Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
De momento, F'nor creyó que era su entrada la que había interrumpido toda actividad, pero luego vio a los dos dragoneros que estaban amenazando a Terry. Por mucho que le sorprendiera la tensión que captó en el taller, le sorprendió todavía más el que amenazaran a Terry, ya que el hombre era el primer ayudante de Fandarel y su mejor artesano. Sin pensárselo dos veces, F'nor se acercó a los tres hombres, arrancando chispas de las losas de piedra con los tacones de sus botas.
—Buenos días a ti, Terry, y a vosotros, caballeros –dijo F'nor, saludando a los dos caballeros con altiva amabilidad—. F'nor, jinete de Canth, de Benden.
—B'naj, jinete de Seventh, de Fort —dijo el más alto y más gris de los dos caballeros. Era evidente que le había enojado aquella interrupción, y no dejó de golpear contra la palma de su mano una daga de mango cincelado.
—T'reb, jinete de Beth, también de Fort. Y si Canth es un bronce, adviértele que se mantenga alejado de Beth.
—Canth no es un cazador furtivo —replicó F'nor, sonriendo exteriormente pero dando a entender con su actitud lo que opinaba de un caballero que se dejaba afectar hasta tal extremo por los amours de su verde.
—Nunca se sabe lo que se enseña en el Weyr de Benden —dijo T'reb, en un tono deliberadamente desdeñoso.
—Modales entre otras cosas, para dirigirse a un superior —replicó F'nor, todavía amable. Pero T'reb le miró con más atención, consciente de una sutil diferencia en el tono de su voz—. Maestro Terry, ¿puedo hablar unos instantes con Fandarel?
—Está en su estudio...
—Y a nosotros nos has dicho que no estaba aquí —le interrumpió T'reb, agarrándole por la parte delantera de su pesado delantal de piel de wher.
F'nor reaccionó instantáneamente. Su mano morena se engarfió en la muñeca de T'reb, hundiendo sus dedos en los tendones tan dolorosamente que la mano del caballero verde quedó momentáneamente entumecida.
Cuando T'reb le soltó, Terry retrocedió un par de pasos, con los ojos llameantes y la mandíbula fuertemente apretada.
—Los modales del Weyr de Fort dejan mucho que desear —dijo F'nor, mostrando sus dientes en una sonrisa tan dura como la presión que ejercía sobre la muñeca de T'reb, sujetándole. Pero entonces intervino el otro caballero del Weyr de Fort.
—¡T'reb! ¡F'nor! —B'naj separó a los dos hombres—. Su verde está en celo, F'nor. Y T'reb no puede soportarlo.
—En tal caso debería quedarse en su Weyr.
—Benden no da consejos a Fort —exclamó T'reb, tratando de avanzar hacia F'nor, con la mano en la empuñadura de su daga.
F'nor retrocedió, obligándose a sí mismo a recobrar la calma. Aquel episodio era ridículo. Los dragoneros no se peleaban en público. Y nadie debía tratar al primer ayudante de un Maestro Artesano de aquella manera. En el exterior, los dragones aullaron.
Ignorando a T'reb, F'nor le dijo a B'naj:
—Será mejor que os marchéis de aquí. Beth está demasiado cerca del apareamiento.
Pero el truculento T'reb no estaba dispuesto a atender a razones .
—No me digas cómo he de manejar a mi dragón, pedazo de...
El resto del insulto se perdió en medio de una segunda salva de los dragones, a la cual añadió ahora Canth su trompeteo.
—No seas tonto, T'reb —dijo B'naj—. ¡Vámonos!
—No estaría aquí si tú no hubieras deseado esa daga. Tómala y vámonos.
La daga que B'naj había estado manoseando se encontraba en el suelo, junto a los pies de Terry. El Artesano se apresuró a recuperarla, y F'nor comprendió súbitamente el motivo de la tensión: los dragoneros habían estado a punto de requisar la daga, cosa que había evitado la llegada de F'nor. Últimamente, el caballero pardo había oído hablar demasiado de extorsiones semejantes.
—Será mejor que os marchéis —les dijo a los dragoneros, colocándose delante de Terry.
—Hemos venido en busca de la daga y no nos marcharemos sin ella —gritó T'reb y, fintando con inesperada rapidez, saltó más allá de F'nor, arrancando la daga de la mano de Terry e hiriendo el pulgar del herrero al tirar de la hoja.
F'nor agarró de nuevo la mano de T'reb y la retorció, obligándole a soltar la daga.
T'reb profirió un grito de rabia y, antes de que F'nor pudiera esquivarle o de que B'naj pudiera intervenir, el enfurecido caballero verde había hundido su propia daga en el hombro de F'nor, apretando rabiosamente hasta que la punta tropezó con el hueso.
F'nor retrocedió tambaleándose, consciente de que se estaba mareando a causa del dolor, consciente del grito de protesta de Canth, del salvaje aullido del verde y del trompeteo del pardo.
—Llévatelo de aquí —le dijo F'nor a B'naj con voz jadeante, mientras Terry se acercaba a prestarle ayuda.
—¡Fuera! —repitió el Herrero con voz ronca. Hizo una seña a los otros artesanos, que ahora avanzaron decididamente hacia los dragoneros. Pero B'naj tiró salvajemente de T'rab y le sacó del Taller.
F'nor se resistió mientras Terry trataba de llevarle al banco más próximo. Malo era que un dragonero atacara a un dragonero, pero F'nor estaba más impresionado aún por el hecho de que un caballero descuidara a su dragón por una codiciada fruslería.
El estridente ulular del dragón hembra verde se había hecho ahora más apremiante. F'nor deseó que T'reb y B'naj montaran en sus animales y se alejaran. Una sombra cayó a través del gran portal de la Herrería. Era Canth, susurrando ansiosamente.
La voz del dragón hembra verde se apagó súbitamente.
—¿Se han marchado? —le preguntó F'nor al dragón.
Definitivamente
, respondió Canth, estirando el cuello para ver a su jinete.
Estás herido
.
—No pasa nada. No pasa nada —mintió F'nor, relajándose en brazos de Terry.
Rodeado por una especie de bruma, se sintió levantado y luego notó la dura superficie del banco debajo de él, antes de que le vencieran decisivamente la náusea y el dolor. Su último pensamiento consciente fue que Manora se enojaría al enterarse de que no había ido a hablar directamente con el Maestro Herrero Fandarel.
Anochecer (hora del Weyr de Fort)
Reunión de los caudillos de Weyr en el Weyr de Fort
Cuando Mnementh surgió del inter encima del Weyr de Fort, penetró a tanta altura que la montaña del Weyr era un punto negro apenas discernible, debajo, a aquella hora de la tarde, cuando empezaba a oscurecer. La exclamación de sorpresa de F'lar quedó interrumpida por la bocanada de aire frío que quemó sus pulmones.
Tienes que estar tranquilo y desapasionado
, dijo Mnementh, duplicando el asombro de su jinete.
Tienes que imponerte en esta reunión
. Y el dragón bronce inició un largo descenso en espiral hacia el Weyr.
F'lar sabía que ningún reproche podía hacer cambiar de opinión a Mnementh cuando utilizaba aquel tono firme. Se maravilló de la inesperada iniciativa del gran animal. Pero el dragón bronce tenía razón.
F'lar no obtendría ningún resultado positivo si se presentaba ante T'ron y los otros caudillos de Weyr enfurecido y descompuesto, exigiendo justicia por el incidente en el que había sido herido su lugarteniente. O si continuaba sintiéndose humillado por el sutil insulto implícito en la hora señalada para esta reunión. En su calidad de caudillo del Weyr del jinete culpable, T'ron había demorado su respuesta a la petición de F'lar, formulada cortésmente, solicitando una reunión de todos los caudillos de Weyr para tratar del mencionado incidente producido en la Herrería del Fuerte de Telgar. Cuando finalmente llegó la respuesta de T'ron, fijó la reunión para la primera guardia, hora del Weyr de Fort; o noche cerrada, hora de Benden, algo ciertamente desconsiderado para F'lar y no menos inconveniente para los otros Weyrs orientales, Igen, Ista e incluso Telgar. D'ram del Weyr Ista y R'mart de Telgar, y probablemente G'narish de Igen, no dejarían de quejarse ante T'ron por aquel horario, aunque su retraso no era tan grande como el del Weyr de Benden.
De modo que T'ron deseaba que F'lar se presentara desequilibrado e irritado. En consecuencia, F'lar aparecería todo amabilidad. Se disculparía ante D'ram, R'mart y G'narish por lo inconveniente de la hora, aunque procurando asegurarse de que sabían que el responsable era T'ron.
El problema principal, para la mente ahora tranquila de F'lar, no era el ataque contra F'nor. El verdadero problema era la violación de dos de los preceptos del Weyr más importantes; preceptos que todo dragonero estaba obligado a conocer y a reconocer como fundamentales.
En primer lugar, existía la prohibición absoluta de que un dragonero sacara a un dragón hembra verde o a una reina de su Weyr cuando estaban a punto de remontar el vuelo para aparearse. No importaba que el dragón hembra verde fuera estéril por haber masticado pedernal. Su lujuria podía exacerbar apetitos sexuales en una medida incalculable. Un dragón hembra apareándose transmitía sus emociones a gran distancia. Algunos apareamientos verde—pardo eran tan ruidosos como los bronce dorado. Las reses que los captaban corrían enloquecidas en todas direcciones, y las aves eran presa de un salvaje histerismo. También los humanos eran susceptibles, e inocentes jóvenes de un Fuerte respondían a menudo con lamentables consecuencias. Ese aspecto particular del apareamiento de los dragones no afectaba a los habitantes de los Weyrs, dado que hacía mucho tiempo que habían eliminado las inhibiciones sexuales. No, no podía sacarse a un dragón hembra de su Weyr en aquel estado.
En opinión de F'lar, no importaba que la segunda violación derivase de la primera. Desde el momento en que los jinetes podían llevar a sus dragones al inter, estaban obligados a evitar situaciones que pudieran conducir a un duelo, especialmente teniendo en cuenta que el duelo era una costumbre aceptada entre Artesanado y Fuerte. Cualquier diferencia entre caballeros era dirimida en el interior del Weyr y a través de métodos incruentos. Los dragones se suicidaban cuando sus jinetes morían, y ocasionalmente algún animal enloquecía de pánico si su jinete resultaba malherido o permanecía inconsciente durante largo rato. Un dragón enloquecido resultaba casi imposible de manejar, y la muerte de un dragón trastornaba seriamente a todo su Weyr. De modo que los duelos con armas, que podían herir o matar a un caballero, estaban absolutamente prohibidos.
Hoy, un caballero del Weyr de Fort había violado deliberadamente —a juzgar por el testimonio que F'lar había obtenido de Terry y de los otros artesanos presentes— aquellos dos preceptos básicos. A F'lar no le producía ninguna satisfacción el hecho de que el caballero culpable perteneciera al Weyr de Fort, aunque ello significara colocar en una situación muy embarazosa a T'ron, el censor más implacable de las actitudes relajadas del Weyr de Benden hacia algunas tradiciones. F'lar podría argüir que sus innovaciones no quebrataban ningún precepto fundamental, pero los cinco Weyrs Antiguos rechazaban sistemáticamente toda sugerencia procedente del Weyr de Benden. Y T'ron era el que más se quejaba de los deplorables modales de los Señores y Artesanos modernos, tan distintos ——tan menos subordinados, rectificó F'lar— del servilismo de los Señores y Artesanos en aquella época remota de hacía cuatrocientas Revoluciones.
Sería interesante, pensó F'lar, comprobar cómo explicaba T'ron, el Tradicionalista, las acciones de sus caballeros, culpables ahora de ofensas contra las tradiciones del Weyr mucho peores que todo lo que F'lar había sugerido.
El sentido común había dictado la política de F'lar —hacía ocho Revoluciones— de incluir en las Impresiones a muchachos idóneos de los Fuertes y Artesanados; en el Weyr de Banden no había suficientes jóvenes para hacerse cargo de todos los huevos de dragón. Si los Antiguos hubiesen permitido que sus reinas jóvenes se apareasen con bronces de otros Weyrs, no hubieran tardado en tener nidadas tan numerosas como las de Benden, e indudablemente huevos de reina también. Sin embargo, F'lar comprendía los sentimientos de los Antiguos. Los dragones bronce de Benden y del Weyr Meridional eran de mayor tamaño que la mayoría de los bronce Antiguos. En consecuencia, ellos cubrían a las reinas. Pero, por la Cáscara, F'lar no había sugerido que las reinas jóvenes fueran cubiertas abiertamente. No intentaba desafiar a los caudillos de Weyrs Antiguos con bronces modernos, sino que creía que se beneficiarían injertando sangre nueva a sus animales. Y mejorar la dragonería en cualquier parte, ¿no significaba acaso un beneficio para todos los Weyrs?
En cuanto a invitar a los habitantes de los Fuertes y Artesanados a las Impresiones, era diplomacia práctica. En todo Pern no había un solo hombre que no hubiera acariciado en secreto la idea de que podría haber sido capaz de Impresionar a un dragón. De que podría haber estado unido de por vida a uno de aquellos grandes y fieles animales con lazos mutuos de amor y de admiración. De que podría haber cruzado todo Pern en un abrir y cerrar de ojos, montando a un dragón. De que no habría padecido nunca la soledad que era la condición de la mayoría de los hombres: un dragonero tenía siempre a su dragón. De modo que, tuvieran o no un pariente en la Sala de Incubación esperando Impresionar a una cría de dragón, los espectadores disfrutaban de la emoción de estar presentes, de ser testigos de aquel «rito misterioso». F'lar había observado también que se sentían sutilmente tranquilizados por el hecho de que aquella deslumbrante suerte estuviera al alcance de algunas almas afortunadas criadas fuera de los Weyrs. Y F'lar opinaba que los que se encontraban bajo la protección de un Weyr debían conocer a sus jinetes, dado que aquellos jinetes eran responsables de sus vidas y haciendas.
El haber asignado dragones mensajeros a todos los Fuertes y Artesanados importantes había sido también una medida muy práctica, cuando Benden era el único Weyr de Pern. El continente septentrional era muy extenso. Los mensajes de una costa a otra tardaban muchos días en llegar a su destino. El sistema de tambores de los Arpistas no admitía comparación con el de un dragón capaz de transportarse instantáneamente a sí mismo, a su jinete y a un explícito mensaje, a cualquier parte del planeta.
F'lar, también tenía consciencia de los peligros del aislamiento. En los días que precedieron a la caída de las primeras Hebras sobre Pern después del Largo Intervalo —¿era posible que sólo hiciera siete Revoluciones?—, el Weyr de Benden se había visto perjudicado por su aislamiento y las consecuencias las había padecido todo el planeta. En tanto que F'lar opinaba que los dragoneros debían mostrarse accesibles y amistosos, los Antiguos estaban obsesionados por una necesidad de retraimiento. Lo cual no hacía más que abonar el terreno para incidentes como el que acababa de producirse. T'reb montando un dragón hembra en celo, se había presentado en la Herrería de Telgar y había exigido —no solicitado— que un artesano le entregara un objeto que había sido fabricado por encargo de un poderoso Señor de un Fuerte.