciones sintiéndose bastante abatida.
Vaya manera de terminar el día...
En las profundidades del Centro de Información Imperial todas las horas parecían la misma, pero el cronómetro interno de Cetrespeó le indicó que la noche de Coruscant ya estaba muy avanzada. Un par de androides de reparaciones estaban muy ocupados desmantelando uno de los enormes sistemas de ventilación, que había dejado de funcionar al quemársele los circuitos. Los androides de reparación dejaban caer las herramientas y las planchas metálicas de protección ennegrecidas con un despreocupado abandono, y el resultado era que estaban consiguiendo que la enorme estancia llena de ecos pareciese una zona de guerra. Cetrespeó pensó que prefería la soledad y el débil zumbido de fondo del día anterior.
Los androides descifradores enterrados en su universo privado de las redes de datos seguían trabajando tan impasiblemente como de costumbre. Erredós continuaba con su incesante labor de búsqueda, que ya duraba varios días.
Los androides de reparaciones extrajeron un conjunto de tres ventiladores del sistema de ventilación y lo dejaron caer al suelo con un ruido ensordecedor.
—¡Ya estoy harto de ellos, y se lo voy a decir ahora mismo! —exclamó Cetrespeó.
Pero Erredós se desconectó de la salida de datos antes de que el androide de protocolo pudiera ponerse en movimiento, y empezó a emitir silbidos y zumbidos. El pequeño androide de astronavegación estaba tan excitado que oscilaba hacia adelante y hacia atrás acompañando cada balanceo con pitidos estridentes.
—¡Oh! —dijo Cetrespeó—. Será mejor que me dejes echar un vistazo, Erredós. Probablemente no es más que otra de tus falsas alarmas.
Cuando los datos desfilaron por la pantalla, Cetrespeó no pudo ver nada susceptible de haber interesado tanto a Erredós..., hasta que el otro androide recopiló la información para hacerle ver a qué se refería. Un nombre apareció al lado de cada entrada: TYMMO.
—¡Oh, vaya! Bueno, visto de esa manera resulta un poco sospechoso... El tal Tymmo parece un candidato con probabilidades, desde luego. —Cetrespeó se irguió, sintiéndose repentinamente desorientado—. Pero el amo Luke no está aquí, y sus instrucciones sólo se referían a la búsqueda. ¿A quién podemos informar?
Erredós lanzó un pitido y después silbó una pregunta. Cetrespeó se volvió hacia él con ofendida dignidad.
—¡No voy a despertar al ama Leia a estas horas de la noche! Soy un androide de protocolo, y estas cosas siempre deben hacerse de la manera adecuada. —Cetrespeó asintió como si estuviera confirmando su decisión—. Lo primera que haremos mañana por la mañana será informarla.
La bandeja del desayuno flotó hasta la mesa de Leia en el balcón situado a gran altura en las torres imperiales. El sol brillaba sobre la ciudad que se extendía por encima de toda la masa continental de Coruscant. Criaturas aladas cabalgaban sobre las corrientes de aire caliente de las primeras horas de la mañana.
Leia contempló con el ceño fruncido la comida que le ofrecía la bandeja del desayuno. No había nada que le pareciese apetitoso, pero sabía que tenía que comer. Acabó escogiendo un platito que contenía un surtido de pastelillos y despidió a la bandeja. Antes de irse, la bandeja le deseó que tuviera un buen día.
Leia suspiró y empezó a picotear su desayuno. Se sentía agotada, tanto mental como físicamente. Odiaba sentirse tan dependiente, aunque fuera de su propio esposo, pero nunca dormía bien mientras estaba lejos. Han tendría que haber llegado a Kessel hacía tres días, y debía regresar dentro de dos. Leia no quería convertirse en una mujer posesiva, pero la había desilusionado mucho que Han no hubiera enviado ni siquiera un breve mensaje de saludo. Con los deberes diplomáticos manteniéndola ocupada durante todas las horas del día, se veían muy poco incluso cuando los dos se encontraban en el mismo planeta.
Bueno, por lo menos los gemelos estarían en casa dentro de seis días. Para aquel entonces Han y Chewbacca ya habrían regresado, y su forma de vida cambiaría por completo. Un par de críos de dos años correteando de un lado a otro del palacio obligarían a Han y Leia a ver de una manera muy distinta muchas de las cosas que les habían parecido inmutables hasta aquel momento.
Aun así, ¿por qué no se había puesto en contacto Han con ella? Enviar un comunicado desde la cabina del
Halcón
mediante la holored no tendría que haberle resultado tan difícil. Leia aún no estaba del todo preparada para admitir que empezaba a preocuparse por su esposo.
Un androide de protocolo de un modelo bastante antiguo apareció ante ella después de haber anunciado su presencia mediante una señal de saludo enviada desde la entrada del balcón.
—Discúlpeme, ministra Organa Solo, pero hay alguien que desea verla —dijo—. ¿Acepta visitantes?
Leia dejó el platito con los pastelillos encima de la mesa.
—¿Por qué no?
Probablemente era algún político que quería exponerle sus quejas en privado, o algún funcionario de segunda categoría que había sucumbido al pánico y necesitaba que Leia tomara una decisión sobre algún detalle totalmente desprovisto de interés, o quizá otro senador que intentaba colgarle alguna de las tareas que le correspondían.
Pero quien entró en el balcón con un aleteo de su capa roja fue Lando Calrissian.
—Buenos días, señora ministra. Espero no haber interrumpido su desayuno... —dijo, acompañando sus palabras con una irresistible sonrisa de oreja a oreja.
Leia sintió que su estado de ánimo se volvía menos sombrío nada más verle. Se puso en pie y fue a recibirle. Lando le besó galantemente la mano, pero Leia no quedó satisfecha hasta haberle dado un gran abrazo.
—¡Eres la última persona que esperaba ver esta mañana, Lando!
Lando la siguió hasta la mesa desde la que se dominaba todo el horizonte urbano de Ciudad Imperial, cogió una silla y dejó colgar su capa sobre el respaldo. Después cogió uno de los pastelillos intactos sin pedir permiso y empezó a comerlo.
—Bien, ¿qué te trae a Coruscant? —preguntó Leia, dándose cuenta de lo mucho que anhelaba mantener una conversación normal sin enredos diplomáticos u objetivos ocultos.
Lando se pasó una mano por el bigote para quitar las migas que se habían quedado adheridas a él.
—Acabo de llegar. Quería averiguar qué tal os va a todos en la gran ciudad. ¿Dónde está Han?
Leia dejó escapar un gruñido.
—Bueno, creo que ese tema va a amargarme toda la mañana... Él y Chewie fueron a Kessel, pero creo que han decidido utilizar la misión diplomática meramente como excusa para pasarlo en grande durante unos días y recordar sus años de gloria.
—Kessel puede ser un sitio bastante duro —dijo Lando. Leia rehuyó su mirada.
—Han no se ha tomado la molestia de comunicarse ni una sola vez en seis días.
—Eso no parece propio de él —dijo Lando.
—Oh, sí que es propio de él... ¡Y tú lo sabes muy bien! Supongo que nos enteraremos de qué tal les ha ido cuando vuelvan pasado mañana. —Leia se obligó a asumir una actitud de jovialidad que no sentía—. Pero no hablemos de eso en estos momentos. ¿Cómo consigues encontrar tiempo para ir de un lado a otro y dedicarte a hacer visitas sorpresa? Un hombre respetable como tú tiene tantas responsabilidades...
Esta vez fue Lando quien desvió la vista y se removió nerviosamente en su asiento. Después clavó la mirada en las grandes extensiones de relucientes edificios recién construidos que se alzaban por toda la metrópolis. Leia no se había dado cuenta de ello basta aquel momento, pero al observarle con más atención vio que el aspecto de Lando era un tanto descuidado. Sus ropas parecían estar un poco gastadas y los colores se habían debilitado, perdiendo su brillo original como a causa de un uso excesivo.
Lando extendió las manos hacia ella y cogió otro pastelillo.