Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
Tenía que cantar sus reproches a Mardra y T'ron como caudillos del Weyr... pero eso sería también un esfuerzo inútil. Últimamente, el carácter de Mardra se había avinagrado. Debería tener el suficiente sentido común como para retirarse discretamente a un segundo plano y dejar que los hombres solicitaran sus favores si T'ron había dejado de atraerla. A juzgar por lo que decían las muchachas de los Fuertes, T'ron era bastante libidinoso. De hecho, T'ron debería contener un poco sus impulsos lascivos. Groghe no podría ver con buenos ojos que el caudillo del Weyr ejerciera aquella especie de derecho de pernada.
Otro callejón sin salida pensó Robinton con una amarga sonrisa. Las costumbres del Fuerte diferían mucho de la moral del Weyr. ¿Tal vez una palabra a F'lar, del Weyr de Benden? Inútil también. En primer lugar, no había nada que el jinete bronce pudiera hacer, en realidad. Los Weyrs eran autónomos, y T'ron no sólo podría tomar a ofensa cualquier consejo que F’lar se comprometiera a dar, sino que Robinton estaba seguro de que F’lar tendería a ponerse de parte de los Señores de los Fuertes.
Esta no era la primera vez en los últimos meses que Robinton lamentaba que F’lar del Weyr de Benden se hubiera mostrado tan ansioso por renunciar a su liderazgo después de que Lessa retrocediera cuatrocientas Revoluciones por el inter para traer a esta época a los cinco Weyrs perdidos. Durante unos cuantos meses, hacía siete Revoluciones, Pern había permanecido unido bajo F'lar y Lessa contra la antigua amenaza de las Hebras. Todos los Señores, Maestros Artesanos, agricultores y artesanos habían sido de una misma opinión. Aquella unidad se había ido resquebrajando a medida que los caudillos de Weyr Antiguos habían vuelto a implantar su dominio tradicional sobre los Fuertes a los cuales protegían, y un Pern agradecido les había cedido aquellos derechos. Pero en cuatrocientas Revoluciones la interpretación de aquella antigua hegemonía se había modificado, sin que ninguna de las dos partes estuviera segura de la traducción.
Quizás ahora era el momento de recordarles a los Señores de los Fuertes aquellos peligrosos días de hacía siete Revoluciones, cuando todas sus esperanzas estaban depositadas en unas frágiles alas de dragón y en la dedicación de apenas dos centenares de hombres.
Bueno, el Arpista tiene también una obligación, por el Huevo, pensó Robinton, alisando innecesariamente la húmeda arena. Y el deber de propalarla.
Dentro de doce días, Larad, Señor de Telgar, iba a entregar su hermanastra Farnira a Asgenar, Señor del Fuerte de Lernos. El Maestro Arpista había recibido la orden de presentarse con canciones nuevas y adecuadas para animar los festejos. F'lar y Lessa serían invitados, ya que el Fuerte de Lemos correspondía a la zona del Weyr de Benden. Y con ellos celebrarían tan fausto acontecimiento otros caudillos de Weyr, Señores y Maestros Artesanos.
—Y entre mis alegres canciones, me atracaré de carne.
Sonriendo ante aquella perspectiva, Robinton empuñó su estilo.
—Debo componer un tema tierno pero intrincado para Lessa. Se ha convertido ya en leyenda.
El Arpista volvió a sonreír mientras evocaba a la delicada y menuda mujer Weyr, con su piel blanca, su nube de cabellos oscuros, el centelleo de sus ojos grises, la aspereza de sus palabras. Ningún hombre de Pern dejaba de respetarla ni se atrevía a desafiar su enojo, a excepción de F'lar.
Después, un tema marcial para el caudillo del Weyr de Benden, con sus incisivos ojos color ámbar, su inconsciente superioridad, la intensa energía de su delgada estructura de luchador. ¿Podría él, Robinton, arrancar a F'lar de su indiferencia? ¿O estaba quizás innecesariamente preocupado por aquellas pequeñas fricciones entre Señor del Fuerte y caudillo del Weyr? Pero sin los dragoneros de Pern, las Hebras acabarían con toda la vida del planeta, aunque todos los hombres, mujeres y niños estuvieran armados con lanzallamas. Una madriguera, bien establecida, podía correr a través de llanuras y bosques con la misma rapidez con que podía volar un dragón, consumiendo todo lo que crecía o vivía, salvo roca, agua o metal. Robinton agitó la cabeza, enojado con sus propias fantasías. Como si los dragoneros pudieran abandonar Pern o renunciar a su antigua obligación...
Luego... un sonoro redoble en el mayor de los tambores para Fandarel, el Maestro Herrero, con su insaciable curiosidad, sus grandes manos capaces de realizar tareas tan delicadas, su perpetua búsqueda de la eficacia. A simple vista, uno imaginaba que un hombre tan inmenso había de tener unos reflejos mentales tan lentos como deliberados eran sus movimientos físicos.
Una nota triste, bien sostenida, para Lytol, que otrora había cabalgado un dragón en Benden y había perdido a su Larth en un accidente en los Juegos de Primavera hacía catorce —¿o eran quince?— Revoluciones. Lytol había abandonado el Weyr —permanecer entre dragoneros no hacía más que exacerbar su inmensa pérdida— para dedicarse a la artesanía, en la especialidad de tejedor. Era Maestro de Taller en el Fuerte de las Altas Extensiones cuando F'lar descubrió a Lessa durante la Búsqueda. F'lar había nombrado a Lytol Gobernador Regente del Fuerte de Ruatha cuando Lessa renunció a sus derechos sobre Ruatha en favor del joven Jaxom.
¿Y cómo podía cantar un hombre a los dragones de Pern? Ningún tema era suficientemente grandioso para aquellos enormes y alados animales, tan dóciles como gigantescos. Impresionados al nacer por los hombres que los montaban, llameando contra las Hebras los atendían, los amaban y que estaban unidos a ellos, menté a mente, con un lazo indestructible que trascendía de la palabra. (Robinton suspiró, recordando que su ambición juvenil había sido la de convertirse en dragonero). Los dragones de Pern, que de un modo misterioso podían trasladarse por el inter de un lugar a otro en un abrir y cerrar de ojos. ¡Incluso inter de una Época a otra!
Otro suspiro brotó del alma de Arpista, pero su mano se movió hacia la arena y punzó la primera nota, escribió la primera palabra, preguntándose si él mismo encontraría alguna respuesta en la canción.
Apenas había rellenado de arcilla la tarea terminada, para conservar el texto, cuando oyó el primer redoble del tambor. Se dirigió rápidamente al pequeño patio exterior de su Taller, inclinando la cabeza para captar las llamadas: era la secuencia de alarma, desde luego, en compás de urgencia. Se concentró tan intensamente en los redobles del tambor que no se dio cuenta de que todos los otros sonidos normales en el Vestíbulo del Arpista habían cesado.
«¿Hebras?» Su garganta se secó instantáneamente. Robinton no necesitó consultar la tabla temporal para saber que las Hebras estaban cayendo prematuramente sobre las playas del Fuerte de Tillek.
A través del valle en las alturas del Fuerte de Fort, el centinela solitario efectuaba su monótona ronda, inconsciente del desastre.
Había un suave calor primaveral en el aire de la tarde cuando F'nor y su gran pardo Canth salieron de su Weyr en Benden. F'nor bostezó ligeramente y se desperezó hasta que oyó crujir su espinazo. Había estado en la costa occidental todo el día anterior, buscando jóvenes adecuados –y muchachas, dado que había un huevo dorado endureciéndose en la Sala de Eclosión del Weyr de Benden— para la próxima Impresión. Desde luego, el Weyr de Benden producía más dragones y más reinas, que los cinco Weyrs Antiguos, pensó F'nor.
—¿Tienes hambre? —le preguntó cortésmente a su dragón, mirando hacia el comedero en el fondo del Cuenco del Weyr. No había ningún dragón alimentándose, y las reses permanecían tranquilamente tumbadas, dormitando al calor del sol.
Sueño
, dijo Canth, aunque había dormido tan prolongada y profundamente como su jinete. El dragón pardo procedió a instalarse en el saledizo calentado por el sol, suspirando mientras se agachaba.
—Eres un gandul —dijo F'nor, sonriendo afectuosamente a su montura.
El sol brillaba al otro lado de la taza montañosa que era la vivienda del dragonero en la costa oriental de Pern. El acantilado aparecía horadado por las negras bocas de Weyrs de dragón individuales, centelleando en los lugares donde el sol caía sobre la mica de las rocas. Las aguas del lago del Weyr resplandecían en torno a los dos dragones verdes que se estaban bañando mientras sus jinetes holgazaneaban sobre la hierba de la orilla. Más allá, delante de sus barracones, unos jóvenes jinetes formaban un semicírculo alrededor del Maestro Instructor.
La sonrisa de F'nor se hizo más ancha. Volvió a desperezarse indolentemente, recordando sus propias horas de aburrimiento en un semicírculo semejante, hacía veinte Revoluciones. Las lecciones que había aprendido entonces tenían mucha más importancia para este grupo de dragoneros. En su Revolución, las Hebras Plateadas de aquellas canciones docentes no habían caído de la Estrella Roja por espacio de más de cuatrocientas Revoluciones para lacerar la carne de hombre y animal y devorar todo lo viviente que crecía en Pern. De todos los dragoneros del único Weyr de Pern, sólo el hermanastro de F’nor, F'lar, jinete del bronce Mnementh, había creído que aquellas antiguas leyendas podían ser ciertas. Ahora, las Hebras eran un hecho ineludible, cayendo sobre Pern desde los cielos con cotidiana regularidad. Una vez más, su destrucción era un sistema de vida para los dragoneros. Las lecciones que aquellos muchachos aprendían salvarían sus pellejos, sus vidas y, lo que era más importante, sus dragones.
Los muchachos prometen
, observó Canth mientras pegaba sus alas a su espalda y enroscaba su cola contra sus patas traseras. Luego apoyó su enorme cabeza sobre sus patas delanteras, con el ojo de múltiples facetas más próximo a F'nor clavado en su jinete.
Respondiendo a la muda súplica, F'nor rascó el párpado Hasta que Canth empezó a susurrar suavemente de placer.
—¡Eres un gandul! —repitió F'nor.
Cuando yo trabajo, trabajo
, replicó Canth.
Sin mi ayuda, ¿cómo reconocerías a un muchacho criado en un Fuerte capaz de convertirse en un buen dragonero? ¿Y acaso no descubro también muchachas que puedan llegar a ser excelentes Damas del Weyr?
F'nor rió indulgentemente, pero era cierto que la habilidad de Canth para localizar candidatos aptos para montar dragones combatientes y reinas prolíficas era muy elogiada por los dragoneros del Weyr de Benden.
Luego, F'nor frunció el ceño, recordando la extraña hostilidad que le habían demostrado los agricultores y artesanos del Boll Meridional. Sí, la gente había sido hostil hasta... hasta que se identificó como dragonero del Weyr de Benden. F'nor había creído que la cosa se produciría al revés. El Boll Meridional correspondía a la zona del Weyr de Fort. Tradicionalmente —y F’nor sonrió con ironía, dado que el caudillo del Weyr de Fort, T’ron, era tan rígido en el mantenimiento de todo lo tradicional, sancionado por la costumbre y estático—, tradicionalmente, el Weyr que protegía un territorio tenía derecho preferente sobre cualquier posible jinete. Pero los cinco Weyrs Antiguos rara vez buscaban candidatos más allá de sus Cavernas Inferiores. Desde luego, pensó F'nor, las reinas Antiguas no producían nidadas tan numerosas como las reinas modernas, ni demasiados huevos de reina dorada. Pensando en ello, en las siete Revoluciones transcurridas desde que Lessa fue en busca de ellos, en los Weyrs Antiguos sólo habían nacido tres reinas.
Bueno, los Antiguos podían seguir apegados a sus maneras si eso les hacía sentirse superiores. Pero F'nor estaba de acuerdo con F'lar. El sentido común aconsejaba ofrecer a los jóvenes dragones una elección lo más amplia posible. Y aunque las mujeres de las Cavernas Inferiores del Weyr de Benden eran realmente amables, no nacían suficientes jóvenes en proporción al número de dragones incubados.
Igualmente, si uno de los otros Weyrs, quizá G'narish del Weyr de Igen o R'mart del Weyr de Telgar, abrían de par en par los vuelos de apareamiento de sus reinas jóvenes, los Antiguos podrían observar una mejoría en el tamaño y la calidad de sus nidadas. Era una estupidez empeñarse en las uniones consanguíneas con el fin de conservar la pureza del linaje.
Se levantó la brisa de la tarde y trajo con ella los acres vapores de las adormideras en ebullición. F'nor gruñó. Había olvidado que las mujeres estaban hirviendo adormideras para el ungüento que era el remedio universal contra las quemaduras de Hebras y otras lesiones dolorosas. Esa había sido una de las razones principales de la Búsqueda del día anterior. El olor de las adormideras lo impregnaba todo. El desayuno de ayer había tenido más sabor a medicina que a cereal. Dado que la preparación del ungüento de adormidera era un proceso tan prolongado como maloliente, la mayoría de los dragoneros procuraban irse durante su elaboración. F'nor miró a través del Cuenco hacia el Weyr de la reina. Ramoth, desde luego, se encontraba en la Sala de Eclosión, atendiendo a su última puesta, pero el bronce Mnementh no estaba en su puesto acostumbrado en el saledizo. F'lar y él se habían marchado a alguna parte, sin duda escapando del olor de las adormideras así como del variable humor de Lessa Ella desempeñaba concienzudamente todas sus obligaciones de mujer Weyr, incluso las más desagradables, pero eso no significaba que le gustaran.
Los vapores de las adormideras eran cada vez más densos. F'nor tenía hambre. No había comido nada desde la tarde anterior y, dada la diferencia horaria existente entre el Boll Meridional en la costa occidental y el Weyr Benden en el este (6 horas), se había perdido la cena en Benden.
Con una rascada de despedida, F’nor le dijo a Canth que iba en busca de comida, y descendió la rampa de piedra de su saledizo. Uno de los privilegios que le otorgaba su condición de lugarteniente de Flar era el de elegir su alojamiento. Teniendo en cuenta que Ramoth, como reina mayor, sólo permitiría que hubiera otras dos reinas jóvenes en el Weyr de Benden, habían dos alojamientos para Dama del Weyr desocupados. F’nor se había apropiado de uno de ellos de modo que no necesitaba molestar a Canth cuando quería descender a un nivel inferior.
Mientras se acercaba a la entrada de las Cavernas inferiores, el aroma de la adormidera en ebullición llenó sus ojos de escozor. Cogió pan, fruta y un poco de klah, y se dirigió hacia los barracones de los jóvenes jinetes para escuchar las explicaciones del Maestro Instructor. En aquel momento estaban volando. A F'nor, como segundo jefe que era, le gustaba aprovechar todas las ocasiones para comprobar los progresos de los nuevos jinetes, particularmente de aquellos que no se habían criado en el Weyr. La vida en un Weyr exigía ciertos reajustes en los que habían nacido en un medio agrícola o artesano. A veces, la libertad y los privilegios se le subían a la cabeza a un muchacho, especialmente después de haber logrado llevar a su dragón por el Inter —a cualquier parte de Pern— en el tiempo que se tarda en contar hasta tres. F'nor estaba también de acuerdo con F'lar en lo preferible de presentar muchachos mayores a la Impresión, aunque los Antiguos deploraban también aquella práctica en el Weyr de Benden. Pero un joven más próximo a los veinte años que a los quince reconocía la responsabilidad de su posición (incluso si se había criado en un Fuerte) como dragonero. Era emocionalmente maduro y, sin que disminuyera el impacto de la Impresión con su dragón, podía absorber y comprender las implicaciones de un enlace para toda la vida, de un contacto espiritual, la empatía absoluta entre su dragón y él. Un muchacho mayor no se extraviaba. Sabía lo suficiente como para compensar posibles carencias hasta que se desarrollara del todo la sensibilidad instintiva de su joven dragón. Un dragón joven tenía muy poco sentido común, y si un jinete atolondrado dejaba que su animal comiera demasiado, todo el Weyr sufría a través de su tormento. Incluso un animal adulto vivía para el aquí y el ahora, sin pensar apenas en el futuro y sin recordar apenas —salvo a un nivel instintivo— el pasado. Esto resultaba muy conveniente, pensó F’nor, ya que los dragones eran los más perjudicados durante los ataques de las Hebras. Si sus recuerdos fueran más agudos o asociativos, tal vez se negaran a luchar.