Read La búsqueda del Jedi Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Deseo dirigirme a la asamblea, Mon Mothma —dijo—. ¿Se me permite hacerlo?
Bajó por los peldaños con zancadas rápidas y fluidas, lo bastante deprisa para que nadie perdiera la paciencia aguardándole pero al mismo tiempo moviéndose de una manera lo suficientemente grácil para dejar clara la fortaleza de su personalidad. Yoda le había dicho que las apariencias podían resultar engañosas, pero también había ocasiones en que las apariencias podían ser muy importantes.
Luke sintió que los ojos de todos los presentes se volvían hacia él mientras descendía por la larga rampa. El silencio se adueñó de la inmensa estancia. Luke Skywalker, el único Maestro Jedi existente, casi nunca tomaba parte en los procedimientos gubernamentales.
—Tengo un asunto muy importante que deseo exponer —dijo.
Durante un momento Luke se acordó del día en que había avanzado en la más completa soledad por los húmedos y oscuros pasillos del palacio de Jabba el Hutt, pero en esta ocasión no había centinelas gamorreanos de aspecto porcino a los que pudiera manipular con un chasquido de los dedos y un pequeño retorcimiento de la Fuerza.
Mon Mothma le dirigió una leve sonrisa impregnada de misterio y movió una mano indicándole que se colocara en el centro del estrado.
—Las palabras de un Caballero Jedi siempre son bienvenidas en la Nueva República —dijo.
Luke intentó no parecer complacido. Mon Mothma acababa de proporcionarle el comienzo perfecto.
—En la Vieja República —dijo—, los Caballeros Jedi eran los guardianes y los protectores de todos. Durante mil generaciones, los Jedi utilizaron los poderes de la Fuerza para guiar, defender y proporcionar apoyo al gobierno legítimo de los mundos... antes de que llegaran los días oscuros en que surgió el Imperio, cuando los Caballeros Jedi fueron asesinados.
Luke dejó que sus palabras flotaran en el aire, y volvió a tragar aire.
—Ahora tenemos una Nueva República —siguió diciendo—. El Imperio parece haber sido derrotado. Hemos fundado un nuevo gobierno basado en el antiguo, pero debemos albergar la esperanza de que aprenderemos de nuestros errores. Antes toda una orden de Caballeros Jedi cuidaba de la República y le ofrecía su fuerza. Ahora soy el único Maestro Jedi que existe. ¿Podremos sobrevivir sin esa orden de protectores para proporcionar una columna vertebral de fuerza a la Nueva República? ¿Seremos capaces de capear las tempestades y superar las dificultades que implica el forjar una nueva unión? Hasta este momento hemos padecido contiendas muy severas... pero en el futuro serán consideradas como simples dolores de parto.
Luke continuó hablando antes de que los senadores pudieran expresar su disconformidad.
—Nuestra gente ha tenido un enemigo común en el Imperio, y no debemos permitir que nuestras defensas se disuelvan meramente porque tenemos problemas internos. Y lo que es todavía más importante, ¿qué ocurrirá si empezamos a enfrentarnos los unos con los otros por mezquindades e insignificancias? Los antiguos Caballeros Jedi ayudaron a resolver disputas de muchos tipos actuando como mediadores. ¿Qué ocurrirá en el futuro si no hay Caballeros Jedi para protegernos de los tiempos difíciles que nos aguardan?
Luke se movió bajo los colores del arco iris creado por la difracción de la luz que producían los cristales del techo. Dejó que su mirada fuera recorriendo sin apresurarse los rostros de todos los senadores presentes, y acabó concentrando su atención en Leia. Vio que tenía los ojos muy abiertos, pero parecía estar de acuerdo con él. Luke no había comentado su idea con Leia.
—Mi hermana está sometiéndose al adiestramiento Jedi. Tiene una eran habilidad en el uso de la Fuerza, y sus tres hijos también son probables candidatos a ser adiestrados corto jóvenes Jedi. Durante los últimos años he llegado a conocer bastante bien a una mujer llamada Mara Jade, que actualmente está unificando a los contrabandistas..., a los antiguos contrabandistas —se corrigió—, en una organización que pueda colaborar con la Nueva República y ayudarla a resolver sus problemas. Mara Jade también posee un talento para la Fuerza. He conocido a otras personas como ella en el curso de mis viajes.
Otra pausa. De momento, todos le estaban escuchando en silencio.
—Pero ¿son las únicas? Ya sabemos que la capacidad para utilizar la Fuerza es transmitida de una generación a otra. La inmensa mayoría de los Jedi fueron asesinados durante la purga llevada a cabo por el Emperador, pero... ¿Acaso pudo erradicar a todos los descendientes de esos Caballeros Jedi? Yo mismo era totalmente inconsciente de la existencia del poder potencial que había dentro de mí hasta que Obi-Wan Kenobi me enseñó cómo utilizarlo. Mi hermana Leia tampoco conocía su existencia. ¿Cuántas personas hay en la galaxia que poseen una capacidad para utilizar la Fuerza comparable y que son miembros potenciales de una nueva orden de Caballeros Jedi, pero que ignoran qué son en realidad?
Luke volvió a mirarles.
—Durante mi breve búsqueda ya he descubierto que existen algunos descendientes de los antiguos Jedi. He venido aquí para pedir... —se volvió hacia Mon Mothma y movió la mano en un gesto que abarcó a todos los reunidos en la sala—, dos cosas.
»La primera es que la Nueva República sancione de manera oficial mi búsqueda de aquellas personas que poseen un talento oculto para utilizar la Fuerza, a fin de que pueda dar con ellas y tratar de ponerlas a nuestro servicio. Es una tarea en la que necesitaré cierta ayuda.
El almirante Ackbar le interrumpió, volviendo la cabeza hacia él y abriendo y cerrando velozmente sus enormes ojos de pez.
—Pero si tú mismo ignorabas la existencia de tu poder cuando eras joven, ¿cómo podrán llegar a conocerla esas otras personas? —preguntó—. ¿Cómo darás con ellas, Luke Skywalker?
Luke juntó las manos delante de él.
—Hay varias formas. En primer lugar y mediante la ayuda de dos androides consagrados a esa labor que dedicarán todo su tiempo a buscar en las bases de datos de Ciudad Imperial, podemos descubrir probables candidatos, personas que hayan experimentado rachas de suerte milagrosa y cuyas vidas parezcan estar llenas de coincidencias increíbles. Podríamos buscar personas que parecieran poseer un carisma que se saliera de lo corriente o a las que la leyenda atribuya el haber obrado milagros. Todas esas cosas podrían ser manifestaciones inconscientes de la capacidad de utilizar la Fuerza.
Luke alzó otro dedo.
—Los androides también podrían examinar las bases de datos en busca de descendientes olvidados de Caballeros Jedi conocidos de los días de la Vieja República. Deberíamos ser capaces de encontrar unas cuantas pistas.
—¿Y qué harás tú? —preguntó Mon Mothma, removiéndose nerviosamente entre los pliegues de su túnica.
—Ya he encontrado varios candidatos a los que deseo investigar. Lo único que pido ahora es vuestra aprobación y el que estéis de acuerdo conmigo en que es algo que debería hacerse, y en que la búsqueda de los Jedi no debería ser una tarea única y exclusiva mía.
Mon Mothma se irguió en su asiento central.
—Creo que podemos otorgar nuestra aprobación sin necesidad de discutirlo. —Sus ojos recorrieron los asientos de los otros senadores, y vio cómo todos asentían indicando que estaban de acuerdo—. Dinos en qué consiste tu segunda petición.
—Si se llega a encontrar un número suficiente de candidatos que posean el potencial de utilizar la Fuerza, deseo que se permita establecer en algún lugar adecuado un centro de adiestramiento intensivo que cuente con la bendición de la Nueva República..., una Academia Jedi, si preferís llamarla así. Bajo mi dirección, podemos ayudar a esos estudiantes a descubrir sus capacidades y a concentrar y reforzar sus poderes. Con el paso del tiempo, esa academia acabaría proporcionando un grupo que serviría de núcleo, y que podría ayudarnos a restaurar la orden de los Caballeros Jedi para que actuaran como protectores de la Nueva República.
Luke tragó una honda bocanada de aire y aguardó en silencio.
El senador Bel Iblis se puso en pie moviéndose lentamente.
—¿Se me permite hacer un comentario? Lo lamento, Luke, pero no tengo más remedio que sacar a relucir este tema... Ya hemos visto los terribles daños que puede llegar a causar un Jedi si se deja atraer y dominar por el lado oscuro. Ha pasado muy poco tiempo desde que nos enfrentamos a Joruus C'Baoth... y Darth Vader estuvo a punto de acabar con todos nosotros, naturalmente. Si un maestro tan grande como Obi-Wan Kenobi pudo fracasar y permitir que su discípulo cayera en las garras del mal, ¿cómo podemos correr el riesgo de adiestrar a toda una nueva orden de Caballeros Jedi? ¿Cuántos de ellos se volverán hacia el lado oscuro? ¿Cuántos nuevos enemigos nos crearemos a nosotros mismos?
Luke asintió con expresión sombría. La pregunta ya llevaba mucho tiempo acechando en las profundidades de su cerebro, y había reflexionado profundamente en ella.
—Lo único que puedo decir es que todos hemos visto esos ejemplos terribles, y que debemos aprender de ellos. Yo mismo he estado en contacto con el lado oscuro y he salido reforzado de esa experiencia, y el ser consciente de los poderes del lado oscuro me ha vuelto mucho más cauteloso de lo que jamás lo había sido antes. Estoy de acuerdo en que existe un riesgo, pero no puedo creer que la Nueva República vaya a estar más segura sin una nueva fuerza de Caballeros Jedi.
Un murmullo onduló por la estancia. Bel Iblis permaneció inmóvil durante un momento como si quisiera decir algo más, pero acabó sentándose con expresión satisfecha.
El almirante Ackbar se puso en pie y aplaudió con sus manos parecidas a aletas.
—Opino que la petición del Jedi ha sido formulada por el bien de la Nueva República y pensando en lo que más le conviene a ésta —dijo.
Jan Dodonna también se puso en pie. Después de haber estado a punto de morir en la Batalla de Yavin. Dodonna confiaba ciegamente en Luke.
—¡Yo también estoy de acuerdo!
Unos instantes después todos los senadores estaban de pie. Luke vio cómo los labios de Leia se curvaban en una sonrisa rebosante mientras se levantaba. Sintió la luminosa presencia del arco iris procedente del techo de cristal que le rodeaba y que parecía estar impregnado de poder, y notó un maravilloso calor que se fue extendiendo por todo su ser.
Mon Mothma seguía sentada, y estaba asintiendo gravemente con la cabeza. Fue la última en levantarse, y alzó una mano pidiendo silencio.
—Te entrego mi esperanza de que haya un renacimiento de los Caballeros Jedi —dijo—. Te ofreceremos toda la ayuda que podamos. Que la Fuerza te acompañe.
Antes de que Luke pudiera darse la vuelta, los aplausos de todos los presentes resonaron como una tempestad por la gran sala.
Los aposentos de Leia se contaban entre los más espaciosos y cómodos del palacio abandonado del Emperador..., y la estancia resonaba con los ecos del vacío. Leia Organa Solo, antiguamente princesa y actualmente Ministra de Estado de la Nueva República, se sentía cansada y sin energías mientras volvía a sus habitaciones al final de un día muy largo.
El momento culminante había sido el discurso triunfante de Luke ante la asamblea, pero eso no era más que un detalle en un día que había estado repleto de problemas. Complejas contradicciones en tratados multilinguales que ni siquiera Cetrespeó era capaz de comprender, restricciones culturales alienígenas que volvían casi imposible el ejercicio de la diplomacia... ¡Le daba vueltas la cabeza!
Leia recorrió sus aposentos con la mirada y su frente se arrugó en un fruncimiento de ceño.
—Dos puntos más de iluminación —dijo.
La estancia quedó más iluminada, y la intensificación de las luces hizo retroceder algunas de las sombras impregnadas de silencio.
Han y Chewbacca se habían ido, ostensiblemente para restablecer los contactos con el planeta Kessel, aunque Leia creía que para Han aquella misión sería más bien unas vacaciones, una manera de revivir «los buenos viejos tiempos» de vagabundeos despreocupados a través de toda la galaxia.
A veces se preguntaba si había algún momento en el que Han lamentara haberse casado con una persona tan distinta de él, y el haber echado raíces en Coruscant dejándose envolver por los enredos diplomáticos. Su esposo aguantaba recepciones interminables durante las que tenía que ir elegantemente vestido con ropas que estaba claro le resultaban muy incómodas, y durante las conversaciones tenía que hablar con un tacto mesurado que era totalmente nuevo para él.
Pero en aquellos momentos Han se estaba divirtiendo, y la había dejado atrapada en Ciudad Imperial.
Mon Mothma, la Jefe de Estado de la Nueva República, asignaba un número siempre creciente de misiones a Leia y permitía que el destino de planetas enteros dependiese de lo bien que desempeñara sus funciones. Hasta el momento Leia había conseguido salir bien librada de todas ellas, pero los siete años transcurridos desde la Batalla de Endor también habían traído consigo muchos reveses y problemas, como la guerra contra el Imperio alienígena de los ssi-ruuk y el resurgir del Gran Almirante Thrawn y su intento de recomponer el Imperio, por no mencionar la resurrección del Emperador y la amenaza que habían supuesto sus gigantescas máquinas de guerra, los Devastadores de Mundos. Por fin parecían estar disfrutando de una época de paz relativa, pero aquel estado de conflicto continuo había minado los cimientos sobre los que se asentaba la Nueva República.
En cierta forma, las cosas habían resultado mucho más sencillas cuando tenían un Imperio contra el que luchar cuya presencia enemiga unificaba a todas las facciones de la Alianza: pero en la actualidad el enemigo no estaba tan claramente definido. Leia y el resto de personalidades de la Alianza tenían que volver a forjar lazos entre todos los planetas que en tiempos no tan lejanos habían estado aplastados bajo la hora imperial, pero algunos de esos mundos habían sufrido tanto que sólo querían que se les dejara en paz y se les diera algo de tiempo para lamer sus heridas y restablecerse. Muchos de ellos no querían pertenecer a una federación de planetas que abarcaba toda la galaxia. Querían ser independientes.
Pero los mundos independientes podían ser conquistados fácilmente uno a uno si otras fuerzas poderosas llegaban a aliarse contra ellos.
Leia entró en su dormitorio y se quitó los ropajes diplomáticos que había llevado durante todo el día. Por la mañana habían estado recién lavados y planchados y habían brillado con una suave claridad, pero la tela ya había perdido su vigor después de haber pasado demasiado tiempo bajo las luces irisadas de la gran cámara de audiencias.